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Alastair Crooke
September 13, 2024
© Photo: Public domain

La guerra ha estallado. No hay necesidad de seguir fingiendo

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

En el Washington Post del lunes, los titulares decían: Musk y Durov se enfrentan a la venganza de los reguladores. El ex secretario de Trabajo estadounidense, Robert Reich, publicó en el periódico británico The Guardian un artículo sobre cómo “frenar” a Elon Musk, sugiriendo que

los reguladores de todo el mundo deberían amenazar a Musk con arrestarle, en la línea de lo que le ocurrió recientemente a Pavel Durov en París.

Como ya debería estar claro para todos, la “guerra” ha estallado. No hay necesidad de seguir fingiendo. Más bien hay un evidente regocijo ante la perspectiva de una represión contra la “extrema derecha” y sus usuarios de Internet: es decir, contra quienes difunden “desinformación” o información errónea que “amenaza” la amplia “infraestructura cognitiva” (es decir, ¡lo que piensa la gente!).

No te equivoques, los Estratos Gobernantes están enfadados; están enfadados porque su experiencia técnica y su consenso sobre “casi todo” están siendo despreciados por los “deplorables”. Habrá procesamientos, condenas y multas para los “actores” cibernéticos que perturben la “alfabetización” digital, advierten los “dirigentes”.

El profesor Frank Furedi observa:

Existe una alianza impía de líderes occidentales – el Primer Ministro Keir Starmer, el Presidente francés Emmanuel Macron, el Canciller alemán Olaf Scholz – cuyo odio hacia lo que llaman populismo es evidente. En sus recientes visitas a Berlín y París, Starmer se refirió constantemente a la amenaza que representa el populismo. Durante su reunión con Scholz en Berlín el 28 de agosto, Starmer habló sobre la importancia de derrotar ‘la panacea del populismo y el nacionalismo’.

Furedi explicó que, para Starmer, el populismo era una amenaza para el poder de las élites tecnocráticas de toda Europa:

Hablando en París un día después, Starmer señaló a la extrema derecha como una ‘amenaza muy real’ y nuevamente utilizó el término ‘panacea’ para referirse al populismo. Starmer nunca ha dejado de hablar sobre la ‘panacea del populismo’. En estos días, prácticamente todos los problemas políticos se atribuyen al populismo… La asociación del término ‘panacea’ con el populismo se utiliza constantemente en la propaganda de la élite política tecnocrática. De hecho, enfrentar y desacreditar a los populistas que ofrecen panaceas es su prioridad número uno.

Entonces, ¿cuál es el origen de la histeria antipopulista de la élite?

La respuesta es que éstas saben que se han separado de los valores y el respeto de su propio pueblo y que es sólo cuestión de tiempo que se vean seriamente desafiadas, de una forma u otra.

Esta realidad se ha puesto de manifiesto en Alemania este último fin de semana, donde los partidos “no del establishment” (es decir, no Staatsparteien ) -sumados- obtuvieron el 60% de los votos en Turingia y el 46% en Sajonia. Los Staatsparteien (los partidos del establishment designados) optan por describirse a sí mismos como ‘democráticos’, y tachar a los ‘otros’ de ‘populistas’ o ‘extremistas’.

Los medios de comunicación estatales llegaron a insinuar que lo que más contaba eran los votos ‘democráticos’; y no los votos de los no Staatsparteien, por lo que el partido con más votos de los Staatsparteien debería formar gobierno en Turingia.

Estos partidos han cooperado para excluir a AfD (Alternative für Deutschland) y a otros partidos no pertenecientes al establishment de la actividad parlamentaria en la medida de lo legalmente posible, por ejemplo, manteniéndolos fuera de las comisiones parlamentarias clave e imponiéndoles diversas formas de ostracismo social.

Recuerda la historia del rechazo del gran poeta Víctor Hugo a ser miembro -nada menos que 22 veces- de la Academia Francesa. La primera vez que se presentó, recibió 2 votos (de 39) de Lamartine y Chateaubriand, los dos mayores hombres de letras de su época. Una ingeniosa mujer de la época comentó: “Si pesáramos los votos, Monsieur Hugo sería elegido; pero los estamos contando”.

