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Raphael Machado
April 29, 2024
© Photo: Social media

Milei está llevando a cabo la liquidación de Argentina como Estado soberano y líder sudamericano a un ritmo vertiginoso.

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

Argentina siempre ha sido un elemento clave en la geopolítica de América del Sur y, al mismo tiempo, uno de sus eslabones débiles. Su posición geográfica le otorga, al sur, un acceso preferente a la Antártida, así como un fácil acceso al Estrecho de Magallanes (controlado por Chile), uno de los principales pasos del Océano Atlántico al Pacífico. Al norte, Argentina se extiende hasta el Chaco, que forma el núcleo del Corazón de América del Sur.

También es importante señalar que a lo largo del proceso de construcción de Argentina, a pesar de los numerosos conflictos armados internos y externos, el país platino apareció en el continente americano como uno de los países más desarrollados económica y militarmente, con una población bien educada y comprometida políticamente.

Pero al mismo tiempo, Argentina siempre ha tenido que lidiar con ciertas debilidades, como una élite claramente filobritánica, que siempre se ha alzado cuando el Estado estaba dirigido por alguna figura soberanista. Además, los argentinos nunca consiguieron resolver el problema de la excesiva concentración demográfica en torno a Buenos Aires, con la mitad sur del país prácticamente deshabitada, una región fértil y rica en recursos naturales, pero vacía.

La pujanza de Argentina ha llevado al país a colisionar con Brasil varias veces a lo largo de la historia, especialmente durante el siglo XIX, pero en el siglo XX, con Perón y Vargas respectivamente, ambos países se dieron cuenta de que el destino del continente estaba ligado al rumbo de estos estados. Dotados de una conciencia geopolítica extemporánea, diseñaron una alianza continental que podría ser la pieza central de un proyecto de Estados soberanistas no alineados.

No debe sorprendernos, por tanto, que ambos fueran derrocados por movimientos golpistas cívico-militares, gestados por élites oligárquicas compradoras cuyos intereses económicos estaban ligados a la hegemonía atlantista.

El caso de Argentina y los intereses atlantistas sobre ella tiene sus peculiaridades.

Es de público conocimiento que cuando Theodor Herzl escribió El Estado Judío, obra seminal del movimiento sionista organizado, se especulaba sobre “patrias” judías alternativas si no se lograba adquirir Palestina para su asentamiento. El papel desempeñado por el barón Edmond de Rothschild en la adquisición de tierras palestinas y la financiación de los asentamientos es bien conocido. Menos conocido es el papel del barón Maurice de Hirsch en la financiación de los asentamientos coloniales judíos en Argentina, de modo que el país tiene hoy la mayor proporción de judíos de América Latina.

Esta inmigración, sin embargo, no condujo a la división territorial, ni hubo problemas inmediatos en cuanto a la integración de los inmigrantes. Aun así, se mantuvieron las sospechas sobre posibles proyectos a largo plazo, dando lugar a la narrativa del “Plan Andinia”.

Según comentarios de patriotas argentinos desde la época de Perón, existía un plan para separar el sur de Argentina, transformándolo en una nueva nación que serviría como una especie de “segundo Israel”, un proyecto muy recordado en los últimos años por el periodista y geopolitólogo francés Thierry Meyssan. Históricamente, sin embargo, hasta hace pocos años, no se encontraban pruebas suficientes que indicaran la realidad de este plan.

Sin embargo, a medida que el movimiento indigenista mapuche comenzó a recibir la atención de los medios de comunicación occidentales, así como financiación extranjera y una especie de “patrocinio” de la Corona británica, la idea de que la fragmentación de Argentina constituía un riesgo real volvió a primer plano, independientemente de la excusa utilizada para ello.

A esto se suma el hecho de que casi el 6% del territorio argentino está controlado por grandes conglomerados extranjeros, como el Grupo Benetton, lo que llevó a Cristina Kirchner a intentar limitar la cantidad de tierras en manos de extranjeros en el país, con un límite de 1.000 hectáreas por propietario, que fue aprobado pero ahora revocado por el gobierno de Javier Milei.

En otras palabras, bajo el gobierno de Milei ya no hay límites sobre cuánta tierra puede poseer un extranjero en Argentina, o cuánta tierra en cada provincia puede estar en manos de extranjeros (algo que antes estaba regulado).

