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Eduardo Vasco
February 10, 2024
© Photo: Public domain

Lo que Putin está haciendo es combatir la violación de la autodeterminación de Rusia. Al expulsar a la OTAN de Ucrania, objetivamente también actúa por la libertad de Ucrania, esclavizada por las potencias imperialistas.

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Este artículo no pretende definir qué son las nacionalidades y naciones, sino más bien discutir una política pragmática que resuelva (al menos en el corto y mediano plazo) la cuestión de la autodeterminación de los ucranianos, basada en las ideas de Lenin y la práctica del Estado soviético y del ruso actual.

Se trata de una pequeña polémica que se desarrollará con el texto “Ucrania, creación de Lenin”, publicado originalmente por Pedro Fernández Barbadillo en el portal “Libertad Digital” y reproducido en la Fundación de Cultura Estratégica.

Autodeterminación en el Imperio Ruso

Durante la vigencia del Imperio Ruso, los pueblos que habitaban la región entonces llamada “Pequeña Rusia” (Ucrania) eran oprimidos por el gobierno imperial ruso, al igual que la mayoría de la población del imperio, conformada por nacionalidades carentes de todo tipo de derechos.

Rusia observó el surgimiento de un movimiento nacionalista desde mediados del siglo XIX, a raíz de la “Primavera de los Pueblos” de 1848, cuando tanto las masas populares de las grandes naciones europeas, como los pueblos de las nacionalidades colonizadas y oprimidas por ellos (dentro de Europa) se rebelaron contra la monarquía y la aristocracia.

El Imperio Ruso era el más reaccionario y atrasado de toda Europa y lideró la contrarrevolución. No estaba interesado en ningún cambio significativo, ni siquiera en otras potencias europeas, pues sabía que eso influiría en cambios políticos en su propio territorio. Por eso apoyó, por ejemplo, la represión contra los húngaros por parte de Austria, así como reprimió a los polacos. La agitación nacionalista atravesó Europa Central y del Este e incluso la Primera Guerra Mundial fue desencadenada por una acción nacionalista (el asesinato del rey de Austria por los serbios), aunque fue una guerra imperialista.

Así, resulta aterrador leer en el artículo citado anteriormente que los movimientos nacionalistas sólo existieron en Polonia, Irlanda, los países bálticos y Arabia y que ¡sólo después de Brest-Litovsk y la caída de los Habsburgo, en 1918, se extendieron por Europa del Este!

El nacionalismo era un sentimiento natural frente a la opresión que sufrían los imperios moribundos. Su esencia es la misma que la del gran movimiento de liberación nacional que tuvo lugar en Asia y África a mediados del siglo XX.

Para Lenin y los bolcheviques, herederos de las tesis de Marx y Engels y, como marxistas, de las ideas de la Ilustración que habían guiado hasta entonces la lucha por la independencia, era una obligación reconocer y apoyar a quienes querían la independencia frente a una Estado opresor. Esta independencia no estaba en contradicción con la idea suprema de los marxistas, la unidad de los proletarios del mundo entero. Lenin escribió en junio de 1917:

“Sólo el reconocimiento de este derecho permite defender la libre unión de ucranianos y gran rusos, una asociación voluntaria de dos pueblos en un solo Estado”

Lenin y los bolcheviques, a pesar de intentar (y lograr) tomar el poder dentro de Rusia, no fueron en absoluto responsables de ninguna política llevada a cabo por el zarismo. El uso que harían del Estado ruso sería el contrario del que había hecho la monarquía: el Estado de los soviets era el Estado de libertad, no de opresión.

Cualquiera que estudie geopolítica sabe muy bien que el uso del “poder blando” es mucho más deseable que el uso del “poder duro” para cualquier nación. Estados Unidos, por ejemplo, sabe que la opresión de personas en todo el mundo es agotadora, impopular e inestable. Más aún si es abierto y evidente. Por eso hablan de traer democracia y libertad, aunque en la práctica la opresión económica de los países “independientes” es tan esclavizante como la opresión militar. ¿Quién quiere vivir aplastado por una opresión como esta? ¡Absolutamente nadie!

Es decir, analizando estrictamente desde un punto de vista pragmático y no ideológico, es más deseable que una superpotencia domine mediante el consentimiento que mediante la coerción. Por lo tanto, incluso para las viudas del zarismo, la dominación territorial de Ucrania y otras naciones vecinas sería negativa.

Por otro lado, la realidad también se impuso. Los bolcheviques habían heredado un país en ruinas, destruido por la obra del propio régimen zarista. Pedro Fernández Barbadillo piensa que la Revolución Rusa – a la que llama “golpe de Estado”– fue un golpe inesperado, llevado a cabo por “un puñado de agitadores bolcheviques” enviados por el II Reich para debilitar a Rusia y entregársela a Alemania. Esta es la misma letanía promovida por el pueblo resentido de 1917.

La verdad es que el Imperio ruso se había podrido. Ya no podía competir con los imperialistas. La humillante derrota ante Japón en 1905 fue prueba de ello. La situación del ejército ruso a principios de 1917 no deja lugar a dudas. Si los bolcheviques no hubieran tomado el poder, Rusia posiblemente no se habría convertido en la potencia soviética, derrotada sólo siete décadas después, pero ciertamente los trabajadores aún así habrían derrotado definitivamente a la monarquía y llevado la civilización al pueblo ruso. Fue una necesidad histórica, no un golpe de suerte. El enorme movimiento popular, campesino y obrero se habría apoderado del país de una forma u otra, ya que no se podía tolerar más la pobreza, el hambre, la falta de tierra para cultivar y las muertes masivas. Es más: aquellos mismos que acusaron a los bolcheviques de estar al servicio de Alemania se aliaron con las potencias extranjeras, que invadieron Rusia, para luchar contra sus compatriotas. ¡En verdad, tenían un gran amor por su patria!

El poder soviético, prueba del éxito de Lenin

El asedio de 14 ejércitos invasores y la destrucción económica y material provocada por la desastrosa administración del zar – en todos los sentidos posibles– apuntaban a una situación de total desventaja para los bolcheviques. De hecho, muchos, entre los líderes del nuevo régimen, no creían que el Estado soviético saldría victorioso. Todos los periódicos occidentales aseguraron que el poder soviético caería en cuestión de semanas. La continua participación rusa en la guerra mundial significaría la inminente derrota de Rusia. Lenin se dio cuenta de que la única solución viable para la paz dentro de Rusia y la posibilidad de reconstruir el país era hacer concesiones a las potencias imperialistas.

Sun Tzu ya enseñó, hace 2.500 años, que si el enemigo es superior a ti, evítalo. ¡Más aún si hay 14 ejércitos! Hay que saber cuándo pelear y cuándo no pelear. En el caso concreto de Ucrania en el momento de la firma del Tratado de Brest-Litovsk, había cinco ejércitos de 100.000 hombres cada uno, que ocupaban parte de Ucrania, y el debilitado ejército ruso no podía ayudar al debilitado ejército de las fuerzas soviéticas en Ucrania.

Finalmente, tras el Tratado, que el propio Lenin nunca ocultó fue humillante para Rusia, pero que era la única opción viable, y ante la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, en plena Guerra Civil Rusa el Ejército Rojo atacó los contrarrevolucionarios aliados de los invasores en Ucrania. El comandante del Ejército Rojo, León Trotsky, exhortó a los soldados rojos:

“Tengan esto firmemente presente: su tarea no es conquistar Ucrania, sino liberarla. Cuando las bandas de Denikin hayan sido finalmente aplastadas, los trabajadores de la Ucrania libre decidirán por sí mismos en qué condiciones vivirán con la Rusia soviética. Todos estamos seguros y sabemos que los trabajadores de Ucrania optarán por la unión fraternal más estrecha con nosotros”.

El Ejército Rojo derrotó a las tropas contrarrevolucionarias e invasoras. Ucrania quedó bajo el control de su propio pueblo, los trabajadores ucranianos, en unión voluntaria y fraternal con los rusos. Esta unión fue ratificada y formalizada el 30 de diciembre de 1922, cuando Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia formaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Fue una prueba de la corrección de la política de Lenin respecto del derecho a la autodeterminación de los pueblos. Predijo, allá por 1915, que sólo la lucha por la libre determinación y la unión voluntaria entre los pueblos permitiría la formación de un Estado multinacional fuerte en el camino del progreso:

“La defensa de este derecho, lejos de fomentar la creación de Estados pequeños, conduce, por el contrario, a la formación más libre, más audaz y, por tanto, más amplia y extensa de grandes Estados y federaciones de Estados, más beneficiosas para las masas y más acorde con el desarrollo económico”.

De hecho, el principio del derecho a la autodeterminación de los pueblos es un principio burgués, que surgió cuando la burguesía todavía constituía una clase progresista y revolucionaria, y ha sido reivindicado desde la Revolución Francesa de 1789, atravesando las revoluciones de 1848, hasta el día presente. Pero la propia burguesía abandonó este principio cuando dejó de ser una clase progresista y comenzó a liderar la reacción internacional contra los pueblos del mundo. Quienes lo defienden ahora son los trabajadores y, en menor medida, sectores de la burguesía de países que sufren precisamente la opresión nacional por parte de las grandes potencias imperialistas.

