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Hugo Dionísio
November 16, 2024
© Photo: Public domain

Votar por Trump esperando que resuelva los problemas de las condiciones de vida de las masas trabajadoras estadounidenses es como abandonar a un sediento en el desierto.

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Inmigración, aborto, wokismo, guerra de Ucrania, guerras eternas, reindustrialización y proteccionismo. Con excepción del aborto y el wokismo (identitarismo), que son cuestiones de conciencia y no de política estructural, todos ellos representan, en cierto sentido, algunas de las consecuencias más brutales del neoliberalismo en EEUU, identificables entre las grandes causas de la derrota de Kamala y de la victoria de Trump.

La desindustrialización, destacada por Trump como una de las grandes causas de la pérdida de poder de su EEUU, se produjo como causa directa de la financierización de la economía (acelerada por el republicano Nixon), convirtiendo la economía de casino en el motor económico de EEUU. Carente de industrias se produjo el deterioro del poder real que fue resuelto mediante el patrocinio de conflictos perpetuos. Las guerras eternas le pasan una dolorosa factura a la economía occidental (Europa incluida) y son un obstáculo para la inversión pública en infraestructura y otras necesidades. El pillaje que le da vida a BlackRock, a Monsanto, a Golden Sachs, y a otros, no enriquece al pueblo estadounidense, sino que se acumula en pocas manos.

Como forma de desviar la atención, amedrentar y anestesiar a las masas, se renuevan la rusofobia y la Guerra Fría y se promueve el identitarismo, provocando la atomización social y la fractura de movimientos sociales que, de manera consistente y coherente, podrían desafiar esta situación. El resultado es la instalación de un sentimiento de inestabilidad y precariedad que permea todos los aspectos de la vida.

Trump surge como la solución que habría de cumplir la aspiración de estabilidad y cierta «normalidad» en los hábitos, en la economía, en el trabajo, en la familia. Kamala nunca pudo liberarse de la acusación de que quiere que continúen los factores que han provocado esta desintegración social.

La victoria anunciada por Trump demuestra que los «éxitos» económicos de Biden no fueron reconocidos por la población. Las conquistas oligárquicas nunca llegaron a los bolsillos de los trabajadores. El Partido Demócrata se negó a reconocer este hecho y, en consecuencia, le aseguró la victoria a Trump.

Explicada la causa, resta establecer sus constituyentes, que enumeraré, aleatoriamente:

  1. El papel de las guerras eternas

Trump utilizó esta bandera con maestría, capitalizando factores como el miedo a una guerra mundial; la opacidad del complejo militar-industrial; su falta de control sobre el dinero y el hecho de que opera más allá de las reglas democráticas, sin auditoría ni escrutinio, ni la necesidad de justificar su coste. Además, la más que previsible derrota de la OTAN en Ucrania trae consigo otra novedad, que consiste en un cierto descrédito de la mítica —pero nunca demostrada— capacidad militar de EEUU. Trump se presentó como el candidato que resolvería conflictos eternos, liberando al pueblo estadounidense de esta carga, pero, al mismo tiempo, recuperando su perdida gloria militar. Una especie de nacionalismo del ocaso de los imperios, por el que todos han de pasar.

Esta suposición plante dos problemas: el primero es que el discurso pacifista y en pro del fin de la guerra deberían, conceptualmente, identificarse con Kamala; el segundo es que, creer que Trump podrá, o incluso querrá, poner fin al militarismo estadounidense es, cuanto menos, un chiste. Puede que Trump incluso enfríe algunos conflictos, pero atizará otros, a tono con su arrogancia y narcisismo, inherentes a la ideología del destino manifiesto estadounidense, que comparten todas sus facciones oligárquicas.

Sin embargo, como se verá, Trump no sólo aumentará el gasto militar, en consonancia con el Mandato 2025 de la Heritage Foundation, sino que también deberá alimentar conflictos para justificarlo. Posiblemente más conflictos fríos que calientes, pero conflictos al fin y al cabo. Europa será una de las mayores penalizadas por su propia cobardía. Trump no dejará de extorsionar a los cobardes políticos europeos por lo que considera su justa contribución a una OTAN que sólo sirve a EEUU y a nadie más.

Trump se nutre con la ausencia de un discurso pacifista, defendiendo el fin de las guerras eternas, que no es lo mismo que decir «el fin de la guerra» y, ciertamente, tampoco significa «el fin de los conflictos» y de las tensiones militares.

  1. La inmigración incrimina a las personas equivocadas

El uso de esta bandera no es nuevo. Sin embargo, tanto allá como acá, lo que Trump no dice es que quienes exigen que los gobiernos occidentales abran las «puertas» migratorias son las propias patronales. Ningún emigrante se desplaza a un país si considera que allí no encontrará trabajo. Es la esperanza de que encontrará trabajo lo que les atrae. Esta información circula a través de las redes del tráfico de personas y llega a los más pobres, quienes se aferran a tal posibilidad.

Y, ¿quién difunde la información? Basta ver, por ejemplo, la posición de las asociaciones patronales europeas al respecto. Consideran que se necesitan más inmigrantes. Después de todo, reclaman mano de obra barata, disponible, de buen comportamiento y desechable, que ejerza presión a la baja sobre los costos salariales de los pueblos autóctonos. Al respecto, Trump —la extrema derecha— nada dice al respecto.

De hecho, la extrema derecha capitaliza masivamente los problemas de exclusión social vinculados a los flujos de inmigrantes y sus descendientes. Y la culpa por esta exclusión social es, nuevamente, del Partido Demócrata, que responde a las patronales, manteniendo o aumentando el número de inmigrantes, pero el dinero que debería utilizarse para integrar a estas personas y a sus hijos, se vilipendia en la guerra y para financiar a las grandes corporaciones. El paquete antiinflacionario que Biden (la Ley de Reducción de la Inflación) financiara, por un monto de cientos de miles de millones de dólares, costeó la compra de capital en Bolsa por las propias corporaciones, para que pudieran aumentar artificialmente su valor. Ese dinero no se utilizó para mejorar el acceso a la salud, la vivienda o la seguridad social, que son las características distintivas del Partido Demócrata. Este partido ha sido penalizado por tratar a los inmigrantes como los trata el Partido Republicano cuando le toca gobernar.

  1. El colapso democrático de la cuestión palestina

El Partido Demócrata perdió gran parte de la confianza que la juventud estadounidense le brindaba sobre la cuestión palestina. Si hasta ahora, para bien o para mal, los jóvenes progresistas y los adultos antisionistas veían al Partido Demócrata —cuando menos— como una especie de pacificador, frente al antiarabismo republicano, con Biden y Kamala, todo se ha esfumado.

Con Biden y Kamala, el mundo ha sido testigo, en directo, de un genocidio inaceptable. Ha sido bajo una administración demócrata que EEUU se embarcó en una guerra en dos frentes, uno de ellos contra un pueblo indefenso y el otro con las consecuencias más impredecibles.

Así las cosas, Kamala y el PD no lograron establecer una diferencia sustancial respecto a Trump y, si alguien en este asunto sacó provecho electoral ha sido la candidatura de este último. Al menos habrá captado algunos votos a los que antes no tendría acceso. El hecho de que defienda el fin de las guerras eternas y diga que no aboga por un conflicto con Irán logró, también en este aspecto, establecer una diferencia importante.