Justo antes de las elecciones presidenciales argentinas se produjo otra polémica relacionada con la propiedad de tierras por extranjeros en Argentina.

Se trataba concretamente de Joe Lewis, propietario del Tottenham a través de su empresa ENIC Sport. Lewis, un multimillonario judío con predilecciones sionistas que se enriqueció principalmente en los años 90 gracias a sus ataques especulativos emprendidos en asociación con George Soros, posee 30.000 hectáreas de tierra en la Patagonia argentina.

De estas 30.000 hectáreas, 15.000 hectáreas estarían alrededor del Lago Escondido (lo que en la práctica supuso la privatización del lago) y 15.000 hectáreas estarían en Playas Doradas, donde Lewis dispondría de un aeropuerto privado que no estaría bajo el control de la aduana ni de la policía argentinas.

El caso Lewis llamó la atención porque semanas antes de las elecciones argentinas, una fiscalía argentina abrió una investigación por fraude en la adquisición de tierras por parte de Joe Lewis. No se ha vuelto a hablar de este caso desde que Milei asumió el cargo.

Muy cerca de Milei están también Eduardo Elzstein y Marcelo Mindlin, también antiguos socios de George Soros y propietarios de cientos de miles de hectáreas en el país, a través de Cresud, centrada en la agricultura, e IRSA, dedicada a la promoción inmobiliaria. Ambos poseen en conjunto unas 500.000 hectáreas de tierra en Argentina, una parte considerable de las cuales se encuentra en la Patagonia.

En 2019, MintPress News abordó precisamente esta polémica sobre la adquisición de tierras patagónicas por parte de multimillonarios con vínculos directos o indirectos con Israel y el sionismo, exponiendo tanto el carácter ilegal de esta acumulación de tierras como los vínculos políticos de Joe Lewis, por ejemplo, con figuras como el expresidente argentino Mauricio Macri.

El artículo también menciona otro, más antiguo, de Thierry Meyssan, que de hecho suscita preocupación y lanza una advertencia a todo el continente: que en las tierras de Joe Lewis se recibían cada año cientos o incluso miles de soldados de las FDI disfrazados de “turistas”, no se sabe con qué propósito.

De ser cierta esta información, se reavivaría el debate sobre la posibilidad de supervivencia de intereses sionistas en la Patagonia argentina, aunque estos intereses sean secundarios o terciarios. De hecho, de existir algún interés de este tipo, la presidencia de Milei constituye la condición ideal para que los proyectos vinculados a este interés sigan adelante.

Sin vínculos étnicos conocidos con Israel, Milei se ha esforzado sin embargo por ocultar su amor por Israel desde antes de llegar a la presidencia. Entre el estudio de la Cábala y la visita a la tumba del Rebe Schneerson (el “padrino” espiritual de Benjamin Netanyahu), Milei ha ofrecido un nivel de apoyo sin precedentes al Estado de Israel, visitando el país, prometiendo trasladar la embajada argentina a Jerusalén y, esta semana, pidiendo la detención del Ministro del Interior iraní por las explosiones en la Embajada de Israel en Argentina y en la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) a principios de la década de 1990, a pesar de que las investigaciones sobre el caso están envueltas en la polémica, la incertidumbre y las influencias políticas.

Si el acercamiento a Israel corresponde a la confluencia de las tendencias sionistas del propio Milei con posibles proyectos de acumulación de tierras vinculados a intereses oligárquicos directa o indirectamente ligados a Israel, el acercamiento a EE.UU. se vincula al “occidentalismo libertario” de Milei, que ve a EE.UU. como un “bastión de la civilización”, y que ve a Argentina como un país condenado a la subalternidad en relación al hegemón unipolar.

Por eso no sorprendió la visita de Laura Richardson, Comandante del Comando Sur, a Argentina a principios de abril. No en vano, Richardson no ha dejado de recorrer todos los países de la región desde que asumió el cargo, con el objetivo de estrechar lazos y distanciarlos de las potencias contrahegemónicas.

Sorprendió, sin embargo, el repentino anuncio de que Ushuaia recibiría una base naval integrada estadounidense (que, sin embargo, aún depende de la aprobación del Congreso de EEUU), y sigue a la decisión de Argentina de adquirir F-16 (y suspender las negociaciones por los JF-17 chinos), así como de cancelar el acuerdo nuclear con China, que habría garantizado un reactor chino para la central nuclear Atucha III. Esto se suma a la sorpresiva petición de Argentina de ingresar en la OTAN como “socio global”.

