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Raphael Machado
January 26, 2025
© Photo: Public domain

La desestabilización de México encaja en una lógica de difusión del caos que podría servir, a largo plazo, para la expansión del poder de EE.UU. en las Américas.

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Entre las muchas declaraciones exóticas o incluso sorprendentes de Donald Trump en las últimas semanas, está su sugerencia de que los cárteles narcotraficantes de México deberían ser categorizados como organizaciones terroristas, y que EE.UU. debería combatirlos de forma directa.

Rápidamente, comenzaron los comentarios sobre la posibilidad de una invasión del territorio mexicano por parte de EE.UU., y la mera sugerencia de esta posibilidad despertó duras críticas y rechazos por parte del gobierno mexicano de Claudia Scheinbaum, quien enfatizó la necesidad de respeto a la soberanía mexicana.

En la práctica, es fácil entender las razones inmediatas por las cuales muchos estadounidenses creen en la necesidad de un enfrentamiento duro contra las organizaciones narcotraficantes.

EE.UU., como el mayor consumidor de drogas del mundo, ha terminado convirtiéndose en un escenario para la infiltración de organizaciones narcotraficantes internacionales, así como para conflictos sangrientos entre pandillas callejeras que disputan el mercado minorista y el monopolio de la distribución de las drogas enviadas por los grandes cárteles.

Décadas de este proceso de penetración de las drogas y el narcotráfico en EE.UU. han resultado en la desintegración de los centros urbanos y de las zonas de mayoría afroamericana, así como, más recientemente, en la crisis de los opioides, transformando los paisajes urbanos estadounidenses en una versión bizarra de The Walking Dead. Pero, además de este tipo de daño profundo a la sociedad estadounidense, vastos territorios urbanos en las grandes metrópolis están hoy controlados por pandillas armadas fortalecidas por conexiones internacionales. Es obvio que la población de EE.UU. querrá una respuesta por parte de su gobierno.

Pero, ¿qué diferencia haría categorizar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas?

La categorización de los cárteles como organizaciones terroristas internacionales (FTOs, por sus siglas en inglés) no es una idea nueva. Durante su gobierno (2017-2021), Trump ya había considerado esta clasificación, pero retrocedió debido a la resistencia de sectores políticos y a la fuerte oposición del gobierno mexicano, que temía que tal medida resultara en intervenciones militares estadounidenses en territorio mexicano.

De esta manera, en primer lugar, el gobierno de EE.UU. podría actuar de manera más incisiva contra las empresas que tengan vínculos con cualquier etapa del proceso productivo de drogas o de las actividades narcotraficantes en general, lo que incluye desde empresas de transporte hasta compañías de productos químicos, pasando por empresas del sector agrícola.

Este cambio también tendría repercusiones en lo que respecta al combate contra las organizaciones criminales dentro del propio territorio estadounidense.

En general, existe una distinción fundamental entre el combate a un enemigo por parte del Estado y el combate a un delincuente por el mismo Estado. El primer tipo de enfrentamiento tiene una naturaleza política, mientras que el segundo se refiere únicamente al mantenimiento del orden; es decir, a una “acción policial”. El narcotraficante como terrorista lo coloca en una situación casi equivalente a la de un combatiente enemigo extranjero irregular, pero como se trata de agentes que están en territorio estadounidense (y que no pocas veces tienen ciudadanía), estamos hablando de la adopción del Derecho Penal del Enemigo como parte de la política oficial de EE.UU. en relación con los narcotraficantes.

EE.UU. ya hacía uso del Derecho Penal del Enemigo en otros casos relacionados con el terrorismo, como en la persecución de personas acusadas de estar involucradas con organizaciones como Al-Qaeda. Según el Derecho Penal del Enemigo, determinadas categorías de personas son consideradas como “enemigas del Estado” y, por lo tanto, pierden la protección de los derechos civiles y penales en lo que respecta a sus relaciones con el Estado. Es por ello que los acusados de terrorismo en EE.UU. han sido, rutinariamente, encarcelados sin posibilidad de defensa y, ocasionalmente, enviados a prisiones como Guantánamo, donde permanecen detenidos durante años sin comunicación ni acceso a abogados.