¿Por qué la guerra?

Porque, tras las elecciones estadounidenses de 2016, las élites de la trastienda política estadounidense culparon a la democracia y al populismo de producir malos resultados electorales. El anti-establishment Trump había ganado realmente en EEUU; Bolsonaro también ganó, Farage surgió, Modi volvió a ganar, y el Brexit, etc., etc.

Pronto se proclamó que las elecciones estaban fuera de control, arrojando extraños ‘ganadores’. Tales resultados inoportunos amenazaban las estructuras profundamente arraigadas que proyectaban y salvaguardaban los intereses oligárquicos estadounidenses arraigados desde hacía mucho tiempo en todo el mundo, al someterlos (¡oh, el horror!) al escrutinio de los votantes.

En 2023, el New York Times publicaba artículos titulados: Las elecciones son malas para la democracia.

Rod Blagojevich explicó en el The Wall Street Journal, a principios de este año, lo esencial de lo que había fallado en el sistema:

Nosotros [él y Obama] crecimos en la política de Chicago. Entendemos cómo funciona: con los jefes por encima del pueblo. El Sr. Obama aprendió bien las lecciones. Y lo que acaba de hacerle al Sr. Biden es lo que los jefes políticos han estado haciendo en Chicago desde el incendio de 1871: Selecciones disfrazadas de elecciones.

Aunque los jefes demócratas de hoy pueden tener un aspecto diferente al del antiguo tipo que mascaba puros con un anillo en el meñique, operan de la misma manera: en las sombras de la trastienda. Obama, Nancy Pelosi y los ricos donantes -las élites de Hollywood y Silicon Valley- son los nuevos jefes del Partido Demócrata actual. Ellos mandan. Los votantes, en su mayoría trabajadores, están ahí para que les mientan, manipulen y controlen.

La Convención Nacional Demócrata que se celebrará en Chicago el mes que viene proporcionará el escenario y el lugar perfectos [para designar a un] candidato, no al candidato de los votantes. Democracia, no. Política de jefes de sala de Chicago, sí.

El problema era que la revelación de la demencia de Biden había arrancado la máscara del sistema.

El modelo de Chicago no es muy diferente de cómo funciona la democracia de la Unión Europea. Millones de personas votaron en las recientes elecciones parlamentarias europeas; los partidos «No Staatsparteien» cosecharon grandes éxitos. El mensaje enviado fue claro, pero nada cambió.

Guerra cultural

2016 representó el inicio de la guerra cultural, como Mike Benz ha descrito con gran detalle. Trump, un completo intruso, se había estrellado contra las barandillas del Sistema para ganar la Presidencia. Se sostenía que el populismo y la ‘desinformación’ eran la causa. En 2017, la OTAN describía la ‘desinformación’ como la mayor amenaza a la que se enfrentaban las naciones occidentales.

Los movimientos designados como populistas se percibían no sólo como hostiles a las políticas de sus oponentes, sino también a los valores de las élites.

Para combatir esta amenaza, Benz, que hasta hace poco participaba directamente en el proyecto como alto funcionario del Departamento de Estado centrado en cuestiones tecnológicas, explica cómo los jefes de la trastienda hicieron un extraordinario “juego de manos”:

La ‘democracia’, dijeron, ya no debía definirse como un consensus Gentium, es decir, una resolución concertada entre los gobernados; sino que debía definirse como la ‘postura’ acordada, no por individuos, sino por instituciones que apoyan la democracia.

Una vez redefinida como “una alineación de instituciones de apoyo”, se añadió el segundo ‘giro’ a la reformulación de la democracia. El Establishment había previsto el riesgo de que, si se emprendía una infoguerra directa contra el populismo, ellos mismos quedarían retratados como autocráticos e imponiendo una censura de arriba abajo.

La solución al dilema de cómo llevar a cabo la campaña contra el populismo, según Benz, residía en la génesis del concepto de “toda la sociedad”, según el cual los medios de comunicación, las personas influyentes, las instituciones públicas, las ONG y los medios aliados serían acorralados y presionados para que se unieran a una coalición de censura aparentemente orgánica y ascendente, centrada en la lacra del populismo y la desinformación.