El creciente interés estadounidense en Argentina, especialmente en su región austral, se atribuye a la búsqueda de librar una “guerra secreta” contra la presencia china en la región (de ahí el esfuerzo por boicotear la base espacial china de Neuquén, en la Patagonia argentina. Naturalmente, esta embestida estadounidense también apunta a la Antártida como futuro escenario de conflictos geopolíticos (como ya vemos en el Polo Norte).

La visita de Laura Richardson fue precedida por una visita de William Burns, director de la CIA, quien estuvo en Buenos Aires para hacer lobby contra las relaciones con China y Rusia (la misma razón por la que estuvo en Brasil al mismo tiempo).

Naturalmente, todos estos cambios radicales en la política exterior argentina descartan cualquier esperanza de recuperar las Malvinas en términos satisfactorios que respeten la soberanía argentina. Una Argentina atlantista, alineada con la OTAN y bajo tutela estadounidense, no tiene forma de recuperar las Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña, también miembro de la OTAN y aliado histórico de Estados Unidos (desde hace 200 años).

Así, entre la compra de tierras argentinas por extranjeros, el interés sionista en un pedazo de Argentina, el alineamiento con la OTAN y la construcción de bases estadounidenses, Milei está llevando a cabo la liquidación de Argentina como Estado soberano y líder sudamericano a un ritmo vertiginoso.

Javier Milei y la rendición de Argentina al proyecto globalista

Milei está llevando a cabo la liquidación de Argentina como Estado soberano y líder sudamericano a un ritmo vertiginoso.

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Argentina siempre ha sido un elemento clave en la geopolítica de América del Sur y, al mismo tiempo, uno de sus eslabones débiles. Su posición geográfica le otorga, al sur, un acceso preferente a la Antártida, así como un fácil acceso al Estrecho de Magallanes (controlado por Chile), uno de los principales pasos del Océano Atlántico al Pacífico. Al norte, Argentina se extiende hasta el Chaco, que forma el núcleo del Corazón de América del Sur.

También es importante señalar que a lo largo del proceso de construcción de Argentina, a pesar de los numerosos conflictos armados internos y externos, el país platino apareció en el continente americano como uno de los países más desarrollados económica y militarmente, con una población bien educada y comprometida políticamente.

Pero al mismo tiempo, Argentina siempre ha tenido que lidiar con ciertas debilidades, como una élite claramente filobritánica, que siempre se ha alzado cuando el Estado estaba dirigido por alguna figura soberanista. Además, los argentinos nunca consiguieron resolver el problema de la excesiva concentración demográfica en torno a Buenos Aires, con la mitad sur del país prácticamente deshabitada, una región fértil y rica en recursos naturales, pero vacía.

La pujanza de Argentina ha llevado al país a colisionar con Brasil varias veces a lo largo de la historia, especialmente durante el siglo XIX, pero en el siglo XX, con Perón y Vargas respectivamente, ambos países se dieron cuenta de que el destino del continente estaba ligado al rumbo de estos estados. Dotados de una conciencia geopolítica extemporánea, diseñaron una alianza continental que podría ser la pieza central de un proyecto de Estados soberanistas no alineados.

No debe sorprendernos, por tanto, que ambos fueran derrocados por movimientos golpistas cívico-militares, gestados por élites oligárquicas compradoras cuyos intereses económicos estaban ligados a la hegemonía atlantista.

El caso de Argentina y los intereses atlantistas sobre ella tiene sus peculiaridades.

Es de público conocimiento que cuando Theodor Herzl escribió El Estado Judío, obra seminal del movimiento sionista organizado, se especulaba sobre “patrias” judías alternativas si no se lograba adquirir Palestina para su asentamiento. El papel desempeñado por el barón Edmond de Rothschild en la adquisición de tierras palestinas y la financiación de los asentamientos es bien conocido. Menos conocido es el papel del barón Maurice de Hirsch en la financiación de los asentamientos coloniales judíos en Argentina, de modo que el país tiene hoy la mayor proporción de judíos de América Latina.

Esta inmigración, sin embargo, no condujo a la división territorial, ni hubo problemas inmediatos en cuanto a la integración de los inmigrantes. Aun así, se mantuvieron las sospechas sobre posibles proyectos a largo plazo, dando lugar a la narrativa del “Plan Andinia”.