  1. La antipatía que generan las actuales caras del Partido Demócrata

El establishment estaba convencido de que al pueblo estadounidense le agradaba Hillary Clinton. Estaba equivocado. Hillary era «Killary» y no se granjeaba ninguna simpatía. Esos mismos estaban convencidos de que Kamala no fracasaría. Todo lo que había que hacer era ponerla delante de un teleprompter y listo. No hacía falta que dijera mucho, y menos que pensara. Nadie ha podido sacar provecho de nada positivo de Kamala. Las veces que estuvo sin teleprompter, la improvisación fue desastrosa. Su incapacidad oratoria, retórica y teórica era evidente.

Pero el hecho de que fuese mujer, sumado a su condición de «morena», no podía fallar. El truco había funcionado con Obama, ¿por qué habría de fracasar ahora? Obama fue el genocida más carismático de la historia. Mientras hacía alarde de su enorme capacidad discursiva, encerraba a niños en jaulas en la frontera sur, amenazaba a Siria con una invasión, creaba las condiciones para la entrada del Estado Islámico en Siria e Iraq, destruía Libia y apoyaba a los neonazis en Ucrania.

Esta apuesta por una figura inocua, insulsa e incapaz no es algo inédito y sí un reflejo del enorme vacío en el actual liderazgo. Biden fue el último de los líderes del aparato demócrata y estadounidense. Los grandes donantes impidieron que personas como Cornel West, Jill Stein o Bernie Sanders se hicieran eco de las inquietudes populares de la juventud y la clase trabajadora. Esta es la esencia de la «democracy» yanqui en su plenitud.

  1. Aprovechar la antipatía hacia el sistema y la situación

La precariedad de la vida, sus duras condiciones, el estancamiento ideológico del sistema y su obstrucción a cualquier alternancia; y con el estancamiento, la podredumbre y el deterioro, asociados a la ausencia de alternativas, han creado las contradicciones ideales para que surjan movimientos que defiendan, aunque solo sea en apariencia, alguna alternativa. Es una ley de vida. Si el agua no fluye por aquí, lo hará por allá.

Sin embargo, el Partido Demócrata, al igual que los partidos socialdemócratas en Europa, han sido controlados por el neoliberalismo. Durante sus mandatos se hizo evidente el deterioro de los servicios públicos, lo que resultó en una desmoralización ideológica, no sólo de la socialdemocracia, sino de todas las fuerzas progresistas y democráticas consideradas moderadas. Los radicales son personas non grata y ya no constituyen una diferencia efectiva con respecto a otras fuerzas de la derecha.

Cuando tenemos un Partido Demócrata que defiende la hegemonía y el globalismo neoliberal, un partido socialista o socialdemócrata que defiende la Europa neoliberal y el revisionismo histórico, aliándose con los neoliberales y los neoconservadores, se le abre el espacio a simulacros que surjan como una alternativa desde la derecha. La realidad nunca se detiene.

Trump emerge como una alternativa al sistema que lo ha construido y del que se alimenta. Y tiene éxito porque el establishment ha transformado el sistema occidental de partidos en un amplio campo de derecha neoliberal y neoconservadora, por el que desfilan figuras en apariencia diferentes pero iguales en sustancia, al servicio de las elites, y cuyo objetivo es mantener la apariencia de un movimiento democrático, cuando en la práctica tal cosa no existe.

Después de todo, es JD Vance —el vicepresidente de Trump— quien parece oponerse a las reubicaciones en México y China. ¿No deberían haber sido los demócratas quienes hicieran esto? Cuando vemos a Biden gravando a las marcas chinas para que no entren al mercado estadounidense, cabe la pregunta de si no debió acordarse de hacerlo con las empresas de su país, que se deslocalizaron hacia América Latina y Asia. ¿Por qué el Partido Demócrata se confabuló en la destrucción de la capacidad industrial estadounidense?

  1. Aborto y preocupación por los vivos

No ha sido solo el aborto, una bandera que se puede capitalizar en una sociedad reaccionaria y muy religiosa. De nada sirve que las Kamalas de ocasión argumenten que a un trumpista, o a un republicano tradicional, le importan más

los fetos humanos que la vida de los que ya han nacido, si después han de mantener sus salarios congelados durante más de 40 años, permitiendo que la riqueza vuelva a concentrarse en la misma proporción que en los años 30 del siglo XX, sin que construyan una red de guarderías gratuitas, ni apoyen la formación de familias, ni la natalidad, etc. Su discurso se contradice con lo que suelen hacer en la ida real.

¿En qué consiste la moral para defender el aborto en una situación como ésta? Incluso si existiera, estaría condicionada en gran medida por el fracaso de las políticas sociales del PD. ¿Cómo pueden decir que el aborto es defendible como último recurso, cuando son responsables directos de no crear las condiciones para dar sostén a los nacimientos, que hacen de este «último recurso» el primero en su escala de prioridades?

  1. La defensa de la «normalidad»

La vinculación del wokismo (identitarismo) neoliberal con la izquierda, y de la propaganda LGBTQ con los movimientos de izquierda, también es responsabilidad del Partido Demócrata y de los partidos socialdemócratas que tiraron por la borda el universalismo, y optaron por centrarse en la atomización de la identidad y la liberalización de género.

Han empoderado a mujeres, homosexuales, latinos, negros, trans, usando como criterio su identidad y no por lo que realmente sean. Elegir a un homosexual inepto, sólo porque es homosexual, en nada favorece al movimiento homo; elegir a una mujer incompetente, sólo por su condición sexual, en nada sirve a la causa de las mujeres. Una Von Der Leyen, siendo mujer, perpetúa la guerra. Um Rangel (Ministro de Asuntos Exteriores de Portugal), en su condición de homosexual, perpetúa la guerra. ¿Esto en qué beneficia a la gente?

La utilización oportunista del wokismo ha atomizado a las identidades y a la propia sociedad. La propaganda woke se utiliza como bandera política y signo de sofisticación y libertad mental; sin embargo, su efecto es transmitir a la sociedad que su «normalidad» está en juego. Podemos cuestionarnos si la «normalidad» incluye o no a otras identidades, pero siempre, naturalmente, como parte de un todo. El sistema sólo debiera asegurar que, independientemente de lo que se vote, se ha de tener derecho a las mismas condiciones de vida que los demás.

Sin embargo, el Partido Demócrata quedó atrapado en la idea de que lo más importante es poder hacer valer nuestra identidad, y hacerlo incluso ofensiva y panfletariamente. Lo que vale es que puedas optar por ser trans, homo o no binario, aunque te toque vivir como un sin techo y sin trabajo. Se trata de una inversión de prioridades. Lo que garantiza la libertad a la hora de elegir la identidad son las condiciones universales básicas necesarias para la supervivencia. Y no al revés. Defender a la primera desentendiéndose de la segunda, transmite un mensaje que trastoca y subvierte los hechos, socavando la apariencia de normalidad y la idea de estabilidad social, además de provocar una reacción adversa.

