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Hugo Dionísio
April 21, 2025
© Photo: SCF

Nuestra «crisis» es sólo una: estamos haciendo crecer el monstruo de la ineficiencia sistémica que nos asfixia.

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La imposición de políticas proteccionistas por parte de EEUU y, en parte, de la UE, aparentemente motivadas por objetivos geoeconómicos presentados como legítimos (reindustrialización), es responsable de una paradoja de ineficiencia inversora, que revela una vez más la verdadera naturaleza de las agendas occidentales: verter dinero en la economía, canalizar los recursos económicos disponibles hacia una acumulación de riqueza sin paralelo en la historia de la humanidad, promover un sistema cada vez más ineficiente que, por ser tan adicto a los ingresos, tiende a optar siempre por las estrategias más caras y, en consecuencia, las más desastrosas para nuestros destinos colectivos. No soy yo quien lo dice, sino Golden Sachs, en su informe “Carbonomics— Tariffs, deglobalization and the cost of decarbonization”.

Este comportamiento, visible especialmente desde principios del siglo XXI, se aceleró con la crisis económica subprime, en la que, en lugar de castigar y exigir responsabilidades a los verdaderos responsables de la especulación desenfrenada, los poderes fácticos de Washington y sus servidores en la UE, el FMI, el BCE y el Banco Mundial, prefirieron trasladar la culpa a los pueblos del Sur, en particular del sur de Europa, sembrando en sus cabezas el prejuicio de que habían estado «viviendo por encima de sus posibilidades», mientras que, a través de una política de shock de austeridad, no solo saquearon los recursos nacionales disponibles (empresas  públicas  y  recursos  fiscales)  para  satisfacer  la  urgencia  de  los «acreedores», sino que también vertieron billones de euros en las economías occidentales, alimentando al monstruo voraz que se esconde tras la economía de casino en su fase gansterizada.

Como cabría esperarse, nada de esto resolvió ningún problema. ¡Todo lo contrario! Se alimentó al monstruo de la ineficiencia y del sinsentido, con el único objetivo de promover la circulación cada vez mayor y más rápida del capital destinado a la acumulación. Como han demostrado crisis posteriores, como la del Covid-19, la guerra de Ucrania o, más recientemente, la «crisis de seguridad», este monstruo que absorbe los recursos producidos por el trabajo se ha convertido en un experto en inventarse «crisis» cuya urgencia, gravedad y carácter siempre preceden a la anterior, obligando, sin excepción y de forma tan repetida como previsible, a desviar recursos que antes estaban destinados a la educación, la vivienda, la sanidad o la seguridad social.

Como en uno de sus artículos lo mencionara el canal de Substack Another Angry Voice, hemos llegado a la etapa final del capitalismo. En los últimos 35 años (post- URSS) hemos sido testigos de tal aceleración del sistema capitalista occidental (núcleo central del dominio de este modo de producción), que hemos pasado de la socialdemocracia —que, a pesar de su degeneración en los años 90, aún conseguía retener una parte significativa de los recursos producidos para los servicios públicos— al neoliberalismo y, más recientemente, a una versión aún más brutal de este, que Varoufakis denomina «Tecnofeudalismo», pero que no es más que capitalismo monopolista —Sam Altman, de Open AI, decía ser de los que trabajan para el monopolio, porque la competencia es para los débiles—, para entrar ahora en la fase gangsteril. El resultado es simple: no hay una sola persona en Occidente que pueda demostrarme que las vidas de los trabajadores de esa región (la abrumadora mayoría de la población) hayan mejorado sustancialmente, en ningún aspecto que se considere. Al contrario, ¡ha empeorado para todos!

La explicación es fácil: de flexibilización cuantitativa en flexibilización cuantitativa, se le ha vuelto demasiado fácil a la oligarquía exigirle dinero a los Estados y verlo fluir a sus bolsillos en cantidades absolutamente disparatadas, empeorando el nivel de deuda de los países occidentales, lo que a su vez conduce a déficits y, concomitantemente, conduce a más austeridad, en un proceso rotatorio de aplastamiento y succión constante de recursos destinados a los servicios públicos, a los servicios para todos. Observemos con atención el caso alemán. Un gobierno formado por la CDU aprueba una revisión constitucional irregular para aprobar una derogación de la regla del déficit de las cuentas públicas, de modo que se pueda gastar más dinero en la guerra. Esta CDU, en la época de Merkel y Shoebel, fue el mismo partido que, en plena crisis de las subprime, obligó a los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España) a aplicar una austeridad brutal, provocando miseria, hambre, muertes en las urgencias de los hospitales, porque no podía haber excepciones a las «cuentas correctas». Algunos a esto le llaman «democracia».

Pero aún no hemos recuperado el aliento luego de tanta sobrecarga presupuestaria y ya los Estados miembros, y la UE, se preparan para inyectar algunos billones más para que las «empresas» puedan hacer frente a los efectos de los aranceles de Trump. El gobierno portugués, que se dispone a gestionar un déficit presupuestario (gobierno de la derecha liberal —PSD—) con la derecha reaccionaria (CDS) y con el apoyo de la derecha ultraliberal (IL)), algo que no ocurre desde hace más de 8 años, también le destina 10.000 millones de euros adicionales para afrontar el problema. En otras palabras, son los asalariados quienes pagan más por todo, pero son los empresarios los que reciben los subsidios. Mientras tanto, cada vez más trabajadores portugueses, incluidos los graduados, viven y duermen en las calles.

Lo que demuestra esta realidad es que cada dificultad, cualquier pequeña turbulencia, es amplificada a niveles inéditos por un ejército de «medios de comunicación», comentaristas, analistas, politólogos, consultores, con un manual tan estudiado que más parecen un ejército de drones sacados de La Guerra de las Galaxias, con la función de generar alarmismo, drama, miedo y consternación, para justificar otra excepción, otro fondo público, en un ciclo interminable de apropiación y concentración.

Los datos no mienten, sólo la UE destinó 1,17 billones de dólares para «salvar» a los bancos, sin ninguna exigencia social ni compensación por ello. Era sólo cuestión de recaudar dinero y distribuirlo en forma de dividendos entre los accionistas. Durante la crisis del Covid-19, vimos políticas monetarias expansivas, que una vez más beneficiaron a los bancos, que fueron financiados a tipos de interés del 0% por el BCE y prestados a tipos de interés comerciales del 10, 20 ó 30%, transfiriendo billones de euros a las grandes corporaciones (solo el Plan de Resiliencia y Recuperación ascendió a 700.000 millones de euros, sin contar lo que los Estados miembros habían dado durante la crisis de la pandemia).

Con la «guerra en Ucrania», además de la «ayuda» al desafortunado país atrapado en las garras del Tío Sam, la UE le destinó grandes fondos a la crisis energética del gas, al aumento de los costos de la energía, en particular para los sectores con «uso intensivo de energía», aprobó incentivos fiscales, subsidios para el restablecimiento de las cadenas de suministro e incentivos para la transición energética, de la «dependencia de Rusia» a la «dependencia de los EEUU». Todo esto va acompañado de desregulación del mercado laboral, ataques a los sindicatos y silenciamiento de las voces disidentes. Cuando Rui Tavares, del Partido Libre (una especie de Baerbock portugués, pero con barba), acusa a Victor Orban de atacar el Estado de derecho, se une al movimiento de quienes aprobaron la mayor desgracia democrática en Europa occidental desde los tiempos del fascismo: la anulación de las elecciones rumanas, la prohibición de que candidatos pudieran presentarse acusados de delitos de opinión y la selección administrativa, por parte de la OTAN, de posibles candidatos, solo del cuadrante pro Alianza Atlántica, en Rumanía, ¡que ni siquiera tiene costas en el océano Atlántico!