La formación de la URSS significa esta transición. Los bolcheviques no reivindicaron el derecho del pueblo a la autodeterminación como una palabra vacía, sin efecto, sino que lo llevaron a cabo. Es absolutamente falsa la siguiente afirmación de Pedro Fernández Barbadillo:

“Este principio político ha sido uno de los más destructivos en derecho internacional y ha causado una gran inestabilidad, pues fue una manera de que las grandes potencias interviniesen en las pequeñas y medianas con la excusa de proteger a minorías étnicas”.

El derecho a la libre determinación de los pueblos, de hecho, es uno de los más básicos y esenciales, porque es un reconocimiento de la legitimidad de la lucha de los pueblos oprimidos por su liberación. Si este derecho no existiera, no haría mucha diferencia, porque la gente seguiría luchando por su independencia de la misma manera. Porque es una necesidad. Lo que están haciendo ahora mismo los pueblos de Palestina, Irak y Siria es precisamente luchar por su autodeterminación. Palestina fue ocupada hace casi 80 años por una fuerza extranjera, Irak y Siria tienen bases militares imperialistas en sus territorios.

No es el derecho a la autodeterminación de los pueblos lo que causa inestabilidad en los países, sino más bien su falta de respeto hacia las potencias imperialistas. Si Siria no estuviera oprimida por el imperialismo estadounidense y europeo, tanto militar como económicamente, es decir, si fuera completamente independiente, la situación de los kurdos se resolvería muy fácilmente. La opresión ejercida por Saddam Hussein sobre los kurdos de Irak sólo fue posible –al menos a aquél nivel– gracias al apoyo que recibió de Estados Unidos. Al mismo tiempo, Saddam Hussein fue un instrumento del poder estadounidense para oprimir al pueblo iraquí, así como al pueblo iraní, cuyo país fue invadido por las tropas de Hussein.

Es obvio que las grandes potencias utilizan a las minorías étnicas para desestabilizar países de todo el mundo. El colonialismo europeo ya hizo esto en África hace siglos. Pero esto no significa que las demandas de estas minorías sean ilegítimas. El problema de las potencias imperialistas es que sus gobiernos no tienen principios, sino una política de conveniencia. Cuando no era apropiado apoyar los derechos de los kurdos en Irak, no los apoyaron: ayudaron a reprimirlos. Cuando corresponde, supuestamente los apoyan. Lenin, a su vez, actuó según sus principios y nunca según su conveniencia.

Otra declaración falsa más del escritor contra el que estamos argumentando es la siguiente:

“Los rojos admitían el derecho de autodeterminación sólo si servía para destruir las instituciones y lealtades tradicionales”.

Algunos ejemplos que citamos anteriormente refutan su afirmación. En Ucrania y Finlandia, donde apoyar su independencia no era positivo desde un punto de vista inmediato, los “rojos” lo apoyaron porque sabían que estratégicamente, a largo plazo, sería positivo. ¡Lenin incluso apoyó la autodeterminación de Georgia cuando ya era parte de la URSS! Una vez más, la máxima de los bolcheviques leninistas era que había que convencer a la gente para que se uniera, no obligarla. Más que nadie, esto benefició al pueblo de la Rusia soviética, la vanguardia de la revolución internacional contra la burguesía y las potencias imperialistas. Una política justa que respetara la plena libertad de los pueblos vecinos garantizaba a los revolucionarios, aunque llevara tiempo, la confianza de los demás pueblos.

Barbadillo contra Barbadillo

Lamentablemente, la política correcta de Lenin fue traicionada por Stalin. Stalin –y él solo, no junto con Lenin, como afirma Barbadillo– creó una “oligarquía local” (los apparatchiks, la burocracia estalinista) en las repúblicas que formaron la Unión Soviética, a mediados de los años 1920. Al revés de asegurar la independencia de los trabajadores y pueblos de toda la URSS, lo que garantizaría su apoyo a la libre unión de los pueblos soviéticos, impuso la rusificación de estas repúblicas, imitando lo que hacían “los zares en los países que conquistaban” -según palabras del propio autor-.

¡Y es entonces cuando Barbadillo empieza a contradecir todo lo que había dicho! Sin diferenciar la política estalinista de la política leninista, es decir, culpar a los “rojos” y a la Revolución de Octubre, escribe que Moscú quería la desaparición de los ucranianos, considerados “enemigos del Estado soviético”, por lo que fueron reprimidos con el “Holodomor” y las deportaciones y persecuciones. Si al principio de su artículo indicaba que el nacionalismo ucraniano era inexistente, ¡ahora dice que los ucranianos se han vuelto “antirusos”!

Se expone el motivo de todos los ataques del autor contra Lenin y los bolcheviques. Esto no es una defensa de Rusia, sino puro anticomunismo. De una defensa de la opresión impuesta por el Imperio ruso a los ucranianos, pasa a la defensa de los ucranianos contra la supuesta opresión impuesta por los comunistas. Arriba mencionamos que las potencias imperialistas no tienen principios y actúan según su conveniencia. ¡Esta política no se limita a Estados y gobiernos, sino que también la adoptan meros individuos al nivel del señor Barbadillo!

Para que no queden dudas sobre la intención puramente anticomunista de su artículo, menciona la “quinta columna comunista en los países europeos y americanos”, aparentemente ya en la segunda mitad del siglo XX. En otras palabras, quienes lucharon precisamente contra las potencias imperialistas, que oprimieron a las naciones pequeñas y medianas en todo el mundo, son para él una “quinta columna” dentro de esos países, al servicio de los rusos. Al mismo tiempo, reconoce, aunque sea tímidamente, que quienes lucharon por la independencia de los países latinoamericanos (entonces ocupados por dictaduras militares al servicio de Estados Unidos) y contra la subordinación de las naciones europeas al imperialismo estadounidense eran enemigos de esos países. Pero sólo podían ser enemigos de los gobiernos de estos países, verdaderos títeres de la principal potencia imperialista del mundo, y no de los pueblos de estos países, que querían una verdadera autodeterminación.

Barbadillo es español. En ese momento, España estaba controlada por la dictadura fascista de Francisco Franco. Aunque Estados Unidos se vendió a sí mismo como promotor de la libertad y la democracia, quienes habrían derrotado la barbarie fascista y nazi en la Segunda Guerra Mundial, utilizaron a la España fascista como colonia y llenaron los bolsillos del dictador. Quienes se opusieron a esto fueron precisamente los comunistas. Hoy, incluso 50 años después del colapso del franquismo, España sigue siendo un estado vasallo de Estados Unidos. Es un país imperialista de nivel inferior, que vive de las conquistas de su pasado colonizador y de la opresión que todavía impone a Cataluña y el País Vasco. Al contrario de lo que hacen en China (sobre Taiwán, Hong Kong y Xinjiang), en Siria, Irak e Irán (sobre los kurdos), en América Latina (sobre los pueblos indígenas), Estados Unidos nunca ha promovido una campaña a favor de la autodeterminación de los pueblos catalán, vasco o gallego. Precisamente porque esto desestabilizaría al imperialismo vasallo español. Así como la legítima independencia de Escocia desestabilizaría al imperialismo británico en ruinas, otro vasallo de Estados Unidos.

No es el lugar de este artículo discutir si la ideología socialista es más o menos inherente a los seres humanos que el nacionalismo. Barbadillo sostiene que el nacionalismo es “mucho más fuerte” y “hasta connatural” al ser humano que el socialismo, y que ésta es una de las lecciones sobre la existencia de la Unión Soviética. ¡Esta conclusión llega después de decir que Lenin creó el nacionalismo ucraniano e indicar que no hay nacionalismo catalán, ni escocés, ni flamenco! ¡Y peor aún, después de defender como tesis esencial que la autodeterminación de los pueblos (es decir, el reconocimiento de las luchas nacionales) no es más que un pretexto para que las grandes potencias intervengan en otros países!

¡Qué contradicción! Pero lo repito: las potencias imperialistas y sus defensores no tienen principios. Actúan por mera conveniencia.

Putin escribe correctamente con líneas torcidas

Desde el inicio de la operación militar especial, el 24 de febrero de 2022, se ha debatido mucho sobre la autodeterminación de Ucrania. El imperialismo estadounidense y europeo, que ha esclavizado a Ucrania durante más de 30 años y, de hecho, ha impedido su autodeterminación, acusa a Rusia de violar esa autodeterminación.

Pero la propaganda occidental oculta que, además de violar la autodeterminación de Ucrania, Estados Unidos y la OTAN también violan la autodeterminación de Rusia. ¡Y ese siempre ha sido el caso! Incluso cuando Lenin estaba vivo, Rusia fue invadida, bloqueada y aislada del mundo. Luego se le impuso una “guerra fría”, un sabotaje monumental a su derecho a existir. En última instancia, esta guerra –que fue externa e interna, ya que los burócratas estalinistas estaban, de hecho, al servicio de la destrucción de la URSS– culminó en el colapso de Rusia y las naciones vecinas ante el imperio neoliberal. Hasta el día de hoy, Rusia lucha por su autodeterminación, que aún no se ha logrado debido a la intensa opresión imperialista. El asedio de la OTAN es el ejemplo más evidente de esta opresión.

Por tanto, lo que Putin está haciendo es combatir la violación de la autodeterminación de Rusia. Al expulsar a la OTAN de Ucrania, objetivamente también actúa por la libertad de Ucrania, esclavizada por las potencias imperialistas. Putin ya logró liberar parte de Donbás, donde gran parte de la población es de nacionalidad rusa y ya luchaba por la autodeterminación desde el golpe imperialista de 2014 en Kiev. Según la lógica de Barbadillo, Rusia estaría utilizando el derecho de los pueblos a la autodeterminación como forma de intervenir en Ucrania con la excusa de proteger a la minoría étnica rusa.

