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January 9, 2025
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Unos Estados Unidos en crisis interna intentan una proyección «muscular» hacia el exterior. Roto contra el «muro» ruso en Ucrania, se hunde en los bajos fondos de Oriente Medio arrastrado por el ariete israelí.

Roberto IANNUZZI

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

Aunque las revisiones de fin de año suelen dar lugar a empalagosas listas de acontecimientos y, la mayoría de las veces, a predicciones erróneas, al término de un año tan trágico y tumultuoso como el que está a punto de terminar, puede ser útil hacer balance para intentar comprender lo que nos depara el futuro.

El 2024 había comenzado mientras se desataba la violentísima operación militar de Israel en Gaza, y los primeros asesinatos selectivos israelíes en Siria y Líbano, así como los ataques de los Houthis (grupo yemení también conocido como Ansar Allah) al tráfico comercial en el Mar Rojo, presagiaban una posible expansión del conflicto a toda la región de Oriente Medio.

Mientras tanto, tras la fallida contraofensiva de las fuerzas armadas ucranianas en el verano de 2023, el conflicto en el país del este de Europa empezó a tomar un cariz peor para Kiev. Ucrania carecía de hombres y medios. Occidente estaba perdiendo el desafío de la producción bélica frente a Rusia.

En parte debido a las repercusiones de la guerra ucraniana, en 2024 Europa comenzó a hundirse en una crisis económica y política que era en gran medida el resultado de las desastrosas decisiones de los últimos años:

las prolongadas políticas de austeridad, la redefinición de las cadenas de suministro iniciada por la crisis de Covid-19, la decisión europea de renunciar a la energía barata suministrada por Rusia.

Los dos principales países de la UE, Alemania y Francia entraron en una espiral de graves crisis internas que erosionaron progresivamente su estabilidad política.

En un vano intento de cambiar el rumbo del conflicto en Ucrania, los países de la OTAN adoptaron tácticas cada vez más provocadoras (aunque militarmente inconclusas), animando a Kiev a atacar objetivos en territorio ruso y violando progresivamente las ‘líneas rojas’ de Moscú.

La incursión ucraniana en la región rusa de Kursk con probable ayuda occidental en agosto anunció un otoño que resultaría dramático, especialmente en Oriente Medio, donde mientras tanto la campaña de exterminio dirigida por Israel en Gaza no daba señales de disminuir en intensidad.

El asesinato del secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, la invasión israelí del Líbano y el intercambio de misiles entre Irán e Israel marcaron la regionalización final de la crisis que estalló en Gaza tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023.

Esta regionalización condujo inesperadamente a la caída del régimen del presidente Bashar al-Assad en Siria, desarticulando el eje proiraní y allanando el camino para una posible redefinición del equilibrio en Oriente Próximo.

Mientras tanto, la elección de Trump en un Estados Unidos en crisis ha suscitado débiles esperanzas sobre la posibilidad de negociar con Rusia y ha abierto nuevos interrogantes sobre las futuras políticas estadounidenses hacia Europa, Oriente Medio y el Pacífico.

Crisis de las democracias

A lo largo de este año ha crecido la preocupación por la salud de la democracia en el frente occidental, supuestamente amenazada, en la retórica estadounidense, por un conjunto de ‘autocracias’ lideradas por Rusia y China.

La destitución del presidente surcoreano Yoon Suk Yeol tras su injustificado intento de imponer la ley marcial, la anulación de las elecciones presidenciales en Rumanía, la obstinación con la que el presidente francés Emmanuel Macron ha ignorado los resultados electorales en su país, la caída del gobierno de Scholz en una Alemania cada vez más desorientada, representan signos de un modelo occidental en crisis.

Los sucesos de Corea del Sur y Rumanía son especialmente preocupantes, ya que son indicativos de una fragilidad hasta ahora descuidada de las llamadas ‘democracias’.

El Presidente surcoreano, Yoon Suk Yeol, había sido acusado anteriormente de graves episodios de corrupción y abuso de poder, principalmente dirigidos a bloquear las investigaciones contra su esposa. Los antecedentes que precedieron a su intento de imponer la ley marcial son inquietantes.

En un contexto de crecientes tensiones con Corea del Norte (Yoon es un aliado clave de Estados Unidos en el Pacífico, y en 2023 hubo 200 días de maniobras militares conjuntas entre Washington y Seúl en la península coreana), el gobierno de Seúl habría enviado drones a territorio norcoreano para provocar una reacción de Pyongyang que justificara la introducción de la ley marcial.

