Occidente amenaza con consecuencias para Georgia después de que sus ciudadanos votaran a favor de unas relaciones pacíficas con Rusia y de los valores morales tradicionales.
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Estados Unidos y la Unión Europea amenazan con consecuencias para Georgia después de que sus ciudadanos votaran “en la dirección equivocada”: a favor de unas relaciones pacíficas con Rusia y de los valores morales tradicionales.
Curiosamente, esto ocurre mientras Estados Unidos se encamina hacia unas elecciones presidenciales sumidas en el caos y las recriminaciones por el fraude electoral y la compra de votos por parte de oligarcas y grandes empresas.
Bienvenido a la democracia occidental, donde si votas como quiere el poder, las elecciones son justas. Si votas lo contrario, es un resultado amañado y viciado que debe ignorarse o, peor aún, anularse.
Tal fue la acalorada reacción de los Estados occidentales a la victoria electoral del partido gobernante Sueño Georgiano (GD) el pasado fin de semana en la nación del Cáucaso Sur. El partido hizo campaña con una plataforma firme y clara para mantener relaciones pacíficas de vecindad con Rusia.
El GD también declaró su apoyo a los valores sociales y morales tradicionales, rechazando la agenda seudoliberal occidental de promoción de las identidades LGBTQ+ de género, defendida por los partidos de la oposición georgiana respaldados por Occidente.
Al final del día, Sueño Georgiano obtuvo una victoria asombrosa, llevándose casi el 54% de los votos, lo que se tradujo en la obtención de 90 de un total de 150 escaños parlamentarios. Cuatro partidos de la oposición, que pregonaban unos lazos de integración más estrechos con la OTAN y la UE y aclamaban los derechos del colectivo LGBTQ+, obtuvieron menos del 38% de los votos.
Hay que elogiar al pueblo georgiano por hacer valer sus derechos democráticos frente a la masiva injerencia occidental en las elecciones. El dinero y las ONG occidentales amplificaron a los partidos de la oposición.
Si hubieran ganado, la nueva administración prooccidental habría convertido Georgia en un segundo frente de guerra contra Rusia junto con el régimen ucraniano respaldado por la OTAN.
Georgia y Ucrania han estado en el centro de la política occidental de expansión de la OTAN alrededor de las fronteras de Rusia. Ambos países fueron declarados futuros miembros del bloque militar ya en 2008, aunque el ingreso en la OTAN es una línea roja para Rusia.
Afortunadamente, los votantes georgianos eran conscientes de lo que estaba en juego geopolíticamente y se unieron a la causa de dar prioridad a las relaciones regionales pacíficas y rechazar los teóricos privilegios de seguridad de la OTAN.
Las recriminaciones occidentales fueron rápidas y furiosas tras el resultado. Los medios de comunicación occidentales informaron de que ‘encuestadores occidentales’ afirmaban que se habían producido irregularidades en la votación. ¿Qué hacían los encuestadores occidentales en Georgia? Tales entidades parecen más bien una maniobra para crear problemas postelectorales.
Resulta que, efectivamente, hubo incidentes de compra de votos, relleno de papeletas e intimidación en los colegios electorales. Pero los vídeos mostraron que los incidentes eran agitprops organizados por los partidos de la oposición patrocinados por Occidente.
Sin embargo, afortunadamente, estos delitos fueron relativamente menores y no invalidaron el resultado final. El Comité Electoral Central de Georgia declaró que el proceso había sido libre y limpio. El organismo de supervisión electoral autorizado ha emitido su veredicto, y eso debería ser todo.
Desgraciadamente, los partidos de la oposición derrotados, que se comportan más como quintacolumnistas que como representantes patrióticos, se han negado a reconocer el resultado como legítimo.
La presidenta de Georgia, Salome Zourabichvili, rebajó su cargo de neutralidad política, designado constitucionalmente, al acusar a Sueño Georgiano de ‘robar las elecciones’.
Se le concedió una entrevista destacada en la CNN para vender su calumnia traicionera de que Rusia interfirió en las elecciones para obstaculizar a la oposición.
Moscú repudió con vehemencia las acusaciones de injerencia. Señaló, en cambio, las abundantes pruebas de que los Estados occidentales habían intentado enérgicamente potenciar el voto a favor de los partidos de la oposición que defendían un programa común.
En esta temprana fase postelectoral, no está claro si los partidos de la oposición persistirán en sus amenazas de celebrar protestas callejeras denunciando la nueva legislatura. Desde luego, cabe imaginar que las potencias y entidades occidentales estarán encantadas de ayudar y amplificar esos disturbios cívicos, si es que no los están provocando ya.
El líder de Sueño Georgiano, Irakli Kobakhidze, aplaudió a los ciudadanos por votar a favor de un futuro pacífico. Se mostró confiado en que las protestas de la oposición se desvanecerán en la inutilidad porque, dijo, cuentan con el apoyo de los ciudadanos.
La historia demuestra que esa confianza podría estar equivocada o, al menos, no debería ser complaciente.
Hay un eco ominoso de los golpes de Estado dirigidos por Estados Unidos en Georgia durante la Revolución de las Rosas de 2003 y la Revolución de Maidan en Ucrania en 2014.
Georgia fue una de las primeras de una serie de las llamadas revoluciones de colores que se produjeron en las regiones postsoviéticas. Las huellas dactilares de la CIA, USAID, la Fundación Soros y otras agencias imperialistas occidentales están por todas partes en estos movimientos. No cabe duda de que fueron orquestados con la ayuda de los medios de comunicación occidentales para fomentar regímenes hostiles a Rusia con el objetivo último de desestabilizar a la propia Rusia.
Las revoluciones de colores han sido un desastre para los países objetivo. La Revolución de las Rosas de Georgia condujo al régimen despótico y corrupto de Mijail Saakashvili, actualmente en la cárcel por abuso de poder.
En Ucrania, la Revolución Naranja de 2004-2005 desembocó en el movimiento Maidan de 2014, que culminó en un régimen neonazi que destruyó ese país en una guerra por poderes con Rusia, a instancias de sus amos de la OTAN. Se calcula que entre 600.000 y 700.000 soldados ucranianos han muerto en casi tres años de conflicto.
Millones de ciudadanos ucranianos han sido desplazados o han huido de su país. La nación tiene enormes deudas con el capital occidental, y sus recursos naturales son propiedad de Wall Street.
En cuanto a Georgia, ha escapado al mismo destino… hasta ahora. Lo cierto es que Georgia fue objeto de una segunda revolución de color en el periodo previo a estas últimas elecciones. Para ser claros, una segunda revolución de color no está en camino en Georgia; ya está en marcha.
La cuestión es: ¿puede la nación georgiana de cuatro millones de habitantes derrotarla definitivamente?
Estados Unidos y la Unión Europea están resoplando sobre las últimas elecciones georgianas, insinuando que no reconocerán al nuevo gobierno y que habrá ‘consecuencias’.
El hecho es que las potencias despóticas occidentales estuvieron amenazando con consecuencias en las semanas previas a la votación del 26 de octubre.
Los georgianos se armaron de valor y se negaron a dejarse intimidar por las amenazas o sobornos occidentales. Esa valentía es un buen augurio para su futura independencia y desarrollo. Pero la vigilancia es la consigna.
Traducción: Observatorio de trabajadores en lucha