El hecho es que desde los años 1920 —la época de los barones de la mafia—, EEUU no ha visto un nivel tan alto de concentración de riqueza (EEUU ha tenido la mayor concentración de riqueza desde los años 1920— Instituto Humanitas Unisinos— IHU). Vale la pena señalar que este fue el período cuando también se desarrolló el primer Terror Rojo. El 0,1% más rico posee hoy el 14% de la riqueza nacional, lo que supone un récord absoluto. Según la propia FED, la mitad más pobre (los trabajadores peor pagados, los desempleados, los ancianos, los niños, etc.) sólo posee el 2,5% de la riqueza nacional, mientras que la mitad más rica (los que votan y apoyan al sistema oligárquico) posee el 97,5% de la riqueza (los ricos son cada vez más ricos: en EEUU, el 0,1% más rico posee ahora el 14% de la riqueza nacional, un récord). Tal vez contentos con el nivel de democracia del asunto, los candidatos de los principales partidos portugueses (PS, PSD, IL y Chega), sólo le dirigen su discurso a la «clase media», concretamente cuando se refieren a la necesidad de «construir casas para la clase media» (véase el debate de ayer, 09/04/2025, entre Pedro Nuno Santos y Mariana Mortágua, y Montenegro y Paulo Raimundo, el 08/04/2025). Algunos a esto le llaman «libertad».

Además de todo esto, todavía podemos decir con mucha objetividad que, considerando las políticas de transición verde y de descarbonización en Occidente, y tomando la «crisis» como cierta, los trabajadores occidentales no solo pagarán mucho de sus propios bolsillos, sino que también pagarán para condenar a muerte al planeta. Esto es exactamente lo que demuestra el informe Golden Sachs que mencioné anteriormente.

Los datos y conclusiones extraídos demuestran que los aranceles e incentivos a la producción local de tecnologías verdes incrementan los costos globales de la descarbonización en al menos un 30%, contradiciendo directamente los objetivos del Acuerdo de París. El informe CARBONOMICS 2025 de Goldman Sachs también afirma que la tensión creada entre «soberanía industrial» y «sostenibilidad ambiental» podría comprometer seriamente la transición energética global. En otras palabras, no sólo hemos invertido enormes cantidades de dinero en una transición verde que ahora está amenazada de muerte a menos que invirtamos aún más dinero en ella, sino que también tendremos que pagar para recuperar industrias que hemos perdido, única y exclusivamente, debido al neoliberalismo globalista y la financierización de la economía occidental. Reindustrialización que empeorará la transición ambiental que financiamos. ¡El contribuyente europeo financia la enfermedad, la cura, el tratamiento y la eutanasia del paciente!

Estas conclusiones están ampliamente respaldadas por el informe en cuestión, del que se puede colegir que el «proteccionismo verde» de la UE/EEUU, que se ha traducido en aranceles a los vehículos eléctricos, a las baterías, a los paneles fotovoltaicos y a los aerogeneradores, tiene un coste oculto brutal que rara vez cuantifican los gobiernos. La producción local de paneles solares y baterías en Europa y EEUU cuesta entre un 58% y un 115% más que las importaciones chinas. Para mitigar esta brecha, se necesitarían aranceles promedio del 115% para los paneles solares y del 55% para las baterías de vehículos eléctricos, medidas que inflarían el costo total de la descarbonización global en un 30%. En otras palabras, tanto dinero gastado para luego enfrentarse a un dilema imposible: ¡o nos descarbonizamos o nos quedamos sin trabajo! ¡Contemplen la eficacia de las políticas occidentales en todo su esplendor! Como siempre, pagaremos por ambos, para que no se consiga nada.

Por otro lado, tras haber permitido que las consideradas tecnologías verdes (solar, baterías) se desplazaran hacia el este, basándose en una visión estrecha, horizontal y deslocalizada de la economía, lo cierto es que hoy, según Goldman Sachs, las innovaciones chinas en 2024 representaron una reducción de costes de al menos el 30 %. En otras palabras, los europeos pagaron billones para financiar su sistema económico y, como resultado, crearon un monstruo de ineficiencia y despilfarro, adictos al dinero fácil sin objetivos ni contrapartidas. Además, ahora nos dicen que tendremos que refinanciarlo, esta vez, para que, bajo el paraguas de una supuesta relocalización (reubicación de estas tecnologías en nuestras costas), podamos empezar a producir lo que otros, también por nuestra culpa y su mejor gobernanza, producen más, mejor y más barato que nosotros.

Hay un ejemplo concreto de esta situación que es paradigmático: un pequeño ayuntamiento de Portugal, administrado por el PSD (partido liberal o neoliberal), en el norte del país, en una pequeña localidad llamada Monção, hace un gran alboroto por haber comprado 5 autobuses eléctricos por 2,1 millones de euros. Es decir, más de 400 mil euros cada uno. Dichos autobuses se pueden adquirir ahora en China por menos de 60.000 euros cada uno. Así que la pregunta sigue siendo:

¿por qué tenemos que pagar más? ¿Por qué se fabrican en la UE? Ahora bien, este argumento sólo sería válido si lo hiciéramos con todo, pero dado que, en lo que respecta a los intereses oligárquicos, seguimos comprando en China y en todas partes, sólo hay una conclusión obvia: así es exactamente como se supone que debe ser y es un enorme premio gordo para los gánsteres del lavado de imagen verde que operan en Occidente.

Pero el informe de Goldman Sachs señala también otra contradicción que corrobora exactamente lo dicho, es decir, el desarrollo de tecnologías brutalmente costosas, pero que justifican los enormes subsidios concedidos y la rotación de ingentes cantidades de capital, que engordarán aún más las cuentas offshore, en poder de una nueva categoría de sanguijuelas capaces de succionar continentes enteros, designados como los súper-ricos. Se trata del desarrollo de «Tecnologías Emergentes (hidrógeno verde, SAF)» que provocan estancamiento o aumento de costes debido a la falta de escala global asociada. La incapacidad de respetar y negociar con India, China, Rusia y todos los BRICS, esquemas a escala global, la terquedad en querer dominar toda la industria de punta y controlar las cadenas de valor y de suministro, hace que Occidente esté invirtiendo en quimeras cuya función es extorsionar a sus contribuyentes cada vez más dinero, a sabiendas de que no son ni competitivas ni escalables. Después de todo, las políticas llamadas “friend-shoring” concentran las inversiones en tecnologías menos competitivas, al tiempo que penalizan sectores en los que la cooperación internacional podría acelerar los logros de la eficiencia. Y no soy yo quien lo dice, sino Golden Sachs.

Por último, para agravar esta paradoja geopolítica-climática, la UE y EEUU asignan 1,7 billones de dólares al año en subsidios verdes, pero cada dólar invertido en la producción local de energía solar tiene una eficiencia climática un 58% menor que las importaciones asiáticas. En otras palabras, esta teoría de que tenemos que hacer lo que otros ya están haciendo, sólo porque pensamos, de primera mano, que ganaríamos la carrera por las tecnologías verdes y nos llevaríamos todo el premio gordo, nos está haciendo embarcar en una paradoja de insostenibilidad: cuanto más dinero invertimos en tecnologías verdes en competencia con Asia (sin mencionar   a   China),   ¡menos   carbono   y   eficiencia   ambiental   obtenemos!

¡Gobernantes fantásticos! ¡Es un milagro de la aritmética!

El hecho es que la transición verde requiere un reequilibrio entre la seguridad económica y la eficiencia climática. Como muestra CARBONOMICS 2025, la fragmentación de las cadenas verdes de suministro no solo encarecen la descarbonización, sino que también retrasan el punto de inflexión tecnológico necesario para sectores difíciles de desmantelar, como los vinculados a los combustibles fósiles. No sólo gastamos más dinero sino que todo lo hacemos más difícil y lo retrasamos. Como dice el propio Goldman Sachs, la solución no está en el aislamiento, sino en la arquitectura de nuevos pactos globales-industriales que armonicen los intereses nacionales con los imperativos climáticos, económicos y sociales, añadiría yo. En otras palabras, en lugar de guerras frías y calientes, debemos protegernos, sí, pero también cooperar. Algo que Occidente ya no sabe cómo hacer con aquellos que no le gustan. Si es que alguna vez lo supo.