No menos desconcertante es lo sucedido en Rumanía, donde el Tribunal Constitucional anuló los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, tras la cual el candidato ‘antisistema’ Calin Georgescu iba en cabeza, basándose en vagas acusaciones de injerencia rusa.

Esta decisión fue condenada incluso por Elena Lasconi, opositora centrista y proeuropea de Georgescu, que la calificó de ‘ilegal y amoral’, afirmando que ‘destruye la esencia misma de la democracia’.

Georgescu se opone al apoyo militar europeo a Ucrania y desearía abrir un diálogo con Moscú. Un cambio que “tendría consecuencias muy negativas para la cooperación en materia de seguridad de Estados Unidos con Rumanía”advirtió el portavoz del Departamento de Estado norteamericano, Matthew Miller.

Según las acusaciones, la popularidad de Georgescu fue alimentada por una campaña de propaganda rusa en las redes sociales, y en particular en TikTok, desenmascarada por los servicios de inteligencia.

Pero un reportaje de investigación de la prensa rumana reveló que esta campaña fue supuestamente organizada por una agencia de marketing contratada por el Partido Nacional Liberal, el partido gobernante que apoyó la anulación de las elecciones.

Rumanía es un país estratégico para el esfuerzo bélico de la OTAN en apoyo de Ucrania. Alberga la base aérea Mihail Kogălniceanu, en el Mar Negro, que se convertirá en la mayor base de la OTAN en Europa cuando finalicen las actuales obras de ampliación.

El partido en el poder utilizaría entonces a los servicios de inteligencia para anular las elecciones, basándose en pruebas de una supuesta ‘injerencia extranjera’ fabricada en realidad por el propio partido, probablemente con el objetivo de impedir un cambio en la orientación geopolítica del país.

En tal eventualidad, Rumanía se uniría de hecho a países como Hungría y Eslovaquia, poniendo aún más en peligro la unidad del frente europeo contra Rusia.

Esfuerzos europeos contra la paz

Lo ocurrido en Rumanía es emblemático del clima que se respira en Europa, donde un sinfín de personalidades políticas, desde el ministro británico de Asuntos Exteriores, David Lammy, a la alta representante de la UE para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, pasando por el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, por citar solo algunos ejemplos, trabajan para echar por tierra cualquier futura apertura de negociaciones con Moscú que pueda promover el recién elegido presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Igualmente, peligrosa es la propuesta, aireada por Francia y otros países europeos, de desplegar una “fuerza de mantenimiento de la paz” europea en Ucrania, fuera del marco de la OTAN, una vez que se haya alcanzado un alto el fuego en el país.

Según las intenciones, dicha fuerza estaría compuesta por al menos 50.000-60.000 hombres, y fuertemente mecanizada, con el fin de constituir una disuasión eficaz contra una posible voluntad rusa de reanudar las hostilidades.

Dicha fuerza no sería permanente, sino que se desplegaría durante el tiempo necesario para permitir a Kiev rearmarse hasta un nivel que disuadiera de un posible ataque ruso.

Además, aunque la propuesta no contempla el despliegue de tropas estadounidenses, una fuerza europea requeriría el apoyo de Estados Unidos en términos de planificación, logística e inteligencia.

En otras palabras, lo que se propone sería, en la práctica, un contingente de guerra compuesto por los mismos países que apoyan a Kiev, respaldado por los Estados Unidos, es decir, en todos los efectos (aunque no oficialmente) un asentamiento de la OTAN en Ucrania, exactamente el escenario que Rusia considera inadmisible y que intentó evitar al invadir el país.

Un alto el fuego que implicara la entrada de fuerzas de la OTAN en Ucrania y permitiera a Kiev rearmarse sería completamente inaceptable para Moscú, y por tanto rechazado de plano.

Afortunadamente, es poco probable que los europeos tengan capacidad para reunir una fuerza de este tipo, sobre todo teniendo en cuenta que países como Alemania y Polonia ya han expresado de diversas formas su reticencia a participar en una operación de este tipo.

Antes incluso de pensar en un alto el fuego, además, hay que subrayar que no es en absoluto una conclusión previsible que Trump y el presidente ruso Vladimir Putin lleguen a un acuerdo, por la sencilla razón de que sus verdaderas intenciones no están nada claras.

