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January 19, 2024
© Photo: REUTERS/Dado Ruvic

Rusia ha encontrado las vías para eludir la mayor parte de las sanciones, como por cierto suele ocurrir casi siempre con este tipo de actuaciones internacionales

Mikel BUESA

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La Unión Europea acaba de aprobar su duodécimo paquete de sanciones a Rusia, ampliando la lista negra de los individuos y empresas que no pueden operar en sus Estados miembros y tomando medidas específicas sobre las exportaciones de algunos productos, como los diamantes o el petróleo. Josep Borrell lo ha justificado señalando que «la UE está decidida a debilitar aún más la capacidad de Rusia para librar su guerra de agresión», a la vez que muestra la firmeza de su «compromiso con Ucrania apoyando su lucha por la libertad y la soberanía». Palabras éstas, sin duda, propias de una retórica altruista, aunque perfectamente inútil y alejada de una realidad mucho más pedestre que nos muestra a una Rusia que en absoluto se ha apartado de sus objetivos al desencadenar el conflicto bélico. Claro que el uso de un lenguaje altisonante disimula el hecho de que la Comisión Europea no ha realizado una evaluación rigurosa de los efectos provocados por sus sanciones y se ha limitado a una mera aproximación a los datos macroeconómicos que, curiosamente, lo que muestran es que el comportamiento de la economía rusa no es muy distinto al de los países de la OCDE y que su rendimiento resulta ligeramente superior, en promedio, a éstos.

Pero es que, además, una cosa es el papel y otra bien diferente el mundo real. Rusia ha encontrado las vías para eludir la mayor parte de las sanciones, como por cierto suele ocurrir casi siempre con este tipo de actuaciones internacionales. Y no sólo Rusia. También unos cuantos miembros de la UE lo han hecho, buscando los recovecos normativos para lograrlo o, simplemente, haciendo caso omiso de los acuerdos porque no estaban dispuestos a aceptar que su cumplimiento afectara negativamente a sus economías. Ahí están las exportaciones energéticas rusas hacia Europa para testimoniarlo. Y hay más ejemplos.

En realidad, esto de las sanciones es como un lavado de cara. Sirven para disimular la mala conciencia y, sobre todo, para tratar de ocultar la impotencia europea como actor en los asuntos internacionales. Carente de una fuerza militar autónoma, la Unión acaba siendo como los predicadores religiosos. «No pequéis, nos dice, que es peor»; y luego mira disimuladamente para otra parte.

Las ineficaces sanciones a Rusia (larazon.es)

Las ineficaces sanciones a Rusia

Rusia ha encontrado las vías para eludir la mayor parte de las sanciones, como por cierto suele ocurrir casi siempre con este tipo de actuaciones internacionales

Mikel BUESA

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La Unión Europea acaba de aprobar su duodécimo paquete de sanciones a Rusia, ampliando la lista negra de los individuos y empresas que no pueden operar en sus Estados miembros y tomando medidas específicas sobre las exportaciones de algunos productos, como los diamantes o el petróleo. Josep Borrell lo ha justificado señalando que «la UE está decidida a debilitar aún más la capacidad de Rusia para librar su guerra de agresión», a la vez que muestra la firmeza de su «compromiso con Ucrania apoyando su lucha por la libertad y la soberanía». Palabras éstas, sin duda, propias de una retórica altruista, aunque perfectamente inútil y alejada de una realidad mucho más pedestre que nos muestra a una Rusia que en absoluto se ha apartado de sus objetivos al desencadenar el conflicto bélico. Claro que el uso de un lenguaje altisonante disimula el hecho de que la Comisión Europea no ha realizado una evaluación rigurosa de los efectos provocados por sus sanciones y se ha limitado a una mera aproximación a los datos macroeconómicos que, curiosamente, lo que muestran es que el comportamiento de la economía rusa no es muy distinto al de los países de la OCDE y que su rendimiento resulta ligeramente superior, en promedio, a éstos.

Pero es que, además, una cosa es el papel y otra bien diferente el mundo real. Rusia ha encontrado las vías para eludir la mayor parte de las sanciones, como por cierto suele ocurrir casi siempre con este tipo de actuaciones internacionales. Y no sólo Rusia. También unos cuantos miembros de la UE lo han hecho, buscando los recovecos normativos para lograrlo o, simplemente, haciendo caso omiso de los acuerdos porque no estaban dispuestos a aceptar que su cumplimiento afectara negativamente a sus economías. Ahí están las exportaciones energéticas rusas hacia Europa para testimoniarlo. Y hay más ejemplos.

En realidad, esto de las sanciones es como un lavado de cara. Sirven para disimular la mala conciencia y, sobre todo, para tratar de ocultar la impotencia europea como actor en los asuntos internacionales. Carente de una fuerza militar autónoma, la Unión acaba siendo como los predicadores religiosos. «No pequéis, nos dice, que es peor»; y luego mira disimuladamente para otra parte.

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La Unión Europea acaba de aprobar su duodécimo paquete de sanciones a Rusia, ampliando la lista negra de los individuos y empresas que no pueden operar en sus Estados miembros y tomando medidas específicas sobre las exportaciones de algunos productos, como los diamantes o el petróleo. Josep Borrell lo ha justificado señalando que «la UE está decidida a debilitar aún más la capacidad de Rusia para librar su guerra de agresión», a la vez que muestra la firmeza de su «compromiso con Ucrania apoyando su lucha por la libertad y la soberanía». Palabras éstas, sin duda, propias de una retórica altruista, aunque perfectamente inútil y alejada de una realidad mucho más pedestre que nos muestra a una Rusia que en absoluto se ha apartado de sus objetivos al desencadenar el conflicto bélico. Claro que el uso de un lenguaje altisonante disimula el hecho de que la Comisión Europea no ha realizado una evaluación rigurosa de los efectos provocados por sus sanciones y se ha limitado a una mera aproximación a los datos macroeconómicos que, curiosamente, lo que muestran es que el comportamiento de la economía rusa no es muy distinto al de los países de la OCDE y que su rendimiento resulta ligeramente superior, en promedio, a éstos.

Pero es que, además, una cosa es el papel y otra bien diferente el mundo real. Rusia ha encontrado las vías para eludir la mayor parte de las sanciones, como por cierto suele ocurrir casi siempre con este tipo de actuaciones internacionales. Y no sólo Rusia. También unos cuantos miembros de la UE lo han hecho, buscando los recovecos normativos para lograrlo o, simplemente, haciendo caso omiso de los acuerdos porque no estaban dispuestos a aceptar que su cumplimiento afectara negativamente a sus economías. Ahí están las exportaciones energéticas rusas hacia Europa para testimoniarlo. Y hay más ejemplos.

En realidad, esto de las sanciones es como un lavado de cara. Sirven para disimular la mala conciencia y, sobre todo, para tratar de ocultar la impotencia europea como actor en los asuntos internacionales. Carente de una fuerza militar autónoma, la Unión acaba siendo como los predicadores religiosos. «No pequéis, nos dice, que es peor»; y luego mira disimuladamente para otra parte.

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The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

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