Trump no es la «carta adecuada», en opinión de las élites del poder estadounidense; deberían haber sacado al Joker de la baraja.
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Como el «Emperador» derrocado, Biden hizo su ‘paseo final’ desde los días de la ONU; no era el Emperador de antaño, rebosante de la bravura de que Estados Unidos ha vuelto y ‘yo dirijo el mundo’.
Mientras estalla Oriente Próximo y se desinfla la burbuja ucraniana, la Casa Blanca sigue instando a todas las partes a que actúen con moderación para frenar la violencia. Pero nadie escucha.
Con su era tambaleándose hacia un final sin gloria, puede que a Biden le encantara la idea de tirar de las palancas de la influencia coercitiva del poder blando, sólo para descubrir posteriormente que los cables que conectaban esas palancas con los ‘puntos’ ferroviarios del mundo real habían desaparecido.
La influencia había volado; la coerción imperial era recibida cada vez con más desdén. La diplomacia había fracasado en todos los ámbitos.
Así pues, ¿qué señal para el futuro –visto desde el largo arco de la historia (y siguiendo el ejemplo de la analogía del mundo antiguo de Mike Vlahos y John Batchelor)– representa el actual aumento de la agitación, la guerra en Oriente Próximo y el colapso de Ucrania?
Se ha derrocado a un ‘Emperador’ tambaleante. No hay un verdadero príncipe heredero; sólo una ‘hija adoptiva’. Es deliberado. El Poder-oligarquía (el ‘Senado’, si seguimos la analogía de la Antigüedad), parece indiferente a la laguna.
Su intención es gobernar, como informa el Washington Post, poniendo de manifiesto el pensamiento oligárquico: gobernar mediante un consenso de instituciones que ‘apoyan la democracia’ como una especie de ‘secretaría permanente’ (una noción que ha estado dando vueltas desde la ‘pérdida’ de las elecciones de 2016).
Sin embargo, existe un problema de sucesión imperial. Todo Imperio necesita un Emperador, más allá de una Aristocracia/Senado, porque los poderosos facciosos de la sociedad necesitan tener algún pilar al que recurrir para dirimir sus disputas intestinas.
Todo ‘Imperio’ necesita también una cultura sustantiva común para tomar decisiones firmes de interés general. En el pasado europeo hubo dos: El Catolicismo y la Ilustración.
Se enfrentaron. Y ahora ambos han sido marginados en beneficio de la arbitrariedad libertaria, destinada a liberar al individuo de todas las restricciones de las normas comunitarias.
La cultura posmoderna vuelve a la gente “loca porque la libertad individual ya no acepta la verdad objetiva”. El mundo virtual mata el sentido de lo real, para sustituirlo por la realidad imaginada. El arte de gobernar se convierte en el de administrar un fingimiento impuesto; un fingimiento que las personas pueden observar claramente que no es real, pero se ven obligadas a fingir que la ‘narrativa’ es lo real objetivo.
Esta tensión conduce a la inseguridad existencial y a la explosión de informes sobre personas con mala salud mental.
En cambio, en la mayoría de los lugares, escribe David Brooks,
las personas se forman dentro de comunidades moralmente cohesionadas. Obtienen un sentimiento de pertenencia y solidaridad de los valores morales compartidos. Sus vidas tienen sentido y propósito porque se ven a sí mismas viviendo en un orden moral universal con normas permanentes de lo que está bien y lo que está mal, dentro de estructuras familiares que han resistido la prueba del tiempo, con concepciones compartidas de, por ejemplo, lo masculino y lo femenino.
Fiona Hill, antigua miembro del Consejo de Seguridad Nacional de EEUU, propone la opinión contraria: que, puesto que los intereses de EEUU, descritos sobre todo como ‘amenazas’, son a largo plazo, “las estructuras para hacer frente a esas amenazas también deben ser a largo plazo”. (Ilustra el punto citando “la amenaza a largo plazo de Rusia”).
Hill está diciendo que ‘la Aristocracia’ gobernará a largo plazo, a través de un orden mundial institucionalizado y prescrito por ‘agencias interconectadas’.
Ésta es, pues, la solución de la Aristocracia a la laguna de la sucesión imperial: Leviatán.
El Leviatán -cuya promesa y proyecto es directo- cancela todos los poderes excepto uno, que será universal y absoluto.
El objetivo implícito es que las recetas políticas sean ‘a prueba de Trump’. Sin embargo, este objetivo implícito subraya su defecto. No habrá participación. La gente no participará; ni siente que participa, porque no lo hace.
El estado de ánimo entre los estrategas de la trastienda del Orden Mundial es que la selección de candidatos políticos mediante el voto se ha convertido en ‘un error’ y ya no es una característica.
Los votantes no conocen, y mucho menos comprenden, la importancia de las estructuras políticas profundamente arraigadas sobre las que se construye la hegemonía estadounidense. La participación es un fallo.
