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September 4, 2025
© Photo: Public domain

 Riccardo PACCOSSI

No solo en diversos medios alternativos, sino también en medios especializados y tradicionales, se debate la posibilidad de una guerra civil en Europa, y en particular en Gran Bretaña.

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

Las razones de la consolidación de esta hipótesis residen en la crisis económica y la inmigración ilimitada.

Hoy en día, esta última ya no se limita a cuestiones de economía política, como el uso de un ejército industrial de reserva por parte de los empleadores y el dumping salarial, sino que también, y sobre todo, concierne a la antropología cultural: el fracaso total del paradigma “multicultural” y la consiguiente materialización de una crisis de civilización en los países occidentales.

Para agravar la situación, está la evidencia de que las élites no tienen intención de reequilibrar las direcciones seguidas hasta ahora, sino que esperan aumentar exponencialmente la intensidad y el alcance de los flujos migratorios.

Hace poco, por ejemplo, mientras la canciller alemana Merz anunciaba el fin del estado de bienestar europeo, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, habló de la necesidad de aumentar aún más la inmigración para contrarrestar la crisis demográfica del continente.

La entrada ilimitada de inmigrantes está llevando al borrado de la memoria colectiva, como en el caso de Gran Bretaña, donde se ha prohibido la Union Jack en algunas escuelas para no molestar a los recién llegados.

Este borrado de la memoria ha disuelto todo vínculo social, toda perspectiva compartida sobre el futuro, y ha provocado la exacerbación de la intolerancia y manifestaciones de violencia cada vez más frecuentes en las calles.

La postura histórica del bando progresista —favorecer la ausencia de límites a la inmigración y negar por completo los costes sociales del fenómeno— ha significado que la reacción de la clase trabajadora contra las políticas migratorias ha sido explotada por la derecha. Así, el poder político, tras estigmatizar las protestas como “fascistas”, ha desatado una represión que, en el caso de Gran Bretaña, incluso ha llevado a la tipificación del delito de opinión (con arrestos y meses de prisión por el simple hecho de publicar disidencia en redes sociales).

Asimismo, la postura histórica de la derecha siempre se ha dirigido exclusivamente contra los inmigrantes ilegales, para evitar cuestionar el fenómeno principal: la inmigración laboral.
De hecho, en el caso del gobierno de derecha italiano, la cuestión de los inmigrantes clandestinos ha permitido desviar la atención pública del hecho de que Meloni y compañía se han sometido a los deseos de Confindustria (la principal asociación de empresas de Italia, N. del T.) y han firmado un decreto sobre los flujos migratorios que prevé 150.000 entradas al año en Italia durante los próximos tres años.

La situación de coexistencia entre nativos e inmigrantes es actualmente explosiva en Gran Bretaña, Países Bajos, Irlanda, Suecia, Francia e incluso España.

Sin embargo, a pesar del amplio debate sobre el tema, la posibilidad de que esta situación derive en una guerra civil parece altamente improbable.

El concepto de guerra civil, de hecho, no solo se refiere a la ruptura del pacto entre la sociedad y las instituciones (irreversiblemente roto con el tiempo en casi todos los países de Europa Occidental), ni solo a los conflictos interétnicos e interculturales.

Podemos hablar de guerra civil, sin embargo, cuando el conflicto no es solo horizontal entre grupos y organizaciones ciudadanas, sino también vertical, es decir, cuando afecta la cohesión interna de las fuerzas del orden y las fuerzas armadas.

Pensar que los regímenes europeos actuales podrían verse afectados por una implosión sistémica incruenta como la ocurrida en los países del Pacto de Varsovia en 1989 sería actualmente pura fantasía.

Del mismo modo, pensar que el pueblo por sí solo podría ejercer algún tipo de poder insurreccional capaz de alterar el equilibrio de poder sería pura ilusión, desconectada de la realidad. Por lo tanto, es imposible, en esta etapa, concebir un cambio que no implique una fractura en las instituciones que garantizan a la clase dominante el monopolio de la fuerza, a saber, la policía y el ejército.

Dado que dicha fractura no se vislumbra en el horizonte en ningún país europeo, es probable que asistamos a un conflicto interétnico con pogromos y guerrilla urbana, en el que la clase trabajadora, opuesta a la inmigración, recibirá el apoyo instrumental de la derecha política, mientras que los medios de comunicación, los gobiernos y diversas redes antifascistas, decididos a oponerse a ellos, verán su destino —como se ha entendido desde hace tiempo— de un modo tal que podría ser utilizado como escuadrón antiobrero y antiproletario.

Para evitar, al menos parcialmente, este escenario, es necesario difundir entre las clases trabajadoras una perspectiva independiente que diga NO firme y claramente a la inmigración laboral, pero que se centre en los responsables políticos en lugar de en los inmigrantes como tales, y que sea hostil tanto a todo lo que hoy se define como de derecha como a todo lo que hoy se define como de izquierda

Publicado originalmente por  Arianna Editrice.
Traducción:  InfoPosta

Sobre la posibilidad de una guerra civil en Europa

 Riccardo PACCOSSI

No solo en diversos medios alternativos, sino también en medios especializados y tradicionales, se debate la posibilidad de una guerra civil en Europa, y en particular en Gran Bretaña.