El wokismo consiste en una liberalización de la identidad y de la posibilidad de elección individual, en desconexión de su existencia material. Es, por tanto, un individualismo divisivo, un idealismo. El Partido Demócrata nunca debió haberse embarcado en el idealismo.

Al hacerlo, le permitió a Trump venderse a sí mismo como el custodio de la normalidad. ¡La extrema derecha se vende como la guardiana de la normalidad!

  1. El yerro de la carta de Zelenski contra Trump

Asociar a Trump con Putin y Rusia tenía como objetivo capitalizar una rusofobia que nunca se ha popularizado, excepto entre aquellos que se alimentan y viven del establishment. Ayer en Georgia, Putin volvió a escena. Supuestamente hubo amenazas de bomba procedentes de Rusia. Ya nadie cree en ello y los resultados en Georgia demuestran una cierta y creciente inmunidad popular a las estafas de la prensa corporativa.

La verdad es que pocos creen en Zelenski y menos aún quieren oírle hablar. En total desconexión con el sentimiento popular, creían que enfrentar a Trump con Zelenski afectaría a Trump. Tuvo el efecto contrario: convenció a muchos que dudaban de si Trump le pondría fin a la guerra que ese era el voto correcto.

Al igual que el pueblo ucraniano, nosotros en Occidente también estamos hartos de esta guerra.

  1. El descrédito de los mass media mainstream

Toda la prensa occidental dominante, incluso aquella alineada con el Partido Republicano (en EEUU tienen que declarar parcialidad partidista), presionó a favor de Kamala. Los halcones apoyaron Kamala.

La derrota de Kamala es la derrota de la prensa corporativa. La derrota de Kamala es la derrota de las narrativas encargadas por Wall Street, el Pentágono, la CIA o la Casa Blanca. Según Gallup, hoy en día los estadounidenses que no creen en absoluto en los mass media corporativos superan a los que aun creen algo en ellos.

Y Trump supo sacarle provecho. De la post-verdad en su primer mandato hasta el descrédito total en el segundo, Trump derrotó a la prensa mainstream. Aquí Elon Musk y su «X» (Twitter) jugaron un papel fundamental. «X» fue para Trump su fuerza de propaganda en línea. Nadie debería tener tanto poder como Musk, pero uno de los responsables en crear a estos poderes «neofeudales» ha sido el propio Partido Demócrata.

En conclusión:

La derrota de Kamala ha sido, por tanto, la victoria de la demagogia política, del mesianismo excepcionalista y del supremacismo, de los que el Partido Demócrata no se ha liberado, prohijando su normalización, y permitiendo que Trump ganara, pese a su manera exacerbada en cómo lo defiende. El Partido Demócrata nunca podría desmantelarlo en su esencia, ya que los propios demócratas también defienden el «liderazgo estadounidense», la «nación excepcional», todos los lemas gloriosos y neocolonialistas de la élite estadounidense, formulados durante el gobierno de Clinton.

La victoria de Trump ha significado la derrota de las empresas de análisis y asesoría, denunciadas como instrumentos para construir resultados; ha sido la derrota de la democracia, entendida como un sistema superior en el que ciudadanos informados y conscientes toman decisiones conscientes, de acuerdo con programas discutidos, reflexionados y debatidos.

El desfile de los partidarios de Trump sin la más mínima decencia política, intelectual o ideológica, o el desfile de los partidarios de Kamala sin la más mínima capacidad de transmitir ideas, en ambos casos, traídos a escena sólo por su popularidad, constituye uno de los tristes episodios de este espectáculo de circo decadente, al que llaman elecciones en EEUU.

Finalmente, Kamala, esta vez, impidió, con su falta de inteligencia, que el Partido Demócrata capitalizara los votos relacionados con la limitación en el porte de armas, presentándose ella misma como alguien que las tiene, hablando de ello con orgullo, lo que debe haber escandalizado a muchas personas decentes; el voto de los inmigrantes y descendientes de inmigrantes, preocupados por las constantes agresiones de EEUU contra sus países de origen (en el caso de los chinos, iraníes, cubanos, árabes y muchos otros); el voto de los pro palestinos y muchos votos de las clases trabajadoras.

No logró establecer una diferencia real con las políticas de Trump y, por lo tanto, provocó la desmovilización de sus seguidores y, debido a los factores que mencioné, hubo un trasiego de muchos votos en favor de la otra candidatura. El peso de las cuestiones internacionales puede que no sea muy grande, pero vemos que en ellas en poco se diferencian Kamala y Trump. Lo cual es inaceptable en una democracia.

Al final, sólo puede haber una conclusión: ganara quien ganara, el pueblo estadounidense sería el único perdedor. Votar por Trump esperando que resuelva los problemas de las condiciones de vida de las masas trabajadoras estadounidenses es como abandonar a un sediento en el desierto.

¡Y mirad en qué desierto estamos atrapados!

Trump, producto del colapso moral del partido demócrata

Votar por Trump esperando que resuelva los problemas de las condiciones de vida de las masas trabajadoras estadounidenses es como abandonar a un sediento en el desierto.

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

Inmigración, aborto, wokismo, guerra de Ucrania, guerras eternas, reindustrialización y proteccionismo. Con excepción del aborto y el wokismo (identitarismo), que son cuestiones de conciencia y no de política estructural, todos ellos representan, en cierto sentido, algunas de las consecuencias más brutales del neoliberalismo en EEUU, identificables entre las grandes causas de la derrota de Kamala y de la victoria de Trump.

La desindustrialización, destacada por Trump como una de las grandes causas de la pérdida de poder de su EEUU, se produjo como causa directa de la financierización de la economía (acelerada por el republicano Nixon), convirtiendo la economía de casino en el motor económico de EEUU. Carente de industrias se produjo el deterioro del poder real que fue resuelto mediante el patrocinio de conflictos perpetuos. Las guerras eternas le pasan una dolorosa factura a la economía occidental (Europa incluida) y son un obstáculo para la inversión pública en infraestructura y otras necesidades. El pillaje que le da vida a BlackRock, a Monsanto, a Golden Sachs, y a otros, no enriquece al pueblo estadounidense, sino que se acumula en pocas manos.

Como forma de desviar la atención, amedrentar y anestesiar a las masas, se renuevan la rusofobia y la Guerra Fría y se promueve el identitarismo, provocando la atomización social y la fractura de movimientos sociales que, de manera consistente y coherente, podrían desafiar esta situación. El resultado es la instalación de un sentimiento de inestabilidad y precariedad que permea todos los aspectos de la vida.

Trump surge como la solución que habría de cumplir la aspiración de estabilidad y cierta «normalidad» en los hábitos, en la economía, en el trabajo, en la familia. Kamala nunca pudo liberarse de la acusación de que quiere que continúen los factores que han provocado esta desintegración social.

La victoria anunciada por Trump demuestra que los «éxitos» económicos de Biden no fueron reconocidos por la población. Las conquistas oligárquicas nunca llegaron a los bolsillos de los trabajadores. El Partido Demócrata se negó a reconocer este hecho y, en consecuencia, le aseguró la victoria a Trump.