Es en ese momento de la historia cuando a menudo surge en la arena un ‘Gran Hombre’ que desafía al emperador. Se percibe que el ‘Gran Hombre’ habla en nombre del pueblo, cuya participación en la vida política se ha embotado, y que está enfadado. El Gran Hombre siempre cuenta bien esta historia de traición.
El ‘Gran Hombre’ está ocurriendo hoy, principalmente porque la práctica tradicional de cambiar una entidad gobernante (partido) por otra, para producir un líder parecido (Unipartido), se ha roto.
Se diseñó como si fuera un truco de cartas, en el que el espectador (el votante) siempre ‘elegía’ la ‘carta correcta’, la misma carta que el mago siempre pretendía que se eligiera. ¡Magia! Y todas las cartas elegidas resultan ser inevitablemente de la misma baraja.
Este truco de cartas se hizo evidente en los últimos meses. Todo el mundo podía ver su mecánica.
Trump no es la ‘carta adecuada’, en opinión de las élites del poder estadounidense; deberían haber sacado al Joker de la baraja.
Sin embargo, lo inusual de la aparición actual del ‘Gran Hombre’ es que, a diferencia del Mundo Clásico, Trump no parece tener detrás a ninguna aristocracia que le siga el rastro. ¿Funcionará esto? ¿Cómo resultará?
En los próximos meses, el Imperio se enfrenta a muchas crisis, más allá de la de un imperio que se desvanece y es incapaz de adaptarse.
Simplicius escribe que:
el último artículo de The Washington Post describe un estado de desorganización en la clase política occidental a la hora de decidir el camino a seguir frente a una Rusia claramente desafiante e inflexible. Verán, todas las provocaciones, juegos y ‘trucos’ de paz que estaban destinados a hacer que Rusia se inclinara ante la influencia de Occidente, pero el Imperio está descubriendo que, después de décadas de tratar con vasallos superficiales, enfrentarse a una de las últimas naciones verdaderamente soberanas del mundo es algo notoriamente diferente.
No se trata sólo de Rusia. El procónsul de un lejano territorio imperial en ruinas ha acudido a ‘Roma’ en busca del levantamiento de un nuevo ejército romano y la provisión de ‘oro’ romano para mantenerlo. Pero corren tiempos difíciles en todo el Imperio, y es probable que el Procónsul fracase, ya que éste constituiría su tercer ejército, después de que los otros hubieran sido destruidos.
La implosión que se avecina infligirá un duro golpe al prestigio y la autoridad del Imperio. Su clase guerrera podría volverse furiosa contra el Capitolio, irritada por la reticencia de sus líderes a apretar con puño de hierro (esto ya ha ocurrido en épocas anteriores).
Otro Procónsul imperial rebelde presagia un predicamento más grave y distinto. Este Cónsul quiere su propia hegemonía hebraica y es inflexible y totalmente despiadado en su persecución. El Imperio no puede hacer nada, aunque cree a medias que el Cónsul provocará su propia caída.
Pero si esta empresa fracasa – como podría ocurrir – podría causar estragos en esas estructuras profundas estadounidenses de poder impune sobre las que se ha apoyado la estructura más amplia durante todas estas décadas. Si la guerra fracasa, el liderazgo institucional estadounidense vinculado a este Cónsul en particular perdería su razón de ser. Todo un cuadro de liderazgo quedaría vacío – desprovisto de propósito. La clase de liderazgo institucional en su conjunto se vería debilitada.
¿Cuál es entonces la salida, mientras la patria implosiona lentamente? Bueno, el artículo del Washington Post concluye abogando por un nuevo Orden de gobernanza global supranacional; probablemente una gobernanza digital-autoritaria al estilo de Davos, diseñada para preservar una política y una alineación coherentes, antes de que la vinculación ruso-china-iraní-BRICS se les adelante.
Si los Estados occidentales no asumen el riesgo de la libertad, entonces asumen el riesgo del Leviatán. Eso es posible. Pero es un régimen profundamente inestable, extremadamente oligárquico, concentrado, dictatorial, afirma el profesor Henri Hude.
Cuanto más pierda el Occidente posmoderno el control del mundo con su modo de razonamiento nihilista, y más diversa siga siendo Asia, menos posibilidades tendrá el Leviatán de triunfar.
Lo que los Estratos Gobernantes no han comprendido es que la desregulación libertaria posmoderna no puede definirse únicamente por la economía y el sexo.
El extraordinario poder técnico en el que se basa el Leviatán es inseparable de la realidad económica. Es, por tanto, una realidad tecno-mercantil, un poder de la técnica y del dinero que ejerce una forma de tiranía. En este contexto, lo que probablemente impedirá el triunfo del Leviatán es el colapso de la civilización técnica”, tal como es.
Traducción: Observatorio de trabajadores en lucha