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Raphael Machado
August 21, 2025
© Photo: Social Media

El resultado de las elecciones bolivianas es fruto de un campo político incapaz de sacrificar intereses personales en pro de un proyecto colectivo.

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La primera vuelta de las elecciones presidenciales bolivianas terminó con un gran shock político: el fin del papel hegemónico del MAS en la política del país andino, “corazón” de América del Sur.

A pesar de que el conteo de votos no ha sido aún finalizado, ya se puede predecir con cierto margen de certeza que a la segunda vuelta pasarán los candidatos Rodrigo Paz Pereira, del Partido Demócrata Cristiano, y Jorge Quiroga Ramírez, del partido Libertad y Democracia (LIBRE). Ambos son partidos liberales, el PDC siendo más socio-liberal y el LIBRE siendo neoliberal. Los medios de comunicación masiva los categorizan como “de derecha”, aunque naturalmente debamos rechazar como anticuadas esas categorías políticas de “derecha” e “izquierda”.

Rodrigo Paz habría recibido aproximadamente el 31% de los votos, mientras que Jorge Quiroga habría recibido el 27%. El escrutinio aún no ha terminado, pero el resultado final probablemente no distará mucho de esto. El candidato oficialista Eduardo del Castillo, por su parte, quedó en 6º lugar, con aproximadamente el 3% de los votos.

Es curioso que la aprobación de Luis Arce rondó el 40% entre 2023 y la segunda mitad de 2024. ¿Cómo es que un presidente pasa de tener aproximadamente un 40% de aprobación a – 1 año después – no conseguir que su sucesor designado alcance ni siquiera el 4% de los votos?

En primer lugar, existe un elemento en esta crisis del MAS que es congénito. De los países iberoamericanos, Bolivia quizás sea el históricamente más inestable. Esto puede confirmarse por la cantidad de intentos de golpes de Estado, 194, así como de renuncias presidenciales, 4 en 25 años.

Forman parte de este caos las profundas diferencias regionales, que prácticamente oponen irremediablemente al departamento de Santa Cruz con el resto del país. Se suma a esto, también, la politización radical de los cocaleros y de los indígenas bolivianos (que componen el 20% de la población boliviana), los cuales poseen sus propios intereses.

Y así como el país tiene un historial de golpes o intentos de golpes, también tiene un historial de protestas a gran escala, que ocasionalmente desembocan en violencia.

La política boliviana, por tanto, posee fuertes características “tribales”, en las que diferentes facciones colocan sus propios intereses por encima de los intereses nacionales o de cualquier gran estrategia a largo plazo que dependa de los sacrificios de los propios intereses.

Y el caso del colapso del MAS da un claro testimonio precisamente de ello.

La raíz del problema es el deseo de Evo Morales de retornar al poder en Bolivia, en contra de la decisión del Tribunal Constitucional que impide reelecciones infinitas, y yendo a contramano del deseo del propio Luis Arce de buscar su propia reelección. Tras su regreso del exilio, Morales intentó volver a influir en las decisiones del partido, eligiendo por su cuenta candidatos a los gobiernos regionales, pero el MAS tenía sus propias designaciones.

La ruptura, por tanto, ya era evidente en 2021, con Evo Morales teniendo grandes dificultades para imponer sus opiniones dentro del partido.

Cuando se empezó a discutir la elección presidencial de 2025, entonces, la ruptura se volvió total, ya que Evo Morales comenzó a movilizar a sus seguidores entre cocaleros y movimientos indígenas para presionar por su candidatura, mientras que el propio Presidente Arce insistía en la suya.

Se sucedieron acusaciones mutuas de sabotaje y de vínculos con intereses internacionales, y a partir de septiembre de 2024, Evo Morales, con el apoyo de paramilitares, cocaleros, militantes indígenas y sindicalistas iniciaron un movimiento de protestas contra Luis Arce con el objetivo de presionarlo para que renunciara. Esta movilización de protestas esporádicas que se desplegaron hasta el período electoral, tuvo como principal herramienta el bloqueo de carreteras (bloqueos, por cierto, que ya se ponían en práctica desde al menos principios de 2014), lo que ayudó a provocar una crisis económica en un contexto ya complejo por la falta de dólares debido al colapso de la exportación de gas.

