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Eduardo Vasco
February 6, 2025
© Photo: SCF

Las amenazas contra la mitad del mundo –incluidas las militares y anexionistas– indican un camino extremadamente peligroso.

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La nueva administración de Trump está empezando a tomar forma. Hasta el momento, está claro que se divide en dos alas principales. Uno, el de los trumpistas de raíz, el de los fascistas sinceros, representantes de un movimiento plebeyo de millones de ciudadanos de clase media y trabajadores desorganizados cansados del “sistema”. Otro, de grandes magnates movidos por puro pragmatismo.

Pero estas alas del nuevo gobierno no son homogéneas. El primero también presenta personajes como RFK Jr. y Tulsi Gabbard, ex demócratas con posiciones izquierdistas. Son precisamente ellos los que encuentran mayor oposición por parte de los medios de comunicación y los portavoces del establishment.

El ala de los grandes magnates ha demostrado claramente ser la más privilegiada en el gobierno. La mayoría de los puestos más altos están ocupados por representantes tradicionales del régimen estadounidense, en particular por los conocidos “halcones” como Marco Rubio y Elise Stefanik. Son los empleados del complejo militar-industrial que domina el Estado desde que éste se volvió imperialista.

Sin embargo, el complejo militar-industrial ya no tiene la misma hegemonía que tenía antes. Elon Musk y Peter Thiel han llegado para competir con él. Las nuevas empresas tecnológicas de Silicon Valley también quieren una porción de la industria armamentística estadounidense. Y se han presentado como mucho más leales a Trump que el viejo complejo militar-industrial, que está preocupado por las decisiones del nuevo presidente de reemplazar a miembros clave de las fuerzas armadas y las agencias de inteligencia con hombres de confianza, posiblemente del propio MAGA. Su mayor temor es que Trump politice estas agencias de seguridad, abriendo sus puertas a las masas plebeyas del trumpismo.

De hecho, el complejo militar-industrial intentó impedir la victoria de Trump. Pero como no pudo hacerlo, tiene que adaptarse a los nuevos tiempos, buscando acuerdos para preservar y, quién sabe, fortalecer su poder. Mark Zuckerberg, que siempre ha prestado los servicios de sus empresas a agencias de inteligencia civiles y militares, podría haber contactado con Trump para recuperar lo que perdió frente a su competidor Musk, pero también para construir un puente entre el complejo militar-industrial y el presidente. Ha dado un giro de 180 grados en los últimos meses, pasando de un apoyo abierto a los demócratas a una adulación exagerada hacia Trump.

No es que Trump esté llevando a cabo una gran transformación del régimen. Joe Biden ya había introducido a las grandes tecnológicas en la industria armamentística. También había adoptado políticas claramente proteccionistas e industriales. Incluso en el ámbito de los derechos humanos –la gran carta demagógica de los demócratas–, la administración Biden ya estaba preparando el terreno para que el trumpismo se afianzara, implementando una política migratoria más dura.

Sin embargo, este primer momento del nuevo gobierno de Trump parece capaz de unificar a sectores capitalistas diferentes y contradictorios. Además de la Meta de Zuckerberg, Apple y Amazon también se pasaron al lado republicano, después de financiar la campaña demócrata. Goldman Sachs, Bank of America, GM, Ford y AT&T también financiaron su ceremonia de inauguración. Muchos bancos, los creadores y defensores del ambientalismo, ahora están acudiendo en masa a las políticas climáticas de Trump. Fue ampliamente aplaudido en Davos.

Las diferentes capas del ala empresarial y financiera tienen mucho más en común de lo que imaginan los trumpistas del ala plebeya. Y se están uniendo precisamente para evitar que la turba de Steve Bannon tenga control sobre las áreas estratégicas del régimen. Por supuesto, Trump sabe que el salario mínimo no se ha aumentado en 15 años y que necesita presentar algo positivo al 40% de los miembros de los sindicatos y a la clase media empobrecida que votaron por él. La caza de inmigrantes lo demuestra, como también lo hacen los recortes a la política identitaria. Pero no hay la menor duda de que gobernará para los capitalistas.