Y realmente lo cree así, cuando compara la acción de Putin en el Donbás con la acción de Hitler en Europa Central para “reunir a los alemanes en un solo Estado”. La gran diferencia es que la Alemania de Hitler era una nación imperialista que se expandía sobre las naciones oprimidas, mientras que la Rusia de Putin es una nación oprimida que lucha contra la expansión de las potencias imperialistas. La mente confusa de Barbadillo, que antes pensaba que el nacionalismo era inexistente y luego que era inherente al ser humano, es incapaz de diferenciar una nación opresora de una nación oprimida.

El Imperio ruso oprimió a los ucranianos, pero ya no existe. No importa si hay partidarios de Putin que lo quieran, o incluso si el propio Putin quiere reconstruir ese imperio, como dicen sus detractores. El Imperio Ruso es una cosa del pasado que nunca volverá. Las condiciones de desarrollo del sistema capitalista mundial no lo permiten. Los rusos lo saben. El propio gobierno ruso admite que su país pertenece al “Sur Global” y no tiene pretensiones de dominación mundial como lo tuvo Alemania y como siempre lo tuvo Estados Unidos.

Analizando las condiciones objetivas, sin ningún filtro ideológico, la reconstrucción de la Unión Soviética es más posible que la del Imperio Ruso. Los pueblos de Crimea y Donbás deseaban su reintegración a Rusia y la reconquistaron. El pueblo bielorruso está a favor de una nueva unión con Rusia y desde hace casi 30 años Lukashenko trabaja dentro de la perspectiva del Estado de la Unión. La Unión Económica Euroasiática reintegra cada vez más a las naciones de Asia Central en Rusia.

Aunque en este momento esta nueva unión no es socialista, estas medidas impulsadas por Putin no se oponen a las políticas de Lenin. El exlíder ruso ya había mencionado una situación similar –y aún menos democrática– que se produjo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando Bismarck unificó Alemania. Lenin, al igual que Marx y Engels, consideraba la unificación alemana como un factor progresista y, al igual que Putin con Donbás y Crimea, “Bismarck ayudaba al desarrollo económico unificando a los alemanes dispersos, que eran oprimidos por otros pueblos”. Estas palabras fueron escritas en 1915, en el artículo “El orgullo nacional de los rusos”. Dijo también, como respondiendo a Barbadillo:

“Nosotros en modo alguno somos partidarios incondicionales de naciones indefectiblemente pequeñas; en igualdad de condiciones, estamos absolutamente en pro de la centralización y en contra del ideal pequeñoburgués de las relaciones federativas”.

La reserva destacada por el propio Lenin (“en igualdad de condiciones”) es para resaltar que, a diferencia de los imperialistas, los partidarios de Lenin defienden una unión basada en la igualdad y no en la opresión sobre otras naciones. Mientras haya igualdad de derechos, los socialistas estamos a favor de la unión total de las naciones en un mismo Estado, como se llevó a cabo unos años más tarde con la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

La “Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado”, de 1918, decía, en el Capítulo IV, Artículo 8:

“En su esfuerzo por crear una unión verdaderamente libre y voluntaria y, en consecuencia, más completa y sólida de las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, el Tercer Congreso Panruso de los Sóviets se limita a establecer los principios esenciales de la Federación de Repúblicas de los Sóviets de Rusia, reservando a los trabajadores y campesinos de cada nación el derecho de decidir libremente en su propio Congreso nacional de los Sóviets si desean, y sobre qué base, participar en el Gobierno Federal y en las demás instituciones federales de los Soviets”.

Cinco años después, la Constitución de la URSS de 1923 estipulaba:

“4. Cada República federada se reserva el derecho de separarse libremente de la Unión.”

Y el artículo 6 garantizaba que, “para la reforma, restricción o derogación del artículo 4, será necesario el consentimiento de todas las Repúblicas federadas”. Al mismo tiempo, el artículo 7 garantizaba: “los ciudadanos de la Federación disfrutarán de la ciudadanía única de la Unión”.

La centralización impuesta posteriormente por Stalin no se produjo por medios democráticos, ya que los soviets y otros organismos independientes de trabajadores, campesinos y el pueblo en general ya habían sido desmantelados. Sin embargo, estaba en línea con lo que Lenin defendía en 1915 a favor de la unidad del Estado multinacional.

Aunque no tan completo como en los inicios de la URSS, el derecho a la autodeterminación ha sido reconocido por el actual gobierno ruso con respecto a Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaparojia. Las poblaciones de estos territorios liberados de la ocupación de las fuerzas armadas ucranianas y de los grupos fascistas (y de la OTAN) pudieron votar libremente en referendos apoyados por Rusia, tal como lo había hecho la población de Crimea en 2014. Decidieron libremente separarse de Ucrania y unirse a Rusia más tarde. Estados Unidos, la OTAN y Ucrania no reconocen este derecho, Rusia sí. Así como reconoce los derechos de los pueblos en todo el mundo, en Europa –con el apoyo tácito a los catalanes y escoceses–, en África, Asia, América Latina y en su propio territorio, a pesar de que, en la práctica, las minorías nacionales todavía no disfrutan de plena igualdad con los rusos, del mismo modo que los trabajadores rusos no disfrutan de ninguna igualdad en relación con sus empleadores rusos (aún así, el respeto por los derechos nacionales es mayor en Rusia que en España o el Reino Unido).

Si no fuera por la defensa del derecho a la autodeterminación de los pueblos, iniciada por Lenin y la Unión Soviética, y continuada por Putin –aunque sin la misma contundencia que los bolcheviques, por razones de defensa de intereses distintos–, hoy Rusia no tendría el prestigio que tiene entre los países pobres y explotados. Si no fuera por esta defensa, los pueblos de África, Asia y América Latina no estarían apoyando a Rusia hoy en su lucha contra la OTAN y la dominación imperial del mundo. Los países oprimidos ven a Rusia como un fuerte aliado en la defensa de sus derechos a la autodeterminación gracias a la autoridad que tiene Rusia debido a su historia de defensa de este derecho desde la época soviética. Y esto empezó con Lenin, aunque a algunos les cueste reconocerlo.

Explicando la política de Lenin y las acciones de Putin en Ucrania

Lo que Putin está haciendo es combatir la violación de la autodeterminación de Rusia. Al expulsar a la OTAN de Ucrania, objetivamente también actúa por la libertad de Ucrania, esclavizada por las potencias imperialistas.

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Este artículo no pretende definir qué son las nacionalidades y naciones, sino más bien discutir una política pragmática que resuelva (al menos en el corto y mediano plazo) la cuestión de la autodeterminación de los ucranianos, basada en las ideas de Lenin y la práctica del Estado soviético y del ruso actual.

Se trata de una pequeña polémica que se desarrollará con el texto “Ucrania, creación de Lenin”, publicado originalmente por Pedro Fernández Barbadillo en el portal “Libertad Digital” y reproducido en la Fundación de Cultura Estratégica.

Autodeterminación en el Imperio Ruso

Durante la vigencia del Imperio Ruso, los pueblos que habitaban la región entonces llamada “Pequeña Rusia” (Ucrania) eran oprimidos por el gobierno imperial ruso, al igual que la mayoría de la población del imperio, conformada por nacionalidades carentes de todo tipo de derechos.

Rusia observó el surgimiento de un movimiento nacionalista desde mediados del siglo XIX, a raíz de la “Primavera de los Pueblos” de 1848, cuando tanto las masas populares de las grandes naciones europeas, como los pueblos de las nacionalidades colonizadas y oprimidas por ellos (dentro de Europa) se rebelaron contra la monarquía y la aristocracia.

El Imperio Ruso era el más reaccionario y atrasado de toda Europa y lideró la contrarrevolución. No estaba interesado en ningún cambio significativo, ni siquiera en otras potencias europeas, pues sabía que eso influiría en cambios políticos en su propio territorio. Por eso apoyó, por ejemplo, la represión contra los húngaros por parte de Austria, así como reprimió a los polacos. La agitación nacionalista atravesó Europa Central y del Este e incluso la Primera Guerra Mundial fue desencadenada por una acción nacionalista (el asesinato del rey de Austria por los serbios), aunque fue una guerra imperialista.

Así, resulta aterrador leer en el artículo citado anteriormente que los movimientos nacionalistas sólo existieron en Polonia, Irlanda, los países bálticos y Arabia y que ¡sólo después de Brest-Litovsk y la caída de los Habsburgo, en 1918, se extendieron por Europa del Este!

El nacionalismo era un sentimiento natural frente a la opresión que sufrían los imperios moribundos. Su esencia es la misma que la del gran movimiento de liberación nacional que tuvo lugar en Asia y África a mediados del siglo XX.

Para Lenin y los bolcheviques, herederos de las tesis de Marx y Engels y, como marxistas, de las ideas de la Ilustración que habían guiado hasta entonces la lucha por la independencia, era una obligación reconocer y apoyar a quienes querían la independencia frente a una Estado opresor. Esta independencia no estaba en contradicción con la idea suprema de los marxistas, la unidad de los proletarios del mundo entero. Lenin escribió en junio de 1917:

“Sólo el reconocimiento de este derecho permite defender la libre unión de ucranianos y gran rusos, una asociación voluntaria de dos pueblos en un solo Estado”

Lenin y los bolcheviques, a pesar de intentar (y lograr) tomar el poder dentro de Rusia, no fueron en absoluto responsables de ninguna política llevada a cabo por el zarismo. El uso que harían del Estado ruso sería el contrario del que había hecho la monarquía: el Estado de los soviets era el Estado de libertad, no de opresión.