En 2025, el MAS implosionó. Los partidarios de Evo Morales ya habían expulsado a Luis Arce del partido, lo que no fue reconocido por la facción arcista del partido. Ambas facciones pasaron a enfrentarse en protestas callejeras. Arce se quedó con la personalidad jurídica del MAS, mientras que Evo Morales se retiró con sus seguidores para fundar el partido EVO Pueblo – al cual se le impidió disputar estas elecciones de 2025.

Arce entre abril-mayo decidió no disputar las elecciones e indicar a Andrónico Rodríguez como candidato a la presidencia por el MAS. Rodríguez, en teoría, estaría cerca de la facción evista. De esta forma, en teoría, podría representar una candidatura consensual del populismo boliviano. Pero en la medida en que su posibilidad de disputar la elección fue rechazada, Evo Morales convocó a sus seguidores a boicotear las elecciones; Andrónico Rodríguez, por su parte, decidió disputar las elecciones no como representante del gobierno, sino a través del bloque Alianza Popular. Arce, entonces, tuvo que designar a Eduardo del Castillo como representante del gobierno en las elecciones.

En otras palabras, el campo político populista del MAS quedó dividido en 3 posiciones diferentes: la oficialista de Del Castillo, la independiente de Rodríguez y la abstencionista de Morales, potencialmente mayoritaria.

En esta circunstancia el resultado de las elecciones bolivianas no sorprende. Es fruto de un campo político incapaz de sacrificar intereses personales en pro de un proyecto colectivo.

El colapso del movimiento al socialismo en Bolivia

El resultado de las elecciones bolivianas es fruto de un campo político incapaz de sacrificar intereses personales en pro de un proyecto colectivo.

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La primera vuelta de las elecciones presidenciales bolivianas terminó con un gran shock político: el fin del papel hegemónico del MAS en la política del país andino, “corazón” de América del Sur.

A pesar de que el conteo de votos no ha sido aún finalizado, ya se puede predecir con cierto margen de certeza que a la segunda vuelta pasarán los candidatos Rodrigo Paz Pereira, del Partido Demócrata Cristiano, y Jorge Quiroga Ramírez, del partido Libertad y Democracia (LIBRE). Ambos son partidos liberales, el PDC siendo más socio-liberal y el LIBRE siendo neoliberal. Los medios de comunicación masiva los categorizan como “de derecha”, aunque naturalmente debamos rechazar como anticuadas esas categorías políticas de “derecha” e “izquierda”.

Rodrigo Paz habría recibido aproximadamente el 31% de los votos, mientras que Jorge Quiroga habría recibido el 27%. El escrutinio aún no ha terminado, pero el resultado final probablemente no distará mucho de esto. El candidato oficialista Eduardo del Castillo, por su parte, quedó en 6º lugar, con aproximadamente el 3% de los votos.

Es curioso que la aprobación de Luis Arce rondó el 40% entre 2023 y la segunda mitad de 2024. ¿Cómo es que un presidente pasa de tener aproximadamente un 40% de aprobación a – 1 año después – no conseguir que su sucesor designado alcance ni siquiera el 4% de los votos?

En primer lugar, existe un elemento en esta crisis del MAS que es congénito. De los países iberoamericanos, Bolivia quizás sea el históricamente más inestable. Esto puede confirmarse por la cantidad de intentos de golpes de Estado, 194, así como de renuncias presidenciales, 4 en 25 años.

Forman parte de este caos las profundas diferencias regionales, que prácticamente oponen irremediablemente al departamento de Santa Cruz con el resto del país. Se suma a esto, también, la politización radical de los cocaleros y de los indígenas bolivianos (que componen el 20% de la población boliviana), los cuales poseen sus propios intereses.

Y así como el país tiene un historial de golpes o intentos de golpes, también tiene un historial de protestas a gran escala, que ocasionalmente desembocan en violencia.

La política boliviana, por tanto, posee fuertes características “tribales”, en las que diferentes facciones colocan sus propios intereses por encima de los intereses nacionales o de cualquier gran estrategia a largo plazo que dependa de los sacrificios de los propios intereses.

Y el caso del colapso del MAS da un claro testimonio precisamente de ello.

