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Raphael Machado
May 27, 2024
© Photo: Public domain

La construcción del mundo multipolar avanza a pasos agigantados, pero también se encuentra con barreras y tropiezos en el camino.

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La construcción del mundo multipolar avanza a pasos agigantados, pero también se encuentra con barreras y tropiezos en el camino. Uno de los aspectos que preocupa particularmente a los ciudadanos conscientes del espacio latinoamericano es la impresión, que se vuelve cada vez más fuerte, de que los EE. UU. intentarán compensar sus posibles derrotas geopolíticas en Europa, Medio Oriente, Extremo Oriente y África con un esfuerzo redoblado aquí.

De hecho, a 200 años de la Doctrina Monroe –recientemente cumplidos a finales de 2023– llama la atención lo que parece ser un impulso renovado de los EE. UU., particularmente hacia América del Sur.

Este impulso parece ser multinivel, apoyándose en las embajadas de los EE. UU. en cada país, en la “diplomacia militar” del SOUTHCOM, en las actuaciones del Departamento de Estado de los EE. UU., y también parece contar con el apoyo de la CIA y de una pluralidad de ONGs.

Geopolíticamente, no es inútil señalar que la lógica detrás de la renovada proyección latinoamericana de los EE. UU. remonta a la geopolítica atlantista de Alfred Mahan. Las “Américas”, en su conjunto, son pensadas como una especie de “gran isla”, una plataforma marítima a ser hegemonizada por los EE. UU. Actualizando la línea talasocrática de la geopolítica para las condiciones objetivas actuales, con esa hegemonía panamericana, los EE. UU. parecen contar con que tendrán una amplia riqueza en términos de recursos naturales estratégicos y recursos humanos para, alternativamente: 1) Impedir la pérdida de su hegemonía unipolar, retrasando la transición multipolar, o; 2) Iniciar su “juego” en la multipolaridad en condiciones suficientemente ventajosas para intentar disputar, una vez más, la hegemonía mundial.

Considerando las ricas reservas de materias primas como petróleo, litio, agua, suelos fértiles, plata, cobre, estaño y hierro, entre otros recursos naturales, la hegemonía sobre el mundo latinoamericano daría a los EE. UU. una ventaja comparativa considerable frente a otras potencias emergentes, llamadas “revisionistas”.

Y en esa disputa por América Latina (de donde los EE. UU. buscan, además, desplazar a Rusia y China) llama la atención el sorprendente giro atlantista de Ecuador.

De hecho, ya llamaba la atención la postura de Lenín Moreno en contraste con Rafael Correa (expresada, por ejemplo, en la entrega de Julian Assange a las autoridades británicas). Pero las relaciones entre Ecuador y los EE. UU. se han vuelto mucho más profundas bajo el gobierno de Guillermo Lasso, profundizándose aún más bajo Daniel Noboa.

Ecuador, que además tiene una economía dolarizada que carece de su propia moneda nacional y del control soberano sobre la emisión de moneda, es uno de los pocos países de América del Sur que todavía tiene en los EE. UU. a su principal socio comercial, con los EE. UU. representando el 28% de sus exportaciones (principalmente petróleo, camarones, bananas, atún, cacao) y el 23% de sus importaciones (principalmente minerales, combustible, maquinaria y alimentos procesados), con un valor total de este comercio de aproximadamente 18 mil millones de dólares.

Estas relaciones comerciales “preferenciales” que no solo se mantienen firmes en medio de la proyección china en América Latina, sino que de hecho crecen y se solidifican, son auxiliadas no solo por la dolarización económica, sino también por un trabajo preparatorio de larga data que apunta al establecimiento de un acuerdo de libre comercio entre los dos países, desde el Acuerdo del Consejo de Comercio e Inversiones, en 1990, el cual fue actualizado y reactivado en los últimos años, previendo la facilitación de las relaciones comerciales entre los países, incluyendo la reducción de aranceles –lo que, como sabemos, siempre favorece a las economías más fuertes y más industrializadas.