Explicada la causa, resta establecer sus constituyentes, que enumeraré, aleatoriamente:

  1. El papel de las guerras eternas

Trump utilizó esta bandera con maestría, capitalizando factores como el miedo a una guerra mundial; la opacidad del complejo militar-industrial; su falta de control sobre el dinero y el hecho de que opera más allá de las reglas democráticas, sin auditoría ni escrutinio, ni la necesidad de justificar su coste. Además, la más que previsible derrota de la OTAN en Ucrania trae consigo otra novedad, que consiste en un cierto descrédito de la mítica —pero nunca demostrada— capacidad militar de EEUU. Trump se presentó como el candidato que resolvería conflictos eternos, liberando al pueblo estadounidense de esta carga, pero, al mismo tiempo, recuperando su perdida gloria militar. Una especie de nacionalismo del ocaso de los imperios, por el que todos han de pasar.

Esta suposición plante dos problemas: el primero es que el discurso pacifista y en pro del fin de la guerra deberían, conceptualmente, identificarse con Kamala; el segundo es que, creer que Trump podrá, o incluso querrá, poner fin al militarismo estadounidense es, cuanto menos, un chiste. Puede que Trump incluso enfríe algunos conflictos, pero atizará otros, a tono con su arrogancia y narcisismo, inherentes a la ideología del destino manifiesto estadounidense, que comparten todas sus facciones oligárquicas.

Sin embargo, como se verá, Trump no sólo aumentará el gasto militar, en consonancia con el Mandato 2025 de la Heritage Foundation, sino que también deberá alimentar conflictos para justificarlo. Posiblemente más conflictos fríos que calientes, pero conflictos al fin y al cabo. Europa será una de las mayores penalizadas por su propia cobardía. Trump no dejará de extorsionar a los cobardes políticos europeos por lo que considera su justa contribución a una OTAN que sólo sirve a EEUU y a nadie más.

Trump se nutre con la ausencia de un discurso pacifista, defendiendo el fin de las guerras eternas, que no es lo mismo que decir «el fin de la guerra» y, ciertamente, tampoco significa «el fin de los conflictos» y de las tensiones militares.

  1. La inmigración incrimina a las personas equivocadas

El uso de esta bandera no es nuevo. Sin embargo, tanto allá como acá, lo que Trump no dice es que quienes exigen que los gobiernos occidentales abran las «puertas» migratorias son las propias patronales. Ningún emigrante se desplaza a un país si considera que allí no encontrará trabajo. Es la esperanza de que encontrará trabajo lo que les atrae. Esta información circula a través de las redes del tráfico de personas y llega a los más pobres, quienes se aferran a tal posibilidad.

Y, ¿quién difunde la información? Basta ver, por ejemplo, la posición de las asociaciones patronales europeas al respecto. Consideran que se necesitan más inmigrantes. Después de todo, reclaman mano de obra barata, disponible, de buen comportamiento y desechable, que ejerza presión a la baja sobre los costos salariales de los pueblos autóctonos. Al respecto, Trump —la extrema derecha— nada dice al respecto.

De hecho, la extrema derecha capitaliza masivamente los problemas de exclusión social vinculados a los flujos de inmigrantes y sus descendientes. Y la culpa por esta exclusión social es, nuevamente, del Partido Demócrata, que responde a las patronales, manteniendo o aumentando el número de inmigrantes, pero el dinero que debería utilizarse para integrar a estas personas y a sus hijos, se vilipendia en la guerra y para financiar a las grandes corporaciones. El paquete antiinflacionario que Biden (la Ley de Reducción de la Inflación) financiara, por un monto de cientos de miles de millones de dólares, costeó la compra de capital en Bolsa por las propias corporaciones, para que pudieran aumentar artificialmente su valor. Ese dinero no se utilizó para mejorar el acceso a la salud, la vivienda o la seguridad social, que son las características distintivas del Partido Demócrata. Este partido ha sido penalizado por tratar a los inmigrantes como los trata el Partido Republicano cuando le toca gobernar.

  1. El colapso democrático de la cuestión palestina

El Partido Demócrata perdió gran parte de la confianza que la juventud estadounidense le brindaba sobre la cuestión palestina. Si hasta ahora, para bien o para mal, los jóvenes progresistas y los adultos antisionistas veían al Partido Demócrata —cuando menos— como una especie de pacificador, frente al antiarabismo republicano, con Biden y Kamala, todo se ha esfumado.

Con Biden y Kamala, el mundo ha sido testigo, en directo, de un genocidio inaceptable. Ha sido bajo una administración demócrata que EEUU se embarcó en una guerra en dos frentes, uno de ellos contra un pueblo indefenso y el otro con las consecuencias más impredecibles.

Así las cosas, Kamala y el PD no lograron establecer una diferencia sustancial respecto a Trump y, si alguien en este asunto sacó provecho electoral ha sido la candidatura de este último. Al menos habrá captado algunos votos a los que antes no tendría acceso. El hecho de que defienda el fin de las guerras eternas y diga que no aboga por un conflicto con Irán logró, también en este aspecto, establecer una diferencia importante.

  1. La antipatía que generan las actuales caras del Partido Demócrata

El establishment estaba convencido de que al pueblo estadounidense le agradaba Hillary Clinton. Estaba equivocado. Hillary era «Killary» y no se granjeaba ninguna simpatía. Esos mismos estaban convencidos de que Kamala no fracasaría. Todo lo que había que hacer era ponerla delante de un teleprompter y listo. No hacía falta que dijera mucho, y menos que pensara. Nadie ha podido sacar provecho de nada positivo de Kamala. Las veces que estuvo sin teleprompter, la improvisación fue desastrosa. Su incapacidad oratoria, retórica y teórica era evidente.

Pero el hecho de que fuese mujer, sumado a su condición de «morena», no podía fallar. El truco había funcionado con Obama, ¿por qué habría de fracasar ahora? Obama fue el genocida más carismático de la historia. Mientras hacía alarde de su enorme capacidad discursiva, encerraba a niños en jaulas en la frontera sur, amenazaba a Siria con una invasión, creaba las condiciones para la entrada del Estado Islámico en Siria e Iraq, destruía Libia y apoyaba a los neonazis en Ucrania.

Esta apuesta por una figura inocua, insulsa e incapaz no es algo inédito y sí un reflejo del enorme vacío en el actual liderazgo. Biden fue el último de los líderes del aparato demócrata y estadounidense. Los grandes donantes impidieron que personas como Cornel West, Jill Stein o Bernie Sanders se hicieran eco de las inquietudes populares de la juventud y la clase trabajadora. Esta es la esencia de la «democracy» yanqui en su plenitud.

  1. Aprovechar la antipatía hacia el sistema y la situación

La precariedad de la vida, sus duras condiciones, el estancamiento ideológico del sistema y su obstrucción a cualquier alternancia; y con el estancamiento, la podredumbre y el deterioro, asociados a la ausencia de alternativas, han creado las contradicciones ideales para que surjan movimientos que defiendan, aunque solo sea en apariencia, alguna alternativa. Es una ley de vida. Si el agua no fluye por aquí, lo hará por allá.

