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Si se admite, en el caso de Fausto, que un mismo pecho puede albergar dos almas, ¿por qué no ha de ser posible reconocer la acción simultánea y contradictoria de tendencias espirituales opuestas en un mismo hombre, un hombre normal que pasa de una clase a la otra, en el proceso de una crisis mundial?
Lukács. Prefacio a Historia y conciencia de clase, Budapest 1967
Quien vea la siguiente exposición como anacronismo, desfase o cargado de demasiadas asimetrías, está en su derecho. Pero la idea central de esta reflexión es que tras casi treinta años de arribo por vía democrática del llamado movimiento progresista, el mismo se ha planteado como un ente estático, como fin y finalidad alcanzado. A pesar de ser un heredero directo de las luchas de la Guerra Fría entre capitalismo y comunismo, abandonó la revolución del ser, ontológicas y las del colectivo, antropológicas y sociológicas, al romper de manera abrupta con categorías como, alienación, enajenación, totalidad y conciencia de clase.
El progresismo se volvió ‘progresismos’, no desarrolló un sistema de valores e ideas a contrapelo del capitalismo. En el Sur Global renegaron de la URSS ante su abandono del socialismo causado por la traición a su población en la consulta popular que deseaba y exigía, con un 57%, la continuación del socialismo. Pero finalmente, los progresismos, derivados de esta crisis de norte ideológico, (James Petras, Los intelectuales en retirada y otros lo abordaron) son iguales de liberales que la Rusia y el occidente actual. Es un hecho.
Planteo así las siguientes aristas, articuladas en principio por la obra de György Lukács, Historia y conciencia de clase.
I Esbozo del estado de la conciencia de clase en la transición socialista.
Se encontraba la transición socialista apremiada por el ir y venir de los acontecimientos de 1920 en una Unión Soviética en ciernes y bajo la urgencia de hallar una hoja de ruta económica de corte marxista en su reivindicación fundamental: rescatar al sujeto de la alienación, la enajenación. El trabajo intelectual de Marx es una sistematización basada en una exhaustiva revisión y análisis histórico, político, geográfico, filosófico y económico del que devino una construcción de categorías, conceptos y unidades de análisis propios. Pero Marx es a la vez un revolucionario activo, no un hombre engavetado dando la espalda al fervor de su época.
Lukács, (1885 – 1971) como hombre activo dentro del periodo de transición socialista, estaba preocupado por las adecuaciones entre teoría y realidad y la relación sujeto – objeto. De hecho, análisis como los de Eugeni Preobrajensky, La Nueva Economía, escrito para las bases de la economía soviética en el marco de la Nueva Política Económica, NEP de V. Lenin, en 1921 o el texto de Jindrich Zeleny, La Estructura Lógica de El Capital de Marx, de 1968, se esmeran en una comprensión tanto de los factores que en rigor actúan sobre la realidad del periodo de transición -ya no desde la prospectiva sino desde cómo hacer real el paso de la vieja sociedad capitalista hacia la nueva sociedad comunista, desde la transición socialista- como de la compresión de la estructura teórico metodológica del pensamiento marxiano.
En América Latina y el Caribe, se desarrolló particularmente en los 60’s y 70’s del siglo pasado un debate sobre los modos de producción en la subregión y el mismo estuvo atravesado por posturas que recibían, leían y aplicaban sin filtro ni contexto las teorías marxistas; sin revisar el proceso histórico regional. Asimismo, otros intelectuales de aquella época se separaron de tal visión y apelaron por el método, aunque ninguna de las dos posturas se daba necesariamente en procesos de transición in situ, pero se pensaban en la perspectiva de una transición de cambio de régimen al calor de los procesos emancipatorios violentos o democráticos de la época en la subregión. Los intelectuales de aquella época se encontraban vinculados a la política o la militancia. Raro era aquél que sólo teorizara.
Se pensaba entonces que era clave delimitar correctamente qué era América Latina y el Caribe, como modo de producción y como formación social, para comprender hacia dónde y cómo dar la transición. Solo los países donde ganaron revoluciones armadas (Cuba y Nicaragua) o por sufragio, como la chilena de 1970, debieron confrontar en la cotidianidad la relación entre teoría y realidad. Y es clave señalar que Venezuela y Cuba no son progresistas, sino socialistas. La Venezuela actual, derivada de un proceso democrático en 1998, con Hugo Chávez Frías, se esmera en la formación del socialismo en su proceso más profundo. Aunque puede haber una discusión puntual sobre si no es en sí un tipo de progresismo.