Debido a la contradicción de intereses entre los distintos sectores y alas que componen su base de apoyo, Trump también adopta medidas que contradicen la voluntad de cada uno de ellos. Al gran capital no le interesa la deportación masiva, ya que necesita un excedente de mano de obra para reducir costos y aumentar sus ganancias. A él y al llamado “Estado profundo” tampoco les gustó la congelación de la financiación a instituciones internacionales supuestamente humanitarias, ya que son un instrumento de infiltración y desestabilización de gobiernos extranjeros. A la base plebeya del trumpismo no le interesa la promesa de recortes de hasta el 30% del gasto gubernamental, pues ello afectaría a servicios esenciales a la población, que ya son extremadamente precarios.

Por otra parte, las amenazas contra la mitad del mundo –incluidas las militares y anexionistas– indican un camino extremadamente peligroso. Y el peligro reside en la posibilidad de que ese creciente apoyo que Trump está recibiendo, tanto de la clase dominante estadounidense como internacional, le dé un poder comparable o incluso mayor que el de George Bush Jr. para someter a las naciones por la fuerza. No cabe duda de que la riqueza, los recursos y los mercados internacionales son de interés tanto para el complejo militar-industrial tradicional como para los nuevos monopolios tecnológicos. Trump, que fue el presidente estadounidense más pacífico en su primer mandato, puede ser ahora el más belicoso.

Las grandes empresas tecnológicas, el complejo militar-industrial y la naturaleza de la administración Trump

Las amenazas contra la mitad del mundo –incluidas las militares y anexionistas– indican un camino extremadamente peligroso.

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La nueva administración de Trump está empezando a tomar forma. Hasta el momento, está claro que se divide en dos alas principales. Uno, el de los trumpistas de raíz, el de los fascistas sinceros, representantes de un movimiento plebeyo de millones de ciudadanos de clase media y trabajadores desorganizados cansados del “sistema”. Otro, de grandes magnates movidos por puro pragmatismo.

Pero estas alas del nuevo gobierno no son homogéneas. El primero también presenta personajes como RFK Jr. y Tulsi Gabbard, ex demócratas con posiciones izquierdistas. Son precisamente ellos los que encuentran mayor oposición por parte de los medios de comunicación y los portavoces del establishment.

El ala de los grandes magnates ha demostrado claramente ser la más privilegiada en el gobierno. La mayoría de los puestos más altos están ocupados por representantes tradicionales del régimen estadounidense, en particular por los conocidos “halcones” como Marco Rubio y Elise Stefanik. Son los empleados del complejo militar-industrial que domina el Estado desde que éste se volvió imperialista.

Sin embargo, el complejo militar-industrial ya no tiene la misma hegemonía que tenía antes. Elon Musk y Peter Thiel han llegado para competir con él. Las nuevas empresas tecnológicas de Silicon Valley también quieren una porción de la industria armamentística estadounidense. Y se han presentado como mucho más leales a Trump que el viejo complejo militar-industrial, que está preocupado por las decisiones del nuevo presidente de reemplazar a miembros clave de las fuerzas armadas y las agencias de inteligencia con hombres de confianza, posiblemente del propio MAGA. Su mayor temor es que Trump politice estas agencias de seguridad, abriendo sus puertas a las masas plebeyas del trumpismo.

De hecho, el complejo militar-industrial intentó impedir la victoria de Trump. Pero como no pudo hacerlo, tiene que adaptarse a los nuevos tiempos, buscando acuerdos para preservar y, quién sabe, fortalecer su poder. Mark Zuckerberg, que siempre ha prestado los servicios de sus empresas a agencias de inteligencia civiles y militares, podría haber contactado con Trump para recuperar lo que perdió frente a su competidor Musk, pero también para construir un puente entre el complejo militar-industrial y el presidente. Ha dado un giro de 180 grados en los últimos meses, pasando de un apoyo abierto a los demócratas a una adulación exagerada hacia Trump.