Sin embargo, el Partido Demócrata, al igual que los partidos socialdemócratas en Europa, han sido controlados por el neoliberalismo. Durante sus mandatos se hizo evidente el deterioro de los servicios públicos, lo que resultó en una desmoralización ideológica, no sólo de la socialdemocracia, sino de todas las fuerzas progresistas y democráticas consideradas moderadas. Los radicales son personas non grata y ya no constituyen una diferencia efectiva con respecto a otras fuerzas de la derecha.

Cuando tenemos un Partido Demócrata que defiende la hegemonía y el globalismo neoliberal, un partido socialista o socialdemócrata que defiende la Europa neoliberal y el revisionismo histórico, aliándose con los neoliberales y los neoconservadores, se le abre el espacio a simulacros que surjan como una alternativa desde la derecha. La realidad nunca se detiene.

Trump emerge como una alternativa al sistema que lo ha construido y del que se alimenta. Y tiene éxito porque el establishment ha transformado el sistema occidental de partidos en un amplio campo de derecha neoliberal y neoconservadora, por el que desfilan figuras en apariencia diferentes pero iguales en sustancia, al servicio de las elites, y cuyo objetivo es mantener la apariencia de un movimiento democrático, cuando en la práctica tal cosa no existe.

Después de todo, es JD Vance —el vicepresidente de Trump— quien parece oponerse a las reubicaciones en México y China. ¿No deberían haber sido los demócratas quienes hicieran esto? Cuando vemos a Biden gravando a las marcas chinas para que no entren al mercado estadounidense, cabe la pregunta de si no debió acordarse de hacerlo con las empresas de su país, que se deslocalizaron hacia América Latina y Asia. ¿Por qué el Partido Demócrata se confabuló en la destrucción de la capacidad industrial estadounidense?

  1. Aborto y preocupación por los vivos

No ha sido solo el aborto, una bandera que se puede capitalizar en una sociedad reaccionaria y muy religiosa. De nada sirve que las Kamalas de ocasión argumenten que a un trumpista, o a un republicano tradicional, le importan más

los fetos humanos que la vida de los que ya han nacido, si después han de mantener sus salarios congelados durante más de 40 años, permitiendo que la riqueza vuelva a concentrarse en la misma proporción que en los años 30 del siglo XX, sin que construyan una red de guarderías gratuitas, ni apoyen la formación de familias, ni la natalidad, etc. Su discurso se contradice con lo que suelen hacer en la ida real.

¿En qué consiste la moral para defender el aborto en una situación como ésta? Incluso si existiera, estaría condicionada en gran medida por el fracaso de las políticas sociales del PD. ¿Cómo pueden decir que el aborto es defendible como último recurso, cuando son responsables directos de no crear las condiciones para dar sostén a los nacimientos, que hacen de este «último recurso» el primero en su escala de prioridades?

  1. La defensa de la «normalidad»

La vinculación del wokismo (identitarismo) neoliberal con la izquierda, y de la propaganda LGBTQ con los movimientos de izquierda, también es responsabilidad del Partido Demócrata y de los partidos socialdemócratas que tiraron por la borda el universalismo, y optaron por centrarse en la atomización de la identidad y la liberalización de género.

Han empoderado a mujeres, homosexuales, latinos, negros, trans, usando como criterio su identidad y no por lo que realmente sean. Elegir a un homosexual inepto, sólo porque es homosexual, en nada favorece al movimiento homo; elegir a una mujer incompetente, sólo por su condición sexual, en nada sirve a la causa de las mujeres. Una Von Der Leyen, siendo mujer, perpetúa la guerra. Um Rangel (Ministro de Asuntos Exteriores de Portugal), en su condición de homosexual, perpetúa la guerra. ¿Esto en qué beneficia a la gente?

La utilización oportunista del wokismo ha atomizado a las identidades y a la propia sociedad. La propaganda woke se utiliza como bandera política y signo de sofisticación y libertad mental; sin embargo, su efecto es transmitir a la sociedad que su «normalidad» está en juego. Podemos cuestionarnos si la «normalidad» incluye o no a otras identidades, pero siempre, naturalmente, como parte de un todo. El sistema sólo debiera asegurar que, independientemente de lo que se vote, se ha de tener derecho a las mismas condiciones de vida que los demás.

Sin embargo, el Partido Demócrata quedó atrapado en la idea de que lo más importante es poder hacer valer nuestra identidad, y hacerlo incluso ofensiva y panfletariamente. Lo que vale es que puedas optar por ser trans, homo o no binario, aunque te toque vivir como un sin techo y sin trabajo. Se trata de una inversión de prioridades. Lo que garantiza la libertad a la hora de elegir la identidad son las condiciones universales básicas necesarias para la supervivencia. Y no al revés. Defender a la primera desentendiéndose de la segunda, transmite un mensaje que trastoca y subvierte los hechos, socavando la apariencia de normalidad y la idea de estabilidad social, además de provocar una reacción adversa.

El wokismo consiste en una liberalización de la identidad y de la posibilidad de elección individual, en desconexión de su existencia material. Es, por tanto, un individualismo divisivo, un idealismo. El Partido Demócrata nunca debió haberse embarcado en el idealismo.

Al hacerlo, le permitió a Trump venderse a sí mismo como el custodio de la normalidad. ¡La extrema derecha se vende como la guardiana de la normalidad!

  1. El yerro de la carta de Zelenski contra Trump

Asociar a Trump con Putin y Rusia tenía como objetivo capitalizar una rusofobia que nunca se ha popularizado, excepto entre aquellos que se alimentan y viven del establishment. Ayer en Georgia, Putin volvió a escena. Supuestamente hubo amenazas de bomba procedentes de Rusia. Ya nadie cree en ello y los resultados en Georgia demuestran una cierta y creciente inmunidad popular a las estafas de la prensa corporativa.

La verdad es que pocos creen en Zelenski y menos aún quieren oírle hablar. En total desconexión con el sentimiento popular, creían que enfrentar a Trump con Zelenski afectaría a Trump. Tuvo el efecto contrario: convenció a muchos que dudaban de si Trump le pondría fin a la guerra que ese era el voto correcto.

Al igual que el pueblo ucraniano, nosotros en Occidente también estamos hartos de esta guerra.

  1. El descrédito de los mass media mainstream

Toda la prensa occidental dominante, incluso aquella alineada con el Partido Republicano (en EEUU tienen que declarar parcialidad partidista), presionó a favor de Kamala. Los halcones apoyaron Kamala.

La derrota de Kamala es la derrota de la prensa corporativa. La derrota de Kamala es la derrota de las narrativas encargadas por Wall Street, el Pentágono, la CIA o la Casa Blanca. Según Gallup, hoy en día los estadounidenses que no creen en absoluto en los mass media corporativos superan a los que aun creen algo en ellos.

Y Trump supo sacarle provecho. De la post-verdad en su primer mandato hasta el descrédito total en el segundo, Trump derrotó a la prensa mainstream. Aquí Elon Musk y su «X» (Twitter) jugaron un papel fundamental. «X» fue para Trump su fuerza de propaganda en línea. Nadie debería tener tanto poder como Musk, pero uno de los responsables en crear a estos poderes «neofeudales» ha sido el propio Partido Demócrata.