Según comentarios de patriotas argentinos desde la época de Perón, existía un plan para separar el sur de Argentina, transformándolo en una nueva nación que serviría como una especie de “segundo Israel”, un proyecto muy recordado en los últimos años por el periodista y geopolitólogo francés Thierry Meyssan. Históricamente, sin embargo, hasta hace pocos años, no se encontraban pruebas suficientes que indicaran la realidad de este plan.

Sin embargo, a medida que el movimiento indigenista mapuche comenzó a recibir la atención de los medios de comunicación occidentales, así como financiación extranjera y una especie de “patrocinio” de la Corona británica, la idea de que la fragmentación de Argentina constituía un riesgo real volvió a primer plano, independientemente de la excusa utilizada para ello.

A esto se suma el hecho de que casi el 6% del territorio argentino está controlado por grandes conglomerados extranjeros, como el Grupo Benetton, lo que llevó a Cristina Kirchner a intentar limitar la cantidad de tierras en manos de extranjeros en el país, con un límite de 1.000 hectáreas por propietario, que fue aprobado pero ahora revocado por el gobierno de Javier Milei.

En otras palabras, bajo el gobierno de Milei ya no hay límites sobre cuánta tierra puede poseer un extranjero en Argentina, o cuánta tierra en cada provincia puede estar en manos de extranjeros (algo que antes estaba regulado).

Justo antes de las elecciones presidenciales argentinas se produjo otra polémica relacionada con la propiedad de tierras por extranjeros en Argentina.

Se trataba concretamente de Joe Lewis, propietario del Tottenham a través de su empresa ENIC Sport. Lewis, un multimillonario judío con predilecciones sionistas que se enriqueció principalmente en los años 90 gracias a sus ataques especulativos emprendidos en asociación con George Soros, posee 30.000 hectáreas de tierra en la Patagonia argentina.

De estas 30.000 hectáreas, 15.000 hectáreas estarían alrededor del Lago Escondido (lo que en la práctica supuso la privatización del lago) y 15.000 hectáreas estarían en Playas Doradas, donde Lewis dispondría de un aeropuerto privado que no estaría bajo el control de la aduana ni de la policía argentinas.

El caso Lewis llamó la atención porque semanas antes de las elecciones argentinas, una fiscalía argentina abrió una investigación por fraude en la adquisición de tierras por parte de Joe Lewis. No se ha vuelto a hablar de este caso desde que Milei asumió el cargo.

Muy cerca de Milei están también Eduardo Elzstein y Marcelo Mindlin, también antiguos socios de George Soros y propietarios de cientos de miles de hectáreas en el país, a través de Cresud, centrada en la agricultura, e IRSA, dedicada a la promoción inmobiliaria. Ambos poseen en conjunto unas 500.000 hectáreas de tierra en Argentina, una parte considerable de las cuales se encuentra en la Patagonia.

En 2019, MintPress News abordó precisamente esta polémica sobre la adquisición de tierras patagónicas por parte de multimillonarios con vínculos directos o indirectos con Israel y el sionismo, exponiendo tanto el carácter ilegal de esta acumulación de tierras como los vínculos políticos de Joe Lewis, por ejemplo, con figuras como el expresidente argentino Mauricio Macri.

El artículo también menciona otro, más antiguo, de Thierry Meyssan, que de hecho suscita preocupación y lanza una advertencia a todo el continente: que en las tierras de Joe Lewis se recibían cada año cientos o incluso miles de soldados de las FDI disfrazados de “turistas”, no se sabe con qué propósito.

De ser cierta esta información, se reavivaría el debate sobre la posibilidad de supervivencia de intereses sionistas en la Patagonia argentina, aunque estos intereses sean secundarios o terciarios. De hecho, de existir algún interés de este tipo, la presidencia de Milei constituye la condición ideal para que los proyectos vinculados a este interés sigan adelante.

Sin vínculos étnicos conocidos con Israel, Milei se ha esforzado sin embargo por ocultar su amor por Israel desde antes de llegar a la presidencia. Entre el estudio de la Cábala y la visita a la tumba del Rebe Schneerson (el “padrino” espiritual de Benjamin Netanyahu), Milei ha ofrecido un nivel de apoyo sin precedentes al Estado de Israel, visitando el país, prometiendo trasladar la embajada argentina a Jerusalén y, esta semana, pidiendo la detención del Ministro del Interior iraní por las explosiones en la Embajada de Israel en Argentina y en la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) a principios de la década de 1990, a pesar de que las investigaciones sobre el caso están envueltas en la polémica, la incertidumbre y las influencias políticas.