De esta forma como ideas centrales tenemos que, en el periodo de transición socialista, la relación teoría-realidad presiona a la praxis, reconfigurándola un tanto ajena a la reflexión tutelar del pensamiento marxiano y que la conciencia de clase, la enajenación, la reflexión histórica que tienda hacia análisis prospectivos -como se aprecia en el trabajo de Lukács- constituyen lecciones para analizar y comprender las características del progresismo, así como detectar las acciones de cambio social que se les atañe y el alcance de la supuesta ‘revolución mediante reformas’ que en apariencia implica el progresismo.
Lukács escribe sobre la cosificación y la conciencia de clase en el proletariado y, a la vez, vive un momento en que se apresura toda una generación a vencer la cosificación, la enajenación misma. Participa en el proceso detonado por la Revolución Bolchevique. Aquello que criticó, toma forma y es válido en cierta medida para el proceso de transición como acto de conciencia. Ya no sólo la crítica, sino que la construcción puso a los bolcheviques de cara a la coexistencia con las formas latentes de una sociedad, ni siquiera industrial ni maquinizada y, por ende, lejana de un sujeto transformador obrero-fabril. La enajenación, la cosificación no se dieron en la sociedad rusa zarista ni en el Imperio Austrohúngaro bajo el signo de una sociedad industrial.
Es relevante por eso apreciar que el primer capítulo de Historia y conciencia de clase piensa desde la dialéctica materialista como dialéctica revolucionaria y en ese sentido tener claridad sobre la relación teoría y práctica se hace fundamental. La idea de que el pensamiento tienda hacia la realidad y ésta hacia el pensamiento, implica, como señala Lukács, la toma de conciencia -que es también toma de conciencia de clase- sobre una realidad y que, a la vez, según se puede comprender, esta conciencia implica la comprensión de condiciones históricas objetivas que permiten el desarrollo de la conciencia misma. En términos de método esto implica que no es un voluntarismo o espontaneísmo de la conciencia, sino que ésta se da como consecuencia de un proceso histórico y dialéctico singular, anclado a realidades y geografías que el ser consciente debe delimitar para comprender la posibilidad de las teorías, la complementariedad adecuada de éstas con la realidad y la fidelidad, no sin escrutinio del método. ¿Hizo esto el progresismo?
Desde la perspectiva de Lukács –en su texto Historia y conciencia de clase, apartado II, “La cosificación y la conciencia de clase del proletariado” así como en apartes de su obra Materiales sobre el realismo, se puede apreciar que en el capitalismo la explotación de la fuerza de trabajo, que se expresa como mercancía, encubre al sujeto productor y lo hace mercancía en sí. Tanto el patrón como el empleado son sujetos privados y el primero moldea la cotidianidad del segundo, mientras éste hace posible la cotidianidad del primero. Explotado, compra mercancías que producen otros trabajadores exprimidos por otros patrones y apenas ve los rendimientos para reproducir su existencia y la de su prole, viviendo por lo general al debe. No tiene así más fin que la subsistencia soportada entre espejismos y baratijas, mientras ruega que al menos esta cotidianidad, de la cual es adenda de la producción, no se modifique para mal; no prescinda de su calidad limitada, por efectos de la innovación, la avaricia del patrón o de alguna crisis.
¿Ha hecho alguna estructuración sistemática o una pedagogía de talante significativa el progresismo en treinta años? No. Aunque quedan las frases de José Mujica de Uruguay, propias de la derrota de época, la del socialismo internacional. Frases, no sistema de ideas. Éstas como el eco del socialismo que no murió en un hombre, que renació tras su largo encarcelamiento como guerrillero Tupamaro, para la gestión del progresismo en su país.