Cualquiera que estudie geopolítica sabe muy bien que el uso del “poder blando” es mucho más deseable que el uso del “poder duro” para cualquier nación. Estados Unidos, por ejemplo, sabe que la opresión de personas en todo el mundo es agotadora, impopular e inestable. Más aún si es abierto y evidente. Por eso hablan de traer democracia y libertad, aunque en la práctica la opresión económica de los países “independientes” es tan esclavizante como la opresión militar. ¿Quién quiere vivir aplastado por una opresión como esta? ¡Absolutamente nadie!

Es decir, analizando estrictamente desde un punto de vista pragmático y no ideológico, es más deseable que una superpotencia domine mediante el consentimiento que mediante la coerción. Por lo tanto, incluso para las viudas del zarismo, la dominación territorial de Ucrania y otras naciones vecinas sería negativa.

Por otro lado, la realidad también se impuso. Los bolcheviques habían heredado un país en ruinas, destruido por la obra del propio régimen zarista. Pedro Fernández Barbadillo piensa que la Revolución Rusa – a la que llama “golpe de Estado”– fue un golpe inesperado, llevado a cabo por “un puñado de agitadores bolcheviques” enviados por el II Reich para debilitar a Rusia y entregársela a Alemania. Esta es la misma letanía promovida por el pueblo resentido de 1917.

La verdad es que el Imperio ruso se había podrido. Ya no podía competir con los imperialistas. La humillante derrota ante Japón en 1905 fue prueba de ello. La situación del ejército ruso a principios de 1917 no deja lugar a dudas. Si los bolcheviques no hubieran tomado el poder, Rusia posiblemente no se habría convertido en la potencia soviética, derrotada sólo siete décadas después, pero ciertamente los trabajadores aún así habrían derrotado definitivamente a la monarquía y llevado la civilización al pueblo ruso. Fue una necesidad histórica, no un golpe de suerte. El enorme movimiento popular, campesino y obrero se habría apoderado del país de una forma u otra, ya que no se podía tolerar más la pobreza, el hambre, la falta de tierra para cultivar y las muertes masivas. Es más: aquellos mismos que acusaron a los bolcheviques de estar al servicio de Alemania se aliaron con las potencias extranjeras, que invadieron Rusia, para luchar contra sus compatriotas. ¡En verdad, tenían un gran amor por su patria!

El poder soviético, prueba del éxito de Lenin

El asedio de 14 ejércitos invasores y la destrucción económica y material provocada por la desastrosa administración del zar – en todos los sentidos posibles– apuntaban a una situación de total desventaja para los bolcheviques. De hecho, muchos, entre los líderes del nuevo régimen, no creían que el Estado soviético saldría victorioso. Todos los periódicos occidentales aseguraron que el poder soviético caería en cuestión de semanas. La continua participación rusa en la guerra mundial significaría la inminente derrota de Rusia. Lenin se dio cuenta de que la única solución viable para la paz dentro de Rusia y la posibilidad de reconstruir el país era hacer concesiones a las potencias imperialistas.

Sun Tzu ya enseñó, hace 2.500 años, que si el enemigo es superior a ti, evítalo. ¡Más aún si hay 14 ejércitos! Hay que saber cuándo pelear y cuándo no pelear. En el caso concreto de Ucrania en el momento de la firma del Tratado de Brest-Litovsk, había cinco ejércitos de 100.000 hombres cada uno, que ocupaban parte de Ucrania, y el debilitado ejército ruso no podía ayudar al debilitado ejército de las fuerzas soviéticas en Ucrania.

Finalmente, tras el Tratado, que el propio Lenin nunca ocultó fue humillante para Rusia, pero que era la única opción viable, y ante la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, en plena Guerra Civil Rusa el Ejército Rojo atacó los contrarrevolucionarios aliados de los invasores en Ucrania. El comandante del Ejército Rojo, León Trotsky, exhortó a los soldados rojos:

“Tengan esto firmemente presente: su tarea no es conquistar Ucrania, sino liberarla. Cuando las bandas de Denikin hayan sido finalmente aplastadas, los trabajadores de la Ucrania libre decidirán por sí mismos en qué condiciones vivirán con la Rusia soviética. Todos estamos seguros y sabemos que los trabajadores de Ucrania optarán por la unión fraternal más estrecha con nosotros”.

El Ejército Rojo derrotó a las tropas contrarrevolucionarias e invasoras. Ucrania quedó bajo el control de su propio pueblo, los trabajadores ucranianos, en unión voluntaria y fraternal con los rusos. Esta unión fue ratificada y formalizada el 30 de diciembre de 1922, cuando Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia formaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Fue una prueba de la corrección de la política de Lenin respecto del derecho a la autodeterminación de los pueblos. Predijo, allá por 1915, que sólo la lucha por la libre determinación y la unión voluntaria entre los pueblos permitiría la formación de un Estado multinacional fuerte en el camino del progreso:

“La defensa de este derecho, lejos de fomentar la creación de Estados pequeños, conduce, por el contrario, a la formación más libre, más audaz y, por tanto, más amplia y extensa de grandes Estados y federaciones de Estados, más beneficiosas para las masas y más acorde con el desarrollo económico”.

De hecho, el principio del derecho a la autodeterminación de los pueblos es un principio burgués, que surgió cuando la burguesía todavía constituía una clase progresista y revolucionaria, y ha sido reivindicado desde la Revolución Francesa de 1789, atravesando las revoluciones de 1848, hasta el día presente. Pero la propia burguesía abandonó este principio cuando dejó de ser una clase progresista y comenzó a liderar la reacción internacional contra los pueblos del mundo. Quienes lo defienden ahora son los trabajadores y, en menor medida, sectores de la burguesía de países que sufren precisamente la opresión nacional por parte de las grandes potencias imperialistas.

La formación de la URSS significa esta transición. Los bolcheviques no reivindicaron el derecho del pueblo a la autodeterminación como una palabra vacía, sin efecto, sino que lo llevaron a cabo. Es absolutamente falsa la siguiente afirmación de Pedro Fernández Barbadillo:

“Este principio político ha sido uno de los más destructivos en derecho internacional y ha causado una gran inestabilidad, pues fue una manera de que las grandes potencias interviniesen en las pequeñas y medianas con la excusa de proteger a minorías étnicas”.

El derecho a la libre determinación de los pueblos, de hecho, es uno de los más básicos y esenciales, porque es un reconocimiento de la legitimidad de la lucha de los pueblos oprimidos por su liberación. Si este derecho no existiera, no haría mucha diferencia, porque la gente seguiría luchando por su independencia de la misma manera. Porque es una necesidad. Lo que están haciendo ahora mismo los pueblos de Palestina, Irak y Siria es precisamente luchar por su autodeterminación. Palestina fue ocupada hace casi 80 años por una fuerza extranjera, Irak y Siria tienen bases militares imperialistas en sus territorios.

No es el derecho a la autodeterminación de los pueblos lo que causa inestabilidad en los países, sino más bien su falta de respeto hacia las potencias imperialistas. Si Siria no estuviera oprimida por el imperialismo estadounidense y europeo, tanto militar como económicamente, es decir, si fuera completamente independiente, la situación de los kurdos se resolvería muy fácilmente. La opresión ejercida por Saddam Hussein sobre los kurdos de Irak sólo fue posible –al menos a aquél nivel– gracias al apoyo que recibió de Estados Unidos. Al mismo tiempo, Saddam Hussein fue un instrumento del poder estadounidense para oprimir al pueblo iraquí, así como al pueblo iraní, cuyo país fue invadido por las tropas de Hussein.

Es obvio que las grandes potencias utilizan a las minorías étnicas para desestabilizar países de todo el mundo. El colonialismo europeo ya hizo esto en África hace siglos. Pero esto no significa que las demandas de estas minorías sean ilegítimas. El problema de las potencias imperialistas es que sus gobiernos no tienen principios, sino una política de conveniencia. Cuando no era apropiado apoyar los derechos de los kurdos en Irak, no los apoyaron: ayudaron a reprimirlos. Cuando corresponde, supuestamente los apoyan. Lenin, a su vez, actuó según sus principios y nunca según su conveniencia.

Otra declaración falsa más del escritor contra el que estamos argumentando es la siguiente:

“Los rojos admitían el derecho de autodeterminación sólo si servía para destruir las instituciones y lealtades tradicionales”.

Algunos ejemplos que citamos anteriormente refutan su afirmación. En Ucrania y Finlandia, donde apoyar su independencia no era positivo desde un punto de vista inmediato, los “rojos” lo apoyaron porque sabían que estratégicamente, a largo plazo, sería positivo. ¡Lenin incluso apoyó la autodeterminación de Georgia cuando ya era parte de la URSS! Una vez más, la máxima de los bolcheviques leninistas era que había que convencer a la gente para que se uniera, no obligarla. Más que nadie, esto benefició al pueblo de la Rusia soviética, la vanguardia de la revolución internacional contra la burguesía y las potencias imperialistas. Una política justa que respetara la plena libertad de los pueblos vecinos garantizaba a los revolucionarios, aunque llevara tiempo, la confianza de los demás pueblos.