La raíz del problema es el deseo de Evo Morales de retornar al poder en Bolivia, en contra de la decisión del Tribunal Constitucional que impide reelecciones infinitas, y yendo a contramano del deseo del propio Luis Arce de buscar su propia reelección. Tras su regreso del exilio, Morales intentó volver a influir en las decisiones del partido, eligiendo por su cuenta candidatos a los gobiernos regionales, pero el MAS tenía sus propias designaciones.

La ruptura, por tanto, ya era evidente en 2021, con Evo Morales teniendo grandes dificultades para imponer sus opiniones dentro del partido.

Cuando se empezó a discutir la elección presidencial de 2025, entonces, la ruptura se volvió total, ya que Evo Morales comenzó a movilizar a sus seguidores entre cocaleros y movimientos indígenas para presionar por su candidatura, mientras que el propio Presidente Arce insistía en la suya.

Se sucedieron acusaciones mutuas de sabotaje y de vínculos con intereses internacionales, y a partir de septiembre de 2024, Evo Morales, con el apoyo de paramilitares, cocaleros, militantes indígenas y sindicalistas iniciaron un movimiento de protestas contra Luis Arce con el objetivo de presionarlo para que renunciara. Esta movilización de protestas esporádicas que se desplegaron hasta el período electoral, tuvo como principal herramienta el bloqueo de carreteras (bloqueos, por cierto, que ya se ponían en práctica desde al menos principios de 2014), lo que ayudó a provocar una crisis económica en un contexto ya complejo por la falta de dólares debido al colapso de la exportación de gas.

En 2025, el MAS implosionó. Los partidarios de Evo Morales ya habían expulsado a Luis Arce del partido, lo que no fue reconocido por la facción arcista del partido. Ambas facciones pasaron a enfrentarse en protestas callejeras. Arce se quedó con la personalidad jurídica del MAS, mientras que Evo Morales se retiró con sus seguidores para fundar el partido EVO Pueblo – al cual se le impidió disputar estas elecciones de 2025.

Arce entre abril-mayo decidió no disputar las elecciones e indicar a Andrónico Rodríguez como candidato a la presidencia por el MAS. Rodríguez, en teoría, estaría cerca de la facción evista. De esta forma, en teoría, podría representar una candidatura consensual del populismo boliviano. Pero en la medida en que su posibilidad de disputar la elección fue rechazada, Evo Morales convocó a sus seguidores a boicotear las elecciones; Andrónico Rodríguez, por su parte, decidió disputar las elecciones no como representante del gobierno, sino a través del bloque Alianza Popular. Arce, entonces, tuvo que designar a Eduardo del Castillo como representante del gobierno en las elecciones.

En otras palabras, el campo político populista del MAS quedó dividido en 3 posiciones diferentes: la oficialista de Del Castillo, la independiente de Rodríguez y la abstencionista de Morales, potencialmente mayoritaria.

En esta circunstancia el resultado de las elecciones bolivianas no sorprende. Es fruto de un campo político incapaz de sacrificar intereses personales en pro de un proyecto colectivo.

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La primera vuelta de las elecciones presidenciales bolivianas terminó con un gran shock político: el fin del papel hegemónico del MAS en la política del país andino, “corazón” de América del Sur.

A pesar de que el conteo de votos no ha sido aún finalizado, ya se puede predecir con cierto margen de certeza que a la segunda vuelta pasarán los candidatos Rodrigo Paz Pereira, del Partido Demócrata Cristiano, y Jorge Quiroga Ramírez, del partido Libertad y Democracia (LIBRE). Ambos son partidos liberales, el PDC siendo más socio-liberal y el LIBRE siendo neoliberal. Los medios de comunicación masiva los categorizan como “de derecha”, aunque naturalmente debamos rechazar como anticuadas esas categorías políticas de “derecha” e “izquierda”.

Rodrigo Paz habría recibido aproximadamente el 31% de los votos, mientras que Jorge Quiroga habría recibido el 27%. El escrutinio aún no ha terminado, pero el resultado final probablemente no distará mucho de esto. El candidato oficialista Eduardo del Castillo, por su parte, quedó en 6º lugar, con aproximadamente el 3% de los votos.

Es curioso que la aprobación de Luis Arce rondó el 40% entre 2023 y la segunda mitad de 2024. ¿Cómo es que un presidente pasa de tener aproximadamente un 40% de aprobación a – 1 año después – no conseguir que su sucesor designado alcance ni siquiera el 4% de los votos?