Pero mayor aún que en el ámbito económico ha sido la integración en los ámbitos militar, policial y de seguridad entre los EE. UU. y Ecuador. Solo en los períodos Moreno/Lasso, Ecuador firmó cerca de una docena de acuerdos bilaterales en estos ámbitos, destacando el Acuerdo de Cooperación de Defensa, de 2019, la Estrategia Integrada de País, de 2022, y el Memorando de Entendimiento de 2023.

Estos y otros acuerdos, además de la participación de Ecuador en ejercicios militares como el UNITAS, dirigido por el SOUTHCOM, y su integración en iniciativas de financiación como el Financiamiento Militar Extranjero y la Educación y Entrenamiento Militares Internacionales, fueron las herramientas mediante las cuales los EE. UU. fueron tejiendo el entrenamiento de las fuerzas militares y policiales ecuatorianas, su equipamiento (y, por tanto, la dependencia tecnológica de sus fuerzas), así como su apertura en el ámbito cibernético y de inteligencia.

Menos de 1 año de gobierno de Noboa, sin embargo, ya indican que estamos ante una aceleración de este proceso, con la firma de al menos 3 acuerdos importantes que tienen repercusiones en el ámbito de la seguridad y, consecuentemente, de la soberanía: el Acuerdo sobre el Estado de las Fuerzas, el Acuerdo sobre Operaciones contra Actividades Marítimas Transnacionales Ilícitas y el Acuerdo de Asistencia en Intercepción Aérea. Mientras que el segundo y el tercero se refieren respectivamente a la cooperación en la lucha marítima contra el narcotráfico y la pesca ilegal (implicando permiso para el uso del territorio ecuatoriano por aeronaves estadounidenses), y el intercambio de inteligencia y datos de radar para fines de control aéreo, el primero representa, de hecho, una cesión sin precedentes de soberanía: concede a militares y a funcionarios del Departamento de Defensa de los EE. UU. (incluidos contratistas privados) inmunidad diplomática, competencia penal exclusiva, y libera el libre tránsito y uso del territorio nacional por vehículos, barcos y aeronaves operados por el Departamento de Defensa estadounidense.

Este aumento de la presencia de los EE. UU. en Ecuador, así como de la dependencia de Ecuador respecto a los EE. UU. ha acompañado en paralelo los resultados de un referendo constitucional, realizado en abril de 2024, y que entre otras cosas (y con el destacado importante de la decisión popular de rechazar la pauta de la reforma laboral neoliberal incluida en el referendo), dio a las Fuerzas Armadas atribuciones típicas de la policía, aumentando su uso por el Estado ecuatoriano.

Ahora bien, en la medida en que las Fuerzas Armadas de Ecuador son, hoy, armadas y entrenadas por los EE. UU., así como orientadas por datos e información de la inteligencia estadounidense, el aumento en su uso significa, también, un uso más intensivo de estas relaciones con los EE. UU., implicando mayores ganancias para el complejo militar-industrial de los EE. UU. y una mayor injerencia de los EE. UU. en los asuntos ecuatorianos.

Esta aceleración en la “atlanticización” de Ecuador no aparece, sin embargo, en un vacío y ni siquiera los precedentes del período Moreno/Lasso son suficientes para dar cuenta de la rapidez de esta transformación. Pero solo necesitamos recordar los eventos de enero de este año para entender cómo fue tan fácil para los EE. UU. conquistar Ecuador.

Desde enero hasta ahora, Ecuador ha vivido lo que solo puede considerarse como una inmensa “crisis de seguridad”, con las principales organizaciones narcotraficantes, Los Lobos y Los Choneros, participando en actos de narcoterrorismo contra el Estado y ciudadanos privados, en un contexto de disputa por el control de las principales rutas del narcotráfico internacional en Ecuador, país situado entre los grandes productores Colombia y Perú.