Barbadillo contra Barbadillo

Lamentablemente, la política correcta de Lenin fue traicionada por Stalin. Stalin –y él solo, no junto con Lenin, como afirma Barbadillo– creó una “oligarquía local” (los apparatchiks, la burocracia estalinista) en las repúblicas que formaron la Unión Soviética, a mediados de los años 1920. Al revés de asegurar la independencia de los trabajadores y pueblos de toda la URSS, lo que garantizaría su apoyo a la libre unión de los pueblos soviéticos, impuso la rusificación de estas repúblicas, imitando lo que hacían “los zares en los países que conquistaban” -según palabras del propio autor-.

¡Y es entonces cuando Barbadillo empieza a contradecir todo lo que había dicho! Sin diferenciar la política estalinista de la política leninista, es decir, culpar a los “rojos” y a la Revolución de Octubre, escribe que Moscú quería la desaparición de los ucranianos, considerados “enemigos del Estado soviético”, por lo que fueron reprimidos con el “Holodomor” y las deportaciones y persecuciones. Si al principio de su artículo indicaba que el nacionalismo ucraniano era inexistente, ¡ahora dice que los ucranianos se han vuelto “antirusos”!

Se expone el motivo de todos los ataques del autor contra Lenin y los bolcheviques. Esto no es una defensa de Rusia, sino puro anticomunismo. De una defensa de la opresión impuesta por el Imperio ruso a los ucranianos, pasa a la defensa de los ucranianos contra la supuesta opresión impuesta por los comunistas. Arriba mencionamos que las potencias imperialistas no tienen principios y actúan según su conveniencia. ¡Esta política no se limita a Estados y gobiernos, sino que también la adoptan meros individuos al nivel del señor Barbadillo!

Para que no queden dudas sobre la intención puramente anticomunista de su artículo, menciona la “quinta columna comunista en los países europeos y americanos”, aparentemente ya en la segunda mitad del siglo XX. En otras palabras, quienes lucharon precisamente contra las potencias imperialistas, que oprimieron a las naciones pequeñas y medianas en todo el mundo, son para él una “quinta columna” dentro de esos países, al servicio de los rusos. Al mismo tiempo, reconoce, aunque sea tímidamente, que quienes lucharon por la independencia de los países latinoamericanos (entonces ocupados por dictaduras militares al servicio de Estados Unidos) y contra la subordinación de las naciones europeas al imperialismo estadounidense eran enemigos de esos países. Pero sólo podían ser enemigos de los gobiernos de estos países, verdaderos títeres de la principal potencia imperialista del mundo, y no de los pueblos de estos países, que querían una verdadera autodeterminación.

Barbadillo es español. En ese momento, España estaba controlada por la dictadura fascista de Francisco Franco. Aunque Estados Unidos se vendió a sí mismo como promotor de la libertad y la democracia, quienes habrían derrotado la barbarie fascista y nazi en la Segunda Guerra Mundial, utilizaron a la España fascista como colonia y llenaron los bolsillos del dictador. Quienes se opusieron a esto fueron precisamente los comunistas. Hoy, incluso 50 años después del colapso del franquismo, España sigue siendo un estado vasallo de Estados Unidos. Es un país imperialista de nivel inferior, que vive de las conquistas de su pasado colonizador y de la opresión que todavía impone a Cataluña y el País Vasco. Al contrario de lo que hacen en China (sobre Taiwán, Hong Kong y Xinjiang), en Siria, Irak e Irán (sobre los kurdos), en América Latina (sobre los pueblos indígenas), Estados Unidos nunca ha promovido una campaña a favor de la autodeterminación de los pueblos catalán, vasco o gallego. Precisamente porque esto desestabilizaría al imperialismo vasallo español. Así como la legítima independencia de Escocia desestabilizaría al imperialismo británico en ruinas, otro vasallo de Estados Unidos.

No es el lugar de este artículo discutir si la ideología socialista es más o menos inherente a los seres humanos que el nacionalismo. Barbadillo sostiene que el nacionalismo es “mucho más fuerte” y “hasta connatural” al ser humano que el socialismo, y que ésta es una de las lecciones sobre la existencia de la Unión Soviética. ¡Esta conclusión llega después de decir que Lenin creó el nacionalismo ucraniano e indicar que no hay nacionalismo catalán, ni escocés, ni flamenco! ¡Y peor aún, después de defender como tesis esencial que la autodeterminación de los pueblos (es decir, el reconocimiento de las luchas nacionales) no es más que un pretexto para que las grandes potencias intervengan en otros países!

¡Qué contradicción! Pero lo repito: las potencias imperialistas y sus defensores no tienen principios. Actúan por mera conveniencia.

Putin escribe correctamente con líneas torcidas

Desde el inicio de la operación militar especial, el 24 de febrero de 2022, se ha debatido mucho sobre la autodeterminación de Ucrania. El imperialismo estadounidense y europeo, que ha esclavizado a Ucrania durante más de 30 años y, de hecho, ha impedido su autodeterminación, acusa a Rusia de violar esa autodeterminación.

Pero la propaganda occidental oculta que, además de violar la autodeterminación de Ucrania, Estados Unidos y la OTAN también violan la autodeterminación de Rusia. ¡Y ese siempre ha sido el caso! Incluso cuando Lenin estaba vivo, Rusia fue invadida, bloqueada y aislada del mundo. Luego se le impuso una “guerra fría”, un sabotaje monumental a su derecho a existir. En última instancia, esta guerra –que fue externa e interna, ya que los burócratas estalinistas estaban, de hecho, al servicio de la destrucción de la URSS– culminó en el colapso de Rusia y las naciones vecinas ante el imperio neoliberal. Hasta el día de hoy, Rusia lucha por su autodeterminación, que aún no se ha logrado debido a la intensa opresión imperialista. El asedio de la OTAN es el ejemplo más evidente de esta opresión.

Por tanto, lo que Putin está haciendo es combatir la violación de la autodeterminación de Rusia. Al expulsar a la OTAN de Ucrania, objetivamente también actúa por la libertad de Ucrania, esclavizada por las potencias imperialistas. Putin ya logró liberar parte de Donbás, donde gran parte de la población es de nacionalidad rusa y ya luchaba por la autodeterminación desde el golpe imperialista de 2014 en Kiev. Según la lógica de Barbadillo, Rusia estaría utilizando el derecho de los pueblos a la autodeterminación como forma de intervenir en Ucrania con la excusa de proteger a la minoría étnica rusa.

Y realmente lo cree así, cuando compara la acción de Putin en el Donbás con la acción de Hitler en Europa Central para “reunir a los alemanes en un solo Estado”. La gran diferencia es que la Alemania de Hitler era una nación imperialista que se expandía sobre las naciones oprimidas, mientras que la Rusia de Putin es una nación oprimida que lucha contra la expansión de las potencias imperialistas. La mente confusa de Barbadillo, que antes pensaba que el nacionalismo era inexistente y luego que era inherente al ser humano, es incapaz de diferenciar una nación opresora de una nación oprimida.

El Imperio ruso oprimió a los ucranianos, pero ya no existe. No importa si hay partidarios de Putin que lo quieran, o incluso si el propio Putin quiere reconstruir ese imperio, como dicen sus detractores. El Imperio Ruso es una cosa del pasado que nunca volverá. Las condiciones de desarrollo del sistema capitalista mundial no lo permiten. Los rusos lo saben. El propio gobierno ruso admite que su país pertenece al “Sur Global” y no tiene pretensiones de dominación mundial como lo tuvo Alemania y como siempre lo tuvo Estados Unidos.

Analizando las condiciones objetivas, sin ningún filtro ideológico, la reconstrucción de la Unión Soviética es más posible que la del Imperio Ruso. Los pueblos de Crimea y Donbás deseaban su reintegración a Rusia y la reconquistaron. El pueblo bielorruso está a favor de una nueva unión con Rusia y desde hace casi 30 años Lukashenko trabaja dentro de la perspectiva del Estado de la Unión. La Unión Económica Euroasiática reintegra cada vez más a las naciones de Asia Central en Rusia.

Aunque en este momento esta nueva unión no es socialista, estas medidas impulsadas por Putin no se oponen a las políticas de Lenin. El exlíder ruso ya había mencionado una situación similar –y aún menos democrática– que se produjo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando Bismarck unificó Alemania. Lenin, al igual que Marx y Engels, consideraba la unificación alemana como un factor progresista y, al igual que Putin con Donbás y Crimea, “Bismarck ayudaba al desarrollo económico unificando a los alemanes dispersos, que eran oprimidos por otros pueblos”. Estas palabras fueron escritas en 1915, en el artículo “El orgullo nacional de los rusos”. Dijo también, como respondiendo a Barbadillo:

“Nosotros en modo alguno somos partidarios incondicionales de naciones indefectiblemente pequeñas; en igualdad de condiciones, estamos absolutamente en pro de la centralización y en contra del ideal pequeñoburgués de las relaciones federativas”.

La reserva destacada por el propio Lenin (“en igualdad de condiciones”) es para resaltar que, a diferencia de los imperialistas, los partidarios de Lenin defienden una unión basada en la igualdad y no en la opresión sobre otras naciones. Mientras haya igualdad de derechos, los socialistas estamos a favor de la unión total de las naciones en un mismo Estado, como se llevó a cabo unos años más tarde con la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

La “Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado”, de 1918, decía, en el Capítulo IV, Artículo 8:

“En su esfuerzo por crear una unión verdaderamente libre y voluntaria y, en consecuencia, más completa y sólida de las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, el Tercer Congreso Panruso de los Sóviets se limita a establecer los principios esenciales de la Federación de Repúblicas de los Sóviets de Rusia, reservando a los trabajadores y campesinos de cada nación el derecho de decidir libremente en su propio Congreso nacional de los Sóviets si desean, y sobre qué base, participar en el Gobierno Federal y en las demás instituciones federales de los Soviets”.