En conclusión:

La derrota de Kamala ha sido, por tanto, la victoria de la demagogia política, del mesianismo excepcionalista y del supremacismo, de los que el Partido Demócrata no se ha liberado, prohijando su normalización, y permitiendo que Trump ganara, pese a su manera exacerbada en cómo lo defiende. El Partido Demócrata nunca podría desmantelarlo en su esencia, ya que los propios demócratas también defienden el «liderazgo estadounidense», la «nación excepcional», todos los lemas gloriosos y neocolonialistas de la élite estadounidense, formulados durante el gobierno de Clinton.

La victoria de Trump ha significado la derrota de las empresas de análisis y asesoría, denunciadas como instrumentos para construir resultados; ha sido la derrota de la democracia, entendida como un sistema superior en el que ciudadanos informados y conscientes toman decisiones conscientes, de acuerdo con programas discutidos, reflexionados y debatidos.

El desfile de los partidarios de Trump sin la más mínima decencia política, intelectual o ideológica, o el desfile de los partidarios de Kamala sin la más mínima capacidad de transmitir ideas, en ambos casos, traídos a escena sólo por su popularidad, constituye uno de los tristes episodios de este espectáculo de circo decadente, al que llaman elecciones en EEUU.

Finalmente, Kamala, esta vez, impidió, con su falta de inteligencia, que el Partido Demócrata capitalizara los votos relacionados con la limitación en el porte de armas, presentándose ella misma como alguien que las tiene, hablando de ello con orgullo, lo que debe haber escandalizado a muchas personas decentes; el voto de los inmigrantes y descendientes de inmigrantes, preocupados por las constantes agresiones de EEUU contra sus países de origen (en el caso de los chinos, iraníes, cubanos, árabes y muchos otros); el voto de los pro palestinos y muchos votos de las clases trabajadoras.

No logró establecer una diferencia real con las políticas de Trump y, por lo tanto, provocó la desmovilización de sus seguidores y, debido a los factores que mencioné, hubo un trasiego de muchos votos en favor de la otra candidatura. El peso de las cuestiones internacionales puede que no sea muy grande, pero vemos que en ellas en poco se diferencian Kamala y Trump. Lo cual es inaceptable en una democracia.

Al final, sólo puede haber una conclusión: ganara quien ganara, el pueblo estadounidense sería el único perdedor. Votar por Trump esperando que resuelva los problemas de las condiciones de vida de las masas trabajadoras estadounidenses es como abandonar a un sediento en el desierto.

¡Y mirad en qué desierto estamos atrapados!

Votar por Trump esperando que resuelva los problemas de las condiciones de vida de las masas trabajadoras estadounidenses es como abandonar a un sediento en el desierto.

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Inmigración, aborto, wokismo, guerra de Ucrania, guerras eternas, reindustrialización y proteccionismo. Con excepción del aborto y el wokismo (identitarismo), que son cuestiones de conciencia y no de política estructural, todos ellos representan, en cierto sentido, algunas de las consecuencias más brutales del neoliberalismo en EEUU, identificables entre las grandes causas de la derrota de Kamala y de la victoria de Trump.

La desindustrialización, destacada por Trump como una de las grandes causas de la pérdida de poder de su EEUU, se produjo como causa directa de la financierización de la economía (acelerada por el republicano Nixon), convirtiendo la economía de casino en el motor económico de EEUU. Carente de industrias se produjo el deterioro del poder real que fue resuelto mediante el patrocinio de conflictos perpetuos. Las guerras eternas le pasan una dolorosa factura a la economía occidental (Europa incluida) y son un obstáculo para la inversión pública en infraestructura y otras necesidades. El pillaje que le da vida a BlackRock, a Monsanto, a Golden Sachs, y a otros, no enriquece al pueblo estadounidense, sino que se acumula en pocas manos.

Como forma de desviar la atención, amedrentar y anestesiar a las masas, se renuevan la rusofobia y la Guerra Fría y se promueve el identitarismo, provocando la atomización social y la fractura de movimientos sociales que, de manera consistente y coherente, podrían desafiar esta situación. El resultado es la instalación de un sentimiento de inestabilidad y precariedad que permea todos los aspectos de la vida.

Trump surge como la solución que habría de cumplir la aspiración de estabilidad y cierta «normalidad» en los hábitos, en la economía, en el trabajo, en la familia. Kamala nunca pudo liberarse de la acusación de que quiere que continúen los factores que han provocado esta desintegración social.

La victoria anunciada por Trump demuestra que los «éxitos» económicos de Biden no fueron reconocidos por la población. Las conquistas oligárquicas nunca llegaron a los bolsillos de los trabajadores. El Partido Demócrata se negó a reconocer este hecho y, en consecuencia, le aseguró la victoria a Trump.

Explicada la causa, resta establecer sus constituyentes, que enumeraré, aleatoriamente:

  1. El papel de las guerras eternas

Trump utilizó esta bandera con maestría, capitalizando factores como el miedo a una guerra mundial; la opacidad del complejo militar-industrial; su falta de control sobre el dinero y el hecho de que opera más allá de las reglas democráticas, sin auditoría ni escrutinio, ni la necesidad de justificar su coste. Además, la más que previsible derrota de la OTAN en Ucrania trae consigo otra novedad, que consiste en un cierto descrédito de la mítica —pero nunca demostrada— capacidad militar de EEUU. Trump se presentó como el candidato que resolvería conflictos eternos, liberando al pueblo estadounidense de esta carga, pero, al mismo tiempo, recuperando su perdida gloria militar. Una especie de nacionalismo del ocaso de los imperios, por el que todos han de pasar.

Esta suposición plante dos problemas: el primero es que el discurso pacifista y en pro del fin de la guerra deberían, conceptualmente, identificarse con Kamala; el segundo es que, creer que Trump podrá, o incluso querrá, poner fin al militarismo estadounidense es, cuanto menos, un chiste. Puede que Trump incluso enfríe algunos conflictos, pero atizará otros, a tono con su arrogancia y narcisismo, inherentes a la ideología del destino manifiesto estadounidense, que comparten todas sus facciones oligárquicas.

Sin embargo, como se verá, Trump no sólo aumentará el gasto militar, en consonancia con el Mandato 2025 de la Heritage Foundation, sino que también deberá alimentar conflictos para justificarlo. Posiblemente más conflictos fríos que calientes, pero conflictos al fin y al cabo. Europa será una de las mayores penalizadas por su propia cobardía. Trump no dejará de extorsionar a los cobardes políticos europeos por lo que considera su justa contribución a una OTAN que sólo sirve a EEUU y a nadie más.

Trump se nutre con la ausencia de un discurso pacifista, defendiendo el fin de las guerras eternas, que no es lo mismo que decir «el fin de la guerra» y, ciertamente, tampoco significa «el fin de los conflictos» y de las tensiones militares.

  1. La inmigración incrimina a las personas equivocadas

El uso de esta bandera no es nuevo. Sin embargo, tanto allá como acá, lo que Trump no dice es que quienes exigen que los gobiernos occidentales abran las «puertas» migratorias son las propias patronales. Ningún emigrante se desplaza a un país si considera que allí no encontrará trabajo. Es la esperanza de que encontrará trabajo lo que les atrae. Esta información circula a través de las redes del tráfico de personas y llega a los más pobres, quienes se aferran a tal posibilidad.