Esta crisis, que ya ha cobrado la vida de 21 civiles y 6 funcionarios públicos (de policías a un alcalde), parece haber sido tratada por los medios ecuatorianos de manera oportunista para buscar una mayor cercanía en el ámbito de la seguridad con los EE. UU., y cayó como anillo al dedo para Noboa, quien entonces afirmó que el país se encontraba en una situación de “conflicto armado interno” y en “estado de guerra”.

Como todo discurso de “crisis” y de “emergencia” (hemos visto muchos de este tipo en los últimos años) también este sirvió para convencer a las personas de bajar sus desconfianzas naturales y su escepticismo y confiar en las “buenas intenciones” del gobierno, así como facilitó a Noboa la implementación de medidas y la realización de acuerdos que, por los medios ordinarios de la democracia legalista, serían difíciles, demorados y negociados.

Naturalmente, el estallido de este conflicto armado, a la luz del historial de colaboración de agencias estadounidenses en el narcotráfico internacional (desde el empoderamiento de la Cosa Nostra tras la ocupación de Sicilia en la Segunda Guerra Mundial hasta el caso Irán-Contras, pasando por una miríada de otros escándalos), ha generado numerosos cuestionamientos y desconfianzas en relación con los verdaderos orígenes de la ola de violencia.

Sea cual sea la verdad detrás de este repentino impulso de los Lobos y los Choneros, la realidad es que, paso a paso, y aprovechando cada oportunidad, Ecuador se ha convertido en uno de los países más sumisos a EEUU de todo nuestro continente.

Cómo Ecuador fue conquistado por los EE. UU.

La construcción del mundo multipolar avanza a pasos agigantados, pero también se encuentra con barreras y tropiezos en el camino.

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La construcción del mundo multipolar avanza a pasos agigantados, pero también se encuentra con barreras y tropiezos en el camino. Uno de los aspectos que preocupa particularmente a los ciudadanos conscientes del espacio latinoamericano es la impresión, que se vuelve cada vez más fuerte, de que los EE. UU. intentarán compensar sus posibles derrotas geopolíticas en Europa, Medio Oriente, Extremo Oriente y África con un esfuerzo redoblado aquí.

De hecho, a 200 años de la Doctrina Monroe –recientemente cumplidos a finales de 2023– llama la atención lo que parece ser un impulso renovado de los EE. UU., particularmente hacia América del Sur.

Este impulso parece ser multinivel, apoyándose en las embajadas de los EE. UU. en cada país, en la “diplomacia militar” del SOUTHCOM, en las actuaciones del Departamento de Estado de los EE. UU., y también parece contar con el apoyo de la CIA y de una pluralidad de ONGs.

Geopolíticamente, no es inútil señalar que la lógica detrás de la renovada proyección latinoamericana de los EE. UU. remonta a la geopolítica atlantista de Alfred Mahan. Las “Américas”, en su conjunto, son pensadas como una especie de “gran isla”, una plataforma marítima a ser hegemonizada por los EE. UU. Actualizando la línea talasocrática de la geopolítica para las condiciones objetivas actuales, con esa hegemonía panamericana, los EE. UU. parecen contar con que tendrán una amplia riqueza en términos de recursos naturales estratégicos y recursos humanos para, alternativamente: 1) Impedir la pérdida de su hegemonía unipolar, retrasando la transición multipolar, o; 2) Iniciar su “juego” en la multipolaridad en condiciones suficientemente ventajosas para intentar disputar, una vez más, la hegemonía mundial.

Considerando las ricas reservas de materias primas como petróleo, litio, agua, suelos fértiles, plata, cobre, estaño y hierro, entre otros recursos naturales, la hegemonía sobre el mundo latinoamericano daría a los EE. UU. una ventaja comparativa considerable frente a otras potencias emergentes, llamadas “revisionistas”.

Y en esa disputa por América Latina (de donde los EE. UU. buscan, además, desplazar a Rusia y China) llama la atención el sorprendente giro atlantista de Ecuador.

De hecho, ya llamaba la atención la postura de Lenín Moreno en contraste con Rafael Correa (expresada, por ejemplo, en la entrega de Julian Assange a las autoridades británicas). Pero las relaciones entre Ecuador y los EE. UU. se han vuelto mucho más profundas bajo el gobierno de Guillermo Lasso, profundizándose aún más bajo Daniel Noboa.