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Las razones de la consolidación de esta hipótesis residen en la crisis económica y la inmigración ilimitada.

Hoy en día, esta última ya no se limita a cuestiones de economía política, como el uso de un ejército industrial de reserva por parte de los empleadores y el dumping salarial, sino que también, y sobre todo, concierne a la antropología cultural: el fracaso total del paradigma “multicultural” y la consiguiente materialización de una crisis de civilización en los países occidentales.

Para agravar la situación, está la evidencia de que las élites no tienen intención de reequilibrar las direcciones seguidas hasta ahora, sino que esperan aumentar exponencialmente la intensidad y el alcance de los flujos migratorios.

Hace poco, por ejemplo, mientras la canciller alemana Merz anunciaba el fin del estado de bienestar europeo, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, habló de la necesidad de aumentar aún más la inmigración para contrarrestar la crisis demográfica del continente.

La entrada ilimitada de inmigrantes está llevando al borrado de la memoria colectiva, como en el caso de Gran Bretaña, donde se ha prohibido la Union Jack en algunas escuelas para no molestar a los recién llegados.

Este borrado de la memoria ha disuelto todo vínculo social, toda perspectiva compartida sobre el futuro, y ha provocado la exacerbación de la intolerancia y manifestaciones de violencia cada vez más frecuentes en las calles.

La postura histórica del bando progresista —favorecer la ausencia de límites a la inmigración y negar por completo los costes sociales del fenómeno— ha significado que la reacción de la clase trabajadora contra las políticas migratorias ha sido explotada por la derecha. Así, el poder político, tras estigmatizar las protestas como “fascistas”, ha desatado una represión que, en el caso de Gran Bretaña, incluso ha llevado a la tipificación del delito de opinión (con arrestos y meses de prisión por el simple hecho de publicar disidencia en redes sociales).

Asimismo, la postura histórica de la derecha siempre se ha dirigido exclusivamente contra los inmigrantes ilegales, para evitar cuestionar el fenómeno principal: la inmigración laboral.
De hecho, en el caso del gobierno de derecha italiano, la cuestión de los inmigrantes clandestinos ha permitido desviar la atención pública del hecho de que Meloni y compañía se han sometido a los deseos de Confindustria (la principal asociación de empresas de Italia, N. del T.) y han firmado un decreto sobre los flujos migratorios que prevé 150.000 entradas al año en Italia durante los próximos tres años.

La situación de coexistencia entre nativos e inmigrantes es actualmente explosiva en Gran Bretaña, Países Bajos, Irlanda, Suecia, Francia e incluso España.

Sin embargo, a pesar del amplio debate sobre el tema, la posibilidad de que esta situación derive en una guerra civil parece altamente improbable.

El concepto de guerra civil, de hecho, no solo se refiere a la ruptura del pacto entre la sociedad y las instituciones (irreversiblemente roto con el tiempo en casi todos los países de Europa Occidental), ni solo a los conflictos interétnicos e interculturales.

Podemos hablar de guerra civil, sin embargo, cuando el conflicto no es solo horizontal entre grupos y organizaciones ciudadanas, sino también vertical, es decir, cuando afecta la cohesión interna de las fuerzas del orden y las fuerzas armadas.

Pensar que los regímenes europeos actuales podrían verse afectados por una implosión sistémica incruenta como la ocurrida en los países del Pacto de Varsovia en 1989 sería actualmente pura fantasía.

Del mismo modo, pensar que el pueblo por sí solo podría ejercer algún tipo de poder insurreccional capaz de alterar el equilibrio de poder sería pura ilusión, desconectada de la realidad. Por lo tanto, es imposible, en esta etapa, concebir un cambio que no implique una fractura en las instituciones que garantizan a la clase dominante el monopolio de la fuerza, a saber, la policía y el ejército.

Dado que dicha fractura no se vislumbra en el horizonte en ningún país europeo, es probable que asistamos a un conflicto interétnico con pogromos y guerrilla urbana, en el que la clase trabajadora, opuesta a la inmigración, recibirá el apoyo instrumental de la derecha política, mientras que los medios de comunicación, los gobiernos y diversas redes antifascistas, decididos a oponerse a ellos, verán su destino —como se ha entendido desde hace tiempo— de un modo tal que podría ser utilizado como escuadrón antiobrero y antiproletario.

Para evitar, al menos parcialmente, este escenario, es necesario difundir entre las clases trabajadoras una perspectiva independiente que diga NO firme y claramente a la inmigración laboral, pero que se centre en los responsables políticos en lugar de en los inmigrantes como tales, y que sea hostil tanto a todo lo que hoy se define como de derecha como a todo lo que hoy se define como de izquierda

Publicado originalmente por  Arianna Editrice.
Traducción:  InfoPosta

 Riccardo PACCOSSI

No solo en diversos medios alternativos, sino también en medios especializados y tradicionales, se debate la posibilidad de una guerra civil en Europa, y en particular en Gran Bretaña.