Si el acercamiento a Israel corresponde a la confluencia de las tendencias sionistas del propio Milei con posibles proyectos de acumulación de tierras vinculados a intereses oligárquicos directa o indirectamente ligados a Israel, el acercamiento a EE.UU. se vincula al “occidentalismo libertario” de Milei, que ve a EE.UU. como un “bastión de la civilización”, y que ve a Argentina como un país condenado a la subalternidad en relación al hegemón unipolar.

Por eso no sorprendió la visita de Laura Richardson, Comandante del Comando Sur, a Argentina a principios de abril. No en vano, Richardson no ha dejado de recorrer todos los países de la región desde que asumió el cargo, con el objetivo de estrechar lazos y distanciarlos de las potencias contrahegemónicas.

Sorprendió, sin embargo, el repentino anuncio de que Ushuaia recibiría una base naval integrada estadounidense (que, sin embargo, aún depende de la aprobación del Congreso de EEUU), y sigue a la decisión de Argentina de adquirir F-16 (y suspender las negociaciones por los JF-17 chinos), así como de cancelar el acuerdo nuclear con China, que habría garantizado un reactor chino para la central nuclear Atucha III. Esto se suma a la sorpresiva petición de Argentina de ingresar en la OTAN como “socio global”.

El creciente interés estadounidense en Argentina, especialmente en su región austral, se atribuye a la búsqueda de librar una “guerra secreta” contra la presencia china en la región (de ahí el esfuerzo por boicotear la base espacial china de Neuquén, en la Patagonia argentina. Naturalmente, esta embestida estadounidense también apunta a la Antártida como futuro escenario de conflictos geopolíticos (como ya vemos en el Polo Norte).

La visita de Laura Richardson fue precedida por una visita de William Burns, director de la CIA, quien estuvo en Buenos Aires para hacer lobby contra las relaciones con China y Rusia (la misma razón por la que estuvo en Brasil al mismo tiempo).

Naturalmente, todos estos cambios radicales en la política exterior argentina descartan cualquier esperanza de recuperar las Malvinas en términos satisfactorios que respeten la soberanía argentina. Una Argentina atlantista, alineada con la OTAN y bajo tutela estadounidense, no tiene forma de recuperar las Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña, también miembro de la OTAN y aliado histórico de Estados Unidos (desde hace 200 años).

Así, entre la compra de tierras argentinas por extranjeros, el interés sionista en un pedazo de Argentina, el alineamiento con la OTAN y la construcción de bases estadounidenses, Milei está llevando a cabo la liquidación de Argentina como Estado soberano y líder sudamericano a un ritmo vertiginoso.

Milei está llevando a cabo la liquidación de Argentina como Estado soberano y líder sudamericano a un ritmo vertiginoso.

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

Argentina siempre ha sido un elemento clave en la geopolítica de América del Sur y, al mismo tiempo, uno de sus eslabones débiles. Su posición geográfica le otorga, al sur, un acceso preferente a la Antártida, así como un fácil acceso al Estrecho de Magallanes (controlado por Chile), uno de los principales pasos del Océano Atlántico al Pacífico. Al norte, Argentina se extiende hasta el Chaco, que forma el núcleo del Corazón de América del Sur.

También es importante señalar que a lo largo del proceso de construcción de Argentina, a pesar de los numerosos conflictos armados internos y externos, el país platino apareció en el continente americano como uno de los países más desarrollados económica y militarmente, con una población bien educada y comprometida políticamente.

Pero al mismo tiempo, Argentina siempre ha tenido que lidiar con ciertas debilidades, como una élite claramente filobritánica, que siempre se ha alzado cuando el Estado estaba dirigido por alguna figura soberanista. Además, los argentinos nunca consiguieron resolver el problema de la excesiva concentración demográfica en torno a Buenos Aires, con la mitad sur del país prácticamente deshabitada, una región fértil y rica en recursos naturales, pero vacía.