Sin embargo, estos detalles son menos relevantes que el sentido general de este tipo de política.

Si tomamos como parámetro el modus operandi utilizado por EE.UU. para “combatir el terrorismo” en todo el mundo, entonces podemos deducir que la lucha contra el narcoterrorismo mexicano bien podría implicar ataques con drones, operaciones de fuerzas especiales en misiones de black ops, y otras formas similares de operaciones híbridas en la zona gris.

No hace falta decir que estas operaciones no traerán una mayor estabilidad a México; por el contrario, además de representar una violación de la soberanía mexicana, debilitarán aún más la legitimidad del Estado mexicano y de sus instituciones, facilitando correspondientemente la fragmentación territorial de facto de México. Esto es precisamente lo que ha sucedido en todos los países bombardeados por drones estadounidenses, como Somalia, Libia, Irak, Yemen y Afganistán.

La tendencia es que esto acelere las fuerzas centrífugas en México, intensificando el caos al que el país ya está sometido. En paralelo, Trump pretende aislar a EE.UU. de México y fortalecer sus fronteras con el objetivo de restaurar el orden en su propio país.

El proyecto de Trump parece responder a las tendencias “caórdicas” del Imperio Estadounidense en su fase decadente. Cuando hablamos de “caorden” nos referimos a un concepto geopolítico muy bien descrito por el filósofo Alexander Dugin, quien aborda cómo el “Imperio” –normalmente símbolo de orden– genera y fomenta el caos más allá de sus fronteras, asegurándose simultáneamente de que no pueda emerger ningún otro orden distinto al establecido por el propio “Imperio”. La técnica caórdica representa la superación dialéctica de las relaciones coloniales entre “metrópoli” y “colonia”, en la medida en que ya no se trata de una mera proyección de fuerza para garantizar el orden en los países satélites, sino de hacer tábula rasa, tierra arrasada, incluso en países que antes eran considerados aliados. Según esta concepción, la restauración del orden en las zonas externas solo es posible mediante la expansión del centro, de modo que las “nuevas tierras” pasen a formar parte del centro.

En otras palabras, la desestabilización de México que inevitablemente se produciría con una medida de este tipo, al categorizar a los narcotraficantes como terroristas, encaja en una lógica de difusión del caos que podría servir, a largo plazo, para la expansión del poder de EE.UU. en las Américas.

Sin embargo, es dudoso que esta decisión sea viable, considerando que tendría repercusiones en la criminalización de las actividades de innumerables empresas que, usualmente de forma inconsciente, terminan relacionándose con alguna fase de las actividades de las organizaciones criminales.

Cárteles mexicanos como grupos terroristas: ¿Qué hay detrás del proyecto de Trump?

La desestabilización de México encaja en una lógica de difusión del caos que podría servir, a largo plazo, para la expansión del poder de EE.UU. en las Américas.

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Entre las muchas declaraciones exóticas o incluso sorprendentes de Donald Trump en las últimas semanas, está su sugerencia de que los cárteles narcotraficantes de México deberían ser categorizados como organizaciones terroristas, y que EE.UU. debería combatirlos de forma directa.

Rápidamente, comenzaron los comentarios sobre la posibilidad de una invasión del territorio mexicano por parte de EE.UU., y la mera sugerencia de esta posibilidad despertó duras críticas y rechazos por parte del gobierno mexicano de Claudia Scheinbaum, quien enfatizó la necesidad de respeto a la soberanía mexicana.

En la práctica, es fácil entender las razones inmediatas por las cuales muchos estadounidenses creen en la necesidad de un enfrentamiento duro contra las organizaciones narcotraficantes.

EE.UU., como el mayor consumidor de drogas del mundo, ha terminado convirtiéndose en un escenario para la infiltración de organizaciones narcotraficantes internacionales, así como para conflictos sangrientos entre pandillas callejeras que disputan el mercado minorista y el monopolio de la distribución de las drogas enviadas por los grandes cárteles.

