La cobertura del New York Times sobre la Revolución Rusa de 1917 fue claramente tendenciosa y, en varios momentos, distorsionó o directamente mintió sobre lo que ocurría en Rusia.
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El 7 de noviembre (25 de octubre según el calendario ruso de 1917) se cumplirán 108 años de la Revolución de Octubre, la revolución bolchevique en Rusia.
Desde entonces, puede decirse que muchas cosas han cambiado, pero muchas otras permanecen igual. Entre ellas, la propaganda imperialista contra Rusia. En aquella época, la prensa estadounidense describía a Rusia como una amenaza desestabilizadora que llevaría la anarquía comunista al resto del mundo y que, por tanto, debía ser contenida. Hoy, incluso después de la caída de la Unión Soviética, gran parte de la propaganda antirrusa sigue girando en torno al comunismo, y la mayoría trata todavía de la supuesta inestabilidad que el régimen ruso estaría promoviendo en Occidente. Pero un punto en común, a pesar de las diferencias entre los fenómenos bolchevique y putinista, reside en el ejemplo de un gobierno que representa un contrapunto al saqueo imperialista contra los pueblos explotados del mundo entero, precisamente en una época de intensa crisis del sistema imperialista, de militarismo de las potencias capitalistas y de rebeliones en las naciones oprimidas.
Hace 108 años comenzaba el mayor proceso de transformación social jamás visto en la historia de la humanidad. Rusia, en plena Primera Guerra Mundial, con sus soldados muriendo en el frente, sus campesinos muriendo en el campo y sus obreros sobreviviendo como podían en la ciudad, vio cómo el zarismo entraba en crisis y era derrocado por la Revolución de Febrero.
Un gobierno burgués, ya no monárquico, se hizo con el poder. Pero, contrariamente a lo prometido a la clase trabajadora que había apoyado la caída del zar, continuó con prácticamente las mismas políticas: permanencia de Rusia en la guerra, concentración de la tierra en pocas manos y dominio de las industrias por parte de los capitalistas.
En octubre, finalmente, tras meses de crisis del Gobierno Provisional, los bolcheviques lideraron la toma del poder por parte de los explotados, bajo la organización de los soviets.
Todo este período fue seguido de cerca por la prensa mundial. Los principales diarios de los grandes centros enviaban a sus corresponsales, pero la cobertura se realizaba principalmente a través de las agencias internacionales de noticias, que abastecían tanto a los grandes como a los pequeños periódicos.
El principal medio impreso ya era entonces el estadounidense The New York Times. Ya fuera mediante artículos propios o de agencias noticiosas, este periódico cubrió ampliamente los acontecimientos en Rusia. En aquel tiempo, como hoy, las distorsiones y manipulaciones de las noticias se practicaban sin el menor pudor.
En este artículo se describirá la actividad del New York Times sobre los acontecimientos en Rusia, con base en la investigación titulada “A Test of the News” (1920), de Walter Lippmann y Charles Merz, en la que analizaron la cobertura diaria del Times entre marzo (febrero en el calendario ruso de entonces) de 1917 y marzo de 1920 sobre la Revolución Rusa.
Ellos examinaron todo el contenido que el periódico publicó sobre Rusia en ese período (entre 3.000 y 4.000 artículos) y concluyeron: el noticiario estaba impregnado de una “propaganda organizada para la intervención” imperialista en el país euroasiático (p. 3).
Influenciadas por las autoridades rusas del antiguo régimen instaladas en Estados Unidos y Europa Occidental, así como por el Departamento de Estado, las noticias golpeaban principalmente dos teclas: hasta el final de la guerra, la intervención extranjera en Rusia era necesaria para acabar con el “peligro alemán”; pero la intervención continuó incluso después del armisticio, con la excusa de combatir ahora el “peligro rojo”.
Las potencias imperialistas aliadas (EE.UU., Francia y Gran Bretaña) estaban preocupadas por la posible salida de Rusia de la guerra, y lo estuvieron aún más después de la Revolución de Octubre (a la que las noticias intentaban desacreditar constantemente). El interés era derrotar a Alemania, y se emplearon todo tipo de chantajes para que Rusia no abandonara la guerra, pues era aliada de esos países y su retirada favorecería a Alemania, según la propaganda. Por tanto, la intervención sería necesaria para impedir que el Káiser se apoderara del país más grande del mundo.