Cinco años después, la Constitución de la URSS de 1923 estipulaba:

“4. Cada República federada se reserva el derecho de separarse libremente de la Unión.”

Y el artículo 6 garantizaba que, “para la reforma, restricción o derogación del artículo 4, será necesario el consentimiento de todas las Repúblicas federadas”. Al mismo tiempo, el artículo 7 garantizaba: “los ciudadanos de la Federación disfrutarán de la ciudadanía única de la Unión”.

La centralización impuesta posteriormente por Stalin no se produjo por medios democráticos, ya que los soviets y otros organismos independientes de trabajadores, campesinos y el pueblo en general ya habían sido desmantelados. Sin embargo, estaba en línea con lo que Lenin defendía en 1915 a favor de la unidad del Estado multinacional.

Aunque no tan completo como en los inicios de la URSS, el derecho a la autodeterminación ha sido reconocido por el actual gobierno ruso con respecto a Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaparojia. Las poblaciones de estos territorios liberados de la ocupación de las fuerzas armadas ucranianas y de los grupos fascistas (y de la OTAN) pudieron votar libremente en referendos apoyados por Rusia, tal como lo había hecho la población de Crimea en 2014. Decidieron libremente separarse de Ucrania y unirse a Rusia más tarde. Estados Unidos, la OTAN y Ucrania no reconocen este derecho, Rusia sí. Así como reconoce los derechos de los pueblos en todo el mundo, en Europa –con el apoyo tácito a los catalanes y escoceses–, en África, Asia, América Latina y en su propio territorio, a pesar de que, en la práctica, las minorías nacionales todavía no disfrutan de plena igualdad con los rusos, del mismo modo que los trabajadores rusos no disfrutan de ninguna igualdad en relación con sus empleadores rusos (aún así, el respeto por los derechos nacionales es mayor en Rusia que en España o el Reino Unido).

Si no fuera por la defensa del derecho a la autodeterminación de los pueblos, iniciada por Lenin y la Unión Soviética, y continuada por Putin –aunque sin la misma contundencia que los bolcheviques, por razones de defensa de intereses distintos–, hoy Rusia no tendría el prestigio que tiene entre los países pobres y explotados. Si no fuera por esta defensa, los pueblos de África, Asia y América Latina no estarían apoyando a Rusia hoy en su lucha contra la OTAN y la dominación imperial del mundo. Los países oprimidos ven a Rusia como un fuerte aliado en la defensa de sus derechos a la autodeterminación gracias a la autoridad que tiene Rusia debido a su historia de defensa de este derecho desde la época soviética. Y esto empezó con Lenin, aunque a algunos les cueste reconocerlo.

Lo que Putin está haciendo es combatir la violación de la autodeterminación de Rusia. Al expulsar a la OTAN de Ucrania, objetivamente también actúa por la libertad de Ucrania, esclavizada por las potencias imperialistas.

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Este artículo no pretende definir qué son las nacionalidades y naciones, sino más bien discutir una política pragmática que resuelva (al menos en el corto y mediano plazo) la cuestión de la autodeterminación de los ucranianos, basada en las ideas de Lenin y la práctica del Estado soviético y del ruso actual.

Se trata de una pequeña polémica que se desarrollará con el texto “Ucrania, creación de Lenin”, publicado originalmente por Pedro Fernández Barbadillo en el portal “Libertad Digital” y reproducido en la Fundación de Cultura Estratégica.

Autodeterminación en el Imperio Ruso

Durante la vigencia del Imperio Ruso, los pueblos que habitaban la región entonces llamada “Pequeña Rusia” (Ucrania) eran oprimidos por el gobierno imperial ruso, al igual que la mayoría de la población del imperio, conformada por nacionalidades carentes de todo tipo de derechos.

Rusia observó el surgimiento de un movimiento nacionalista desde mediados del siglo XIX, a raíz de la “Primavera de los Pueblos” de 1848, cuando tanto las masas populares de las grandes naciones europeas, como los pueblos de las nacionalidades colonizadas y oprimidas por ellos (dentro de Europa) se rebelaron contra la monarquía y la aristocracia.

El Imperio Ruso era el más reaccionario y atrasado de toda Europa y lideró la contrarrevolución. No estaba interesado en ningún cambio significativo, ni siquiera en otras potencias europeas, pues sabía que eso influiría en cambios políticos en su propio territorio. Por eso apoyó, por ejemplo, la represión contra los húngaros por parte de Austria, así como reprimió a los polacos. La agitación nacionalista atravesó Europa Central y del Este e incluso la Primera Guerra Mundial fue desencadenada por una acción nacionalista (el asesinato del rey de Austria por los serbios), aunque fue una guerra imperialista.

Así, resulta aterrador leer en el artículo citado anteriormente que los movimientos nacionalistas sólo existieron en Polonia, Irlanda, los países bálticos y Arabia y que ¡sólo después de Brest-Litovsk y la caída de los Habsburgo, en 1918, se extendieron por Europa del Este!

El nacionalismo era un sentimiento natural frente a la opresión que sufrían los imperios moribundos. Su esencia es la misma que la del gran movimiento de liberación nacional que tuvo lugar en Asia y África a mediados del siglo XX.

Para Lenin y los bolcheviques, herederos de las tesis de Marx y Engels y, como marxistas, de las ideas de la Ilustración que habían guiado hasta entonces la lucha por la independencia, era una obligación reconocer y apoyar a quienes querían la independencia frente a una Estado opresor. Esta independencia no estaba en contradicción con la idea suprema de los marxistas, la unidad de los proletarios del mundo entero. Lenin escribió en junio de 1917:

“Sólo el reconocimiento de este derecho permite defender la libre unión de ucranianos y gran rusos, una asociación voluntaria de dos pueblos en un solo Estado”

Lenin y los bolcheviques, a pesar de intentar (y lograr) tomar el poder dentro de Rusia, no fueron en absoluto responsables de ninguna política llevada a cabo por el zarismo. El uso que harían del Estado ruso sería el contrario del que había hecho la monarquía: el Estado de los soviets era el Estado de libertad, no de opresión.

Cualquiera que estudie geopolítica sabe muy bien que el uso del “poder blando” es mucho más deseable que el uso del “poder duro” para cualquier nación. Estados Unidos, por ejemplo, sabe que la opresión de personas en todo el mundo es agotadora, impopular e inestable. Más aún si es abierto y evidente. Por eso hablan de traer democracia y libertad, aunque en la práctica la opresión económica de los países “independientes” es tan esclavizante como la opresión militar. ¿Quién quiere vivir aplastado por una opresión como esta? ¡Absolutamente nadie!

Es decir, analizando estrictamente desde un punto de vista pragmático y no ideológico, es más deseable que una superpotencia domine mediante el consentimiento que mediante la coerción. Por lo tanto, incluso para las viudas del zarismo, la dominación territorial de Ucrania y otras naciones vecinas sería negativa.

Por otro lado, la realidad también se impuso. Los bolcheviques habían heredado un país en ruinas, destruido por la obra del propio régimen zarista. Pedro Fernández Barbadillo piensa que la Revolución Rusa – a la que llama “golpe de Estado”– fue un golpe inesperado, llevado a cabo por “un puñado de agitadores bolcheviques” enviados por el II Reich para debilitar a Rusia y entregársela a Alemania. Esta es la misma letanía promovida por el pueblo resentido de 1917.

La verdad es que el Imperio ruso se había podrido. Ya no podía competir con los imperialistas. La humillante derrota ante Japón en 1905 fue prueba de ello. La situación del ejército ruso a principios de 1917 no deja lugar a dudas. Si los bolcheviques no hubieran tomado el poder, Rusia posiblemente no se habría convertido en la potencia soviética, derrotada sólo siete décadas después, pero ciertamente los trabajadores aún así habrían derrotado definitivamente a la monarquía y llevado la civilización al pueblo ruso. Fue una necesidad histórica, no un golpe de suerte. El enorme movimiento popular, campesino y obrero se habría apoderado del país de una forma u otra, ya que no se podía tolerar más la pobreza, el hambre, la falta de tierra para cultivar y las muertes masivas. Es más: aquellos mismos que acusaron a los bolcheviques de estar al servicio de Alemania se aliaron con las potencias extranjeras, que invadieron Rusia, para luchar contra sus compatriotas. ¡En verdad, tenían un gran amor por su patria!

El poder soviético, prueba del éxito de Lenin

El asedio de 14 ejércitos invasores y la destrucción económica y material provocada por la desastrosa administración del zar – en todos los sentidos posibles– apuntaban a una situación de total desventaja para los bolcheviques. De hecho, muchos, entre los líderes del nuevo régimen, no creían que el Estado soviético saldría victorioso. Todos los periódicos occidentales aseguraron que el poder soviético caería en cuestión de semanas. La continua participación rusa en la guerra mundial significaría la inminente derrota de Rusia. Lenin se dio cuenta de que la única solución viable para la paz dentro de Rusia y la posibilidad de reconstruir el país era hacer concesiones a las potencias imperialistas.