Según los informes más recientes, Trump estaría convencido de mantener sin cambios el suministro de armas estadounidenses a Kiev después de su investidura, y tendría la intención de armar a Ucrania incluso después de que se haya alcanzado un alto el fuego con el fin de garantizar la seguridad del país de acuerdo con el principio de “paz a través de la fuerza” tan querido para él.

Pero esto, de nuevo, sería un escenario inaceptable para Moscú, que aboga por una Ucrania neutral y desmilitarizada.

Por otra parte, el entorno de Trump estaría obsesionado por el temor de reproducir en Ucrania un resultado similar a la caótica retirada de Afganistán del presidente Joe Biden en 2021.

Sin embargo, entre los temores y las dudas de Trump y su equipo, y la actitud poco cooperativa de muchos países europeos, las perspectivas de llegar a un entendimiento con Moscú se reducen terriblemente.

Preservar una hegemonía que cruje

Europa representa uno de los teatros más calientes y estratégicos en la actual batalla por redefinir los equilibrios mundiales.

Gracias al conflicto ucraniano, Washington ha bloqueado por el momento uno de los factores clave de la integración euroasiática que pondría en peligro su hegemonía: la consolidación de un sistema económico integrado euro-ruso.

El nuevo telón de acero que ha surgido en Europa no puede, por tanto, peligrar por una resolución de la guerra ucraniana, según la perspectiva del establishment estadounidense. A lo sumo, podría lograrse una congelación del conflicto que preserve la actual oposición geopolítica.

Por otra parte, si la renovada división del viejo continente constituye un éxito para Washington, la inesperada resistencia de la economía rusa frente al duro sistema de sanciones impuesto por EEUU y la UE, la perdurable popularidad de Putin en casa y la ofensiva cada vez más incisiva de las fuerzas de Moscú en Ucrania han constituido hasta ahora otros tantos elementos de preocupación para los estrategas estadounidenses.

Junto a ellos está el desafío aún más serio que plantea el ascenso de China. El Covid-19, la redefinición de las cadenas de suministro (de vez en cuando denominada ‘desacoplamiento’, «des-risking», etc.), la introducción de aranceles, la decisión estadounidense de bloquear el acceso chino a los semiconductores más avanzados, deberían haber supuesto obstáculos considerables al desarrollo de la economía de Pekín.

Pero todo esto parece bastar como mucho para frenar, pero no detener, la carrera china. Según las previsiones de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), China aportará el 45% de la producción industrial mundial en 2030, mientras que Estados Unidos sólo contribuirá con el 11%.

Se trata de un crecimiento asombroso si se tiene en cuenta que en 2000 la cuota de China era de un escaso 6%, mientras que Estados Unidos lideraba con un 25%.

El irresistible ascenso de Pekín está impulsando la creciente popularidad de los BRICS, una agrupación ampliada recientemente a nueve países, que está creando a su alrededor una auténtica esfera de influencia que incluye naciones de América Latina, el continente africano y, ahora, el Sudeste Asiático.

Mientras tanto, Estados Unidos sigue acosado internamente por una creciente desigualdad, una deuda cada vez más insostenible, una productividad en declive y una crisis política y social que probablemente se agravará en los próximos años.

Si Washington ha logrado reconsolidar la dependencia europea de Estados Unidos, lo ha hecho al precio de sumir a los aliados del viejo continente en un declive económico que les está llevando a un empobrecimiento progresivo.

El resultado es una crisis creciente de los partidos gubernamentales proeuropeos y proatlánticos, en beneficio de las formaciones denominadas ‘populistas’ y euroescépticas.

En el Pacífico, la situación tampoco es halagüeña para Washington. Aliados clave como Corea del Sur y Japón están debilitados por sus fragilidades políticas internas y, a pesar de la reciente reconciliación superficial, siguen manteniendo una relación bilateral empañada por antiguas disputas históricas.

Fundar la redención sobre los escombros de Oriente Próximo

En un marco tan precario, los súbitos e inesperados éxitos militares israelíes en el Líbano, coronados después por el derrocamiento del régimen de Assad en Siria, y el consiguiente debilitamiento del eje iraní en la región, han reavivado las expectativas en los círculos del ‘Estado profundo’ estadounidense.