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Las razones de la consolidación de esta hipótesis residen en la crisis económica y la inmigración ilimitada.

Hoy en día, esta última ya no se limita a cuestiones de economía política, como el uso de un ejército industrial de reserva por parte de los empleadores y el dumping salarial, sino que también, y sobre todo, concierne a la antropología cultural: el fracaso total del paradigma “multicultural” y la consiguiente materialización de una crisis de civilización en los países occidentales.

Para agravar la situación, está la evidencia de que las élites no tienen intención de reequilibrar las direcciones seguidas hasta ahora, sino que esperan aumentar exponencialmente la intensidad y el alcance de los flujos migratorios.

Hace poco, por ejemplo, mientras la canciller alemana Merz anunciaba el fin del estado de bienestar europeo, la presidenta del BCE, Christine Lagarde, habló de la necesidad de aumentar aún más la inmigración para contrarrestar la crisis demográfica del continente.

La entrada ilimitada de inmigrantes está llevando al borrado de la memoria colectiva, como en el caso de Gran Bretaña, donde se ha prohibido la Union Jack en algunas escuelas para no molestar a los recién llegados.

Este borrado de la memoria ha disuelto todo vínculo social, toda perspectiva compartida sobre el futuro, y ha provocado la exacerbación de la intolerancia y manifestaciones de violencia cada vez más frecuentes en las calles.

La postura histórica del bando progresista —favorecer la ausencia de límites a la inmigración y negar por completo los costes sociales del fenómeno— ha significado que la reacción de la clase trabajadora contra las políticas migratorias ha sido explotada por la derecha. Así, el poder político, tras estigmatizar las protestas como “fascistas”, ha desatado una represión que, en el caso de Gran Bretaña, incluso ha llevado a la tipificación del delito de opinión (con arrestos y meses de prisión por el simple hecho de publicar disidencia en redes sociales).

Asimismo, la postura histórica de la derecha siempre se ha dirigido exclusivamente contra los inmigrantes ilegales, para evitar cuestionar el fenómeno principal: la inmigración laboral.
De hecho, en el caso del gobierno de derecha italiano, la cuestión de los inmigrantes clandestinos ha permitido desviar la atención pública del hecho de que Meloni y compañía se han sometido a los deseos de Confindustria (la principal asociación de empresas de Italia, N. del T.) y han firmado un decreto sobre los flujos migratorios que prevé 150.000 entradas al año en Italia durante los próximos tres años.

La situación de coexistencia entre nativos e inmigrantes es actualmente explosiva en Gran Bretaña, Países Bajos, Irlanda, Suecia, Francia e incluso España.

Sin embargo, a pesar del amplio debate sobre el tema, la posibilidad de que esta situación derive en una guerra civil parece altamente improbable.

El concepto de guerra civil, de hecho, no solo se refiere a la ruptura del pacto entre la sociedad y las instituciones (irreversiblemente roto con el tiempo en casi todos los países de Europa Occidental), ni solo a los conflictos interétnicos e interculturales.

Podemos hablar de guerra civil, sin embargo, cuando el conflicto no es solo horizontal entre grupos y organizaciones ciudadanas, sino también vertical, es decir, cuando afecta la cohesión interna de las fuerzas del orden y las fuerzas armadas.

Pensar que los regímenes europeos actuales podrían verse afectados por una implosión sistémica incruenta como la ocurrida en los países del Pacto de Varsovia en 1989 sería actualmente pura fantasía.

Del mismo modo, pensar que el pueblo por sí solo podría ejercer algún tipo de poder insurreccional capaz de alterar el equilibrio de poder sería pura ilusión, desconectada de la realidad. Por lo tanto, es imposible, en esta etapa, concebir un cambio que no implique una fractura en las instituciones que garantizan a la clase dominante el monopolio de la fuerza, a saber, la policía y el ejército.

Dado que dicha fractura no se vislumbra en el horizonte en ningún país europeo, es probable que asistamos a un conflicto interétnico con pogromos y guerrilla urbana, en el que la clase trabajadora, opuesta a la inmigración, recibirá el apoyo instrumental de la derecha política, mientras que los medios de comunicación, los gobiernos y diversas redes antifascistas, decididos a oponerse a ellos, verán su destino —como se ha entendido desde hace tiempo— de un modo tal que podría ser utilizado como escuadrón antiobrero y antiproletario.

Para evitar, al menos parcialmente, este escenario, es necesario difundir entre las clases trabajadoras una perspectiva independiente que diga NO firme y claramente a la inmigración laboral, pero que se centre en los responsables políticos en lugar de en los inmigrantes como tales, y que sea hostil tanto a todo lo que hoy se define como de derecha como a todo lo que hoy se define como de izquierda

Publicado originalmente por  Arianna Editrice.
Traducción:  InfoPosta

The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

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