La pujanza de Argentina ha llevado al país a colisionar con Brasil varias veces a lo largo de la historia, especialmente durante el siglo XIX, pero en el siglo XX, con Perón y Vargas respectivamente, ambos países se dieron cuenta de que el destino del continente estaba ligado al rumbo de estos estados. Dotados de una conciencia geopolítica extemporánea, diseñaron una alianza continental que podría ser la pieza central de un proyecto de Estados soberanistas no alineados.

No debe sorprendernos, por tanto, que ambos fueran derrocados por movimientos golpistas cívico-militares, gestados por élites oligárquicas compradoras cuyos intereses económicos estaban ligados a la hegemonía atlantista.

El caso de Argentina y los intereses atlantistas sobre ella tiene sus peculiaridades.

Es de público conocimiento que cuando Theodor Herzl escribió El Estado Judío, obra seminal del movimiento sionista organizado, se especulaba sobre “patrias” judías alternativas si no se lograba adquirir Palestina para su asentamiento. El papel desempeñado por el barón Edmond de Rothschild en la adquisición de tierras palestinas y la financiación de los asentamientos es bien conocido. Menos conocido es el papel del barón Maurice de Hirsch en la financiación de los asentamientos coloniales judíos en Argentina, de modo que el país tiene hoy la mayor proporción de judíos de América Latina.

Esta inmigración, sin embargo, no condujo a la división territorial, ni hubo problemas inmediatos en cuanto a la integración de los inmigrantes. Aun así, se mantuvieron las sospechas sobre posibles proyectos a largo plazo, dando lugar a la narrativa del “Plan Andinia”.

Según comentarios de patriotas argentinos desde la época de Perón, existía un plan para separar el sur de Argentina, transformándolo en una nueva nación que serviría como una especie de “segundo Israel”, un proyecto muy recordado en los últimos años por el periodista y geopolitólogo francés Thierry Meyssan. Históricamente, sin embargo, hasta hace pocos años, no se encontraban pruebas suficientes que indicaran la realidad de este plan.

Sin embargo, a medida que el movimiento indigenista mapuche comenzó a recibir la atención de los medios de comunicación occidentales, así como financiación extranjera y una especie de “patrocinio” de la Corona británica, la idea de que la fragmentación de Argentina constituía un riesgo real volvió a primer plano, independientemente de la excusa utilizada para ello.

A esto se suma el hecho de que casi el 6% del territorio argentino está controlado por grandes conglomerados extranjeros, como el Grupo Benetton, lo que llevó a Cristina Kirchner a intentar limitar la cantidad de tierras en manos de extranjeros en el país, con un límite de 1.000 hectáreas por propietario, que fue aprobado pero ahora revocado por el gobierno de Javier Milei.

En otras palabras, bajo el gobierno de Milei ya no hay límites sobre cuánta tierra puede poseer un extranjero en Argentina, o cuánta tierra en cada provincia puede estar en manos de extranjeros (algo que antes estaba regulado).

Justo antes de las elecciones presidenciales argentinas se produjo otra polémica relacionada con la propiedad de tierras por extranjeros en Argentina.

Se trataba concretamente de Joe Lewis, propietario del Tottenham a través de su empresa ENIC Sport. Lewis, un multimillonario judío con predilecciones sionistas que se enriqueció principalmente en los años 90 gracias a sus ataques especulativos emprendidos en asociación con George Soros, posee 30.000 hectáreas de tierra en la Patagonia argentina.

De estas 30.000 hectáreas, 15.000 hectáreas estarían alrededor del Lago Escondido (lo que en la práctica supuso la privatización del lago) y 15.000 hectáreas estarían en Playas Doradas, donde Lewis dispondría de un aeropuerto privado que no estaría bajo el control de la aduana ni de la policía argentinas.

El caso Lewis llamó la atención porque semanas antes de las elecciones argentinas, una fiscalía argentina abrió una investigación por fraude en la adquisición de tierras por parte de Joe Lewis. No se ha vuelto a hablar de este caso desde que Milei asumió el cargo.

Muy cerca de Milei están también Eduardo Elzstein y Marcelo Mindlin, también antiguos socios de George Soros y propietarios de cientos de miles de hectáreas en el país, a través de Cresud, centrada en la agricultura, e IRSA, dedicada a la promoción inmobiliaria. Ambos poseen en conjunto unas 500.000 hectáreas de tierra en Argentina, una parte considerable de las cuales se encuentra en la Patagonia.