Tal efecto dominó no había sido previsto por los estrategas del Pentágono y de la Casa Blanca, que en los meses anteriores habían sugerido insistentemente cautela a Israel, temiendo una deflagración regional que habría perjudicado gravemente los intereses estadounidenses.

Tanto la inteligencia estadounidense como la israelí habían esbozado escenarios potencialmente catastróficos en caso de una escalada militar contra Hezbolá en el Líbano, con cientos -si no miles- de bajas entre la población israelí causadas por los misiles del grupo chií libanés.

Según testimonios de funcionarios estadounidenses entrevistados por el Times of Israel, el gobierno de Netanyahu era tan consciente de este riesgo como la administración Biden, pero había llegado por su cuenta a la conclusión de que era necesario pagar ese coste.

En otras palabras, cuando decidió intentar el ataque que llevaría a la decapitación de los dirigentes de Hezbolá, el gobierno de Tel Aviv estaba dispuesto a sacrificar cientos, si no miles, de vidas israelíes.

El 27 de septiembre, fecha del asesinato del secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, representó un punto de inflexión en los acontecimientos de 2024. El atentado podría haber fracasado o haber tenido consecuencias nefastas para la población israelí.

En cambio, la temida reacción de Hezbolá fue relativamente contenida, quizá porque parte de su arsenal de misiles había sido destruido por Israel en los días anteriores, pero más probablemente porque lo que quedaba de la dirección del grupo no tenía ganas de llevar a cabo una represalia que inevitablemente habría supuesto no sólo graves daños para Israel, sino también la destrucción total del Líbano.

Según Frederick Kempe, presidente del Atlantic Council (uno de los think tanks más influyentes de Washington), a partir de ese día, la administración Biden dejó de intentar contener la acción israelí, optando en su lugar por aprovechar al máximo el éxito militar que se avecinaba.

Con la ayuda de la mediación estadounidense, Israel obtuvo un ventajoso alto el fuego en el Líbano, que da a la Fuerza Aérea israelí plena libertad de acción en los cielos libaneses.

Mientras Hezbolá se ve obligada a retirarse al norte del río Litani, Israel ha seguido destruyendo zonas residenciales, tierras de cultivo y carreteras en el sur de Líbano (en total violación del acuerdo de alto el fuego y de la Resolución 1701 de la ONU).

El alto el fuego, que no implica el fin de las hostilidades en Gaza, también ha tenido el efecto de dejar a Hamás totalmente aislada en la Franja, en cuya parte norte Israel está llevando a cabo una violenta y sangrienta limpieza étnica.

A lo largo de 2024 se han ido acumulando informes, recopilados por la ONU y organizaciones como Amnistía InternacionalHuman Rights Watch y Médicos Sin Fronteras (por citar sólo las principales), de que lo que Israel está llevando a cabo en Gaza es un auténtico genocidio.

En la vecina Siria, el colapso de Assad se ha visto facilitado por años de conflicto y el duro embargo estadounidense, que han provocado una contracción del PIB del país del 85%. Una vez más, las sanciones secundarias impuestas por Washington demostraron ser un arma perturbadora.

En los días siguientes a la caída del régimen de Damasco, tras haber ocupado una zona tampón adicional en el Golán y haber destruido, con una campaña de más de 500 ataques aéreos, más del 80% del potencial bélico de Siria, el gobierno de Netanyahu se aseguró la supremacía militar sobre la vecina Siria y el control del espacio aéreo sirio, quizá durante años.

Irán, el eslabón débil del frente antioccidental

Esta concatenación de acontecimientos, que nadie preveía hace unos meses, ha reavivado el optimismo en los círculos políticos israelíes, así como en el establishment estadounidense.

Desde las páginas de Foreign Affairs, Amos Yadlin (antiguo general de las Fuerzas Aéreas israelíes) y Avner Golov (antiguo miembro destacado del Consejo de Seguridad Nacional de Israel) han presagiado la posibilidad de crear un nuevo ‘orden israelí’ en Oriente Próximo.

La idea, compartida por varios estrategas y políticos de Washington, es aprovechar la condición de vulnerabilidad sin precedentes de Irán tras el debilitamiento de sus aliados regionales para derrotar de una vez por todas el proyecto iraní en la región.