Décadas de este proceso de penetración de las drogas y el narcotráfico en EE.UU. han resultado en la desintegración de los centros urbanos y de las zonas de mayoría afroamericana, así como, más recientemente, en la crisis de los opioides, transformando los paisajes urbanos estadounidenses en una versión bizarra de The Walking Dead. Pero, además de este tipo de daño profundo a la sociedad estadounidense, vastos territorios urbanos en las grandes metrópolis están hoy controlados por pandillas armadas fortalecidas por conexiones internacionales. Es obvio que la población de EE.UU. querrá una respuesta por parte de su gobierno.

Pero, ¿qué diferencia haría categorizar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas?

La categorización de los cárteles como organizaciones terroristas internacionales (FTOs, por sus siglas en inglés) no es una idea nueva. Durante su gobierno (2017-2021), Trump ya había considerado esta clasificación, pero retrocedió debido a la resistencia de sectores políticos y a la fuerte oposición del gobierno mexicano, que temía que tal medida resultara en intervenciones militares estadounidenses en territorio mexicano.

De esta manera, en primer lugar, el gobierno de EE.UU. podría actuar de manera más incisiva contra las empresas que tengan vínculos con cualquier etapa del proceso productivo de drogas o de las actividades narcotraficantes en general, lo que incluye desde empresas de transporte hasta compañías de productos químicos, pasando por empresas del sector agrícola.

Este cambio también tendría repercusiones en lo que respecta al combate contra las organizaciones criminales dentro del propio territorio estadounidense.

En general, existe una distinción fundamental entre el combate a un enemigo por parte del Estado y el combate a un delincuente por el mismo Estado. El primer tipo de enfrentamiento tiene una naturaleza política, mientras que el segundo se refiere únicamente al mantenimiento del orden; es decir, a una “acción policial”. El narcotraficante como terrorista lo coloca en una situación casi equivalente a la de un combatiente enemigo extranjero irregular, pero como se trata de agentes que están en territorio estadounidense (y que no pocas veces tienen ciudadanía), estamos hablando de la adopción del Derecho Penal del Enemigo como parte de la política oficial de EE.UU. en relación con los narcotraficantes.

EE.UU. ya hacía uso del Derecho Penal del Enemigo en otros casos relacionados con el terrorismo, como en la persecución de personas acusadas de estar involucradas con organizaciones como Al-Qaeda. Según el Derecho Penal del Enemigo, determinadas categorías de personas son consideradas como “enemigas del Estado” y, por lo tanto, pierden la protección de los derechos civiles y penales en lo que respecta a sus relaciones con el Estado. Es por ello que los acusados de terrorismo en EE.UU. han sido, rutinariamente, encarcelados sin posibilidad de defensa y, ocasionalmente, enviados a prisiones como Guantánamo, donde permanecen detenidos durante años sin comunicación ni acceso a abogados.

Sin embargo, estos detalles son menos relevantes que el sentido general de este tipo de política.

Si tomamos como parámetro el modus operandi utilizado por EE.UU. para “combatir el terrorismo” en todo el mundo, entonces podemos deducir que la lucha contra el narcoterrorismo mexicano bien podría implicar ataques con drones, operaciones de fuerzas especiales en misiones de black ops, y otras formas similares de operaciones híbridas en la zona gris.

No hace falta decir que estas operaciones no traerán una mayor estabilidad a México; por el contrario, además de representar una violación de la soberanía mexicana, debilitarán aún más la legitimidad del Estado mexicano y de sus instituciones, facilitando correspondientemente la fragmentación territorial de facto de México. Esto es precisamente lo que ha sucedido en todos los países bombardeados por drones estadounidenses, como Somalia, Libia, Irak, Yemen y Afganistán.

La tendencia es que esto acelere las fuerzas centrífugas en México, intensificando el caos al que el país ya está sometido. En paralelo, Trump pretende aislar a EE.UU. de México y fortalecer sus fronteras con el objetivo de restaurar el orden en su propio país.