Lukács es uno de esos autores importantes para dar continuidad a ideas y principios que se avistan universales e inalterables –al menos por un tiempo como suele pasar con los paradigmas– del pensamiento marxiano, manteniendo vigente esa preocupación por los principios. Es pertinente señalar que cada época requiere de sus propios pedagogos y divulgadores y se hace imperativo que éstos estén comprometidos con líneas metodológicas claras, sin, como dice Lukács, caer en la exégesis de las obras teóricas centrales. Ésta considero fue la función objetiva de Lukács. Señala él mismo, en el prefacio ya citado de marzo de 1967:
El tránsito de una clase a la clase que le es específicamente enemiga es un proceso muy complejo. Si me miro a mí mismo hacia atrás en el tiempo, veo que mi actitud con respecto a Hegel, mi idealismo ético, con todos sus elementos de anticapitalismo romántico, contenían sin embargo algo positivo para la imagen del mundo que surgía para mí de esa crisis: desde luego, tuve primero que superar esas tendencias en tanto que tendencias dominantes, y aun co-determinantes. hasta que —modificadas varias veces radicalmente— se trasformaron en elementos de una nueva imagen del mundo, ya unitaria.
¿Ha hecho el progresismo una nueva imagen de mundo? ¿Cuáles han sido desde los mandatarios y referentes su posición frente a algún tipo de cambio y continuidades?
Los Progresismos: ¿Agentes de cambio?
Serán las ideas de Lukács, escritas para su contexto y una transición socialista, ¿vigentes o pertinentes para atisbar las líneas del progresismo? ¿Son los actuales ‘progresismos’ verdaderos agentes anticapitalistas, constructores de conciencia crítica, voceros de la lucha contra la enajenación? ¿Han efectuado los líderes progresistas una lectura adecuada de lo que la sociedad imagina, de esa proximidad pensamiento – realidad vs realidad – pensamiento? ¿Han tenido un método en el desarrollo de los ‘cambios’ que supuestamente abanderan o sólo se apalancan en el pragmatismo de un eclecticismo hecho a retazos de liberalismo, cooperativismo y pinceladas del Estado de Bienestar socialista? ¿Es el progresismo la justa medida de lo que la sociedad está dispuesta a asumir como defensa mínima de derechos? El fomento de la conciencia de clase y ante la enajenación, ¿es aplazable hasta encontrar una confluencia de condiciones objetivas y subjetivas? Plantee el lector más preguntas.
Son preguntas relevantes a la luz del ímpetu de época que traslado de Lukács. Si se aprecian los postulados del progresismo, carece de propuestas metodológicas y teóricas e ideológicas distinguibles. ¿Qué es progresismo? Tanto así que se terminó hablando de ‘progresismos’. Se metió al proceso cubano y venezolano en tal grupo y el chileno con Michel Bachelet es en sí un progresismo a la chilena: muy preñado de Chicago boys todavía, hoy con Gabriel Boric, pero es expresión al fin de cuentas del proceso chileno tras años de pinochetismo. No se trata de forzar los tiempos actuales a la línea soviética o maoísta de hace cien años. Se trata de revisar las promesas de tal movimiento en su consistencia, como propuesta anticapitalista.
Por ejemplo, Lula Da Silva, al salir absuelto del caso lava jato, se dirigió a los trabajadores del sector metalúrgico, (aunque no encontré un enlace con el video completo donde señala lo aquí afirmado) que sí él volvía a la presidencia, entonces ellos tendrían de nuevo derecho a salir a comprar, a comer en restaurantes, a cambiar de carro o viajar; es decir, un llamado al derecho al consumo. No está mal, pero no es suficiente.
El presidente de Colombia Gustavo Petro, señala la eficiencia de sus gestión en términos de los rendimientos propuestos por la métrica de entidades supranacionales o comparando lugares de su país que llega a ser en su mandato la sexta economía en las mediciones de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos OCDE. La OCDE, una organización a la que ni siquiera debería pertenecer Colombia, como tampoco a la OTAN, en calidad de socio estratégico, aunque eso es otra historia. También el presidente señaló desde el Senado y en la campaña electoral que Colombia es un país que vive en el feudalismo, expresado en una clase terrateniente y ‘mafiosa’ y que lo que él propone es la liberación de las fuerzas productivas para desarrollar un capitalismo colombiano.