En realidad, Teherán se encontraría en la encrucijada no de uno, sino de dos ejes. Además de ser el líder del llamado «eje de la resistencia» a nivel regional, Irán formaría parte de lo que algunos en Washington han denominado el «eje de las dictaduras», formado también por China, Rusia y Corea del Norte.

Según esta tesis, la guerra en Ucrania y la guerra en Oriente Próximo serían los puntos de soldadura de estos dos alineamientos. Teherán, que facilita el acceso de los adversarios de Occidente a la región de Oriente Próximo y ha apoyado el esfuerzo bélico ruso en Ucrania mediante el envío de drones, constituiría así un punto de unión clave de ambos ejes.

Aislar a Irán, o incluso derrocar a su gobierno, tendría, según este punto de vista, una importancia estratégica.

Según los dirigentes israelíes, el Estado judío debería perseguir este objetivo en estrecha coordinación con Estados Unidos, así como con socios regionales como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y países europeos como Gran Bretaña y Alemania.

Una idea que también comparten exponentes del ‘Estado profundo’ estadounidense como el citado Frederick Kempe, que pretenden persuadir a Trump para que aproveche esta oportunidad ‘histórica’, aprovechando además la crisis energética que aqueja a Irán (facilitada por el sabotaje de dos importantes gasoductos locales por parte de Israel el pasado mes de febrero, según el New York Times).

Golpear a Teherán debilitará a Moscú y Pekín

Un paso intermedio podría ser un ataque masivo contra los Houthis en Yemen, aliados de Irán, que siguen atacando a Israel con misiles y drones, y amenazan el tráfico marítimo en el Mar Rojo.

La Fuerza Aérea israelí ya ha atacado numerosos objetivos en Yemen. Una campaña de bombardeos aún más masiva podría tener lugar en cooperación con Estados Unidos y Gran Bretaña.

Aunque hay indicios de que Washington está presionando a Riad y Abu Dhabi para que abandonen las negociaciones de paz con los houthis y reanuden las operaciones bélicas contra ellos.

Pero incluso en Israel hay quienes creen que se debe atacar directamente a Irán.

El plan contra Teherán podría incluir esfuerzos para fomentar la desestabilización interna del país, por ejemplo alentando movimientos populares de protesta; una campaña de «máxima presión» económica, como la que ya impuso Trump durante su primer mandato; y posiblemente bombardeos aéreos destinados a destruir las instalaciones nucleares iraníes, para evitar la posibilidad de que Irán adquiera un arma atómica.

Muchos en Washington están convencidos de que la caída de Assad en Siria fue también una derrota para Moscú, y posiblemente también una señal de un retroceso en el tira y afloja con Rusia.

La creciente devaluación del rublo y algunos indicios de ralentización de la economía rusa indicarían que no es el momento de ceder y aflojar el cerco de las sanciones, según varios estrategas estadounidenses.

Según esta opinión, los trascendentales acontecimientos de estos meses en Oriente Medio podrían preludiar, por tanto, una derrota de Irán, un debilitamiento de Rusia y, en última instancia, un aislamiento de China, el adversario más peligroso de Washington.

Sin duda, Teherán es visto en este momento como el eslabón débil de la alineación antioccidental, y una posible redefinición del equilibrio en Oriente Medio como un posible «cambio de juego» en la lucha mundial por la hegemonía.

Si estas ideas se imponen con la toma de posesión de la administración Trump en enero, cabe esperar una peligrosa escalada de las tensiones en Oriente Medio, un posible fracaso de los esfuerzos de negociación en Ucrania y un mayor deterioro del panorama internacional.

Publicado originalmente por Intelligence for the People.
Traducción: Observatorio de trabajadores en lucha

The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.
2024: No hay vencedores

Unos Estados Unidos en crisis interna intentan una proyección «muscular» hacia el exterior. Roto contra el «muro» ruso en Ucrania, se hunde en los bajos fondos de Oriente Medio arrastrado por el ariete israelí.

Roberto IANNUZZI

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Aunque las revisiones de fin de año suelen dar lugar a empalagosas listas de acontecimientos y, la mayoría de las veces, a predicciones erróneas, al término de un año tan trágico y tumultuoso como el que está a punto de terminar, puede ser útil hacer balance para intentar comprender lo que nos depara el futuro.