No es que Trump esté llevando a cabo una gran transformación del régimen. Joe Biden ya había introducido a las grandes tecnológicas en la industria armamentística. También había adoptado políticas claramente proteccionistas e industriales. Incluso en el ámbito de los derechos humanos –la gran carta demagógica de los demócratas–, la administración Biden ya estaba preparando el terreno para que el trumpismo se afianzara, implementando una política migratoria más dura.

Sin embargo, este primer momento del nuevo gobierno de Trump parece capaz de unificar a sectores capitalistas diferentes y contradictorios. Además de la Meta de Zuckerberg, Apple y Amazon también se pasaron al lado republicano, después de financiar la campaña demócrata. Goldman Sachs, Bank of America, GM, Ford y AT&T también financiaron su ceremonia de inauguración. Muchos bancos, los creadores y defensores del ambientalismo, ahora están acudiendo en masa a las políticas climáticas de Trump. Fue ampliamente aplaudido en Davos.

Las diferentes capas del ala empresarial y financiera tienen mucho más en común de lo que imaginan los trumpistas del ala plebeya. Y se están uniendo precisamente para evitar que la turba de Steve Bannon tenga control sobre las áreas estratégicas del régimen. Por supuesto, Trump sabe que el salario mínimo no se ha aumentado en 15 años y que necesita presentar algo positivo al 40% de los miembros de los sindicatos y a la clase media empobrecida que votaron por él. La caza de inmigrantes lo demuestra, como también lo hacen los recortes a la política identitaria. Pero no hay la menor duda de que gobernará para los capitalistas.

Debido a la contradicción de intereses entre los distintos sectores y alas que componen su base de apoyo, Trump también adopta medidas que contradicen la voluntad de cada uno de ellos. Al gran capital no le interesa la deportación masiva, ya que necesita un excedente de mano de obra para reducir costos y aumentar sus ganancias. A él y al llamado “Estado profundo” tampoco les gustó la congelación de la financiación a instituciones internacionales supuestamente humanitarias, ya que son un instrumento de infiltración y desestabilización de gobiernos extranjeros. A la base plebeya del trumpismo no le interesa la promesa de recortes de hasta el 30% del gasto gubernamental, pues ello afectaría a servicios esenciales a la población, que ya son extremadamente precarios.

Por otra parte, las amenazas contra la mitad del mundo –incluidas las militares y anexionistas– indican un camino extremadamente peligroso. Y el peligro reside en la posibilidad de que ese creciente apoyo que Trump está recibiendo, tanto de la clase dominante estadounidense como internacional, le dé un poder comparable o incluso mayor que el de George Bush Jr. para someter a las naciones por la fuerza. No cabe duda de que la riqueza, los recursos y los mercados internacionales son de interés tanto para el complejo militar-industrial tradicional como para los nuevos monopolios tecnológicos. Trump, que fue el presidente estadounidense más pacífico en su primer mandato, puede ser ahora el más belicoso.

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La nueva administración de Trump está empezando a tomar forma. Hasta el momento, está claro que se divide en dos alas principales. Uno, el de los trumpistas de raíz, el de los fascistas sinceros, representantes de un movimiento plebeyo de millones de ciudadanos de clase media y trabajadores desorganizados cansados del “sistema”. Otro, de grandes magnates movidos por puro pragmatismo.

Pero estas alas del nuevo gobierno no son homogéneas. El primero también presenta personajes como RFK Jr. y Tulsi Gabbard, ex demócratas con posiciones izquierdistas. Son precisamente ellos los que encuentran mayor oposición por parte de los medios de comunicación y los portavoces del establishment.

El ala de los grandes magnates ha demostrado claramente ser la más privilegiada en el gobierno. La mayoría de los puestos más altos están ocupados por representantes tradicionales del régimen estadounidense, en particular por los conocidos “halcones” como Marco Rubio y Elise Stefanik. Son los empleados del complejo militar-industrial que domina el Estado desde que éste se volvió imperialista.

