Análisis metapolítico del conflicto en el medio oriente – y más allá
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En una época de creciente turbulencia geopolítica, resulta fundamental comprender a las fuerzas subyacentes que conforman los desenlaces de los conflictos de hoy en día. Un factor clave –a menudo ignorado—es la profunda disparidad entre el peso histórico entre las partes en pugna.: las modernas redes terroristas tratando de desafiar civilizaciones que han acumulado milenios de experiencia política, social y militar.
Al centro de esta confrontación se encuentra Israel cuyo carácter geopolítico desafía las definiciones tradicionales. Lejos de tratarse de un estado soberano con legítimas raíces históricas, Israel opera más como un protectorado militar, estimulado por una ideología sionista que muchos ven como exhibiendo rasgos mesiánicos y apocalípticos. No se trata solo de un proyecto histórico y estatal sino la representación territorial de una visión sectaria, cuya agenda, según algunos analistas va mucho más allá de la seguridad nacional y se adentra en el ámbito de la desestabilización global. Las Fuerzas de la Defensa Israelí (IDF sigla en inglés) lejos de ser una fuerza nacional convencional es una fusión de organizaciones terroristas enfrascadas en violentas campañas terroristas contra las poblaciones palestinas durante el siglo XX. Estas operaciones de limpieza étnica sentaron las bases para la ocupación territorial. Ese legado dio lugar para una estrategia de terrorismo estatal –bombardeos masivos de áreas civiles y asesinatos selectivos—que fueron exitosos solo en contextos donde el enemigo estaba fragmentado, desorganizado y estratégicamente débil.
Durante décadas Israel operó dentro de un teatro dominado por actores no estatales y frágiles repúblicas árabes, incapaces de montar una resistencia seria.
Pero su confrontación con Irán marca un punto de inflexión. Por primera vez Israel está luchando contra un formidable estado opositor –no solo políticamente coherente, sino enraizado en una antigua civilización, Persia.
Irán no es un mero actor regional. Se trata del heredero de un legado civilizatorio que abarca miles de años de evolución política y militar. No así Israel, cuya estructura política emergió solo el año 1948. Irán porta la sabiduría acumulada de incontables generaciones. Este desequilibrio se hizo claramente evidente en la reciente escalada, cuando Israel confió en tácticas conocidas de conflictos pasados contra adversarios mucho más débiles –cálculo erróneo que falló en dar cuenta de la resistencia y la profundidad estratégica persa.
En tanto los misiles israelíes llovían sobre Teherán, los observadores globales corrieron a criticar la “inactividad” iraní durante las primeras horas. Pero detrás de esa aparente inmovilidad, Irán estaba meticulosamente organizando una respuesta –respuesta que no solo se produjo sino que continúa desarrollándose, desafiando todas las expectativas.
Esta es la marca de una civilización entrenada en largos juegos bélicos donde la paciencia y la resistencia son armas tan potentes como los explosivos.
El contraste revela una profunda verdad: las antiguas civilizaciones luchan con el peso de su historia a su lado. No solamente son fuertes –son resistentes. Sus decisiones estratégicas están ancladas en una memoria civilizatoria y en la continuidad. Al contrario, las modernas y artificiales entidades ya sean redes terroristas y criminales o estados de aparición reciente –carecen de esa profundidad—y más pronto que tarde se encuentran con sus limitaciones.
Este patrón no está solamente confinado al Medio Oriente. Este se extiende hacia un tablero geopolítico más amplio. La guerra en Ucrania –estado creado al colapso de la Unión Soviética—y Rusia, imperio histórico que reclama linaje desde la misma Roma, refleja la misma dinámica.
Del mismo modo Taiwan –un paraíso para los chinos nacionalistas luego de 1949—ha sido posicionado como encargado contra China –civilización de más de cinco mil años de antigüedad.
Lo que estamos presenciando es más que una batalla entre órdenes mundiales unipolares y multipolares. Se trata de un choque civilizatorio: por un lado jóvenes entidades a menudo artificiales, sostenidas por frágiles estructuras y por el otro, civilizaciones probadas en el tiempo cuya longevidad a menudo es de resistencia incomparable y estratégica previsión.
Abreviando, los conflictos globales de hoy en día deben ser vistos no solo a través de la política del poder sino a través de la óptica del tiempo mismo –como confrontaciones entre civilizaciones antiguas y modernas, entre civilizaciones profundamente enraizadas y proyectos turbulentos cuya inestabilidad a menudo pone en peligro a la humanidad más que protegerla. Resulta crucial reconocer esta dinámica para desarrollar análisis geopolíticos que vayan más allá de lo superficial y lleguen a las verdaderas causas de detrás de las guerras que conforman nuestra era.
Traducción: Sergio R. Anacona