Este enfoque, en el que el gobierno se mantenía ‘a distancia’ del proceso de censura, parecía ofrecer una negación plausible de la implicación directa del gobierno; de la actuación autocrática de las autoridades.

Se gastaron miles de millones de dólares en levantar este ecosistema antidesinformación de tal modo que pareciera una emanación espontánea de la sociedad civil, y no la fachada Potemkin (1) que era.

Se organizaron seminarios para formar a los periodistas en las mejores prácticas y salvaguardias de desinformación de la Seguridad Nacional: detectar, mitigar, descartar y distraer. Se canalizaron fondos de investigación a unas 60 universidades para fundar “laboratorios de desinformación”, revela Benz.

El punto clave aquí es que el marco de ‘toda la sociedad’ podría facilitar la reincorporación a la corriente principal dominante de políticas de las estructuras fundamentales de la política exterior de largo plazo y en gran medida no expresadas (y a veces secretas), sobre cuya base se apalancan muchos intereses financieros y políticos clave de la élite.

Una alineación ideológica exteriormente anodina centrada en “nuestra democracia” y “nuestros valores” permitiría, no obstante, que la reintegración de estas estructuras duraderas a la política exterior (hostilidad a Rusia; apoyo a Israel; y antipatía hacia Irán) se reformulara como la bofetada retórica adecuada a los populistas.

La guerra puede intensificarse; puede que no termine con un ecosistema de desinformación. El New York Times publicó en julio un artículo en el que argumentaba que La Primera Enmienda está fuera de control y en agosto otro titulado La Constitución es sagrada. ¿Es también peligrosa?

La guerra, por el momento, está dirigida a los multimillonarios ‘sin control’: Pavel Durov, Elon Musk y su plataforma ‘X’. La supervivencia o no de Elon Musk será crucial para el curso de este aspecto de la guerra: La Ley de Servicios Digitales de la UE siempre fue concebida para servir como ‘Bruto’ al ‘César’ de Musk.

A lo largo de la historia, las élites que se cuidan y enriquecen a sí mismas han llegado a despreciar peligrosamente a sus pueblos. La represión ha sido la primera respuesta habitual.

La fría realidad aquí es que las recientes elecciones en Francia, Alemania, Gran Bretaña y para el Europarlamento revelan la profunda desconfianza y aversión hacia el Establishment:

La alienación es mundial, contra el Occidente posmoderno. Europa o se distanciará de él, o se verá envuelta en el odio hacia los «privilegiados ci-devant» (2). El fin del dólar es, de hecho, el análogo de la abolición de los derechos feudales. Es inevitable, pero también costará caro a los europeos.

Un ecosistema de propaganda no restablece la confianza. La erosiona.

Traducción: Observatorio de trabajadores en lucha

Permitir que un «Bruto» mate al «César» de Elon Musk

La guerra ha estallado. No hay necesidad de seguir fingiendo

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En el Washington Post del lunes, los titulares decían: Musk y Durov se enfrentan a la venganza de los reguladores. El ex secretario de Trabajo estadounidense, Robert Reich, publicó en el periódico británico The Guardian un artículo sobre cómo “frenar” a Elon Musk, sugiriendo que

los reguladores de todo el mundo deberían amenazar a Musk con arrestarle, en la línea de lo que le ocurrió recientemente a Pavel Durov en París.

Como ya debería estar claro para todos, la “guerra” ha estallado. No hay necesidad de seguir fingiendo. Más bien hay un evidente regocijo ante la perspectiva de una represión contra la “extrema derecha” y sus usuarios de Internet: es decir, contra quienes difunden “desinformación” o información errónea que “amenaza” la amplia “infraestructura cognitiva” (es decir, ¡lo que piensa la gente!).

No te equivoques, los Estratos Gobernantes están enfadados; están enfadados porque su experiencia técnica y su consenso sobre “casi todo” están siendo despreciados por los “deplorables”. Habrá procesamientos, condenas y multas para los “actores” cibernéticos que perturben la “alfabetización” digital, advierten los “dirigentes”.