Ecuador, que además tiene una economía dolarizada que carece de su propia moneda nacional y del control soberano sobre la emisión de moneda, es uno de los pocos países de América del Sur que todavía tiene en los EE. UU. a su principal socio comercial, con los EE. UU. representando el 28% de sus exportaciones (principalmente petróleo, camarones, bananas, atún, cacao) y el 23% de sus importaciones (principalmente minerales, combustible, maquinaria y alimentos procesados), con un valor total de este comercio de aproximadamente 18 mil millones de dólares.

Estas relaciones comerciales “preferenciales” que no solo se mantienen firmes en medio de la proyección china en América Latina, sino que de hecho crecen y se solidifican, son auxiliadas no solo por la dolarización económica, sino también por un trabajo preparatorio de larga data que apunta al establecimiento de un acuerdo de libre comercio entre los dos países, desde el Acuerdo del Consejo de Comercio e Inversiones, en 1990, el cual fue actualizado y reactivado en los últimos años, previendo la facilitación de las relaciones comerciales entre los países, incluyendo la reducción de aranceles –lo que, como sabemos, siempre favorece a las economías más fuertes y más industrializadas.

Pero mayor aún que en el ámbito económico ha sido la integración en los ámbitos militar, policial y de seguridad entre los EE. UU. y Ecuador. Solo en los períodos Moreno/Lasso, Ecuador firmó cerca de una docena de acuerdos bilaterales en estos ámbitos, destacando el Acuerdo de Cooperación de Defensa, de 2019, la Estrategia Integrada de País, de 2022, y el Memorando de Entendimiento de 2023.

Estos y otros acuerdos, además de la participación de Ecuador en ejercicios militares como el UNITAS, dirigido por el SOUTHCOM, y su integración en iniciativas de financiación como el Financiamiento Militar Extranjero y la Educación y Entrenamiento Militares Internacionales, fueron las herramientas mediante las cuales los EE. UU. fueron tejiendo el entrenamiento de las fuerzas militares y policiales ecuatorianas, su equipamiento (y, por tanto, la dependencia tecnológica de sus fuerzas), así como su apertura en el ámbito cibernético y de inteligencia.

Menos de 1 año de gobierno de Noboa, sin embargo, ya indican que estamos ante una aceleración de este proceso, con la firma de al menos 3 acuerdos importantes que tienen repercusiones en el ámbito de la seguridad y, consecuentemente, de la soberanía: el Acuerdo sobre el Estado de las Fuerzas, el Acuerdo sobre Operaciones contra Actividades Marítimas Transnacionales Ilícitas y el Acuerdo de Asistencia en Intercepción Aérea. Mientras que el segundo y el tercero se refieren respectivamente a la cooperación en la lucha marítima contra el narcotráfico y la pesca ilegal (implicando permiso para el uso del territorio ecuatoriano por aeronaves estadounidenses), y el intercambio de inteligencia y datos de radar para fines de control aéreo, el primero representa, de hecho, una cesión sin precedentes de soberanía: concede a militares y a funcionarios del Departamento de Defensa de los EE. UU. (incluidos contratistas privados) inmunidad diplomática, competencia penal exclusiva, y libera el libre tránsito y uso del territorio nacional por vehículos, barcos y aeronaves operados por el Departamento de Defensa estadounidense.

Este aumento de la presencia de los EE. UU. en Ecuador, así como de la dependencia de Ecuador respecto a los EE. UU. ha acompañado en paralelo los resultados de un referendo constitucional, realizado en abril de 2024, y que entre otras cosas (y con el destacado importante de la decisión popular de rechazar la pauta de la reforma laboral neoliberal incluida en el referendo), dio a las Fuerzas Armadas atribuciones típicas de la policía, aumentando su uso por el Estado ecuatoriano.