Bajo tal premisa, ¿cómo construir un diálogo des alienante, acorde a la sociedad a su tiempo, a su idiosincrasia y nivel cultural, rezagado por doscientos años de abyección ideológica de la élite? Creo que la respuesta no es que se haya construido una categoría amable o dotada de conciencia de clase y de etnia y de género -para ampliar las dimensiones- sino que se dijo: “Colombia potencia mundial de la vida”, “Colombia, el país de la belleza” y como consigna en lo subjetivo – objetivo, “Devolverles la igualdad a todas las y los colombianos, es lograr que la dignidad se haga costumbre.” y “vivir sabroso”.
Señaló la vicepresidenta Francia Márquez, en entrevista, de 2022: lo que significa realmente ‘vivir sabroso’: “Eso es parte del clasismo de este país, si lo miras desde ese lugar (…) Te invito a reflexionar qué significa ‘vivir sabroso’ para el pueblo negro, en sus entrañas, de nuestra identidad étnica y cultural: se refiere a vivir sin miedo, se refiere a vivir en dignidad, se refiere a vivir con garantía de derechos”. ¿Implica ‘vivir sabroso’, solamente acceso a bienes y servicios para todos? ¿Cómo el ‘vivir sabroso’ es des alienante?
Gracias a la ignorancia de la prensa de derecha, la expresión de Eduardo Galeano, ‘Los nadies’ fue una oportunidad no aprovechada suficientemente, para ponerla en el terreno de la formación ideológica de masas.
Si me dicen que el progresismo está más enfocado en la acción social que, a la teorización, la categorización y la sistematización de su proceso, sería una buena respuesta y aguardo los resultados para la larga duración y la lucha contra el capitalismo. “Vivir sabroso” o afirmar “los nadies”, habrían sido excelentes oportunidades de categorización de enfoque y dirección de la conciencia de clase.
Durante la Guerra Fría, se dio también la batalla por la conciencia sobre el mercado, sobre el intercambio desigual. A contrapelo de la OMC, el bloque socialista construyó el Consejo de Ayuda Mutua Económica, CAME, que también desarrolló, aparte de un mercado no desigual, una nomenclatura, una semántica, una categorización diferente. Dos ejemplos: No medían el Producto Interno Bruto, PIB, sino la Producción Social Global, PSG. No hablaban de competencia, sino de emulación. ¿Ha intentado el progresismo crear categorías propias, definir sus patrones más en relación con lo humano que con el mercado?
Nadie con dos dedos de frente y con un coeficiente intelectual superior a la temperatura ambiente, -como irónicamente señalan Pepe Escobar o Andrei Martyanov- pediría que alzaran las banderas del fervor propio de los años 50’s y 60’s, pero al menos sí una idea clara, honesta; delimitar con un fin y como un proceso si se quiere, como una oportunidad aplazada de revolución. ¿Para qué Petro exhibe la espada de El Libertador, Simón Bolívar? ¿Prepara o tantea el paso revolucionario? De ser así, ¿con qué sujeto, con que conciencia de clase? Rafael Correa, presidente de Ecuador, dio a su campaña el nombre de “Revolución ciudadana”. La ciudadanía, categoría emanada de la ilustración como consolidación de la idea griega de la Polis, es por excelencia una idea burguesa, que fue revolucionaria ante el feudalismo, dado en Europa. Una vez logrado su objetivo, pasó esa ciudadanía a ser reaccionaria, anti revolucionaria. Entonces, una revolución ciudadana, es como cuando los sindicatos en todas las empresas donde hay, al menos en Colombia, se fragmentan y crean nuevos sindicatos. No pasa nada. ¿rompiste el sindicato para hacer sindicalismo? ¿revolucionaste al ciudadano para hacerlo más ciudadano? Ya sé la respuesta. En la democracia, vibra la diversidad.
¿Por qué los progresismos están más preocupados por mostrar que su gestión es eficiente en términos de mercado, economía y acceso a bienes y servicios, pero no se esmera en la formación de conciencia crítica, histórica y de clase? El kirchnerismo y el progresismo de Alberto Fernández en Argentina, tras veinte años gobernando y creando espacios de participación también para la mujer, perdieron con voto femenino, viejos, pobres y de jóvenes contra el estulto Javier Milei, porque nunca se preocuparon por formar conciencia, de fomentar reflexiones des alienantes y formar cuadros políticos. Se dedicaron a dar y a construir en el imaginario popular una errónea idea del merecer más consumo no de racionar el mismo.