El profesor Frank Furedi observa:

Existe una alianza impía de líderes occidentales – el Primer Ministro Keir Starmer, el Presidente francés Emmanuel Macron, el Canciller alemán Olaf Scholz – cuyo odio hacia lo que llaman populismo es evidente. En sus recientes visitas a Berlín y París, Starmer se refirió constantemente a la amenaza que representa el populismo. Durante su reunión con Scholz en Berlín el 28 de agosto, Starmer habló sobre la importancia de derrotar ‘la panacea del populismo y el nacionalismo’.

Furedi explicó que, para Starmer, el populismo era una amenaza para el poder de las élites tecnocráticas de toda Europa:

Hablando en París un día después, Starmer señaló a la extrema derecha como una ‘amenaza muy real’ y nuevamente utilizó el término ‘panacea’ para referirse al populismo. Starmer nunca ha dejado de hablar sobre la ‘panacea del populismo’. En estos días, prácticamente todos los problemas políticos se atribuyen al populismo… La asociación del término ‘panacea’ con el populismo se utiliza constantemente en la propaganda de la élite política tecnocrática. De hecho, enfrentar y desacreditar a los populistas que ofrecen panaceas es su prioridad número uno.

Entonces, ¿cuál es el origen de la histeria antipopulista de la élite?

La respuesta es que éstas saben que se han separado de los valores y el respeto de su propio pueblo y que es sólo cuestión de tiempo que se vean seriamente desafiadas, de una forma u otra.

Esta realidad se ha puesto de manifiesto en Alemania este último fin de semana, donde los partidos “no del establishment” (es decir, no Staatsparteien ) -sumados- obtuvieron el 60% de los votos en Turingia y el 46% en Sajonia. Los Staatsparteien (los partidos del establishment designados) optan por describirse a sí mismos como ‘democráticos’, y tachar a los ‘otros’ de ‘populistas’ o ‘extremistas’.

Los medios de comunicación estatales llegaron a insinuar que lo que más contaba eran los votos ‘democráticos’; y no los votos de los no Staatsparteien, por lo que el partido con más votos de los Staatsparteien debería formar gobierno en Turingia.

Estos partidos han cooperado para excluir a AfD (Alternative für Deutschland) y a otros partidos no pertenecientes al establishment de la actividad parlamentaria en la medida de lo legalmente posible, por ejemplo, manteniéndolos fuera de las comisiones parlamentarias clave e imponiéndoles diversas formas de ostracismo social.

Recuerda la historia del rechazo del gran poeta Víctor Hugo a ser miembro -nada menos que 22 veces- de la Academia Francesa. La primera vez que se presentó, recibió 2 votos (de 39) de Lamartine y Chateaubriand, los dos mayores hombres de letras de su época. Una ingeniosa mujer de la época comentó: “Si pesáramos los votos, Monsieur Hugo sería elegido; pero los estamos contando”.

¿Por qué la guerra?

Porque, tras las elecciones estadounidenses de 2016, las élites de la trastienda política estadounidense culparon a la democracia y al populismo de producir malos resultados electorales. El anti-establishment Trump había ganado realmente en EEUU; Bolsonaro también ganó, Farage surgió, Modi volvió a ganar, y el Brexit, etc., etc.

Pronto se proclamó que las elecciones estaban fuera de control, arrojando extraños ‘ganadores’. Tales resultados inoportunos amenazaban las estructuras profundamente arraigadas que proyectaban y salvaguardaban los intereses oligárquicos estadounidenses arraigados desde hacía mucho tiempo en todo el mundo, al someterlos (¡oh, el horror!) al escrutinio de los votantes.

En 2023, el New York Times publicaba artículos titulados: Las elecciones son malas para la democracia.

Rod Blagojevich explicó en el The Wall Street Journal, a principios de este año, lo esencial de lo que había fallado en el sistema:

Nosotros [él y Obama] crecimos en la política de Chicago. Entendemos cómo funciona: con los jefes por encima del pueblo. El Sr. Obama aprendió bien las lecciones. Y lo que acaba de hacerle al Sr. Biden es lo que los jefes políticos han estado haciendo en Chicago desde el incendio de 1871: Selecciones disfrazadas de elecciones.