El Informe de Goldman Sachs muestra que las políticas proteccionistas occidentales, tan bien diseñadas (quizás fueron diseñadas por las mismas personas que diseñaron las reubicaciones, las privatizaciones, etc.), crean un círculo vicioso de altos costos y dependencia de los subsidios estatales a través de tres mecanismos principales:

  • Subsidios industriales  como  compensación  artificial,  pues  las  políticas  de «reshoring» (relocalización industrial) requieren inversiones masivas para viabilizar sectores estratégicos en el territorio nacional. Por ejemplo: la UE ha destinado 1,7 billones de dólares al año en subsidios para tecnologías verdes, pero con una eficiencia climática un 58% inferior a las importaciones asiáticas, y EEUU aplica aranceles de hasta el 54% a los productos chinos, pero debe compensar a las empresas locales con créditos fiscales equivalentes al 30% del costo de producción. Estos mecanismos generan un efecto de «doble costo», ya que protegen a las industrias menos competitivas y transfieren la carga financiera a los contribuyentes. Un negocio fabuloso.
  • Fragmentación de las cadenas de suministro, ya que el proteccionismo obliga a la duplicación de infraestructura crítica, por ejemplo: los paneles solares cuestan 115% más que las importaciones, aumentando su precio en un 40% para los sistemas Las baterías de los vehículos eléctricos cuestan un 55% más que las de los proveedores globales, lo que aumenta el coste promedio de los vehículos en 8.000 dólares. Esta fragmentación requiere una financiación estatal continua para mantener la viabilidad de los sectores estratégicos, lo que crea una dependencia crónica de los fondos públicos. Pero claro, quien escucha a los trumpistas, a André Ventura del partido más reaccionario de Portugal, a los Orban, a los Meloni y a tantos otros, la culpa es de los inmigrantes, que se llevan el dinero, y son los gitanos los que reciben la mayor parte de los subsidios.
  • Efecto dominó geopolítico, ya que los aranceles occidentales desencadenan

represalias que amplifican los costos sistémicos, amplificados, por ejemplo, por la respuesta de China, la UE, los BRICS y otros. Cada medida proteccionista genera nuevas distorsiones del mercado, obligando a los Estados a inyectar recursos adicionales para neutralizar impactos negativos imprevistos.

No es que me oponga a toda forma de proteccionismo, sino al contrario. No obstante, este proteccionismo, una vez más, y como ha ocurrido cuando las economías occidentales se abrieron a la globalización, no tiene como objetivo proteger a los trabajadores y sus condiciones de vida. Su objetivo, más bien, es proteger las condiciones de acumulación de una élite cada vez más rica, que se siente incapaz de competir con aquellos que antes consideraba inferiores.

La paranoia de la inteligencia artificial generativa es en sí misma otro engaño que un día será la responsable de ponernos nuevamente a iluminarnos con velas, para que un puñado de pillos puedan usarla para enriquecerse virtualmente. Como señala también Golden Sachs en su informe semanal, hasta 2030 la Inteligencia Artificial aumentará la demanda de electricidad en un 165%. Exactamente ese es el problema: mucho dinero público invertido en un área de negocio profundamente ineficiente, como lo ha demostrado DeepSeek, al respecto del cual ya he escrito antes.

En conclusión,  si había  alguna duda  de que  este sistema  está condenado  al fracaso, veamos cómo las distintas fases de su desarrollo sólo nos han llevado a la dependencia, la ineficiencia y el atraso en relación con los competidores que tanto parecen asustar a nuestra oligarquía. Cuanto más temen a China y a Rusia, más nos han llevado a la paradoja de la ineficiencia occidental: cuanto más dinero de los contribuyentes se invierte, más atrasados nos volvemos y más miedo tenemos. Una espiral destructiva imparable sin perspectivas de un final previsible.

Y como si no estuvieran contentos, como si todas las estrategias planteadas hasta ahora no hubiesen fracasado, como si el neoliberalismo no hubiera desplazado nuestra capacidad industrial instalada y nuestro know-how, como si el monopolio tecnológico no hubiera empobrecido a tantos millones de trabajadores y como si, desde principios de siglo, el gangsterismo capitalista no hubiera vampirizado todos los fondos públicos, sólo para enriquecer a una ínfima fracción de la población, ahora, quieren obligarnos a pagar otros 800 mil millones de euros porque han identificado otra «crisis». El resultado será simple: cuanto más temamos a Rusia, a China, a Irán y a Corea del Norte, más dinero gastaremos, todo para descubrir que, al fin y al cabo, siguen siendo cada vez más poderosos.

El hecho es que nuestra «crisis» es exclusiva: estamos haciendo crecer el monstruo de la ineficiencia sistémica que nos asfixia. Ésta es la paradoja de la ineficiencia occidental: cuantas más crisis financiamos, más crisis enfrentamos.

¡Hasta que finalmente perezcamos!

La paradoja occidental de la ineficiencia: cuantas más crisis pagamos, más crisis enfrentamos

Nuestra «crisis» es sólo una: estamos haciendo crecer el monstruo de la ineficiencia sistémica que nos asfixia.

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La imposición de políticas proteccionistas por parte de EEUU y, en parte, de la UE, aparentemente motivadas por objetivos geoeconómicos presentados como legítimos (reindustrialización), es responsable de una paradoja de ineficiencia inversora, que revela una vez más la verdadera naturaleza de las agendas occidentales: verter dinero en la economía, canalizar los recursos económicos disponibles hacia una acumulación de riqueza sin paralelo en la historia de la humanidad, promover un sistema cada vez más ineficiente que, por ser tan adicto a los ingresos, tiende a optar siempre por las estrategias más caras y, en consecuencia, las más desastrosas para nuestros destinos colectivos. No soy yo quien lo dice, sino Golden Sachs, en su informe “Carbonomics— Tariffs, deglobalization and the cost of decarbonization”.

Este comportamiento, visible especialmente desde principios del siglo XXI, se aceleró con la crisis económica subprime, en la que, en lugar de castigar y exigir responsabilidades a los verdaderos responsables de la especulación desenfrenada, los poderes fácticos de Washington y sus servidores en la UE, el FMI, el BCE y el Banco Mundial, prefirieron trasladar la culpa a los pueblos del Sur, en particular del sur de Europa, sembrando en sus cabezas el prejuicio de que habían estado «viviendo por encima de sus posibilidades», mientras que, a través de una política de shock de austeridad, no solo saquearon los recursos nacionales disponibles (empresas  públicas  y  recursos  fiscales)  para  satisfacer  la  urgencia  de  los «acreedores», sino que también vertieron billones de euros en las economías occidentales, alimentando al monstruo voraz que se esconde tras la economía de casino en su fase gansterizada.

Como cabría esperarse, nada de esto resolvió ningún problema. ¡Todo lo contrario! Se alimentó al monstruo de la ineficiencia y del sinsentido, con el único objetivo de promover la circulación cada vez mayor y más rápida del capital destinado a la acumulación. Como han demostrado crisis posteriores, como la del Covid-19, la guerra de Ucrania o, más recientemente, la «crisis de seguridad», este monstruo que absorbe los recursos producidos por el trabajo se ha convertido en un experto en inventarse «crisis» cuya urgencia, gravedad y carácter siempre preceden a la anterior, obligando, sin excepción y de forma tan repetida como previsible, a desviar recursos que antes estaban destinados a la educación, la vivienda, la sanidad o la seguridad social.