El noticiario afirmaba que la situación tras octubre (en el calendario ruso; noviembre en el occidental) era de un caos gigantesco y que los soviets no podían controlar Rusia. Lippmann y Merz señalan (p. 10):
“La cuestión de la estabilidad del régimen bolchevique es obviamente fundamental en las noticias sobre Rusia. […] Porque si el régimen fuera temporal, su diplomacia con Alemania y los Aliados no sería particularmente significativa; la posibilidad de una intervención exitosa sería mayor, las perspectivas de los generales blancos más alentadoras, la amenaza menor y el problema de la paz podría posponerse. Si, por el contrario, el poder soviético estuviera firmemente enraizado en el pueblo ruso, entonces sería Rusia, y su diplomacia importaría mucho; la intervención sería impracticable, las perspectivas de los generales serían malas, la amenaza merecería seria consideración y la paz una importancia urgente.”
Durante el “peligro alemán” eran comunes en el New York Times afirmaciones como “Los alemanes dirigen el ejército bolchevique” o “Los bolcheviques entregan las riquezas rusas a Berlín”.
Tanto antes como después de la llegada de Lenin y sus camaradas al poder, fueron demonizados en las páginas del periódico. “Lenin y Trotsky son extremadamente impopulares”, declaraba al NYT un diplomático estadounidense dos días después de la toma del poder, y afirmaba que existía una “execración popular dirigida contra Lenin”. En noviembre de 1918 se informaba del testimonio de un empresario francés que había estado preso tres meses en cárceles rusas y decía que el país era un “paraíso de idiotas”. Un alto funcionario de la embajada rusa denunciaba que los bolcheviques “obligaban a oficiales y funcionarios del antiguo régimen a trabajar para ellos bajo pena de muerte”.
Rumores o incluso afirmaciones de que el régimen socialista caería en pocas semanas fueron recurrentes en todo el noticiario del Times sobre Rusia durante ese período, más que cualquier otra noticia. Entre noviembre de 1917 (mes de la Revolución) y noviembre de 1919, la inevitable o consumada caída del gobierno bolchevique fue anunciada en 91 ocasiones.
En cuatro ocasiones se informó que Lenin y Trotsky planeaban huir, y en tres se dijo que ya habían huido. Tres veces el periódico declaró que Lenin había sido arrestado, además de haber planeado retirarse del gobierno e incluso de haber muerto.
El 18 de enero de 1918 aparecían los siguientes titulares: “Rusia al borde del colapso: Petrogrado enfrenta hambre y parálisis mientras la anarquía reina en las provincias” y “El crimen está desatado en Petrogrado: robos, asaltos y asesinatos son comunes; los alimentos se distribuyen”. Este tipo de “noticia” llenó las páginas del periódico durante todo el período. En realidad, eran rumores plantados, cuya mayoría de fuentes descritas por el New York Times eran identificadas solo como “diplomáticos bien informados”, “oficiales aliados” o “expertos”, pero los discursos provenían de gobiernos, círculos cercanos al poder y líderes políticos contrarios a la Revolución, además de corresponsales que escribían según sus simpatías políticas (pp. 40-41).
Lo mismo ocurría con las notas sobre la lucha interna entre revolucionarios y contrarrevolucionarios. Estos últimos formaron el Ejército Blanco, apoyado por las potencias imperialistas, y cuyos líderes destacados por el NYT fueron Kolchak, luego Denikin y finalmente Yudenich. Se pedía apoyo extranjero a los blancos, considerados por el Times como los “leales hijos de Rusia”.
El público lector del New York Times probablemente creía que las fuerzas reaccionarias controlaban casi todo el territorio ruso y contaban con el apoyo de la mayoría de la población, pues solo en 1919 el periódico publicó 16 artículos con declaraciones de apoyo a Kolchak por parte de instituciones rusas. Por el contrario, los soviets eran impopulares y, como siempre, atravesaban grandes dificultades.