Ahora bien, en la medida en que las Fuerzas Armadas de Ecuador son, hoy, armadas y entrenadas por los EE. UU., así como orientadas por datos e información de la inteligencia estadounidense, el aumento en su uso significa, también, un uso más intensivo de estas relaciones con los EE. UU., implicando mayores ganancias para el complejo militar-industrial de los EE. UU. y una mayor injerencia de los EE. UU. en los asuntos ecuatorianos.

Esta aceleración en la “atlanticización” de Ecuador no aparece, sin embargo, en un vacío y ni siquiera los precedentes del período Moreno/Lasso son suficientes para dar cuenta de la rapidez de esta transformación. Pero solo necesitamos recordar los eventos de enero de este año para entender cómo fue tan fácil para los EE. UU. conquistar Ecuador.

Desde enero hasta ahora, Ecuador ha vivido lo que solo puede considerarse como una inmensa “crisis de seguridad”, con las principales organizaciones narcotraficantes, Los Lobos y Los Choneros, participando en actos de narcoterrorismo contra el Estado y ciudadanos privados, en un contexto de disputa por el control de las principales rutas del narcotráfico internacional en Ecuador, país situado entre los grandes productores Colombia y Perú.

Esta crisis, que ya ha cobrado la vida de 21 civiles y 6 funcionarios públicos (de policías a un alcalde), parece haber sido tratada por los medios ecuatorianos de manera oportunista para buscar una mayor cercanía en el ámbito de la seguridad con los EE. UU., y cayó como anillo al dedo para Noboa, quien entonces afirmó que el país se encontraba en una situación de “conflicto armado interno” y en “estado de guerra”.

Como todo discurso de “crisis” y de “emergencia” (hemos visto muchos de este tipo en los últimos años) también este sirvió para convencer a las personas de bajar sus desconfianzas naturales y su escepticismo y confiar en las “buenas intenciones” del gobierno, así como facilitó a Noboa la implementación de medidas y la realización de acuerdos que, por los medios ordinarios de la democracia legalista, serían difíciles, demorados y negociados.

Naturalmente, el estallido de este conflicto armado, a la luz del historial de colaboración de agencias estadounidenses en el narcotráfico internacional (desde el empoderamiento de la Cosa Nostra tras la ocupación de Sicilia en la Segunda Guerra Mundial hasta el caso Irán-Contras, pasando por una miríada de otros escándalos), ha generado numerosos cuestionamientos y desconfianzas en relación con los verdaderos orígenes de la ola de violencia.

Sea cual sea la verdad detrás de este repentino impulso de los Lobos y los Choneros, la realidad es que, paso a paso, y aprovechando cada oportunidad, Ecuador se ha convertido en uno de los países más sumisos a EEUU de todo nuestro continente.

La construcción del mundo multipolar avanza a pasos agigantados, pero también se encuentra con barreras y tropiezos en el camino.

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La construcción del mundo multipolar avanza a pasos agigantados, pero también se encuentra con barreras y tropiezos en el camino. Uno de los aspectos que preocupa particularmente a los ciudadanos conscientes del espacio latinoamericano es la impresión, que se vuelve cada vez más fuerte, de que los EE. UU. intentarán compensar sus posibles derrotas geopolíticas en Europa, Medio Oriente, Extremo Oriente y África con un esfuerzo redoblado aquí.

De hecho, a 200 años de la Doctrina Monroe –recientemente cumplidos a finales de 2023– llama la atención lo que parece ser un impulso renovado de los EE. UU., particularmente hacia América del Sur.

Este impulso parece ser multinivel, apoyándose en las embajadas de los EE. UU. en cada país, en la “diplomacia militar” del SOUTHCOM, en las actuaciones del Departamento de Estado de los EE. UU., y también parece contar con el apoyo de la CIA y de una pluralidad de ONGs.