Como en uno de sus artículos lo mencionara el canal de Substack Another Angry Voice, hemos llegado a la etapa final del capitalismo. En los últimos 35 años (post- URSS) hemos sido testigos de tal aceleración del sistema capitalista occidental (núcleo central del dominio de este modo de producción), que hemos pasado de la socialdemocracia —que, a pesar de su degeneración en los años 90, aún conseguía retener una parte significativa de los recursos producidos para los servicios públicos— al neoliberalismo y, más recientemente, a una versión aún más brutal de este, que Varoufakis denomina «Tecnofeudalismo», pero que no es más que capitalismo monopolista —Sam Altman, de Open AI, decía ser de los que trabajan para el monopolio, porque la competencia es para los débiles—, para entrar ahora en la fase gangsteril. El resultado es simple: no hay una sola persona en Occidente que pueda demostrarme que las vidas de los trabajadores de esa región (la abrumadora mayoría de la población) hayan mejorado sustancialmente, en ningún aspecto que se considere. Al contrario, ¡ha empeorado para todos!

La explicación es fácil: de flexibilización cuantitativa en flexibilización cuantitativa, se le ha vuelto demasiado fácil a la oligarquía exigirle dinero a los Estados y verlo fluir a sus bolsillos en cantidades absolutamente disparatadas, empeorando el nivel de deuda de los países occidentales, lo que a su vez conduce a déficits y, concomitantemente, conduce a más austeridad, en un proceso rotatorio de aplastamiento y succión constante de recursos destinados a los servicios públicos, a los servicios para todos. Observemos con atención el caso alemán. Un gobierno formado por la CDU aprueba una revisión constitucional irregular para aprobar una derogación de la regla del déficit de las cuentas públicas, de modo que se pueda gastar más dinero en la guerra. Esta CDU, en la época de Merkel y Shoebel, fue el mismo partido que, en plena crisis de las subprime, obligó a los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España) a aplicar una austeridad brutal, provocando miseria, hambre, muertes en las urgencias de los hospitales, porque no podía haber excepciones a las «cuentas correctas». Algunos a esto le llaman «democracia».

Pero aún no hemos recuperado el aliento luego de tanta sobrecarga presupuestaria y ya los Estados miembros, y la UE, se preparan para inyectar algunos billones más para que las «empresas» puedan hacer frente a los efectos de los aranceles de Trump. El gobierno portugués, que se dispone a gestionar un déficit presupuestario (gobierno de la derecha liberal —PSD—) con la derecha reaccionaria (CDS) y con el apoyo de la derecha ultraliberal (IL)), algo que no ocurre desde hace más de 8 años, también le destina 10.000 millones de euros adicionales para afrontar el problema. En otras palabras, son los asalariados quienes pagan más por todo, pero son los empresarios los que reciben los subsidios. Mientras tanto, cada vez más trabajadores portugueses, incluidos los graduados, viven y duermen en las calles.

Lo que demuestra esta realidad es que cada dificultad, cualquier pequeña turbulencia, es amplificada a niveles inéditos por un ejército de «medios de comunicación», comentaristas, analistas, politólogos, consultores, con un manual tan estudiado que más parecen un ejército de drones sacados de La Guerra de las Galaxias, con la función de generar alarmismo, drama, miedo y consternación, para justificar otra excepción, otro fondo público, en un ciclo interminable de apropiación y concentración.

Los datos no mienten, sólo la UE destinó 1,17 billones de dólares para «salvar» a los bancos, sin ninguna exigencia social ni compensación por ello. Era sólo cuestión de recaudar dinero y distribuirlo en forma de dividendos entre los accionistas. Durante la crisis del Covid-19, vimos políticas monetarias expansivas, que una vez más beneficiaron a los bancos, que fueron financiados a tipos de interés del 0% por el BCE y prestados a tipos de interés comerciales del 10, 20 ó 30%, transfiriendo billones de euros a las grandes corporaciones (solo el Plan de Resiliencia y Recuperación ascendió a 700.000 millones de euros, sin contar lo que los Estados miembros habían dado durante la crisis de la pandemia).

Con la «guerra en Ucrania», además de la «ayuda» al desafortunado país atrapado en las garras del Tío Sam, la UE le destinó grandes fondos a la crisis energética del gas, al aumento de los costos de la energía, en particular para los sectores con «uso intensivo de energía», aprobó incentivos fiscales, subsidios para el restablecimiento de las cadenas de suministro e incentivos para la transición energética, de la «dependencia de Rusia» a la «dependencia de los EEUU». Todo esto va acompañado de desregulación del mercado laboral, ataques a los sindicatos y silenciamiento de las voces disidentes. Cuando Rui Tavares, del Partido Libre (una especie de Baerbock portugués, pero con barba), acusa a Victor Orban de atacar el Estado de derecho, se une al movimiento de quienes aprobaron la mayor desgracia democrática en Europa occidental desde los tiempos del fascismo: la anulación de las elecciones rumanas, la prohibición de que candidatos pudieran presentarse acusados de delitos de opinión y la selección administrativa, por parte de la OTAN, de posibles candidatos, solo del cuadrante pro Alianza Atlántica, en Rumanía, ¡que ni siquiera tiene costas en el océano Atlántico!

El hecho es que desde los años 1920 —la época de los barones de la mafia—, EEUU no ha visto un nivel tan alto de concentración de riqueza (EEUU ha tenido la mayor concentración de riqueza desde los años 1920— Instituto Humanitas Unisinos— IHU). Vale la pena señalar que este fue el período cuando también se desarrolló el primer Terror Rojo. El 0,1% más rico posee hoy el 14% de la riqueza nacional, lo que supone un récord absoluto. Según la propia FED, la mitad más pobre (los trabajadores peor pagados, los desempleados, los ancianos, los niños, etc.) sólo posee el 2,5% de la riqueza nacional, mientras que la mitad más rica (los que votan y apoyan al sistema oligárquico) posee el 97,5% de la riqueza (los ricos son cada vez más ricos: en EEUU, el 0,1% más rico posee ahora el 14% de la riqueza nacional, un récord). Tal vez contentos con el nivel de democracia del asunto, los candidatos de los principales partidos portugueses (PS, PSD, IL y Chega), sólo le dirigen su discurso a la «clase media», concretamente cuando se refieren a la necesidad de «construir casas para la clase media» (véase el debate de ayer, 09/04/2025, entre Pedro Nuno Santos y Mariana Mortágua, y Montenegro y Paulo Raimundo, el 08/04/2025). Algunos a esto le llaman «libertad».

Además de todo esto, todavía podemos decir con mucha objetividad que, considerando las políticas de transición verde y de descarbonización en Occidente, y tomando la «crisis» como cierta, los trabajadores occidentales no solo pagarán mucho de sus propios bolsillos, sino que también pagarán para condenar a muerte al planeta. Esto es exactamente lo que demuestra el informe Golden Sachs que mencioné anteriormente.

Los datos y conclusiones extraídos demuestran que los aranceles e incentivos a la producción local de tecnologías verdes incrementan los costos globales de la descarbonización en al menos un 30%, contradiciendo directamente los objetivos del Acuerdo de París. El informe CARBONOMICS 2025 de Goldman Sachs también afirma que la tensión creada entre «soberanía industrial» y «sostenibilidad ambiental» podría comprometer seriamente la transición energética global. En otras palabras, no sólo hemos invertido enormes cantidades de dinero en una transición verde que ahora está amenazada de muerte a menos que invirtamos aún más dinero en ella, sino que también tendremos que pagar para recuperar industrias que hemos perdido, única y exclusivamente, debido al neoliberalismo globalista y la financierización de la economía occidental. Reindustrialización que empeorará la transición ambiental que financiamos. ¡El contribuyente europeo financia la enfermedad, la cura, el tratamiento y la eutanasia del paciente!