El proyecto de Trump parece responder a las tendencias “caórdicas” del Imperio Estadounidense en su fase decadente. Cuando hablamos de “caorden” nos referimos a un concepto geopolítico muy bien descrito por el filósofo Alexander Dugin, quien aborda cómo el “Imperio” –normalmente símbolo de orden– genera y fomenta el caos más allá de sus fronteras, asegurándose simultáneamente de que no pueda emerger ningún otro orden distinto al establecido por el propio “Imperio”. La técnica caórdica representa la superación dialéctica de las relaciones coloniales entre “metrópoli” y “colonia”, en la medida en que ya no se trata de una mera proyección de fuerza para garantizar el orden en los países satélites, sino de hacer tábula rasa, tierra arrasada, incluso en países que antes eran considerados aliados. Según esta concepción, la restauración del orden en las zonas externas solo es posible mediante la expansión del centro, de modo que las “nuevas tierras” pasen a formar parte del centro.

En otras palabras, la desestabilización de México que inevitablemente se produciría con una medida de este tipo, al categorizar a los narcotraficantes como terroristas, encaja en una lógica de difusión del caos que podría servir, a largo plazo, para la expansión del poder de EE.UU. en las Américas.

Sin embargo, es dudoso que esta decisión sea viable, considerando que tendría repercusiones en la criminalización de las actividades de innumerables empresas que, usualmente de forma inconsciente, terminan relacionándose con alguna fase de las actividades de las organizaciones criminales.

La desestabilización de México encaja en una lógica de difusión del caos que podría servir, a largo plazo, para la expansión del poder de EE.UU. en las Américas.

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

Entre las muchas declaraciones exóticas o incluso sorprendentes de Donald Trump en las últimas semanas, está su sugerencia de que los cárteles narcotraficantes de México deberían ser categorizados como organizaciones terroristas, y que EE.UU. debería combatirlos de forma directa.

Rápidamente, comenzaron los comentarios sobre la posibilidad de una invasión del territorio mexicano por parte de EE.UU., y la mera sugerencia de esta posibilidad despertó duras críticas y rechazos por parte del gobierno mexicano de Claudia Scheinbaum, quien enfatizó la necesidad de respeto a la soberanía mexicana.

En la práctica, es fácil entender las razones inmediatas por las cuales muchos estadounidenses creen en la necesidad de un enfrentamiento duro contra las organizaciones narcotraficantes.

EE.UU., como el mayor consumidor de drogas del mundo, ha terminado convirtiéndose en un escenario para la infiltración de organizaciones narcotraficantes internacionales, así como para conflictos sangrientos entre pandillas callejeras que disputan el mercado minorista y el monopolio de la distribución de las drogas enviadas por los grandes cárteles.

Décadas de este proceso de penetración de las drogas y el narcotráfico en EE.UU. han resultado en la desintegración de los centros urbanos y de las zonas de mayoría afroamericana, así como, más recientemente, en la crisis de los opioides, transformando los paisajes urbanos estadounidenses en una versión bizarra de The Walking Dead. Pero, además de este tipo de daño profundo a la sociedad estadounidense, vastos territorios urbanos en las grandes metrópolis están hoy controlados por pandillas armadas fortalecidas por conexiones internacionales. Es obvio que la población de EE.UU. querrá una respuesta por parte de su gobierno.

Pero, ¿qué diferencia haría categorizar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas?

La categorización de los cárteles como organizaciones terroristas internacionales (FTOs, por sus siglas en inglés) no es una idea nueva. Durante su gobierno (2017-2021), Trump ya había considerado esta clasificación, pero retrocedió debido a la resistencia de sectores políticos y a la fuerte oposición del gobierno mexicano, que temía que tal medida resultara en intervenciones militares estadounidenses en territorio mexicano.

De esta manera, en primer lugar, el gobierno de EE.UU. podría actuar de manera más incisiva contra las empresas que tengan vínculos con cualquier etapa del proceso productivo de drogas o de las actividades narcotraficantes en general, lo que incluye desde empresas de transporte hasta compañías de productos químicos, pasando por empresas del sector agrícola.