Aunque los jefes demócratas de hoy pueden tener un aspecto diferente al del antiguo tipo que mascaba puros con un anillo en el meñique, operan de la misma manera: en las sombras de la trastienda. Obama, Nancy Pelosi y los ricos donantes -las élites de Hollywood y Silicon Valley- son los nuevos jefes del Partido Demócrata actual. Ellos mandan. Los votantes, en su mayoría trabajadores, están ahí para que les mientan, manipulen y controlen.

La Convención Nacional Demócrata que se celebrará en Chicago el mes que viene proporcionará el escenario y el lugar perfectos [para designar a un] candidato, no al candidato de los votantes. Democracia, no. Política de jefes de sala de Chicago, sí.

El problema era que la revelación de la demencia de Biden había arrancado la máscara del sistema.

El modelo de Chicago no es muy diferente de cómo funciona la democracia de la Unión Europea. Millones de personas votaron en las recientes elecciones parlamentarias europeas; los partidos «No Staatsparteien» cosecharon grandes éxitos. El mensaje enviado fue claro, pero nada cambió.

Guerra cultural

2016 representó el inicio de la guerra cultural, como Mike Benz ha descrito con gran detalle. Trump, un completo intruso, se había estrellado contra las barandillas del Sistema para ganar la Presidencia. Se sostenía que el populismo y la ‘desinformación’ eran la causa. En 2017, la OTAN describía la ‘desinformación’ como la mayor amenaza a la que se enfrentaban las naciones occidentales.

Los movimientos designados como populistas se percibían no sólo como hostiles a las políticas de sus oponentes, sino también a los valores de las élites.

Para combatir esta amenaza, Benz, que hasta hace poco participaba directamente en el proyecto como alto funcionario del Departamento de Estado centrado en cuestiones tecnológicas, explica cómo los jefes de la trastienda hicieron un extraordinario “juego de manos”:

La ‘democracia’, dijeron, ya no debía definirse como un consensus Gentium, es decir, una resolución concertada entre los gobernados; sino que debía definirse como la ‘postura’ acordada, no por individuos, sino por instituciones que apoyan la democracia.

Una vez redefinida como “una alineación de instituciones de apoyo”, se añadió el segundo ‘giro’ a la reformulación de la democracia. El Establishment había previsto el riesgo de que, si se emprendía una infoguerra directa contra el populismo, ellos mismos quedarían retratados como autocráticos e imponiendo una censura de arriba abajo.

La solución al dilema de cómo llevar a cabo la campaña contra el populismo, según Benz, residía en la génesis del concepto de “toda la sociedad”, según el cual los medios de comunicación, las personas influyentes, las instituciones públicas, las ONG y los medios aliados serían acorralados y presionados para que se unieran a una coalición de censura aparentemente orgánica y ascendente, centrada en la lacra del populismo y la desinformación.

Este enfoque, en el que el gobierno se mantenía ‘a distancia’ del proceso de censura, parecía ofrecer una negación plausible de la implicación directa del gobierno; de la actuación autocrática de las autoridades.

Se gastaron miles de millones de dólares en levantar este ecosistema antidesinformación de tal modo que pareciera una emanación espontánea de la sociedad civil, y no la fachada Potemkin (1) que era.

Se organizaron seminarios para formar a los periodistas en las mejores prácticas y salvaguardias de desinformación de la Seguridad Nacional: detectar, mitigar, descartar y distraer. Se canalizaron fondos de investigación a unas 60 universidades para fundar “laboratorios de desinformación”, revela Benz.

El punto clave aquí es que el marco de ‘toda la sociedad’ podría facilitar la reincorporación a la corriente principal dominante de políticas de las estructuras fundamentales de la política exterior de largo plazo y en gran medida no expresadas (y a veces secretas), sobre cuya base se apalancan muchos intereses financieros y políticos clave de la élite.

Una alineación ideológica exteriormente anodina centrada en “nuestra democracia” y “nuestros valores” permitiría, no obstante, que la reintegración de estas estructuras duraderas a la política exterior (hostilidad a Rusia; apoyo a Israel; y antipatía hacia Irán) se reformulara como la bofetada retórica adecuada a los populistas.

