Aunque Ucrania, la UE y otros países entren en las negociaciones –como parte o como observadores–, como lo desea la diplomacia brasileña, no serán ellos quienes lleven la batuta.
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La semana pasada, el presidente Lula defendió la participación de Ucrania en los diálogos que se están iniciando entre Donald Trump y Vladimir Putin para un posible fin del conflicto en Donbass.
Junto al primer ministro de Portugal (país miembro de la OTAN), Lula recordó que Estados Unidos y Europa buscaron durante mucho tiempo entablar supuestas conversaciones de paz, pero “solo llamaban al lado de Ucrania, y aquí nos cansábamos de decir: ‘no hay paz si no se llama a los dos y se les sienta en la mesa’. No hay paz solo de un lado”.
Así, el presidente buscó mantener la coherencia de la diplomacia brasileña sobre el tema. Lo más natural del mundo sería, lógicamente, la participación de Ucrania en una negociación sobre la guerra… ¡en Ucrania! Así como sería natural la participación de Rusia –negada hasta hace pocas semanas por los miembros de la OTAN–, ya que la guerra real se libra en un territorio que declaró su independencia de Ucrania en 2014 y, en un referéndum, decidió integrarse a Rusia.
Lo más correcto sería una negociación de paz exclusivamente entre ucranianos y rusos. Estados Unidos y la Unión Europea no tendrían por qué tener nada que ver con esta historia. Pero el mundo no es justo. El mundo es la lucha de las grandes potencias imperialistas por la dominación. Y Ucrania no es más que un escenario donde esas potencias –Estados Unidos y Europa– implementan una guerra para debilitar y doblegar a Rusia, la mayor extensión de tierra del planeta con riquezas naturales envidiables y un mercado laboral y de consumo de 140 millones de personas.
Claro que la dominación de Ucrania también es importante, después de todo es el país más grande de Europa (con excepción de la propia Rusia), con importantes recursos naturales y una posición geográfica estratégica. Tanto es así que el país ha sido despojado desde el golpe de Estado de 2013, con privatizaciones de empresas estatales a compañías occidentales, venta de tierras a empresas extranjeras, control de gran parte de la prensa por organizaciones de Estados Unidos y una deuda que pasó del 49% del PIB en 2021 al 95% en 2024, con participación especial de JP Morgan, Goldman Sachs y BlackRock.
Dotado de un olfato particular para los negocios, Trump logró encontrar una nueva forma de despojar a Ucrania: quiere una “compensación” de hasta 500 mil millones de dólares en recursos minerales por el apoyo ya brindado a Zelensky, y las compañías estadounidenses podrían quedarse con la mitad de los depósitos ucranianos de tierras raras. El comediante que hoy viste la fantasía de presidente en Kiev contó un buen chiste, finalmente: “No puedo vender nuestro Estado”.
Con algunas modificaciones a la propuesta original, sin embargo, los ucranianos parecen haber aceptado el nuevo saqueo que se avecina. Pero, aparentemente, no recibirán ninguna garantía importante de “protección” estadounidense. Antes, Zelensky había considerado aceptar el despojo por completo, siempre que Ucrania fuera integrada oficialmente a la OTAN (como si eso fuera algún contrapeso, y no la otra cara del despojo).
En condiciones como estas, de colonización de facto del país, no hace mucha diferencia que el gobierno ucraniano participe o no en las negociaciones de paz. Solo tendría sentido pensar que Ucrania participaría como una tercera parte soberana si el pueblo ucraniano se rebelara y derrocara al régimen fascista-bonapartista. Los rusos han presionado a Zelensky al afirmar que ahora –que el títere de Kiev se está quedando sin padre ni madre– solo aceptan negociar con un liderazgo legítimo, porque el mandato de Zelensky venció a mediados del año pasado y no se realizaron elecciones. Trump ha respaldado esta presión psicológica rusa. Es muy posible que haya, así, un golpe interno para sacar a Zelensky y que un grupo que sabe que todo está a punto de perderse tome el control para quedarse con algo al negociar con estadounidenses y rusos. Pero también serán autoridades ilegítimas, como lo es Zelensky, como lo fue Poroshenko y como lo son todas las autoridades que arrebataron el poder en 2013.
Si la política de Trump se consolida, Estados Unidos podría abandonar al régimen títere ucraniano como abandonaron al régimen títere de Saigón al ser expulsados de Vietnam por el Vietcong y el general Giap. La Unión Europea poco podrá hacer para sostener la guerra contra Rusia por mucho tiempo. Aunque Ucrania, la UE y otros países entren en las negociaciones –como parte o como observadores–, como lo desea la diplomacia brasileña, no serán ellos quienes lleven la batuta. El poder real es el que prevalecerá, como de costumbre.