Y, ¿quién difunde la información? Basta ver, por ejemplo, la posición de las asociaciones patronales europeas al respecto. Consideran que se necesitan más inmigrantes. Después de todo, reclaman mano de obra barata, disponible, de buen comportamiento y desechable, que ejerza presión a la baja sobre los costos salariales de los pueblos autóctonos. Al respecto, Trump —la extrema derecha— nada dice al respecto.

De hecho, la extrema derecha capitaliza masivamente los problemas de exclusión social vinculados a los flujos de inmigrantes y sus descendientes. Y la culpa por esta exclusión social es, nuevamente, del Partido Demócrata, que responde a las patronales, manteniendo o aumentando el número de inmigrantes, pero el dinero que debería utilizarse para integrar a estas personas y a sus hijos, se vilipendia en la guerra y para financiar a las grandes corporaciones. El paquete antiinflacionario que Biden (la Ley de Reducción de la Inflación) financiara, por un monto de cientos de miles de millones de dólares, costeó la compra de capital en Bolsa por las propias corporaciones, para que pudieran aumentar artificialmente su valor. Ese dinero no se utilizó para mejorar el acceso a la salud, la vivienda o la seguridad social, que son las características distintivas del Partido Demócrata. Este partido ha sido penalizado por tratar a los inmigrantes como los trata el Partido Republicano cuando le toca gobernar.

  1. El colapso democrático de la cuestión palestina

El Partido Demócrata perdió gran parte de la confianza que la juventud estadounidense le brindaba sobre la cuestión palestina. Si hasta ahora, para bien o para mal, los jóvenes progresistas y los adultos antisionistas veían al Partido Demócrata —cuando menos— como una especie de pacificador, frente al antiarabismo republicano, con Biden y Kamala, todo se ha esfumado.

Con Biden y Kamala, el mundo ha sido testigo, en directo, de un genocidio inaceptable. Ha sido bajo una administración demócrata que EEUU se embarcó en una guerra en dos frentes, uno de ellos contra un pueblo indefenso y el otro con las consecuencias más impredecibles.

Así las cosas, Kamala y el PD no lograron establecer una diferencia sustancial respecto a Trump y, si alguien en este asunto sacó provecho electoral ha sido la candidatura de este último. Al menos habrá captado algunos votos a los que antes no tendría acceso. El hecho de que defienda el fin de las guerras eternas y diga que no aboga por un conflicto con Irán logró, también en este aspecto, establecer una diferencia importante.

  1. La antipatía que generan las actuales caras del Partido Demócrata

El establishment estaba convencido de que al pueblo estadounidense le agradaba Hillary Clinton. Estaba equivocado. Hillary era «Killary» y no se granjeaba ninguna simpatía. Esos mismos estaban convencidos de que Kamala no fracasaría. Todo lo que había que hacer era ponerla delante de un teleprompter y listo. No hacía falta que dijera mucho, y menos que pensara. Nadie ha podido sacar provecho de nada positivo de Kamala. Las veces que estuvo sin teleprompter, la improvisación fue desastrosa. Su incapacidad oratoria, retórica y teórica era evidente.

Pero el hecho de que fuese mujer, sumado a su condición de «morena», no podía fallar. El truco había funcionado con Obama, ¿por qué habría de fracasar ahora? Obama fue el genocida más carismático de la historia. Mientras hacía alarde de su enorme capacidad discursiva, encerraba a niños en jaulas en la frontera sur, amenazaba a Siria con una invasión, creaba las condiciones para la entrada del Estado Islámico en Siria e Iraq, destruía Libia y apoyaba a los neonazis en Ucrania.

Esta apuesta por una figura inocua, insulsa e incapaz no es algo inédito y sí un reflejo del enorme vacío en el actual liderazgo. Biden fue el último de los líderes del aparato demócrata y estadounidense. Los grandes donantes impidieron que personas como Cornel West, Jill Stein o Bernie Sanders se hicieran eco de las inquietudes populares de la juventud y la clase trabajadora. Esta es la esencia de la «democracy» yanqui en su plenitud.

  1. Aprovechar la antipatía hacia el sistema y la situación

La precariedad de la vida, sus duras condiciones, el estancamiento ideológico del sistema y su obstrucción a cualquier alternancia; y con el estancamiento, la podredumbre y el deterioro, asociados a la ausencia de alternativas, han creado las contradicciones ideales para que surjan movimientos que defiendan, aunque solo sea en apariencia, alguna alternativa. Es una ley de vida. Si el agua no fluye por aquí, lo hará por allá.

Sin embargo, el Partido Demócrata, al igual que los partidos socialdemócratas en Europa, han sido controlados por el neoliberalismo. Durante sus mandatos se hizo evidente el deterioro de los servicios públicos, lo que resultó en una desmoralización ideológica, no sólo de la socialdemocracia, sino de todas las fuerzas progresistas y democráticas consideradas moderadas. Los radicales son personas non grata y ya no constituyen una diferencia efectiva con respecto a otras fuerzas de la derecha.

Cuando tenemos un Partido Demócrata que defiende la hegemonía y el globalismo neoliberal, un partido socialista o socialdemócrata que defiende la Europa neoliberal y el revisionismo histórico, aliándose con los neoliberales y los neoconservadores, se le abre el espacio a simulacros que surjan como una alternativa desde la derecha. La realidad nunca se detiene.

Trump emerge como una alternativa al sistema que lo ha construido y del que se alimenta. Y tiene éxito porque el establishment ha transformado el sistema occidental de partidos en un amplio campo de derecha neoliberal y neoconservadora, por el que desfilan figuras en apariencia diferentes pero iguales en sustancia, al servicio de las elites, y cuyo objetivo es mantener la apariencia de un movimiento democrático, cuando en la práctica tal cosa no existe.

Después de todo, es JD Vance —el vicepresidente de Trump— quien parece oponerse a las reubicaciones en México y China. ¿No deberían haber sido los demócratas quienes hicieran esto? Cuando vemos a Biden gravando a las marcas chinas para que no entren al mercado estadounidense, cabe la pregunta de si no debió acordarse de hacerlo con las empresas de su país, que se deslocalizaron hacia América Latina y Asia. ¿Por qué el Partido Demócrata se confabuló en la destrucción de la capacidad industrial estadounidense?

  1. Aborto y preocupación por los vivos

No ha sido solo el aborto, una bandera que se puede capitalizar en una sociedad reaccionaria y muy religiosa. De nada sirve que las Kamalas de ocasión argumenten que a un trumpista, o a un republicano tradicional, le importan más

los fetos humanos que la vida de los que ya han nacido, si después han de mantener sus salarios congelados durante más de 40 años, permitiendo que la riqueza vuelva a concentrarse en la misma proporción que en los años 30 del siglo XX, sin que construyan una red de guarderías gratuitas, ni apoyen la formación de familias, ni la natalidad, etc. Su discurso se contradice con lo que suelen hacer en la ida real.