Sin embargo, el complejo militar-industrial ya no tiene la misma hegemonía que tenía antes. Elon Musk y Peter Thiel han llegado para competir con él. Las nuevas empresas tecnológicas de Silicon Valley también quieren una porción de la industria armamentística estadounidense. Y se han presentado como mucho más leales a Trump que el viejo complejo militar-industrial, que está preocupado por las decisiones del nuevo presidente de reemplazar a miembros clave de las fuerzas armadas y las agencias de inteligencia con hombres de confianza, posiblemente del propio MAGA. Su mayor temor es que Trump politice estas agencias de seguridad, abriendo sus puertas a las masas plebeyas del trumpismo.

De hecho, el complejo militar-industrial intentó impedir la victoria de Trump. Pero como no pudo hacerlo, tiene que adaptarse a los nuevos tiempos, buscando acuerdos para preservar y, quién sabe, fortalecer su poder. Mark Zuckerberg, que siempre ha prestado los servicios de sus empresas a agencias de inteligencia civiles y militares, podría haber contactado con Trump para recuperar lo que perdió frente a su competidor Musk, pero también para construir un puente entre el complejo militar-industrial y el presidente. Ha dado un giro de 180 grados en los últimos meses, pasando de un apoyo abierto a los demócratas a una adulación exagerada hacia Trump.

No es que Trump esté llevando a cabo una gran transformación del régimen. Joe Biden ya había introducido a las grandes tecnológicas en la industria armamentística. También había adoptado políticas claramente proteccionistas e industriales. Incluso en el ámbito de los derechos humanos –la gran carta demagógica de los demócratas–, la administración Biden ya estaba preparando el terreno para que el trumpismo se afianzara, implementando una política migratoria más dura.

Sin embargo, este primer momento del nuevo gobierno de Trump parece capaz de unificar a sectores capitalistas diferentes y contradictorios. Además de la Meta de Zuckerberg, Apple y Amazon también se pasaron al lado republicano, después de financiar la campaña demócrata. Goldman Sachs, Bank of America, GM, Ford y AT&T también financiaron su ceremonia de inauguración. Muchos bancos, los creadores y defensores del ambientalismo, ahora están acudiendo en masa a las políticas climáticas de Trump. Fue ampliamente aplaudido en Davos.

Las diferentes capas del ala empresarial y financiera tienen mucho más en común de lo que imaginan los trumpistas del ala plebeya. Y se están uniendo precisamente para evitar que la turba de Steve Bannon tenga control sobre las áreas estratégicas del régimen. Por supuesto, Trump sabe que el salario mínimo no se ha aumentado en 15 años y que necesita presentar algo positivo al 40% de los miembros de los sindicatos y a la clase media empobrecida que votaron por él. La caza de inmigrantes lo demuestra, como también lo hacen los recortes a la política identitaria. Pero no hay la menor duda de que gobernará para los capitalistas.

Debido a la contradicción de intereses entre los distintos sectores y alas que componen su base de apoyo, Trump también adopta medidas que contradicen la voluntad de cada uno de ellos. Al gran capital no le interesa la deportación masiva, ya que necesita un excedente de mano de obra para reducir costos y aumentar sus ganancias. A él y al llamado “Estado profundo” tampoco les gustó la congelación de la financiación a instituciones internacionales supuestamente humanitarias, ya que son un instrumento de infiltración y desestabilización de gobiernos extranjeros. A la base plebeya del trumpismo no le interesa la promesa de recortes de hasta el 30% del gasto gubernamental, pues ello afectaría a servicios esenciales a la población, que ya son extremadamente precarios.

Por otra parte, las amenazas contra la mitad del mundo –incluidas las militares y anexionistas– indican un camino extremadamente peligroso. Y el peligro reside en la posibilidad de que ese creciente apoyo que Trump está recibiendo, tanto de la clase dominante estadounidense como internacional, le dé un poder comparable o incluso mayor que el de George Bush Jr. para someter a las naciones por la fuerza. No cabe duda de que la riqueza, los recursos y los mercados internacionales son de interés tanto para el complejo militar-industrial tradicional como para los nuevos monopolios tecnológicos. Trump, que fue el presidente estadounidense más pacífico en su primer mandato, puede ser ahora el más belicoso.

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