Sun Tzu ya enseñó, hace 2.500 años, que si el enemigo es superior a ti, evítalo. ¡Más aún si hay 14 ejércitos! Hay que saber cuándo pelear y cuándo no pelear. En el caso concreto de Ucrania en el momento de la firma del Tratado de Brest-Litovsk, había cinco ejércitos de 100.000 hombres cada uno, que ocupaban parte de Ucrania, y el debilitado ejército ruso no podía ayudar al debilitado ejército de las fuerzas soviéticas en Ucrania.

Finalmente, tras el Tratado, que el propio Lenin nunca ocultó fue humillante para Rusia, pero que era la única opción viable, y ante la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, en plena Guerra Civil Rusa el Ejército Rojo atacó los contrarrevolucionarios aliados de los invasores en Ucrania. El comandante del Ejército Rojo, León Trotsky, exhortó a los soldados rojos:

“Tengan esto firmemente presente: su tarea no es conquistar Ucrania, sino liberarla. Cuando las bandas de Denikin hayan sido finalmente aplastadas, los trabajadores de la Ucrania libre decidirán por sí mismos en qué condiciones vivirán con la Rusia soviética. Todos estamos seguros y sabemos que los trabajadores de Ucrania optarán por la unión fraternal más estrecha con nosotros”.

El Ejército Rojo derrotó a las tropas contrarrevolucionarias e invasoras. Ucrania quedó bajo el control de su propio pueblo, los trabajadores ucranianos, en unión voluntaria y fraternal con los rusos. Esta unión fue ratificada y formalizada el 30 de diciembre de 1922, cuando Rusia, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia formaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Fue una prueba de la corrección de la política de Lenin respecto del derecho a la autodeterminación de los pueblos. Predijo, allá por 1915, que sólo la lucha por la libre determinación y la unión voluntaria entre los pueblos permitiría la formación de un Estado multinacional fuerte en el camino del progreso:

“La defensa de este derecho, lejos de fomentar la creación de Estados pequeños, conduce, por el contrario, a la formación más libre, más audaz y, por tanto, más amplia y extensa de grandes Estados y federaciones de Estados, más beneficiosas para las masas y más acorde con el desarrollo económico”.

De hecho, el principio del derecho a la autodeterminación de los pueblos es un principio burgués, que surgió cuando la burguesía todavía constituía una clase progresista y revolucionaria, y ha sido reivindicado desde la Revolución Francesa de 1789, atravesando las revoluciones de 1848, hasta el día presente. Pero la propia burguesía abandonó este principio cuando dejó de ser una clase progresista y comenzó a liderar la reacción internacional contra los pueblos del mundo. Quienes lo defienden ahora son los trabajadores y, en menor medida, sectores de la burguesía de países que sufren precisamente la opresión nacional por parte de las grandes potencias imperialistas.

La formación de la URSS significa esta transición. Los bolcheviques no reivindicaron el derecho del pueblo a la autodeterminación como una palabra vacía, sin efecto, sino que lo llevaron a cabo. Es absolutamente falsa la siguiente afirmación de Pedro Fernández Barbadillo:

“Este principio político ha sido uno de los más destructivos en derecho internacional y ha causado una gran inestabilidad, pues fue una manera de que las grandes potencias interviniesen en las pequeñas y medianas con la excusa de proteger a minorías étnicas”.

El derecho a la libre determinación de los pueblos, de hecho, es uno de los más básicos y esenciales, porque es un reconocimiento de la legitimidad de la lucha de los pueblos oprimidos por su liberación. Si este derecho no existiera, no haría mucha diferencia, porque la gente seguiría luchando por su independencia de la misma manera. Porque es una necesidad. Lo que están haciendo ahora mismo los pueblos de Palestina, Irak y Siria es precisamente luchar por su autodeterminación. Palestina fue ocupada hace casi 80 años por una fuerza extranjera, Irak y Siria tienen bases militares imperialistas en sus territorios.

No es el derecho a la autodeterminación de los pueblos lo que causa inestabilidad en los países, sino más bien su falta de respeto hacia las potencias imperialistas. Si Siria no estuviera oprimida por el imperialismo estadounidense y europeo, tanto militar como económicamente, es decir, si fuera completamente independiente, la situación de los kurdos se resolvería muy fácilmente. La opresión ejercida por Saddam Hussein sobre los kurdos de Irak sólo fue posible –al menos a aquél nivel– gracias al apoyo que recibió de Estados Unidos. Al mismo tiempo, Saddam Hussein fue un instrumento del poder estadounidense para oprimir al pueblo iraquí, así como al pueblo iraní, cuyo país fue invadido por las tropas de Hussein.

Es obvio que las grandes potencias utilizan a las minorías étnicas para desestabilizar países de todo el mundo. El colonialismo europeo ya hizo esto en África hace siglos. Pero esto no significa que las demandas de estas minorías sean ilegítimas. El problema de las potencias imperialistas es que sus gobiernos no tienen principios, sino una política de conveniencia. Cuando no era apropiado apoyar los derechos de los kurdos en Irak, no los apoyaron: ayudaron a reprimirlos. Cuando corresponde, supuestamente los apoyan. Lenin, a su vez, actuó según sus principios y nunca según su conveniencia.

Otra declaración falsa más del escritor contra el que estamos argumentando es la siguiente:

“Los rojos admitían el derecho de autodeterminación sólo si servía para destruir las instituciones y lealtades tradicionales”.

Algunos ejemplos que citamos anteriormente refutan su afirmación. En Ucrania y Finlandia, donde apoyar su independencia no era positivo desde un punto de vista inmediato, los “rojos” lo apoyaron porque sabían que estratégicamente, a largo plazo, sería positivo. ¡Lenin incluso apoyó la autodeterminación de Georgia cuando ya era parte de la URSS! Una vez más, la máxima de los bolcheviques leninistas era que había que convencer a la gente para que se uniera, no obligarla. Más que nadie, esto benefició al pueblo de la Rusia soviética, la vanguardia de la revolución internacional contra la burguesía y las potencias imperialistas. Una política justa que respetara la plena libertad de los pueblos vecinos garantizaba a los revolucionarios, aunque llevara tiempo, la confianza de los demás pueblos.

Barbadillo contra Barbadillo

Lamentablemente, la política correcta de Lenin fue traicionada por Stalin. Stalin –y él solo, no junto con Lenin, como afirma Barbadillo– creó una “oligarquía local” (los apparatchiks, la burocracia estalinista) en las repúblicas que formaron la Unión Soviética, a mediados de los años 1920. Al revés de asegurar la independencia de los trabajadores y pueblos de toda la URSS, lo que garantizaría su apoyo a la libre unión de los pueblos soviéticos, impuso la rusificación de estas repúblicas, imitando lo que hacían “los zares en los países que conquistaban” -según palabras del propio autor-.

¡Y es entonces cuando Barbadillo empieza a contradecir todo lo que había dicho! Sin diferenciar la política estalinista de la política leninista, es decir, culpar a los “rojos” y a la Revolución de Octubre, escribe que Moscú quería la desaparición de los ucranianos, considerados “enemigos del Estado soviético”, por lo que fueron reprimidos con el “Holodomor” y las deportaciones y persecuciones. Si al principio de su artículo indicaba que el nacionalismo ucraniano era inexistente, ¡ahora dice que los ucranianos se han vuelto “antirusos”!

Se expone el motivo de todos los ataques del autor contra Lenin y los bolcheviques. Esto no es una defensa de Rusia, sino puro anticomunismo. De una defensa de la opresión impuesta por el Imperio ruso a los ucranianos, pasa a la defensa de los ucranianos contra la supuesta opresión impuesta por los comunistas. Arriba mencionamos que las potencias imperialistas no tienen principios y actúan según su conveniencia. ¡Esta política no se limita a Estados y gobiernos, sino que también la adoptan meros individuos al nivel del señor Barbadillo!

Para que no queden dudas sobre la intención puramente anticomunista de su artículo, menciona la “quinta columna comunista en los países europeos y americanos”, aparentemente ya en la segunda mitad del siglo XX. En otras palabras, quienes lucharon precisamente contra las potencias imperialistas, que oprimieron a las naciones pequeñas y medianas en todo el mundo, son para él una “quinta columna” dentro de esos países, al servicio de los rusos. Al mismo tiempo, reconoce, aunque sea tímidamente, que quienes lucharon por la independencia de los países latinoamericanos (entonces ocupados por dictaduras militares al servicio de Estados Unidos) y contra la subordinación de las naciones europeas al imperialismo estadounidense eran enemigos de esos países. Pero sólo podían ser enemigos de los gobiernos de estos países, verdaderos títeres de la principal potencia imperialista del mundo, y no de los pueblos de estos países, que querían una verdadera autodeterminación.

Barbadillo es español. En ese momento, España estaba controlada por la dictadura fascista de Francisco Franco. Aunque Estados Unidos se vendió a sí mismo como promotor de la libertad y la democracia, quienes habrían derrotado la barbarie fascista y nazi en la Segunda Guerra Mundial, utilizaron a la España fascista como colonia y llenaron los bolsillos del dictador. Quienes se opusieron a esto fueron precisamente los comunistas. Hoy, incluso 50 años después del colapso del franquismo, España sigue siendo un estado vasallo de Estados Unidos. Es un país imperialista de nivel inferior, que vive de las conquistas de su pasado colonizador y de la opresión que todavía impone a Cataluña y el País Vasco. Al contrario de lo que hacen en China (sobre Taiwán, Hong Kong y Xinjiang), en Siria, Irak e Irán (sobre los kurdos), en América Latina (sobre los pueblos indígenas), Estados Unidos nunca ha promovido una campaña a favor de la autodeterminación de los pueblos catalán, vasco o gallego. Precisamente porque esto desestabilizaría al imperialismo vasallo español. Así como la legítima independencia de Escocia desestabilizaría al imperialismo británico en ruinas, otro vasallo de Estados Unidos.