Geopolíticamente, no es inútil señalar que la lógica detrás de la renovada proyección latinoamericana de los EE. UU. remonta a la geopolítica atlantista de Alfred Mahan. Las “Américas”, en su conjunto, son pensadas como una especie de “gran isla”, una plataforma marítima a ser hegemonizada por los EE. UU. Actualizando la línea talasocrática de la geopolítica para las condiciones objetivas actuales, con esa hegemonía panamericana, los EE. UU. parecen contar con que tendrán una amplia riqueza en términos de recursos naturales estratégicos y recursos humanos para, alternativamente: 1) Impedir la pérdida de su hegemonía unipolar, retrasando la transición multipolar, o; 2) Iniciar su “juego” en la multipolaridad en condiciones suficientemente ventajosas para intentar disputar, una vez más, la hegemonía mundial.

Considerando las ricas reservas de materias primas como petróleo, litio, agua, suelos fértiles, plata, cobre, estaño y hierro, entre otros recursos naturales, la hegemonía sobre el mundo latinoamericano daría a los EE. UU. una ventaja comparativa considerable frente a otras potencias emergentes, llamadas “revisionistas”.

Y en esa disputa por América Latina (de donde los EE. UU. buscan, además, desplazar a Rusia y China) llama la atención el sorprendente giro atlantista de Ecuador.

De hecho, ya llamaba la atención la postura de Lenín Moreno en contraste con Rafael Correa (expresada, por ejemplo, en la entrega de Julian Assange a las autoridades británicas). Pero las relaciones entre Ecuador y los EE. UU. se han vuelto mucho más profundas bajo el gobierno de Guillermo Lasso, profundizándose aún más bajo Daniel Noboa.

Ecuador, que además tiene una economía dolarizada que carece de su propia moneda nacional y del control soberano sobre la emisión de moneda, es uno de los pocos países de América del Sur que todavía tiene en los EE. UU. a su principal socio comercial, con los EE. UU. representando el 28% de sus exportaciones (principalmente petróleo, camarones, bananas, atún, cacao) y el 23% de sus importaciones (principalmente minerales, combustible, maquinaria y alimentos procesados), con un valor total de este comercio de aproximadamente 18 mil millones de dólares.

Estas relaciones comerciales “preferenciales” que no solo se mantienen firmes en medio de la proyección china en América Latina, sino que de hecho crecen y se solidifican, son auxiliadas no solo por la dolarización económica, sino también por un trabajo preparatorio de larga data que apunta al establecimiento de un acuerdo de libre comercio entre los dos países, desde el Acuerdo del Consejo de Comercio e Inversiones, en 1990, el cual fue actualizado y reactivado en los últimos años, previendo la facilitación de las relaciones comerciales entre los países, incluyendo la reducción de aranceles –lo que, como sabemos, siempre favorece a las economías más fuertes y más industrializadas.

Pero mayor aún que en el ámbito económico ha sido la integración en los ámbitos militar, policial y de seguridad entre los EE. UU. y Ecuador. Solo en los períodos Moreno/Lasso, Ecuador firmó cerca de una docena de acuerdos bilaterales en estos ámbitos, destacando el Acuerdo de Cooperación de Defensa, de 2019, la Estrategia Integrada de País, de 2022, y el Memorando de Entendimiento de 2023.

Estos y otros acuerdos, además de la participación de Ecuador en ejercicios militares como el UNITAS, dirigido por el SOUTHCOM, y su integración en iniciativas de financiación como el Financiamiento Militar Extranjero y la Educación y Entrenamiento Militares Internacionales, fueron las herramientas mediante las cuales los EE. UU. fueron tejiendo el entrenamiento de las fuerzas militares y policiales ecuatorianas, su equipamiento (y, por tanto, la dependencia tecnológica de sus fuerzas), así como su apertura en el ámbito cibernético y de inteligencia.