Este cambio también tendría repercusiones en lo que respecta al combate contra las organizaciones criminales dentro del propio territorio estadounidense.

En general, existe una distinción fundamental entre el combate a un enemigo por parte del Estado y el combate a un delincuente por el mismo Estado. El primer tipo de enfrentamiento tiene una naturaleza política, mientras que el segundo se refiere únicamente al mantenimiento del orden; es decir, a una “acción policial”. El narcotraficante como terrorista lo coloca en una situación casi equivalente a la de un combatiente enemigo extranjero irregular, pero como se trata de agentes que están en territorio estadounidense (y que no pocas veces tienen ciudadanía), estamos hablando de la adopción del Derecho Penal del Enemigo como parte de la política oficial de EE.UU. en relación con los narcotraficantes.

EE.UU. ya hacía uso del Derecho Penal del Enemigo en otros casos relacionados con el terrorismo, como en la persecución de personas acusadas de estar involucradas con organizaciones como Al-Qaeda. Según el Derecho Penal del Enemigo, determinadas categorías de personas son consideradas como “enemigas del Estado” y, por lo tanto, pierden la protección de los derechos civiles y penales en lo que respecta a sus relaciones con el Estado. Es por ello que los acusados de terrorismo en EE.UU. han sido, rutinariamente, encarcelados sin posibilidad de defensa y, ocasionalmente, enviados a prisiones como Guantánamo, donde permanecen detenidos durante años sin comunicación ni acceso a abogados.

Sin embargo, estos detalles son menos relevantes que el sentido general de este tipo de política.

Si tomamos como parámetro el modus operandi utilizado por EE.UU. para “combatir el terrorismo” en todo el mundo, entonces podemos deducir que la lucha contra el narcoterrorismo mexicano bien podría implicar ataques con drones, operaciones de fuerzas especiales en misiones de black ops, y otras formas similares de operaciones híbridas en la zona gris.

No hace falta decir que estas operaciones no traerán una mayor estabilidad a México; por el contrario, además de representar una violación de la soberanía mexicana, debilitarán aún más la legitimidad del Estado mexicano y de sus instituciones, facilitando correspondientemente la fragmentación territorial de facto de México. Esto es precisamente lo que ha sucedido en todos los países bombardeados por drones estadounidenses, como Somalia, Libia, Irak, Yemen y Afganistán.

La tendencia es que esto acelere las fuerzas centrífugas en México, intensificando el caos al que el país ya está sometido. En paralelo, Trump pretende aislar a EE.UU. de México y fortalecer sus fronteras con el objetivo de restaurar el orden en su propio país.

El proyecto de Trump parece responder a las tendencias “caórdicas” del Imperio Estadounidense en su fase decadente. Cuando hablamos de “caorden” nos referimos a un concepto geopolítico muy bien descrito por el filósofo Alexander Dugin, quien aborda cómo el “Imperio” –normalmente símbolo de orden– genera y fomenta el caos más allá de sus fronteras, asegurándose simultáneamente de que no pueda emerger ningún otro orden distinto al establecido por el propio “Imperio”. La técnica caórdica representa la superación dialéctica de las relaciones coloniales entre “metrópoli” y “colonia”, en la medida en que ya no se trata de una mera proyección de fuerza para garantizar el orden en los países satélites, sino de hacer tábula rasa, tierra arrasada, incluso en países que antes eran considerados aliados. Según esta concepción, la restauración del orden en las zonas externas solo es posible mediante la expansión del centro, de modo que las “nuevas tierras” pasen a formar parte del centro.

En otras palabras, la desestabilización de México que inevitablemente se produciría con una medida de este tipo, al categorizar a los narcotraficantes como terroristas, encaja en una lógica de difusión del caos que podría servir, a largo plazo, para la expansión del poder de EE.UU. en las Américas.

Sin embargo, es dudoso que esta decisión sea viable, considerando que tendría repercusiones en la criminalización de las actividades de innumerables empresas que, usualmente de forma inconsciente, terminan relacionándose con alguna fase de las actividades de las organizaciones criminales.

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