No es el lugar de este artículo discutir si la ideología socialista es más o menos inherente a los seres humanos que el nacionalismo. Barbadillo sostiene que el nacionalismo es “mucho más fuerte” y “hasta connatural” al ser humano que el socialismo, y que ésta es una de las lecciones sobre la existencia de la Unión Soviética. ¡Esta conclusión llega después de decir que Lenin creó el nacionalismo ucraniano e indicar que no hay nacionalismo catalán, ni escocés, ni flamenco! ¡Y peor aún, después de defender como tesis esencial que la autodeterminación de los pueblos (es decir, el reconocimiento de las luchas nacionales) no es más que un pretexto para que las grandes potencias intervengan en otros países!

¡Qué contradicción! Pero lo repito: las potencias imperialistas y sus defensores no tienen principios. Actúan por mera conveniencia.

Putin escribe correctamente con líneas torcidas

Desde el inicio de la operación militar especial, el 24 de febrero de 2022, se ha debatido mucho sobre la autodeterminación de Ucrania. El imperialismo estadounidense y europeo, que ha esclavizado a Ucrania durante más de 30 años y, de hecho, ha impedido su autodeterminación, acusa a Rusia de violar esa autodeterminación.

Pero la propaganda occidental oculta que, además de violar la autodeterminación de Ucrania, Estados Unidos y la OTAN también violan la autodeterminación de Rusia. ¡Y ese siempre ha sido el caso! Incluso cuando Lenin estaba vivo, Rusia fue invadida, bloqueada y aislada del mundo. Luego se le impuso una “guerra fría”, un sabotaje monumental a su derecho a existir. En última instancia, esta guerra –que fue externa e interna, ya que los burócratas estalinistas estaban, de hecho, al servicio de la destrucción de la URSS– culminó en el colapso de Rusia y las naciones vecinas ante el imperio neoliberal. Hasta el día de hoy, Rusia lucha por su autodeterminación, que aún no se ha logrado debido a la intensa opresión imperialista. El asedio de la OTAN es el ejemplo más evidente de esta opresión.

Por tanto, lo que Putin está haciendo es combatir la violación de la autodeterminación de Rusia. Al expulsar a la OTAN de Ucrania, objetivamente también actúa por la libertad de Ucrania, esclavizada por las potencias imperialistas. Putin ya logró liberar parte de Donbás, donde gran parte de la población es de nacionalidad rusa y ya luchaba por la autodeterminación desde el golpe imperialista de 2014 en Kiev. Según la lógica de Barbadillo, Rusia estaría utilizando el derecho de los pueblos a la autodeterminación como forma de intervenir en Ucrania con la excusa de proteger a la minoría étnica rusa.

Y realmente lo cree así, cuando compara la acción de Putin en el Donbás con la acción de Hitler en Europa Central para “reunir a los alemanes en un solo Estado”. La gran diferencia es que la Alemania de Hitler era una nación imperialista que se expandía sobre las naciones oprimidas, mientras que la Rusia de Putin es una nación oprimida que lucha contra la expansión de las potencias imperialistas. La mente confusa de Barbadillo, que antes pensaba que el nacionalismo era inexistente y luego que era inherente al ser humano, es incapaz de diferenciar una nación opresora de una nación oprimida.

El Imperio ruso oprimió a los ucranianos, pero ya no existe. No importa si hay partidarios de Putin que lo quieran, o incluso si el propio Putin quiere reconstruir ese imperio, como dicen sus detractores. El Imperio Ruso es una cosa del pasado que nunca volverá. Las condiciones de desarrollo del sistema capitalista mundial no lo permiten. Los rusos lo saben. El propio gobierno ruso admite que su país pertenece al “Sur Global” y no tiene pretensiones de dominación mundial como lo tuvo Alemania y como siempre lo tuvo Estados Unidos.

Analizando las condiciones objetivas, sin ningún filtro ideológico, la reconstrucción de la Unión Soviética es más posible que la del Imperio Ruso. Los pueblos de Crimea y Donbás deseaban su reintegración a Rusia y la reconquistaron. El pueblo bielorruso está a favor de una nueva unión con Rusia y desde hace casi 30 años Lukashenko trabaja dentro de la perspectiva del Estado de la Unión. La Unión Económica Euroasiática reintegra cada vez más a las naciones de Asia Central en Rusia.

Aunque en este momento esta nueva unión no es socialista, estas medidas impulsadas por Putin no se oponen a las políticas de Lenin. El exlíder ruso ya había mencionado una situación similar –y aún menos democrática– que se produjo en la segunda mitad del siglo XIX, cuando Bismarck unificó Alemania. Lenin, al igual que Marx y Engels, consideraba la unificación alemana como un factor progresista y, al igual que Putin con Donbás y Crimea, “Bismarck ayudaba al desarrollo económico unificando a los alemanes dispersos, que eran oprimidos por otros pueblos”. Estas palabras fueron escritas en 1915, en el artículo “El orgullo nacional de los rusos”. Dijo también, como respondiendo a Barbadillo:

“Nosotros en modo alguno somos partidarios incondicionales de naciones indefectiblemente pequeñas; en igualdad de condiciones, estamos absolutamente en pro de la centralización y en contra del ideal pequeñoburgués de las relaciones federativas”.

La reserva destacada por el propio Lenin (“en igualdad de condiciones”) es para resaltar que, a diferencia de los imperialistas, los partidarios de Lenin defienden una unión basada en la igualdad y no en la opresión sobre otras naciones. Mientras haya igualdad de derechos, los socialistas estamos a favor de la unión total de las naciones en un mismo Estado, como se llevó a cabo unos años más tarde con la fundación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

La “Declaración de los Derechos del Pueblo Trabajador y Explotado”, de 1918, decía, en el Capítulo IV, Artículo 8:

“En su esfuerzo por crear una unión verdaderamente libre y voluntaria y, en consecuencia, más completa y sólida de las clases trabajadoras de todas las naciones de Rusia, el Tercer Congreso Panruso de los Sóviets se limita a establecer los principios esenciales de la Federación de Repúblicas de los Sóviets de Rusia, reservando a los trabajadores y campesinos de cada nación el derecho de decidir libremente en su propio Congreso nacional de los Sóviets si desean, y sobre qué base, participar en el Gobierno Federal y en las demás instituciones federales de los Soviets”.

Cinco años después, la Constitución de la URSS de 1923 estipulaba:

“4. Cada República federada se reserva el derecho de separarse libremente de la Unión.”

Y el artículo 6 garantizaba que, “para la reforma, restricción o derogación del artículo 4, será necesario el consentimiento de todas las Repúblicas federadas”. Al mismo tiempo, el artículo 7 garantizaba: “los ciudadanos de la Federación disfrutarán de la ciudadanía única de la Unión”.

La centralización impuesta posteriormente por Stalin no se produjo por medios democráticos, ya que los soviets y otros organismos independientes de trabajadores, campesinos y el pueblo en general ya habían sido desmantelados. Sin embargo, estaba en línea con lo que Lenin defendía en 1915 a favor de la unidad del Estado multinacional.

Aunque no tan completo como en los inicios de la URSS, el derecho a la autodeterminación ha sido reconocido por el actual gobierno ruso con respecto a Donetsk, Lugansk, Kherson y Zaparojia. Las poblaciones de estos territorios liberados de la ocupación de las fuerzas armadas ucranianas y de los grupos fascistas (y de la OTAN) pudieron votar libremente en referendos apoyados por Rusia, tal como lo había hecho la población de Crimea en 2014. Decidieron libremente separarse de Ucrania y unirse a Rusia más tarde. Estados Unidos, la OTAN y Ucrania no reconocen este derecho, Rusia sí. Así como reconoce los derechos de los pueblos en todo el mundo, en Europa –con el apoyo tácito a los catalanes y escoceses–, en África, Asia, América Latina y en su propio territorio, a pesar de que, en la práctica, las minorías nacionales todavía no disfrutan de plena igualdad con los rusos, del mismo modo que los trabajadores rusos no disfrutan de ninguna igualdad en relación con sus empleadores rusos (aún así, el respeto por los derechos nacionales es mayor en Rusia que en España o el Reino Unido).

Si no fuera por la defensa del derecho a la autodeterminación de los pueblos, iniciada por Lenin y la Unión Soviética, y continuada por Putin –aunque sin la misma contundencia que los bolcheviques, por razones de defensa de intereses distintos–, hoy Rusia no tendría el prestigio que tiene entre los países pobres y explotados. Si no fuera por esta defensa, los pueblos de África, Asia y América Latina no estarían apoyando a Rusia hoy en su lucha contra la OTAN y la dominación imperial del mundo. Los países oprimidos ven a Rusia como un fuerte aliado en la defensa de sus derechos a la autodeterminación gracias a la autoridad que tiene Rusia debido a su historia de defensa de este derecho desde la época soviética. Y esto empezó con Lenin, aunque a algunos les cueste reconocerlo.

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