“El estado de cosas en Moscú y Petrogrado se ha vuelto tan grave que debe producirse un levantamiento popular contra todo el régimen bolchevique”, afirmaba el Times el 3 de abril de 1919, debido al avance de las tropas de Kolchak. Pero el hecho es que sus hombres no lograron derrocar la Revolución.
Tras Kolchak vino Denikin, cuyas tropas —según la ficción del periódico— vencían batalla tras batalla y estaban a las puertas de Moscú. La realidad, sin embargo, era otra: la distancia hasta la capital era de 603 kilómetros, y el máximo que las tropas de Denikin llegaron a avanzar fueron 320.
Luego llegó Yudenich para destruir a los bolcheviques. En octubre de 1919, cuatro ediciones consecutivas del NYT anunciaron que los contrarrevolucionarios habían tomado Petrogrado. Otra mentira descarada. Al igual que sus predecesores, Yudenich no tuvo suficiente apoyo popular y no fue rival para el poder soviético: cayó oficialmente en febrero de 1920.
Petrogrado también habría caído antes ante tropas finlandesas, estonias y letonas, según el mismo periódico. Lo cual, obviamente, nunca sucedió.
Rusia fue atacada una vez más, esta vez directamente desde el exterior. El ejército polaco penetró casi 300 kilómetros en territorio ruso y allí permaneció por más de un año. A partir de julio de 1920, el Ejército Rojo contraatacó. Sin embargo, la prensa estadounidense en general retrató la contraofensiva soviética como una “agresión” (p. 35). Un ejemplo: el 3 de marzo de 1920 el Times reproducía una declaración de Lenin que decía: “si el agresor polaco invade nuestro país, le daremos un golpe que no olvidará”, bajo el título: “Lenin amenaza a Polonia” (!)
Este tipo de titulares fue común en los momentos en que se hablaba del “peligro rojo”: justo después del final de la Primera Guerra Mundial y cuando los bolcheviques estaban a punto de ganar la Guerra Civil.
El 21 de noviembre de 1918, un corresponsal advertía desde Berna que la huelga general de tres días desencadenada en la ciudad había sido organizada por “agentes bolcheviques en Suiza” con el fin de provocar una “revolución sangrienta, esperando extenderla a los países vecinos, Italia y Francia”. Un despacho de la agencia Associated Press del 22 de diciembre decía que se estaba ejecutando una campaña para exportar el bolchevismo a los Estados Unidos, que implicaba grandes sumas de dinero. El 30 de diciembre el título de un artículo advertía: “Amenaza al mundo por parte de los rojos”.
“Lenin amenaza a la India”, era el titular de una noticia de noviembre de 1919 sobre conversaciones entre el líder soviético y comunistas del Turquestán, que abrirían “el camino para una lucha contra el imperialismo universal encabezado por Gran Bretaña”, según la carta enviada por Lenin. Más tarde, en febrero de 1920, el mismo tema: “Los rojos refuerzan el ejército para atacar la India”, en un artículo que decía que los bolcheviques establecerían bases militares en el Turquestán “para una campaña contra la India”. Estaba basado en una declaración del Departamento de Estado de EE.UU. que señalaba como fuente de información un mensaje interceptado de Moscú a Taskent que, según Lippmann y Merz (pp. 39-40), no hablaba en absoluto de militarismo ni de acciones fuera del Turquestán.
Entre finales de 1919 y comienzos de 1920 se empezó a hablar de una amenaza bolchevique contra el mundo entero: Estados Unidos, Europa Occidental y Oriental, Oriente Medio y Asia. “Los rojos buscan guerra contra América” y “Temor de que los bolcheviques invadan ahora territorio japonés” fueron algunos de los titulares del NYT.
La cobertura del New York Times sobre la Revolución Rusa de 1917, como puede verse, fue claramente tendenciosa y, en varios momentos, distorsionó o directamente mintió sobre lo que ocurría en Rusia. Sin embargo, no alcanzó el nivel profesional de propaganda que comenzaría a verse durante la “Guerra Fría” contra la propia Unión Soviética y contra la Rusia actual. Pero inauguró un estilo de noticiario que se iría perfeccionando para combatir ideológicamente y preparar el terreno para futuras intervenciones políticas, económicas y militares.