El 2024 había comenzado mientras se desataba la violentísima operación militar de Israel en Gaza, y los primeros asesinatos selectivos israelíes en Siria y Líbano, así como los ataques de los Houthis (grupo yemení también conocido como Ansar Allah) al tráfico comercial en el Mar Rojo, presagiaban una posible expansión del conflicto a toda la región de Oriente Medio.

Mientras tanto, tras la fallida contraofensiva de las fuerzas armadas ucranianas en el verano de 2023, el conflicto en el país del este de Europa empezó a tomar un cariz peor para Kiev. Ucrania carecía de hombres y medios. Occidente estaba perdiendo el desafío de la producción bélica frente a Rusia.

En parte debido a las repercusiones de la guerra ucraniana, en 2024 Europa comenzó a hundirse en una crisis económica y política que era en gran medida el resultado de las desastrosas decisiones de los últimos años:

las prolongadas políticas de austeridad, la redefinición de las cadenas de suministro iniciada por la crisis de Covid-19, la decisión europea de renunciar a la energía barata suministrada por Rusia.

Los dos principales países de la UE, Alemania y Francia entraron en una espiral de graves crisis internas que erosionaron progresivamente su estabilidad política.

En un vano intento de cambiar el rumbo del conflicto en Ucrania, los países de la OTAN adoptaron tácticas cada vez más provocadoras (aunque militarmente inconclusas), animando a Kiev a atacar objetivos en territorio ruso y violando progresivamente las ‘líneas rojas’ de Moscú.

La incursión ucraniana en la región rusa de Kursk con probable ayuda occidental en agosto anunció un otoño que resultaría dramático, especialmente en Oriente Medio, donde mientras tanto la campaña de exterminio dirigida por Israel en Gaza no daba señales de disminuir en intensidad.

El asesinato del secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, la invasión israelí del Líbano y el intercambio de misiles entre Irán e Israel marcaron la regionalización final de la crisis que estalló en Gaza tras el ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023.

Esta regionalización condujo inesperadamente a la caída del régimen del presidente Bashar al-Assad en Siria, desarticulando el eje proiraní y allanando el camino para una posible redefinición del equilibrio en Oriente Próximo.

Mientras tanto, la elección de Trump en un Estados Unidos en crisis ha suscitado débiles esperanzas sobre la posibilidad de negociar con Rusia y ha abierto nuevos interrogantes sobre las futuras políticas estadounidenses hacia Europa, Oriente Medio y el Pacífico.

Crisis de las democracias

A lo largo de este año ha crecido la preocupación por la salud de la democracia en el frente occidental, supuestamente amenazada, en la retórica estadounidense, por un conjunto de ‘autocracias’ lideradas por Rusia y China.

La destitución del presidente surcoreano Yoon Suk Yeol tras su injustificado intento de imponer la ley marcial, la anulación de las elecciones presidenciales en Rumanía, la obstinación con la que el presidente francés Emmanuel Macron ha ignorado los resultados electorales en su país, la caída del gobierno de Scholz en una Alemania cada vez más desorientada, representan signos de un modelo occidental en crisis.

Los sucesos de Corea del Sur y Rumanía son especialmente preocupantes, ya que son indicativos de una fragilidad hasta ahora descuidada de las llamadas ‘democracias’.

El Presidente surcoreano, Yoon Suk Yeol, había sido acusado anteriormente de graves episodios de corrupción y abuso de poder, principalmente dirigidos a bloquear las investigaciones contra su esposa. Los antecedentes que precedieron a su intento de imponer la ley marcial son inquietantes.

En un contexto de crecientes tensiones con Corea del Norte (Yoon es un aliado clave de Estados Unidos en el Pacífico, y en 2023 hubo 200 días de maniobras militares conjuntas entre Washington y Seúl en la península coreana), el gobierno de Seúl habría enviado drones a territorio norcoreano para provocar una reacción de Pyongyang que justificara la introducción de la ley marcial.

No menos desconcertante es lo sucedido en Rumanía, donde el Tribunal Constitucional anuló los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, tras la cual el candidato ‘antisistema’ Calin Georgescu iba en cabeza, basándose en vagas acusaciones de injerencia rusa.

Esta decisión fue condenada incluso por Elena Lasconi, opositora centrista y proeuropea de Georgescu, que la calificó de ‘ilegal y amoral’, afirmando que ‘destruye la esencia misma de la democracia’.

