El mayor peligro reside en las propias organizaciones de masas de la base lulista: están paralizadas.
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El “ajuste fiscal” realizado por el gobierno a finales de año fue la gota que colmó el vaso para la burguesía. En las semanas previas, el llamado “mercado” – el capital financiero, es decir, la burguesía y el imperialismo – llevó a cabo un terrorismo en la prensa, la bolsa y el tipo de cambio, forzando al gobierno a aplicar el “ajuste”. Este llegó, afectando, como de costumbre, al pueblo pobre, a la clase obrera. Sin embargo, fue, a pesar de todo, un balde de agua fría para los banqueros. Ni de lejos era lo que esperaban. Al igual que el “ajuste fiscal” de Dilma.
La burguesía se dio cuenta de que ya no había la menor posibilidad de que Lula aplicara la política que ella necesita. Si, desde el principio, no colaboraba con el gobierno – a pesar de que este insistía en una colaboración –, después de eso inició una campaña para desestabilizarlo. La popularidad de Lula cayó del 35% en diciembre al 24% en febrero, según Datafolha. La causa habría sido el aumento de los alimentos y del combustible y la crisis del Pix. La causa real es más profunda.
Los trabajadores y el pueblo eligieron a Lula y tenían – la mayoría aún tiene – grandes expectativas de que su gobierno realmente derrotara el golpe de 2016. La elección por sí sola no derrotó ningún golpe. El gobierno tampoco. Las reformas neoliberales de Temer y Bolsonaro aún no han sido revertidas. Estas anulan la eficacia de cualquier medida que el gobierno pueda tomar, pues las medidas actuales no son más que un parche al desmantelamiento producido.
Además de apuntar solo a remendar la destrucción, Lula aún adopta una política ambigua, en un intento de equilibrarse entre las necesidades del pueblo y las exigencias de la burguesía. Solo que ese equilibrio es extremadamente delicado, como se ve. Y, en la situación de prevalencia de la estructura neoliberal iniciada entre los años 80 y 90 y profundizada a partir de 2016, es un perjuicio para el pueblo. Un perjuicio para el propio PT – una investigación reciente mostró lo obvio: la devastación neoliberal que condujo a la desorganización del movimiento sindical perjudicó también los votos de la izquierda en las elecciones.
La burguesía, sin embargo, necesita más. No derrocó a Dilma para que Lula volviera y aplicara la misma política de Dilma. Si es así, entonces va a derrocar a Lula como derrocó a Dilma. O, si es necesario esperar hasta 2026, robar la elección a lo grande.
Cuando salió la encuesta del instituto Datafolha, la bolsa subió y el dólar bajó. “La desaprobación del gobierno fue récord. Entonces, eso trajo un mayor optimismo al mercado”, dijo al periódico O Estado de S. Paulo un funcionario de los banqueros, que reconoció abiertamente que, entre los especuladores, “vino una ola de optimismo con esta mayor posibilidad de que eventualmente no sea reelegido en las próximas elecciones”. “Él no suele apoyar medidas que puedan traer recortes de gastos ni una mayor previsibilidad en relación al equilibrio de las cuentas públicas. El optimismo viene con la expectativa de un cambio de gobierno el próximo año”, afirmó otro.
Los grandes capitalistas están molestos con los bajos niveles de desempleo. Quieren políticas que aumenten la competencia entre los trabajadores, lanzando a millones de vuelta al ejército de reserva para reducir los salarios. A finales del año pasado, tras el balde de agua fría del “paquetito” de gastos, como bautizó la prensa en su momento, una encuesta mostró que el 90% del “mercado” ya estaba en contra del gobierno. Mientras tanto, el bajo desempleo enmascara su falta de calidad: informalidad reinante, con prácticamente ningún derecho laboral. La “uberización” y la “ifoodización” son la etapa más degradante de la “pejotización” (transformación de los obreros en “personas jurídicas”) fruto de la pulverización de la CLT.
Las repercusiones distorsionadas en los periódicos sobre las declaraciones de Lula, las encuestas de opinión de los institutos del propio “mercado” y las declaraciones abiertas de los dirigentes del centrão de que prefieren apoyar incluso a Bolsonaro antes que a Lula en 2026 son indicativos suficientes: el golpe ya comenzó. No está, claro, absolutamente modelado, pues aún toma forma. Pero ya comenzó. Y su objetivo es sustituir a Lula por alguien que aplique el más severo de los “ajustes fiscales”, similar a Milei en Argentina (tan elogiado por los banqueros y la prensa brasileña). Si no es posible un Tarcísio de Freitas o alguien del centrão, perdonarán a Bolsonaro y lo colocarán nuevamente en la presidencia.
No es posible que se sea tan ingenuo como para creer que la explotación de petróleo en la Margen Equatorial – que se hará, si depende de Lula – sea tolerable para esta gente. El PIG ya se opone. Y ahí el gobierno toca intereses de gente más poderosa que la ridícula burguesía brasileña. ¿Cuántos gobiernos ha derrocado el imperialismo americano porque amenazaban con tomar control del petróleo de forma independiente?
Ahora, Donald Trump puede no ser un depredador del petróleo ruso, pero es obvio para todo el mundo que su política es la de fortalecer el control americano de este hemisferio. Como algunos dicen, es la retomada de la Doctrina Monroe (o mejor, un refuerzo). Y en eso los banqueros y el deep state americanos no tienen divergencias con Trump. Si los trumpistas usan sus títeres bolsonaristas para desestabilizar al gobierno brasileño, el imperialismo en sí usa la bolsa, el tipo de cambio, los precios, la prensa tradicional, las principales ONGs y las instituciones y políticos del centrão. También hay, como en el golpe contra Dilma, un residuo izquierdista para influenciar a una parte de la pequeña burguesía pseudorradical.
Pero el mayor peligro reside en las propias organizaciones de masas de la base lulista: están paralizadas. Si no se mueven, verán una repetición de 2016. Será necesario moverse desde ya, y rápido, por las reivindicaciones de los trabajadores. Será necesario realizar un enfrentamiento político contra la burguesía y el imperialismo, en interés de la masa que eligió a Lula y que sufre con la inviable política de equilibrista y la guerra abierta del “mercado”.