Menos de 1 año de gobierno de Noboa, sin embargo, ya indican que estamos ante una aceleración de este proceso, con la firma de al menos 3 acuerdos importantes que tienen repercusiones en el ámbito de la seguridad y, consecuentemente, de la soberanía: el Acuerdo sobre el Estado de las Fuerzas, el Acuerdo sobre Operaciones contra Actividades Marítimas Transnacionales Ilícitas y el Acuerdo de Asistencia en Intercepción Aérea. Mientras que el segundo y el tercero se refieren respectivamente a la cooperación en la lucha marítima contra el narcotráfico y la pesca ilegal (implicando permiso para el uso del territorio ecuatoriano por aeronaves estadounidenses), y el intercambio de inteligencia y datos de radar para fines de control aéreo, el primero representa, de hecho, una cesión sin precedentes de soberanía: concede a militares y a funcionarios del Departamento de Defensa de los EE. UU. (incluidos contratistas privados) inmunidad diplomática, competencia penal exclusiva, y libera el libre tránsito y uso del territorio nacional por vehículos, barcos y aeronaves operados por el Departamento de Defensa estadounidense.

Este aumento de la presencia de los EE. UU. en Ecuador, así como de la dependencia de Ecuador respecto a los EE. UU. ha acompañado en paralelo los resultados de un referendo constitucional, realizado en abril de 2024, y que entre otras cosas (y con el destacado importante de la decisión popular de rechazar la pauta de la reforma laboral neoliberal incluida en el referendo), dio a las Fuerzas Armadas atribuciones típicas de la policía, aumentando su uso por el Estado ecuatoriano.

Ahora bien, en la medida en que las Fuerzas Armadas de Ecuador son, hoy, armadas y entrenadas por los EE. UU., así como orientadas por datos e información de la inteligencia estadounidense, el aumento en su uso significa, también, un uso más intensivo de estas relaciones con los EE. UU., implicando mayores ganancias para el complejo militar-industrial de los EE. UU. y una mayor injerencia de los EE. UU. en los asuntos ecuatorianos.

Esta aceleración en la “atlanticización” de Ecuador no aparece, sin embargo, en un vacío y ni siquiera los precedentes del período Moreno/Lasso son suficientes para dar cuenta de la rapidez de esta transformación. Pero solo necesitamos recordar los eventos de enero de este año para entender cómo fue tan fácil para los EE. UU. conquistar Ecuador.

Desde enero hasta ahora, Ecuador ha vivido lo que solo puede considerarse como una inmensa “crisis de seguridad”, con las principales organizaciones narcotraficantes, Los Lobos y Los Choneros, participando en actos de narcoterrorismo contra el Estado y ciudadanos privados, en un contexto de disputa por el control de las principales rutas del narcotráfico internacional en Ecuador, país situado entre los grandes productores Colombia y Perú.

Esta crisis, que ya ha cobrado la vida de 21 civiles y 6 funcionarios públicos (de policías a un alcalde), parece haber sido tratada por los medios ecuatorianos de manera oportunista para buscar una mayor cercanía en el ámbito de la seguridad con los EE. UU., y cayó como anillo al dedo para Noboa, quien entonces afirmó que el país se encontraba en una situación de “conflicto armado interno” y en “estado de guerra”.

Como todo discurso de “crisis” y de “emergencia” (hemos visto muchos de este tipo en los últimos años) también este sirvió para convencer a las personas de bajar sus desconfianzas naturales y su escepticismo y confiar en las “buenas intenciones” del gobierno, así como facilitó a Noboa la implementación de medidas y la realización de acuerdos que, por los medios ordinarios de la democracia legalista, serían difíciles, demorados y negociados.

Naturalmente, el estallido de este conflicto armado, a la luz del historial de colaboración de agencias estadounidenses en el narcotráfico internacional (desde el empoderamiento de la Cosa Nostra tras la ocupación de Sicilia en la Segunda Guerra Mundial hasta el caso Irán-Contras, pasando por una miríada de otros escándalos), ha generado numerosos cuestionamientos y desconfianzas en relación con los verdaderos orígenes de la ola de violencia.

Sea cual sea la verdad detrás de este repentino impulso de los Lobos y los Choneros, la realidad es que, paso a paso, y aprovechando cada oportunidad, Ecuador se ha convertido en uno de los países más sumisos a EEUU de todo nuestro continente.

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