En primer lugar, existe un elemento en esta crisis del MAS que es congénito. De los países iberoamericanos, Bolivia quizás sea el históricamente más inestable. Esto puede confirmarse por la cantidad de intentos de golpes de Estado, 194, así como de renuncias presidenciales, 4 en 25 años.

Forman parte de este caos las profundas diferencias regionales, que prácticamente oponen irremediablemente al departamento de Santa Cruz con el resto del país. Se suma a esto, también, la politización radical de los cocaleros y de los indígenas bolivianos (que componen el 20% de la población boliviana), los cuales poseen sus propios intereses.

Y así como el país tiene un historial de golpes o intentos de golpes, también tiene un historial de protestas a gran escala, que ocasionalmente desembocan en violencia.

La política boliviana, por tanto, posee fuertes características “tribales”, en las que diferentes facciones colocan sus propios intereses por encima de los intereses nacionales o de cualquier gran estrategia a largo plazo que dependa de los sacrificios de los propios intereses.

Y el caso del colapso del MAS da un claro testimonio precisamente de ello.

La raíz del problema es el deseo de Evo Morales de retornar al poder en Bolivia, en contra de la decisión del Tribunal Constitucional que impide reelecciones infinitas, y yendo a contramano del deseo del propio Luis Arce de buscar su propia reelección. Tras su regreso del exilio, Morales intentó volver a influir en las decisiones del partido, eligiendo por su cuenta candidatos a los gobiernos regionales, pero el MAS tenía sus propias designaciones.

La ruptura, por tanto, ya era evidente en 2021, con Evo Morales teniendo grandes dificultades para imponer sus opiniones dentro del partido.

Cuando se empezó a discutir la elección presidencial de 2025, entonces, la ruptura se volvió total, ya que Evo Morales comenzó a movilizar a sus seguidores entre cocaleros y movimientos indígenas para presionar por su candidatura, mientras que el propio Presidente Arce insistía en la suya.

Se sucedieron acusaciones mutuas de sabotaje y de vínculos con intereses internacionales, y a partir de septiembre de 2024, Evo Morales, con el apoyo de paramilitares, cocaleros, militantes indígenas y sindicalistas iniciaron un movimiento de protestas contra Luis Arce con el objetivo de presionarlo para que renunciara. Esta movilización de protestas esporádicas que se desplegaron hasta el período electoral, tuvo como principal herramienta el bloqueo de carreteras (bloqueos, por cierto, que ya se ponían en práctica desde al menos principios de 2014), lo que ayudó a provocar una crisis económica en un contexto ya complejo por la falta de dólares debido al colapso de la exportación de gas.

En 2025, el MAS implosionó. Los partidarios de Evo Morales ya habían expulsado a Luis Arce del partido, lo que no fue reconocido por la facción arcista del partido. Ambas facciones pasaron a enfrentarse en protestas callejeras. Arce se quedó con la personalidad jurídica del MAS, mientras que Evo Morales se retiró con sus seguidores para fundar el partido EVO Pueblo – al cual se le impidió disputar estas elecciones de 2025.

Arce entre abril-mayo decidió no disputar las elecciones e indicar a Andrónico Rodríguez como candidato a la presidencia por el MAS. Rodríguez, en teoría, estaría cerca de la facción evista. De esta forma, en teoría, podría representar una candidatura consensual del populismo boliviano. Pero en la medida en que su posibilidad de disputar la elección fue rechazada, Evo Morales convocó a sus seguidores a boicotear las elecciones; Andrónico Rodríguez, por su parte, decidió disputar las elecciones no como representante del gobierno, sino a través del bloque Alianza Popular. Arce, entonces, tuvo que designar a Eduardo del Castillo como representante del gobierno en las elecciones.

En otras palabras, el campo político populista del MAS quedó dividido en 3 posiciones diferentes: la oficialista de Del Castillo, la independiente de Rodríguez y la abstencionista de Morales, potencialmente mayoritaria.

En esta circunstancia el resultado de las elecciones bolivianas no sorprende. Es fruto de un campo político incapaz de sacrificar intereses personales en pro de un proyecto colectivo.

The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

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