Estas conclusiones están ampliamente respaldadas por el informe en cuestión, del que se puede colegir que el «proteccionismo verde» de la UE/EEUU, que se ha traducido en aranceles a los vehículos eléctricos, a las baterías, a los paneles fotovoltaicos y a los aerogeneradores, tiene un coste oculto brutal que rara vez cuantifican los gobiernos. La producción local de paneles solares y baterías en Europa y EEUU cuesta entre un 58% y un 115% más que las importaciones chinas. Para mitigar esta brecha, se necesitarían aranceles promedio del 115% para los paneles solares y del 55% para las baterías de vehículos eléctricos, medidas que inflarían el costo total de la descarbonización global en un 30%. En otras palabras, tanto dinero gastado para luego enfrentarse a un dilema imposible: ¡o nos descarbonizamos o nos quedamos sin trabajo! ¡Contemplen la eficacia de las políticas occidentales en todo su esplendor! Como siempre, pagaremos por ambos, para que no se consiga nada.

Por otro lado, tras haber permitido que las consideradas tecnologías verdes (solar, baterías) se desplazaran hacia el este, basándose en una visión estrecha, horizontal y deslocalizada de la economía, lo cierto es que hoy, según Goldman Sachs, las innovaciones chinas en 2024 representaron una reducción de costes de al menos el 30 %. En otras palabras, los europeos pagaron billones para financiar su sistema económico y, como resultado, crearon un monstruo de ineficiencia y despilfarro, adictos al dinero fácil sin objetivos ni contrapartidas. Además, ahora nos dicen que tendremos que refinanciarlo, esta vez, para que, bajo el paraguas de una supuesta relocalización (reubicación de estas tecnologías en nuestras costas), podamos empezar a producir lo que otros, también por nuestra culpa y su mejor gobernanza, producen más, mejor y más barato que nosotros.

Hay un ejemplo concreto de esta situación que es paradigmático: un pequeño ayuntamiento de Portugal, administrado por el PSD (partido liberal o neoliberal), en el norte del país, en una pequeña localidad llamada Monção, hace un gran alboroto por haber comprado 5 autobuses eléctricos por 2,1 millones de euros. Es decir, más de 400 mil euros cada uno. Dichos autobuses se pueden adquirir ahora en China por menos de 60.000 euros cada uno. Así que la pregunta sigue siendo:

¿por qué tenemos que pagar más? ¿Por qué se fabrican en la UE? Ahora bien, este argumento sólo sería válido si lo hiciéramos con todo, pero dado que, en lo que respecta a los intereses oligárquicos, seguimos comprando en China y en todas partes, sólo hay una conclusión obvia: así es exactamente como se supone que debe ser y es un enorme premio gordo para los gánsteres del lavado de imagen verde que operan en Occidente.

Pero el informe de Goldman Sachs señala también otra contradicción que corrobora exactamente lo dicho, es decir, el desarrollo de tecnologías brutalmente costosas, pero que justifican los enormes subsidios concedidos y la rotación de ingentes cantidades de capital, que engordarán aún más las cuentas offshore, en poder de una nueva categoría de sanguijuelas capaces de succionar continentes enteros, designados como los súper-ricos. Se trata del desarrollo de «Tecnologías Emergentes (hidrógeno verde, SAF)» que provocan estancamiento o aumento de costes debido a la falta de escala global asociada. La incapacidad de respetar y negociar con India, China, Rusia y todos los BRICS, esquemas a escala global, la terquedad en querer dominar toda la industria de punta y controlar las cadenas de valor y de suministro, hace que Occidente esté invirtiendo en quimeras cuya función es extorsionar a sus contribuyentes cada vez más dinero, a sabiendas de que no son ni competitivas ni escalables. Después de todo, las políticas llamadas “friend-shoring” concentran las inversiones en tecnologías menos competitivas, al tiempo que penalizan sectores en los que la cooperación internacional podría acelerar los logros de la eficiencia. Y no soy yo quien lo dice, sino Golden Sachs.

Por último, para agravar esta paradoja geopolítica-climática, la UE y EEUU asignan 1,7 billones de dólares al año en subsidios verdes, pero cada dólar invertido en la producción local de energía solar tiene una eficiencia climática un 58% menor que las importaciones asiáticas. En otras palabras, esta teoría de que tenemos que hacer lo que otros ya están haciendo, sólo porque pensamos, de primera mano, que ganaríamos la carrera por las tecnologías verdes y nos llevaríamos todo el premio gordo, nos está haciendo embarcar en una paradoja de insostenibilidad: cuanto más dinero invertimos en tecnologías verdes en competencia con Asia (sin mencionar   a   China),   ¡menos   carbono   y   eficiencia   ambiental   obtenemos!

¡Gobernantes fantásticos! ¡Es un milagro de la aritmética!

El hecho es que la transición verde requiere un reequilibrio entre la seguridad económica y la eficiencia climática. Como muestra CARBONOMICS 2025, la fragmentación de las cadenas verdes de suministro no solo encarecen la descarbonización, sino que también retrasan el punto de inflexión tecnológico necesario para sectores difíciles de desmantelar, como los vinculados a los combustibles fósiles. No sólo gastamos más dinero sino que todo lo hacemos más difícil y lo retrasamos. Como dice el propio Goldman Sachs, la solución no está en el aislamiento, sino en la arquitectura de nuevos pactos globales-industriales que armonicen los intereses nacionales con los imperativos climáticos, económicos y sociales, añadiría yo. En otras palabras, en lugar de guerras frías y calientes, debemos protegernos, sí, pero también cooperar. Algo que Occidente ya no sabe cómo hacer con aquellos que no le gustan. Si es que alguna vez lo supo.

El Informe de Goldman Sachs muestra que las políticas proteccionistas occidentales, tan bien diseñadas (quizás fueron diseñadas por las mismas personas que diseñaron las reubicaciones, las privatizaciones, etc.), crean un círculo vicioso de altos costos y dependencia de los subsidios estatales a través de tres mecanismos principales:

  • Subsidios industriales  como  compensación  artificial,  pues  las  políticas  de «reshoring» (relocalización industrial) requieren inversiones masivas para viabilizar sectores estratégicos en el territorio nacional. Por ejemplo: la UE ha destinado 1,7 billones de dólares al año en subsidios para tecnologías verdes, pero con una eficiencia climática un 58% inferior a las importaciones asiáticas, y EEUU aplica aranceles de hasta el 54% a los productos chinos, pero debe compensar a las empresas locales con créditos fiscales equivalentes al 30% del costo de producción. Estos mecanismos generan un efecto de «doble costo», ya que protegen a las industrias menos competitivas y transfieren la carga financiera a los contribuyentes. Un negocio fabuloso.
  • Fragmentación de las cadenas de suministro, ya que el proteccionismo obliga a la duplicación de infraestructura crítica, por ejemplo: los paneles solares cuestan 115% más que las importaciones, aumentando su precio en un 40% para los sistemas Las baterías de los vehículos eléctricos cuestan un 55% más que las de los proveedores globales, lo que aumenta el coste promedio de los vehículos en 8.000 dólares. Esta fragmentación requiere una financiación estatal continua para mantener la viabilidad de los sectores estratégicos, lo que crea una dependencia crónica de los fondos públicos. Pero claro, quien escucha a los trumpistas, a André Ventura del partido más reaccionario de Portugal, a los Orban, a los Meloni y a tantos otros, la culpa es de los inmigrantes, que se llevan el dinero, y son los gitanos los que reciben la mayor parte de los subsidios.
  • Efecto dominó geopolítico, ya que los aranceles occidentales desencadenan

represalias que amplifican los costos sistémicos, amplificados, por ejemplo, por la respuesta de China, la UE, los BRICS y otros. Cada medida proteccionista genera nuevas distorsiones del mercado, obligando a los Estados a inyectar recursos adicionales para neutralizar impactos negativos imprevistos.