La guerra puede intensificarse; puede que no termine con un ecosistema de desinformación. El New York Times publicó en julio un artículo en el que argumentaba que La Primera Enmienda está fuera de control y en agosto otro titulado La Constitución es sagrada. ¿Es también peligrosa?

La guerra, por el momento, está dirigida a los multimillonarios ‘sin control’: Pavel Durov, Elon Musk y su plataforma ‘X’. La supervivencia o no de Elon Musk será crucial para el curso de este aspecto de la guerra: La Ley de Servicios Digitales de la UE siempre fue concebida para servir como ‘Bruto’ al ‘César’ de Musk.

A lo largo de la historia, las élites que se cuidan y enriquecen a sí mismas han llegado a despreciar peligrosamente a sus pueblos. La represión ha sido la primera respuesta habitual.

La fría realidad aquí es que las recientes elecciones en Francia, Alemania, Gran Bretaña y para el Europarlamento revelan la profunda desconfianza y aversión hacia el Establishment:

La alienación es mundial, contra el Occidente posmoderno. Europa o se distanciará de él, o se verá envuelta en el odio hacia los «privilegiados ci-devant» (2). El fin del dólar es, de hecho, el análogo de la abolición de los derechos feudales. Es inevitable, pero también costará caro a los europeos.

Un ecosistema de propaganda no restablece la confianza. La erosiona.

Traducción: Observatorio de trabajadores en lucha

La guerra ha estallado. No hay necesidad de seguir fingiendo

Únete a nosotros en Telegram Twitter  VK .

Escríbenos: info@strategic-culture.su

En el Washington Post del lunes, los titulares decían: Musk y Durov se enfrentan a la venganza de los reguladores. El ex secretario de Trabajo estadounidense, Robert Reich, publicó en el periódico británico The Guardian un artículo sobre cómo “frenar” a Elon Musk, sugiriendo que

los reguladores de todo el mundo deberían amenazar a Musk con arrestarle, en la línea de lo que le ocurrió recientemente a Pavel Durov en París.

Como ya debería estar claro para todos, la “guerra” ha estallado. No hay necesidad de seguir fingiendo. Más bien hay un evidente regocijo ante la perspectiva de una represión contra la “extrema derecha” y sus usuarios de Internet: es decir, contra quienes difunden “desinformación” o información errónea que “amenaza” la amplia “infraestructura cognitiva” (es decir, ¡lo que piensa la gente!).

No te equivoques, los Estratos Gobernantes están enfadados; están enfadados porque su experiencia técnica y su consenso sobre “casi todo” están siendo despreciados por los “deplorables”. Habrá procesamientos, condenas y multas para los “actores” cibernéticos que perturben la “alfabetización” digital, advierten los “dirigentes”.

El profesor Frank Furedi observa:

Existe una alianza impía de líderes occidentales – el Primer Ministro Keir Starmer, el Presidente francés Emmanuel Macron, el Canciller alemán Olaf Scholz – cuyo odio hacia lo que llaman populismo es evidente. En sus recientes visitas a Berlín y París, Starmer se refirió constantemente a la amenaza que representa el populismo. Durante su reunión con Scholz en Berlín el 28 de agosto, Starmer habló sobre la importancia de derrotar ‘la panacea del populismo y el nacionalismo’.

Furedi explicó que, para Starmer, el populismo era una amenaza para el poder de las élites tecnocráticas de toda Europa:

Hablando en París un día después, Starmer señaló a la extrema derecha como una ‘amenaza muy real’ y nuevamente utilizó el término ‘panacea’ para referirse al populismo. Starmer nunca ha dejado de hablar sobre la ‘panacea del populismo’. En estos días, prácticamente todos los problemas políticos se atribuyen al populismo… La asociación del término ‘panacea’ con el populismo se utiliza constantemente en la propaganda de la élite política tecnocrática. De hecho, enfrentar y desacreditar a los populistas que ofrecen panaceas es su prioridad número uno.

Entonces, ¿cuál es el origen de la histeria antipopulista de la élite?