El gobierno se volvió un espacio mágico dador por obligación delegada, no participante. Aunque se diga que no, continuó la democracia representativa, delegada. En entrevista de mayo de 2016 a Dilma Rousseff, ella misma refirió que en una encuesta aplicada a la población brasileña, los encuestados consideraban que su ascenso social se debía en primer lugar a Dios, en segundo a ellos mismos y en tercero al gobierno progresista. Dilma llegó luego de dos mandatos de Lula y no había una conciencia de clase de por qué se daba tal asenso; más de 30 millones de personas sacadas de la pobreza. Muchos de ellos luego votarán por Jair Bolsonaro. La idea progresista en relación con la formación de conciencia de clase, como se ve en Lukács, está fuera de discusión, NO existe una línea de cultivo ideológico, teórico-práctico en este sentido.
La forma en que se legitiman los logros del progresismo es por el mejoramiento del acceso a bienes y servicios, -que no está mal- así como por los indicadores macroeconómicos o los rankings internacionales desarrollados en el seno del capitalismo. Eso se puede ver en los informes de cualquier presidencia progresista. Repito: no es llamarse a engaños para pedirle acciones que no le son alcanzables al progresismo actual. Se trata de alertar sobre lo que se ha acuñado en América Latina bajo tal nombre: un liberalismo de tipo keynesiano o neo keynesiano, sin un sistema de ideas ni métodos para el cambio social.
III. Ecologismo y enajenación: cuida la naturaleza y consúmela como derecho
A lo sumo, puede preguntarse sobre el papel que debería tener el concepto central de enajenación en cualquier iniciativa de cambio, revolución o transición que se autodefine como crítica del capitalismo, cuando se lanza, por ejemplo, en defensa del ambiente y la naturaleza desde el ecologismo y dota de derechos a la tierra, en un arrebato animista. Lo hizo Correa en Ecuador.
La tierra no necesita derechos. Es en sí una expresión de hecho. Este carácter jurídico en torno a la naturaleza sólo abre la posibilidad al derecho mercantil. ¿Cómo se puede abordar el ecologismo sin la crítica al consumo y, es más, motivando al consumo como derecho de las clases históricamente marginadas? ¿Qué son las reuniones de la COP, sino en gran parte cambiar naturaleza por otros tipos de inversión, bajo la oportunidad de ‘otros’ negocios?
Está claro que ningún progresismo quiso parecer demasiado socialista ni comunista, pues apenas en el año 1991 tras la debacle del campo socialista, la idea general de un socialismo como transición y un comunismo como finalidad, quedó eclipsada por el regreso a concepciones nativas de Indoamérica, como el Sumak Ksay (buen vivir) en Ecuador, el indigenismo zapatista en México o los movimientos sociales de larga data como los cocaleros en Bolivia, los desposeídos de la tierra en Brasil, entre varios actores y movimientos sociales.
Nadie quería ofrecer socialismo en su campaña electoral porque era condenar la posibilidad de acenso a fracasar. Así, el ecologismo, dentro de estos movimientos se volvió poco a poco una idea ineludible en la agenda progresista y se gestaron ‘partidos verdes’. No es negable como preocupación el destino de la naturaleza como reto de la humanidad, pero sí fue banalizado al escindir la racionalización del consumo de la naturaleza de la problematización del derecho universal al consumo de mercancías. Pues en última instancia los progresismos abanderaron el derecho a que los sectores populares tuvieran acceso al consumo como los otros sectores arriba de éstos en la sociedad. La idea central del progresismo entonces no fue ni es una crítica al consumo sino la universalización del acceso al ‘inmenso arsenal de mercancías’ que el capitalismo promete y exhibe. Ya en Lukács se aprecia la naturaleza en dos sentidos, el siguiente es uno:
…en varios pasajes se afirma que la naturaleza es una categoría social, y la concepción global del libro [Historia y…] está orientada en el sentido de que sólo el conocimiento de la sociedad y de los hombres que viven en ella es filosóficamente importante. […] Pero, si se mira más de cerca, se descubren algunos rasgos comunes. Es evidente, por un lado, que esta concepción materialista de la naturaleza conlleva una separación realmente radical entre la concepción del mundo burguesa y la socialista: sustraerse a esta problemática significa atenuar los contrastes filosóficos y, por ejemplo, impedir una elaboración decidida del concepto materialista de la praxis…
En la notable obra de John Bellamy Foster, La Ecología de Marx. Materialismo y naturaleza, se puede apreciar que, así como el propio Lukács y otros intelectuales de la periferia soviética, como Rudolf Barhú, tenían la posibilidad de pensar por fuera de la rígida, monolítica línea estalinista y regresaban sobre la fuente primaria, Marx y Engels, también el propio Bujarín reconocía ya en Marx una línea ‘ecológica política’. Pero los progresismos no regresaron nunca sobre tales pasos. No les interesaba ni interesa y es hora de comprender que el progresismo sólo puede apreciarse como un mal menor o una etapa de contención de las fuerzas y relaciones de producción capitalistas por un tiempo, incapaz de hacer una presión efectiva a contrapelo al actual arribo de gobiernos fascistas, como se aprecia en Argentina, Ecuador, Perú y El Salvador.