Georgescu se opone al apoyo militar europeo a Ucrania y desearía abrir un diálogo con Moscú. Un cambio que “tendría consecuencias muy negativas para la cooperación en materia de seguridad de Estados Unidos con Rumanía”advirtió el portavoz del Departamento de Estado norteamericano, Matthew Miller.

Según las acusaciones, la popularidad de Georgescu fue alimentada por una campaña de propaganda rusa en las redes sociales, y en particular en TikTok, desenmascarada por los servicios de inteligencia.

Pero un reportaje de investigación de la prensa rumana reveló que esta campaña fue supuestamente organizada por una agencia de marketing contratada por el Partido Nacional Liberal, el partido gobernante que apoyó la anulación de las elecciones.

Rumanía es un país estratégico para el esfuerzo bélico de la OTAN en apoyo de Ucrania. Alberga la base aérea Mihail Kogălniceanu, en el Mar Negro, que se convertirá en la mayor base de la OTAN en Europa cuando finalicen las actuales obras de ampliación.

El partido en el poder utilizaría entonces a los servicios de inteligencia para anular las elecciones, basándose en pruebas de una supuesta ‘injerencia extranjera’ fabricada en realidad por el propio partido, probablemente con el objetivo de impedir un cambio en la orientación geopolítica del país.

En tal eventualidad, Rumanía se uniría de hecho a países como Hungría y Eslovaquia, poniendo aún más en peligro la unidad del frente europeo contra Rusia.

Esfuerzos europeos contra la paz

Lo ocurrido en Rumanía es emblemático del clima que se respira en Europa, donde un sinfín de personalidades políticas, desde el ministro británico de Asuntos Exteriores, David Lammy, a la alta representante de la UE para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, pasando por el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, por citar solo algunos ejemplos, trabajan para echar por tierra cualquier futura apertura de negociaciones con Moscú que pueda promover el recién elegido presidente de Estados Unidos, Donald Trump.

Igualmente, peligrosa es la propuesta, aireada por Francia y otros países europeos, de desplegar una “fuerza de mantenimiento de la paz” europea en Ucrania, fuera del marco de la OTAN, una vez que se haya alcanzado un alto el fuego en el país.

Según las intenciones, dicha fuerza estaría compuesta por al menos 50.000-60.000 hombres, y fuertemente mecanizada, con el fin de constituir una disuasión eficaz contra una posible voluntad rusa de reanudar las hostilidades.

Dicha fuerza no sería permanente, sino que se desplegaría durante el tiempo necesario para permitir a Kiev rearmarse hasta un nivel que disuadiera de un posible ataque ruso.

Además, aunque la propuesta no contempla el despliegue de tropas estadounidenses, una fuerza europea requeriría el apoyo de Estados Unidos en términos de planificación, logística e inteligencia.

En otras palabras, lo que se propone sería, en la práctica, un contingente de guerra compuesto por los mismos países que apoyan a Kiev, respaldado por los Estados Unidos, es decir, en todos los efectos (aunque no oficialmente) un asentamiento de la OTAN en Ucrania, exactamente el escenario que Rusia considera inadmisible y que intentó evitar al invadir el país.

Un alto el fuego que implicara la entrada de fuerzas de la OTAN en Ucrania y permitiera a Kiev rearmarse sería completamente inaceptable para Moscú, y por tanto rechazado de plano.

Afortunadamente, es poco probable que los europeos tengan capacidad para reunir una fuerza de este tipo, sobre todo teniendo en cuenta que países como Alemania y Polonia ya han expresado de diversas formas su reticencia a participar en una operación de este tipo.

Antes incluso de pensar en un alto el fuego, además, hay que subrayar que no es en absoluto una conclusión previsible que Trump y el presidente ruso Vladimir Putin lleguen a un acuerdo, por la sencilla razón de que sus verdaderas intenciones no están nada claras.

Según los informes más recientes, Trump estaría convencido de mantener sin cambios el suministro de armas estadounidenses a Kiev después de su investidura, y tendría la intención de armar a Ucrania incluso después de que se haya alcanzado un alto el fuego con el fin de garantizar la seguridad del país de acuerdo con el principio de “paz a través de la fuerza” tan querido para él.

Pero esto, de nuevo, sería un escenario inaceptable para Moscú, que aboga por una Ucrania neutral y desmilitarizada.