La respuesta es que éstas saben que se han separado de los valores y el respeto de su propio pueblo y que es sólo cuestión de tiempo que se vean seriamente desafiadas, de una forma u otra.

Esta realidad se ha puesto de manifiesto en Alemania este último fin de semana, donde los partidos “no del establishment” (es decir, no Staatsparteien ) -sumados- obtuvieron el 60% de los votos en Turingia y el 46% en Sajonia. Los Staatsparteien (los partidos del establishment designados) optan por describirse a sí mismos como ‘democráticos’, y tachar a los ‘otros’ de ‘populistas’ o ‘extremistas’.

Los medios de comunicación estatales llegaron a insinuar que lo que más contaba eran los votos ‘democráticos’; y no los votos de los no Staatsparteien, por lo que el partido con más votos de los Staatsparteien debería formar gobierno en Turingia.

Estos partidos han cooperado para excluir a AfD (Alternative für Deutschland) y a otros partidos no pertenecientes al establishment de la actividad parlamentaria en la medida de lo legalmente posible, por ejemplo, manteniéndolos fuera de las comisiones parlamentarias clave e imponiéndoles diversas formas de ostracismo social.

Recuerda la historia del rechazo del gran poeta Víctor Hugo a ser miembro -nada menos que 22 veces- de la Academia Francesa. La primera vez que se presentó, recibió 2 votos (de 39) de Lamartine y Chateaubriand, los dos mayores hombres de letras de su época. Una ingeniosa mujer de la época comentó: “Si pesáramos los votos, Monsieur Hugo sería elegido; pero los estamos contando”.

¿Por qué la guerra?

Porque, tras las elecciones estadounidenses de 2016, las élites de la trastienda política estadounidense culparon a la democracia y al populismo de producir malos resultados electorales. El anti-establishment Trump había ganado realmente en EEUU; Bolsonaro también ganó, Farage surgió, Modi volvió a ganar, y el Brexit, etc., etc.

Pronto se proclamó que las elecciones estaban fuera de control, arrojando extraños ‘ganadores’. Tales resultados inoportunos amenazaban las estructuras profundamente arraigadas que proyectaban y salvaguardaban los intereses oligárquicos estadounidenses arraigados desde hacía mucho tiempo en todo el mundo, al someterlos (¡oh, el horror!) al escrutinio de los votantes.

En 2023, el New York Times publicaba artículos titulados: Las elecciones son malas para la democracia.

Rod Blagojevich explicó en el The Wall Street Journal, a principios de este año, lo esencial de lo que había fallado en el sistema:

Nosotros [él y Obama] crecimos en la política de Chicago. Entendemos cómo funciona: con los jefes por encima del pueblo. El Sr. Obama aprendió bien las lecciones. Y lo que acaba de hacerle al Sr. Biden es lo que los jefes políticos han estado haciendo en Chicago desde el incendio de 1871: Selecciones disfrazadas de elecciones.

Aunque los jefes demócratas de hoy pueden tener un aspecto diferente al del antiguo tipo que mascaba puros con un anillo en el meñique, operan de la misma manera: en las sombras de la trastienda. Obama, Nancy Pelosi y los ricos donantes -las élites de Hollywood y Silicon Valley- son los nuevos jefes del Partido Demócrata actual. Ellos mandan. Los votantes, en su mayoría trabajadores, están ahí para que les mientan, manipulen y controlen.

La Convención Nacional Demócrata que se celebrará en Chicago el mes que viene proporcionará el escenario y el lugar perfectos [para designar a un] candidato, no al candidato de los votantes. Democracia, no. Política de jefes de sala de Chicago, sí.

El problema era que la revelación de la demencia de Biden había arrancado la máscara del sistema.

El modelo de Chicago no es muy diferente de cómo funciona la democracia de la Unión Europea. Millones de personas votaron en las recientes elecciones parlamentarias europeas; los partidos «No Staatsparteien» cosecharon grandes éxitos. El mensaje enviado fue claro, pero nada cambió.

Guerra cultural

2016 representó el inicio de la guerra cultural, como Mike Benz ha descrito con gran detalle. Trump, un completo intruso, se había estrellado contra las barandillas del Sistema para ganar la Presidencia. Se sostenía que el populismo y la ‘desinformación’ eran la causa. En 2017, la OTAN describía la ‘desinformación’ como la mayor amenaza a la que se enfrentaban las naciones occidentales.