No es que me oponga a toda forma de proteccionismo, sino al contrario. No obstante, este proteccionismo, una vez más, y como ha ocurrido cuando las economías occidentales se abrieron a la globalización, no tiene como objetivo proteger a los trabajadores y sus condiciones de vida. Su objetivo, más bien, es proteger las condiciones de acumulación de una élite cada vez más rica, que se siente incapaz de competir con aquellos que antes consideraba inferiores.

La paranoia de la inteligencia artificial generativa es en sí misma otro engaño que un día será la responsable de ponernos nuevamente a iluminarnos con velas, para que un puñado de pillos puedan usarla para enriquecerse virtualmente. Como señala también Golden Sachs en su informe semanal, hasta 2030 la Inteligencia Artificial aumentará la demanda de electricidad en un 165%. Exactamente ese es el problema: mucho dinero público invertido en un área de negocio profundamente ineficiente, como lo ha demostrado DeepSeek, al respecto del cual ya he escrito antes.

En conclusión,  si había  alguna duda  de que  este sistema  está condenado  al fracaso, veamos cómo las distintas fases de su desarrollo sólo nos han llevado a la dependencia, la ineficiencia y el atraso en relación con los competidores que tanto parecen asustar a nuestra oligarquía. Cuanto más temen a China y a Rusia, más nos han llevado a la paradoja de la ineficiencia occidental: cuanto más dinero de los contribuyentes se invierte, más atrasados nos volvemos y más miedo tenemos. Una espiral destructiva imparable sin perspectivas de un final previsible.

Y como si no estuvieran contentos, como si todas las estrategias planteadas hasta ahora no hubiesen fracasado, como si el neoliberalismo no hubiera desplazado nuestra capacidad industrial instalada y nuestro know-how, como si el monopolio tecnológico no hubiera empobrecido a tantos millones de trabajadores y como si, desde principios de siglo, el gangsterismo capitalista no hubiera vampirizado todos los fondos públicos, sólo para enriquecer a una ínfima fracción de la población, ahora, quieren obligarnos a pagar otros 800 mil millones de euros porque han identificado otra «crisis». El resultado será simple: cuanto más temamos a Rusia, a China, a Irán y a Corea del Norte, más dinero gastaremos, todo para descubrir que, al fin y al cabo, siguen siendo cada vez más poderosos.

El hecho es que nuestra «crisis» es exclusiva: estamos haciendo crecer el monstruo de la ineficiencia sistémica que nos asfixia. Ésta es la paradoja de la ineficiencia occidental: cuantas más crisis financiamos, más crisis enfrentamos.

¡Hasta que finalmente perezcamos!

Nuestra «crisis» es sólo una: estamos haciendo crecer el monstruo de la ineficiencia sistémica que nos asfixia.

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La imposición de políticas proteccionistas por parte de EEUU y, en parte, de la UE, aparentemente motivadas por objetivos geoeconómicos presentados como legítimos (reindustrialización), es responsable de una paradoja de ineficiencia inversora, que revela una vez más la verdadera naturaleza de las agendas occidentales: verter dinero en la economía, canalizar los recursos económicos disponibles hacia una acumulación de riqueza sin paralelo en la historia de la humanidad, promover un sistema cada vez más ineficiente que, por ser tan adicto a los ingresos, tiende a optar siempre por las estrategias más caras y, en consecuencia, las más desastrosas para nuestros destinos colectivos. No soy yo quien lo dice, sino Golden Sachs, en su informe “Carbonomics— Tariffs, deglobalization and the cost of decarbonization”.

Este comportamiento, visible especialmente desde principios del siglo XXI, se aceleró con la crisis económica subprime, en la que, en lugar de castigar y exigir responsabilidades a los verdaderos responsables de la especulación desenfrenada, los poderes fácticos de Washington y sus servidores en la UE, el FMI, el BCE y el Banco Mundial, prefirieron trasladar la culpa a los pueblos del Sur, en particular del sur de Europa, sembrando en sus cabezas el prejuicio de que habían estado «viviendo por encima de sus posibilidades», mientras que, a través de una política de shock de austeridad, no solo saquearon los recursos nacionales disponibles (empresas  públicas  y  recursos  fiscales)  para  satisfacer  la  urgencia  de  los «acreedores», sino que también vertieron billones de euros en las economías occidentales, alimentando al monstruo voraz que se esconde tras la economía de casino en su fase gansterizada.

Como cabría esperarse, nada de esto resolvió ningún problema. ¡Todo lo contrario! Se alimentó al monstruo de la ineficiencia y del sinsentido, con el único objetivo de promover la circulación cada vez mayor y más rápida del capital destinado a la acumulación. Como han demostrado crisis posteriores, como la del Covid-19, la guerra de Ucrania o, más recientemente, la «crisis de seguridad», este monstruo que absorbe los recursos producidos por el trabajo se ha convertido en un experto en inventarse «crisis» cuya urgencia, gravedad y carácter siempre preceden a la anterior, obligando, sin excepción y de forma tan repetida como previsible, a desviar recursos que antes estaban destinados a la educación, la vivienda, la sanidad o la seguridad social.

Como en uno de sus artículos lo mencionara el canal de Substack Another Angry Voice, hemos llegado a la etapa final del capitalismo. En los últimos 35 años (post- URSS) hemos sido testigos de tal aceleración del sistema capitalista occidental (núcleo central del dominio de este modo de producción), que hemos pasado de la socialdemocracia —que, a pesar de su degeneración en los años 90, aún conseguía retener una parte significativa de los recursos producidos para los servicios públicos— al neoliberalismo y, más recientemente, a una versión aún más brutal de este, que Varoufakis denomina «Tecnofeudalismo», pero que no es más que capitalismo monopolista —Sam Altman, de Open AI, decía ser de los que trabajan para el monopolio, porque la competencia es para los débiles—, para entrar ahora en la fase gangsteril. El resultado es simple: no hay una sola persona en Occidente que pueda demostrarme que las vidas de los trabajadores de esa región (la abrumadora mayoría de la población) hayan mejorado sustancialmente, en ningún aspecto que se considere. Al contrario, ¡ha empeorado para todos!

La explicación es fácil: de flexibilización cuantitativa en flexibilización cuantitativa, se le ha vuelto demasiado fácil a la oligarquía exigirle dinero a los Estados y verlo fluir a sus bolsillos en cantidades absolutamente disparatadas, empeorando el nivel de deuda de los países occidentales, lo que a su vez conduce a déficits y, concomitantemente, conduce a más austeridad, en un proceso rotatorio de aplastamiento y succión constante de recursos destinados a los servicios públicos, a los servicios para todos. Observemos con atención el caso alemán. Un gobierno formado por la CDU aprueba una revisión constitucional irregular para aprobar una derogación de la regla del déficit de las cuentas públicas, de modo que se pueda gastar más dinero en la guerra. Esta CDU, en la época de Merkel y Shoebel, fue el mismo partido que, en plena crisis de las subprime, obligó a los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia, España) a aplicar una austeridad brutal, provocando miseria, hambre, muertes en las urgencias de los hospitales, porque no podía haber excepciones a las «cuentas correctas». Algunos a esto le llaman «democracia».

Pero aún no hemos recuperado el aliento luego de tanta sobrecarga presupuestaria y ya los Estados miembros, y la UE, se preparan para inyectar algunos billones más para que las «empresas» puedan hacer frente a los efectos de los aranceles de Trump. El gobierno portugués, que se dispone a gestionar un déficit presupuestario (gobierno de la derecha liberal —PSD—) con la derecha reaccionaria (CDS) y con el apoyo de la derecha ultraliberal (IL)), algo que no ocurre desde hace más de 8 años, también le destina 10.000 millones de euros adicionales para afrontar el problema. En otras palabras, son los asalariados quienes pagan más por todo, pero son los empresarios los que reciben los subsidios. Mientras tanto, cada vez más trabajadores portugueses, incluidos los graduados, viven y duermen en las calles.