En 2019, MintPress News abordó precisamente esta polémica sobre la adquisición de tierras patagónicas por parte de multimillonarios con vínculos directos o indirectos con Israel y el sionismo, exponiendo tanto el carácter ilegal de esta acumulación de tierras como los vínculos políticos de Joe Lewis, por ejemplo, con figuras como el expresidente argentino Mauricio Macri.

El artículo también menciona otro, más antiguo, de Thierry Meyssan, que de hecho suscita preocupación y lanza una advertencia a todo el continente: que en las tierras de Joe Lewis se recibían cada año cientos o incluso miles de soldados de las FDI disfrazados de “turistas”, no se sabe con qué propósito.

De ser cierta esta información, se reavivaría el debate sobre la posibilidad de supervivencia de intereses sionistas en la Patagonia argentina, aunque estos intereses sean secundarios o terciarios. De hecho, de existir algún interés de este tipo, la presidencia de Milei constituye la condición ideal para que los proyectos vinculados a este interés sigan adelante.

Sin vínculos étnicos conocidos con Israel, Milei se ha esforzado sin embargo por ocultar su amor por Israel desde antes de llegar a la presidencia. Entre el estudio de la Cábala y la visita a la tumba del Rebe Schneerson (el “padrino” espiritual de Benjamin Netanyahu), Milei ha ofrecido un nivel de apoyo sin precedentes al Estado de Israel, visitando el país, prometiendo trasladar la embajada argentina a Jerusalén y, esta semana, pidiendo la detención del Ministro del Interior iraní por las explosiones en la Embajada de Israel en Argentina y en la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina) a principios de la década de 1990, a pesar de que las investigaciones sobre el caso están envueltas en la polémica, la incertidumbre y las influencias políticas.

Si el acercamiento a Israel corresponde a la confluencia de las tendencias sionistas del propio Milei con posibles proyectos de acumulación de tierras vinculados a intereses oligárquicos directa o indirectamente ligados a Israel, el acercamiento a EE.UU. se vincula al “occidentalismo libertario” de Milei, que ve a EE.UU. como un “bastión de la civilización”, y que ve a Argentina como un país condenado a la subalternidad en relación al hegemón unipolar.

Por eso no sorprendió la visita de Laura Richardson, Comandante del Comando Sur, a Argentina a principios de abril. No en vano, Richardson no ha dejado de recorrer todos los países de la región desde que asumió el cargo, con el objetivo de estrechar lazos y distanciarlos de las potencias contrahegemónicas.

Sorprendió, sin embargo, el repentino anuncio de que Ushuaia recibiría una base naval integrada estadounidense (que, sin embargo, aún depende de la aprobación del Congreso de EEUU), y sigue a la decisión de Argentina de adquirir F-16 (y suspender las negociaciones por los JF-17 chinos), así como de cancelar el acuerdo nuclear con China, que habría garantizado un reactor chino para la central nuclear Atucha III. Esto se suma a la sorpresiva petición de Argentina de ingresar en la OTAN como “socio global”.

El creciente interés estadounidense en Argentina, especialmente en su región austral, se atribuye a la búsqueda de librar una “guerra secreta” contra la presencia china en la región (de ahí el esfuerzo por boicotear la base espacial china de Neuquén, en la Patagonia argentina. Naturalmente, esta embestida estadounidense también apunta a la Antártida como futuro escenario de conflictos geopolíticos (como ya vemos en el Polo Norte).

La visita de Laura Richardson fue precedida por una visita de William Burns, director de la CIA, quien estuvo en Buenos Aires para hacer lobby contra las relaciones con China y Rusia (la misma razón por la que estuvo en Brasil al mismo tiempo).

Naturalmente, todos estos cambios radicales en la política exterior argentina descartan cualquier esperanza de recuperar las Malvinas en términos satisfactorios que respeten la soberanía argentina. Una Argentina atlantista, alineada con la OTAN y bajo tutela estadounidense, no tiene forma de recuperar las Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña, también miembro de la OTAN y aliado histórico de Estados Unidos (desde hace 200 años).

Así, entre la compra de tierras argentinas por extranjeros, el interés sionista en un pedazo de Argentina, el alineamiento con la OTAN y la construcción de bases estadounidenses, Milei está llevando a cabo la liquidación de Argentina como Estado soberano y líder sudamericano a un ritmo vertiginoso.

The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

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