Los movimientos designados como populistas se percibían no sólo como hostiles a las políticas de sus oponentes, sino también a los valores de las élites.

Para combatir esta amenaza, Benz, que hasta hace poco participaba directamente en el proyecto como alto funcionario del Departamento de Estado centrado en cuestiones tecnológicas, explica cómo los jefes de la trastienda hicieron un extraordinario “juego de manos”:

La ‘democracia’, dijeron, ya no debía definirse como un consensus Gentium, es decir, una resolución concertada entre los gobernados; sino que debía definirse como la ‘postura’ acordada, no por individuos, sino por instituciones que apoyan la democracia.

Una vez redefinida como “una alineación de instituciones de apoyo”, se añadió el segundo ‘giro’ a la reformulación de la democracia. El Establishment había previsto el riesgo de que, si se emprendía una infoguerra directa contra el populismo, ellos mismos quedarían retratados como autocráticos e imponiendo una censura de arriba abajo.

La solución al dilema de cómo llevar a cabo la campaña contra el populismo, según Benz, residía en la génesis del concepto de “toda la sociedad”, según el cual los medios de comunicación, las personas influyentes, las instituciones públicas, las ONG y los medios aliados serían acorralados y presionados para que se unieran a una coalición de censura aparentemente orgánica y ascendente, centrada en la lacra del populismo y la desinformación.

Este enfoque, en el que el gobierno se mantenía ‘a distancia’ del proceso de censura, parecía ofrecer una negación plausible de la implicación directa del gobierno; de la actuación autocrática de las autoridades.

Se gastaron miles de millones de dólares en levantar este ecosistema antidesinformación de tal modo que pareciera una emanación espontánea de la sociedad civil, y no la fachada Potemkin (1) que era.

Se organizaron seminarios para formar a los periodistas en las mejores prácticas y salvaguardias de desinformación de la Seguridad Nacional: detectar, mitigar, descartar y distraer. Se canalizaron fondos de investigación a unas 60 universidades para fundar “laboratorios de desinformación”, revela Benz.

El punto clave aquí es que el marco de ‘toda la sociedad’ podría facilitar la reincorporación a la corriente principal dominante de políticas de las estructuras fundamentales de la política exterior de largo plazo y en gran medida no expresadas (y a veces secretas), sobre cuya base se apalancan muchos intereses financieros y políticos clave de la élite.

Una alineación ideológica exteriormente anodina centrada en “nuestra democracia” y “nuestros valores” permitiría, no obstante, que la reintegración de estas estructuras duraderas a la política exterior (hostilidad a Rusia; apoyo a Israel; y antipatía hacia Irán) se reformulara como la bofetada retórica adecuada a los populistas.

La guerra puede intensificarse; puede que no termine con un ecosistema de desinformación. El New York Times publicó en julio un artículo en el que argumentaba que La Primera Enmienda está fuera de control y en agosto otro titulado La Constitución es sagrada. ¿Es también peligrosa?

La guerra, por el momento, está dirigida a los multimillonarios ‘sin control’: Pavel Durov, Elon Musk y su plataforma ‘X’. La supervivencia o no de Elon Musk será crucial para el curso de este aspecto de la guerra: La Ley de Servicios Digitales de la UE siempre fue concebida para servir como ‘Bruto’ al ‘César’ de Musk.

A lo largo de la historia, las élites que se cuidan y enriquecen a sí mismas han llegado a despreciar peligrosamente a sus pueblos. La represión ha sido la primera respuesta habitual.

La fría realidad aquí es que las recientes elecciones en Francia, Alemania, Gran Bretaña y para el Europarlamento revelan la profunda desconfianza y aversión hacia el Establishment:

La alienación es mundial, contra el Occidente posmoderno. Europa o se distanciará de él, o se verá envuelta en el odio hacia los «privilegiados ci-devant» (2). El fin del dólar es, de hecho, el análogo de la abolición de los derechos feudales. Es inevitable, pero también costará caro a los europeos.

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The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

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