Lo que demuestra esta realidad es que cada dificultad, cualquier pequeña turbulencia, es amplificada a niveles inéditos por un ejército de «medios de comunicación», comentaristas, analistas, politólogos, consultores, con un manual tan estudiado que más parecen un ejército de drones sacados de La Guerra de las Galaxias, con la función de generar alarmismo, drama, miedo y consternación, para justificar otra excepción, otro fondo público, en un ciclo interminable de apropiación y concentración.

Los datos no mienten, sólo la UE destinó 1,17 billones de dólares para «salvar» a los bancos, sin ninguna exigencia social ni compensación por ello. Era sólo cuestión de recaudar dinero y distribuirlo en forma de dividendos entre los accionistas. Durante la crisis del Covid-19, vimos políticas monetarias expansivas, que una vez más beneficiaron a los bancos, que fueron financiados a tipos de interés del 0% por el BCE y prestados a tipos de interés comerciales del 10, 20 ó 30%, transfiriendo billones de euros a las grandes corporaciones (solo el Plan de Resiliencia y Recuperación ascendió a 700.000 millones de euros, sin contar lo que los Estados miembros habían dado durante la crisis de la pandemia).

Con la «guerra en Ucrania», además de la «ayuda» al desafortunado país atrapado en las garras del Tío Sam, la UE le destinó grandes fondos a la crisis energética del gas, al aumento de los costos de la energía, en particular para los sectores con «uso intensivo de energía», aprobó incentivos fiscales, subsidios para el restablecimiento de las cadenas de suministro e incentivos para la transición energética, de la «dependencia de Rusia» a la «dependencia de los EEUU». Todo esto va acompañado de desregulación del mercado laboral, ataques a los sindicatos y silenciamiento de las voces disidentes. Cuando Rui Tavares, del Partido Libre (una especie de Baerbock portugués, pero con barba), acusa a Victor Orban de atacar el Estado de derecho, se une al movimiento de quienes aprobaron la mayor desgracia democrática en Europa occidental desde los tiempos del fascismo: la anulación de las elecciones rumanas, la prohibición de que candidatos pudieran presentarse acusados de delitos de opinión y la selección administrativa, por parte de la OTAN, de posibles candidatos, solo del cuadrante pro Alianza Atlántica, en Rumanía, ¡que ni siquiera tiene costas en el océano Atlántico!

El hecho es que desde los años 1920 —la época de los barones de la mafia—, EEUU no ha visto un nivel tan alto de concentración de riqueza (EEUU ha tenido la mayor concentración de riqueza desde los años 1920— Instituto Humanitas Unisinos— IHU). Vale la pena señalar que este fue el período cuando también se desarrolló el primer Terror Rojo. El 0,1% más rico posee hoy el 14% de la riqueza nacional, lo que supone un récord absoluto. Según la propia FED, la mitad más pobre (los trabajadores peor pagados, los desempleados, los ancianos, los niños, etc.) sólo posee el 2,5% de la riqueza nacional, mientras que la mitad más rica (los que votan y apoyan al sistema oligárquico) posee el 97,5% de la riqueza (los ricos son cada vez más ricos: en EEUU, el 0,1% más rico posee ahora el 14% de la riqueza nacional, un récord). Tal vez contentos con el nivel de democracia del asunto, los candidatos de los principales partidos portugueses (PS, PSD, IL y Chega), sólo le dirigen su discurso a la «clase media», concretamente cuando se refieren a la necesidad de «construir casas para la clase media» (véase el debate de ayer, 09/04/2025, entre Pedro Nuno Santos y Mariana Mortágua, y Montenegro y Paulo Raimundo, el 08/04/2025). Algunos a esto le llaman «libertad».

Además de todo esto, todavía podemos decir con mucha objetividad que, considerando las políticas de transición verde y de descarbonización en Occidente, y tomando la «crisis» como cierta, los trabajadores occidentales no solo pagarán mucho de sus propios bolsillos, sino que también pagarán para condenar a muerte al planeta. Esto es exactamente lo que demuestra el informe Golden Sachs que mencioné anteriormente.

Los datos y conclusiones extraídos demuestran que los aranceles e incentivos a la producción local de tecnologías verdes incrementan los costos globales de la descarbonización en al menos un 30%, contradiciendo directamente los objetivos del Acuerdo de París. El informe CARBONOMICS 2025 de Goldman Sachs también afirma que la tensión creada entre «soberanía industrial» y «sostenibilidad ambiental» podría comprometer seriamente la transición energética global. En otras palabras, no sólo hemos invertido enormes cantidades de dinero en una transición verde que ahora está amenazada de muerte a menos que invirtamos aún más dinero en ella, sino que también tendremos que pagar para recuperar industrias que hemos perdido, única y exclusivamente, debido al neoliberalismo globalista y la financierización de la economía occidental. Reindustrialización que empeorará la transición ambiental que financiamos. ¡El contribuyente europeo financia la enfermedad, la cura, el tratamiento y la eutanasia del paciente!

Estas conclusiones están ampliamente respaldadas por el informe en cuestión, del que se puede colegir que el «proteccionismo verde» de la UE/EEUU, que se ha traducido en aranceles a los vehículos eléctricos, a las baterías, a los paneles fotovoltaicos y a los aerogeneradores, tiene un coste oculto brutal que rara vez cuantifican los gobiernos. La producción local de paneles solares y baterías en Europa y EEUU cuesta entre un 58% y un 115% más que las importaciones chinas. Para mitigar esta brecha, se necesitarían aranceles promedio del 115% para los paneles solares y del 55% para las baterías de vehículos eléctricos, medidas que inflarían el costo total de la descarbonización global en un 30%. En otras palabras, tanto dinero gastado para luego enfrentarse a un dilema imposible: ¡o nos descarbonizamos o nos quedamos sin trabajo! ¡Contemplen la eficacia de las políticas occidentales en todo su esplendor! Como siempre, pagaremos por ambos, para que no se consiga nada.

Por otro lado, tras haber permitido que las consideradas tecnologías verdes (solar, baterías) se desplazaran hacia el este, basándose en una visión estrecha, horizontal y deslocalizada de la economía, lo cierto es que hoy, según Goldman Sachs, las innovaciones chinas en 2024 representaron una reducción de costes de al menos el 30 %. En otras palabras, los europeos pagaron billones para financiar su sistema económico y, como resultado, crearon un monstruo de ineficiencia y despilfarro, adictos al dinero fácil sin objetivos ni contrapartidas. Además, ahora nos dicen que tendremos que refinanciarlo, esta vez, para que, bajo el paraguas de una supuesta relocalización (reubicación de estas tecnologías en nuestras costas), podamos empezar a producir lo que otros, también por nuestra culpa y su mejor gobernanza, producen más, mejor y más barato que nosotros.

Hay un ejemplo concreto de esta situación que es paradigmático: un pequeño ayuntamiento de Portugal, administrado por el PSD (partido liberal o neoliberal), en el norte del país, en una pequeña localidad llamada Monção, hace un gran alboroto por haber comprado 5 autobuses eléctricos por 2,1 millones de euros. Es decir, más de 400 mil euros cada uno. Dichos autobuses se pueden adquirir ahora en China por menos de 60.000 euros cada uno. Así que la pregunta sigue siendo:

¿por qué tenemos que pagar más? ¿Por qué se fabrican en la UE? Ahora bien, este argumento sólo sería válido si lo hiciéramos con todo, pero dado que, en lo que respecta a los intereses oligárquicos, seguimos comprando en China y en todas partes, sólo hay una conclusión obvia: así es exactamente como se supone que debe ser y es un enorme premio gordo para los gánsteres del lavado de imagen verde que operan en Occidente.