¿En qué consiste la moral para defender el aborto en una situación como ésta? Incluso si existiera, estaría condicionada en gran medida por el fracaso de las políticas sociales del PD. ¿Cómo pueden decir que el aborto es defendible como último recurso, cuando son responsables directos de no crear las condiciones para dar sostén a los nacimientos, que hacen de este «último recurso» el primero en su escala de prioridades?

  1. La defensa de la «normalidad»

La vinculación del wokismo (identitarismo) neoliberal con la izquierda, y de la propaganda LGBTQ con los movimientos de izquierda, también es responsabilidad del Partido Demócrata y de los partidos socialdemócratas que tiraron por la borda el universalismo, y optaron por centrarse en la atomización de la identidad y la liberalización de género.

Han empoderado a mujeres, homosexuales, latinos, negros, trans, usando como criterio su identidad y no por lo que realmente sean. Elegir a un homosexual inepto, sólo porque es homosexual, en nada favorece al movimiento homo; elegir a una mujer incompetente, sólo por su condición sexual, en nada sirve a la causa de las mujeres. Una Von Der Leyen, siendo mujer, perpetúa la guerra. Um Rangel (Ministro de Asuntos Exteriores de Portugal), en su condición de homosexual, perpetúa la guerra. ¿Esto en qué beneficia a la gente?

La utilización oportunista del wokismo ha atomizado a las identidades y a la propia sociedad. La propaganda woke se utiliza como bandera política y signo de sofisticación y libertad mental; sin embargo, su efecto es transmitir a la sociedad que su «normalidad» está en juego. Podemos cuestionarnos si la «normalidad» incluye o no a otras identidades, pero siempre, naturalmente, como parte de un todo. El sistema sólo debiera asegurar que, independientemente de lo que se vote, se ha de tener derecho a las mismas condiciones de vida que los demás.

Sin embargo, el Partido Demócrata quedó atrapado en la idea de que lo más importante es poder hacer valer nuestra identidad, y hacerlo incluso ofensiva y panfletariamente. Lo que vale es que puedas optar por ser trans, homo o no binario, aunque te toque vivir como un sin techo y sin trabajo. Se trata de una inversión de prioridades. Lo que garantiza la libertad a la hora de elegir la identidad son las condiciones universales básicas necesarias para la supervivencia. Y no al revés. Defender a la primera desentendiéndose de la segunda, transmite un mensaje que trastoca y subvierte los hechos, socavando la apariencia de normalidad y la idea de estabilidad social, además de provocar una reacción adversa.

El wokismo consiste en una liberalización de la identidad y de la posibilidad de elección individual, en desconexión de su existencia material. Es, por tanto, un individualismo divisivo, un idealismo. El Partido Demócrata nunca debió haberse embarcado en el idealismo.

Al hacerlo, le permitió a Trump venderse a sí mismo como el custodio de la normalidad. ¡La extrema derecha se vende como la guardiana de la normalidad!

  1. El yerro de la carta de Zelenski contra Trump

Asociar a Trump con Putin y Rusia tenía como objetivo capitalizar una rusofobia que nunca se ha popularizado, excepto entre aquellos que se alimentan y viven del establishment. Ayer en Georgia, Putin volvió a escena. Supuestamente hubo amenazas de bomba procedentes de Rusia. Ya nadie cree en ello y los resultados en Georgia demuestran una cierta y creciente inmunidad popular a las estafas de la prensa corporativa.

La verdad es que pocos creen en Zelenski y menos aún quieren oírle hablar. En total desconexión con el sentimiento popular, creían que enfrentar a Trump con Zelenski afectaría a Trump. Tuvo el efecto contrario: convenció a muchos que dudaban de si Trump le pondría fin a la guerra que ese era el voto correcto.

Al igual que el pueblo ucraniano, nosotros en Occidente también estamos hartos de esta guerra.

  1. El descrédito de los mass media mainstream

Toda la prensa occidental dominante, incluso aquella alineada con el Partido Republicano (en EEUU tienen que declarar parcialidad partidista), presionó a favor de Kamala. Los halcones apoyaron Kamala.

La derrota de Kamala es la derrota de la prensa corporativa. La derrota de Kamala es la derrota de las narrativas encargadas por Wall Street, el Pentágono, la CIA o la Casa Blanca. Según Gallup, hoy en día los estadounidenses que no creen en absoluto en los mass media corporativos superan a los que aun creen algo en ellos.

Y Trump supo sacarle provecho. De la post-verdad en su primer mandato hasta el descrédito total en el segundo, Trump derrotó a la prensa mainstream. Aquí Elon Musk y su «X» (Twitter) jugaron un papel fundamental. «X» fue para Trump su fuerza de propaganda en línea. Nadie debería tener tanto poder como Musk, pero uno de los responsables en crear a estos poderes «neofeudales» ha sido el propio Partido Demócrata.

En conclusión:

La derrota de Kamala ha sido, por tanto, la victoria de la demagogia política, del mesianismo excepcionalista y del supremacismo, de los que el Partido Demócrata no se ha liberado, prohijando su normalización, y permitiendo que Trump ganara, pese a su manera exacerbada en cómo lo defiende. El Partido Demócrata nunca podría desmantelarlo en su esencia, ya que los propios demócratas también defienden el «liderazgo estadounidense», la «nación excepcional», todos los lemas gloriosos y neocolonialistas de la élite estadounidense, formulados durante el gobierno de Clinton.

La victoria de Trump ha significado la derrota de las empresas de análisis y asesoría, denunciadas como instrumentos para construir resultados; ha sido la derrota de la democracia, entendida como un sistema superior en el que ciudadanos informados y conscientes toman decisiones conscientes, de acuerdo con programas discutidos, reflexionados y debatidos.

El desfile de los partidarios de Trump sin la más mínima decencia política, intelectual o ideológica, o el desfile de los partidarios de Kamala sin la más mínima capacidad de transmitir ideas, en ambos casos, traídos a escena sólo por su popularidad, constituye uno de los tristes episodios de este espectáculo de circo decadente, al que llaman elecciones en EEUU.

Finalmente, Kamala, esta vez, impidió, con su falta de inteligencia, que el Partido Demócrata capitalizara los votos relacionados con la limitación en el porte de armas, presentándose ella misma como alguien que las tiene, hablando de ello con orgullo, lo que debe haber escandalizado a muchas personas decentes; el voto de los inmigrantes y descendientes de inmigrantes, preocupados por las constantes agresiones de EEUU contra sus países de origen (en el caso de los chinos, iraníes, cubanos, árabes y muchos otros); el voto de los pro palestinos y muchos votos de las clases trabajadoras.

No logró establecer una diferencia real con las políticas de Trump y, por lo tanto, provocó la desmovilización de sus seguidores y, debido a los factores que mencioné, hubo un trasiego de muchos votos en favor de la otra candidatura. El peso de las cuestiones internacionales puede que no sea muy grande, pero vemos que en ellas en poco se diferencian Kamala y Trump. Lo cual es inaceptable en una democracia.

Al final, sólo puede haber una conclusión: ganara quien ganara, el pueblo estadounidense sería el único perdedor. Votar por Trump esperando que resuelva los problemas de las condiciones de vida de las masas trabajadoras estadounidenses es como abandonar a un sediento en el desierto.

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