Si se sigue la línea de exposición anterior sobre Lukács, surgen las siguientes preguntas: ¿es el progresismo una transición? ¿Es el progresismo una transición consciente en sus adscritos y militantes? De ser el progresismo una transición, ¿cuáles son los elementos de una vieja y una nueva sociedad? ¿cuál es el papel del sindicalismo en el progresismo? ¿Cuál es la situación del obrero y del ciudadano común frente a la innovación y la cosificación?
El progresismo no se manifiesta como una alternativa meditada, sino como fenómeno abrupto de la post Guerra Fría. De manera subrepticia encarna un antagonismo ambiguo ante una transición que se pudiera alejar del capitalismo, mientras actúa solapado y concupiscente con el liberalismo económico y político sin ser una apuesta frontal ante un capitalismo que marcha hacia el radicalismo ya no sólo neoliberal sino fascista.
El problema, el mal de época que aqueja con el progresismo, es que abandonó la formación de conciencia de clase, para entregarse a una oferta 2 x 1 en un lleve Estado de Bienestar y adhiera consumo sin costo. Pero esto es también superfluo sino se comprende que el acto consciente en el marxismo y en la obra de Lukács, es la valoración del sentido liberador del trabajo, de la carga de existencia significativa que encarna el trabajo, no sólo como medio para obtener recursos para la reproducción de la vida material, sino como dador de sentido de vida en sociedad. Esto significa que la transición socialista comprendía que muchas cosas podían cambiar al confrontar la realidad, pero el telos, la finalidad original de un nuevo modo de producción, de una nueva formación social debían tener presente al ser y a la naturaleza. Al primero como creador de sentido para sí y para los demás en colectivo. La segunda como materialidad finita a ser cuidada en el consumo – producción incesante, de lo que deviene pensar cuánto consumo es meritorio para cada uno y cómo el sistema de ideas construye la racionalidad de éste.
En resumen, Lukács llega a cierta retractación o revisión de su compendio de ensayos, bajo el título, Historia y conciencia de clase, como autocrítica acerca del fervor revolucionario que privilegia la velocidad que experimentaba el ímpetu revolucionario, destrabado tras poco más de medio siglo de pujas. Más o menos Lev Trotsky en su obra Historia de la revolución rusa, decía que mientras el zar Nikolái Romanov pensaba en semanas y meses, los revolucionarios pensaban en días y horas; es decir, hay una certeza del triunfo que se expresa en afirmar de manera decidida todo lo que también como acervo teórico valida tal logro.
Que Lukács haga una revisión autocrítica, es clave para sugerir que desde el progresismo iniciaran a hacer autocríticas, pues la sistematización y la memoria son importantes como acervo para los próximos enfoques y corrientes urgentes ante un capitalismo vivo y agresivo desde su versión neofascista actual.
El concepto de ‘totalidad’ implica la relación orgánica entre revolución y teoría desde la praxis. En el progresismo, quizá murieron dos tipos de actividades, el crítico teórico y el revolucionario. Desapareció el segundo y el primero se aburguesó en las líneas liberales reformistas o reapareció como ‘revolucionario’ de sofá y whisky, condicionado por la conciliación de las reformas imperativas para la clase trabajadora, con las élites que nunca les aprobarán nada en los parlamentos, sin antes deslactozarlas, hacerlas carentes de sentido e impacto en favor de ‘los nadies’.