Pero el informe de Goldman Sachs señala también otra contradicción que corrobora exactamente lo dicho, es decir, el desarrollo de tecnologías brutalmente costosas, pero que justifican los enormes subsidios concedidos y la rotación de ingentes cantidades de capital, que engordarán aún más las cuentas offshore, en poder de una nueva categoría de sanguijuelas capaces de succionar continentes enteros, designados como los súper-ricos. Se trata del desarrollo de «Tecnologías Emergentes (hidrógeno verde, SAF)» que provocan estancamiento o aumento de costes debido a la falta de escala global asociada. La incapacidad de respetar y negociar con India, China, Rusia y todos los BRICS, esquemas a escala global, la terquedad en querer dominar toda la industria de punta y controlar las cadenas de valor y de suministro, hace que Occidente esté invirtiendo en quimeras cuya función es extorsionar a sus contribuyentes cada vez más dinero, a sabiendas de que no son ni competitivas ni escalables. Después de todo, las políticas llamadas “friend-shoring” concentran las inversiones en tecnologías menos competitivas, al tiempo que penalizan sectores en los que la cooperación internacional podría acelerar los logros de la eficiencia. Y no soy yo quien lo dice, sino Golden Sachs.

Por último, para agravar esta paradoja geopolítica-climática, la UE y EEUU asignan 1,7 billones de dólares al año en subsidios verdes, pero cada dólar invertido en la producción local de energía solar tiene una eficiencia climática un 58% menor que las importaciones asiáticas. En otras palabras, esta teoría de que tenemos que hacer lo que otros ya están haciendo, sólo porque pensamos, de primera mano, que ganaríamos la carrera por las tecnologías verdes y nos llevaríamos todo el premio gordo, nos está haciendo embarcar en una paradoja de insostenibilidad: cuanto más dinero invertimos en tecnologías verdes en competencia con Asia (sin mencionar   a   China),   ¡menos   carbono   y   eficiencia   ambiental   obtenemos!

¡Gobernantes fantásticos! ¡Es un milagro de la aritmética!

El hecho es que la transición verde requiere un reequilibrio entre la seguridad económica y la eficiencia climática. Como muestra CARBONOMICS 2025, la fragmentación de las cadenas verdes de suministro no solo encarecen la descarbonización, sino que también retrasan el punto de inflexión tecnológico necesario para sectores difíciles de desmantelar, como los vinculados a los combustibles fósiles. No sólo gastamos más dinero sino que todo lo hacemos más difícil y lo retrasamos. Como dice el propio Goldman Sachs, la solución no está en el aislamiento, sino en la arquitectura de nuevos pactos globales-industriales que armonicen los intereses nacionales con los imperativos climáticos, económicos y sociales, añadiría yo. En otras palabras, en lugar de guerras frías y calientes, debemos protegernos, sí, pero también cooperar. Algo que Occidente ya no sabe cómo hacer con aquellos que no le gustan. Si es que alguna vez lo supo.

El Informe de Goldman Sachs muestra que las políticas proteccionistas occidentales, tan bien diseñadas (quizás fueron diseñadas por las mismas personas que diseñaron las reubicaciones, las privatizaciones, etc.), crean un círculo vicioso de altos costos y dependencia de los subsidios estatales a través de tres mecanismos principales:

  • Subsidios industriales  como  compensación  artificial,  pues  las  políticas  de «reshoring» (relocalización industrial) requieren inversiones masivas para viabilizar sectores estratégicos en el territorio nacional. Por ejemplo: la UE ha destinado 1,7 billones de dólares al año en subsidios para tecnologías verdes, pero con una eficiencia climática un 58% inferior a las importaciones asiáticas, y EEUU aplica aranceles de hasta el 54% a los productos chinos, pero debe compensar a las empresas locales con créditos fiscales equivalentes al 30% del costo de producción. Estos mecanismos generan un efecto de «doble costo», ya que protegen a las industrias menos competitivas y transfieren la carga financiera a los contribuyentes. Un negocio fabuloso.
  • Fragmentación de las cadenas de suministro, ya que el proteccionismo obliga a la duplicación de infraestructura crítica, por ejemplo: los paneles solares cuestan 115% más que las importaciones, aumentando su precio en un 40% para los sistemas Las baterías de los vehículos eléctricos cuestan un 55% más que las de los proveedores globales, lo que aumenta el coste promedio de los vehículos en 8.000 dólares. Esta fragmentación requiere una financiación estatal continua para mantener la viabilidad de los sectores estratégicos, lo que crea una dependencia crónica de los fondos públicos. Pero claro, quien escucha a los trumpistas, a André Ventura del partido más reaccionario de Portugal, a los Orban, a los Meloni y a tantos otros, la culpa es de los inmigrantes, que se llevan el dinero, y son los gitanos los que reciben la mayor parte de los subsidios.
  • Efecto dominó geopolítico, ya que los aranceles occidentales desencadenan

represalias que amplifican los costos sistémicos, amplificados, por ejemplo, por la respuesta de China, la UE, los BRICS y otros. Cada medida proteccionista genera nuevas distorsiones del mercado, obligando a los Estados a inyectar recursos adicionales para neutralizar impactos negativos imprevistos.

No es que me oponga a toda forma de proteccionismo, sino al contrario. No obstante, este proteccionismo, una vez más, y como ha ocurrido cuando las economías occidentales se abrieron a la globalización, no tiene como objetivo proteger a los trabajadores y sus condiciones de vida. Su objetivo, más bien, es proteger las condiciones de acumulación de una élite cada vez más rica, que se siente incapaz de competir con aquellos que antes consideraba inferiores.

La paranoia de la inteligencia artificial generativa es en sí misma otro engaño que un día será la responsable de ponernos nuevamente a iluminarnos con velas, para que un puñado de pillos puedan usarla para enriquecerse virtualmente. Como señala también Golden Sachs en su informe semanal, hasta 2030 la Inteligencia Artificial aumentará la demanda de electricidad en un 165%. Exactamente ese es el problema: mucho dinero público invertido en un área de negocio profundamente ineficiente, como lo ha demostrado DeepSeek, al respecto del cual ya he escrito antes.

En conclusión,  si había  alguna duda  de que  este sistema  está condenado  al fracaso, veamos cómo las distintas fases de su desarrollo sólo nos han llevado a la dependencia, la ineficiencia y el atraso en relación con los competidores que tanto parecen asustar a nuestra oligarquía. Cuanto más temen a China y a Rusia, más nos han llevado a la paradoja de la ineficiencia occidental: cuanto más dinero de los contribuyentes se invierte, más atrasados nos volvemos y más miedo tenemos. Una espiral destructiva imparable sin perspectivas de un final previsible.

Y como si no estuvieran contentos, como si todas las estrategias planteadas hasta ahora no hubiesen fracasado, como si el neoliberalismo no hubiera desplazado nuestra capacidad industrial instalada y nuestro know-how, como si el monopolio tecnológico no hubiera empobrecido a tantos millones de trabajadores y como si, desde principios de siglo, el gangsterismo capitalista no hubiera vampirizado todos los fondos públicos, sólo para enriquecer a una ínfima fracción de la población, ahora, quieren obligarnos a pagar otros 800 mil millones de euros porque han identificado otra «crisis». El resultado será simple: cuanto más temamos a Rusia, a China, a Irán y a Corea del Norte, más dinero gastaremos, todo para descubrir que, al fin y al cabo, siguen siendo cada vez más poderosos.

El hecho es que nuestra «crisis» es exclusiva: estamos haciendo crecer el monstruo de la ineficiencia sistémica que nos asfixia. Ésta es la paradoja de la ineficiencia occidental: cuantas más crisis financiamos, más crisis enfrentamos.

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April 21, 2025

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