Por otra parte, el entorno de Trump estaría obsesionado por el temor de reproducir en Ucrania un resultado similar a la caótica retirada de Afganistán del presidente Joe Biden en 2021.

Sin embargo, entre los temores y las dudas de Trump y su equipo, y la actitud poco cooperativa de muchos países europeos, las perspectivas de llegar a un entendimiento con Moscú se reducen terriblemente.

Preservar una hegemonía que cruje

Europa representa uno de los teatros más calientes y estratégicos en la actual batalla por redefinir los equilibrios mundiales.

Gracias al conflicto ucraniano, Washington ha bloqueado por el momento uno de los factores clave de la integración euroasiática que pondría en peligro su hegemonía: la consolidación de un sistema económico integrado euro-ruso.

El nuevo telón de acero que ha surgido en Europa no puede, por tanto, peligrar por una resolución de la guerra ucraniana, según la perspectiva del establishment estadounidense. A lo sumo, podría lograrse una congelación del conflicto que preserve la actual oposición geopolítica.

Por otra parte, si la renovada división del viejo continente constituye un éxito para Washington, la inesperada resistencia de la economía rusa frente al duro sistema de sanciones impuesto por EEUU y la UE, la perdurable popularidad de Putin en casa y la ofensiva cada vez más incisiva de las fuerzas de Moscú en Ucrania han constituido hasta ahora otros tantos elementos de preocupación para los estrategas estadounidenses.

Junto a ellos está el desafío aún más serio que plantea el ascenso de China. El Covid-19, la redefinición de las cadenas de suministro (de vez en cuando denominada ‘desacoplamiento’, «des-risking», etc.), la introducción de aranceles, la decisión estadounidense de bloquear el acceso chino a los semiconductores más avanzados, deberían haber supuesto obstáculos considerables al desarrollo de la economía de Pekín.

Pero todo esto parece bastar como mucho para frenar, pero no detener, la carrera china. Según las previsiones de la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI), China aportará el 45% de la producción industrial mundial en 2030, mientras que Estados Unidos sólo contribuirá con el 11%.

Se trata de un crecimiento asombroso si se tiene en cuenta que en 2000 la cuota de China era de un escaso 6%, mientras que Estados Unidos lideraba con un 25%.

El irresistible ascenso de Pekín está impulsando la creciente popularidad de los BRICS, una agrupación ampliada recientemente a nueve países, que está creando a su alrededor una auténtica esfera de influencia que incluye naciones de América Latina, el continente africano y, ahora, el Sudeste Asiático.

Mientras tanto, Estados Unidos sigue acosado internamente por una creciente desigualdad, una deuda cada vez más insostenible, una productividad en declive y una crisis política y social que probablemente se agravará en los próximos años.

Si Washington ha logrado reconsolidar la dependencia europea de Estados Unidos, lo ha hecho al precio de sumir a los aliados del viejo continente en un declive económico que les está llevando a un empobrecimiento progresivo.

El resultado es una crisis creciente de los partidos gubernamentales proeuropeos y proatlánticos, en beneficio de las formaciones denominadas ‘populistas’ y euroescépticas.

En el Pacífico, la situación tampoco es halagüeña para Washington. Aliados clave como Corea del Sur y Japón están debilitados por sus fragilidades políticas internas y, a pesar de la reciente reconciliación superficial, siguen manteniendo una relación bilateral empañada por antiguas disputas históricas.

Fundar la redención sobre los escombros de Oriente Próximo

En un marco tan precario, los súbitos e inesperados éxitos militares israelíes en el Líbano, coronados después por el derrocamiento del régimen de Assad en Siria, y el consiguiente debilitamiento del eje iraní en la región, han reavivado las expectativas en los círculos del ‘Estado profundo’ estadounidense.

Tal efecto dominó no había sido previsto por los estrategas del Pentágono y de la Casa Blanca, que en los meses anteriores habían sugerido insistentemente cautela a Israel, temiendo una deflagración regional que habría perjudicado gravemente los intereses estadounidenses.

Tanto la inteligencia estadounidense como la israelí habían esbozado escenarios potencialmente catastróficos en caso de una escalada militar contra Hezbolá en el Líbano, con cientos -si no miles- de bajas entre la población israelí causadas por los misiles del grupo chií libanés.

Según testimonios de funcionarios estadounidenses entrevistados por el Times of Israel, el gobierno de Netanyahu era tan consciente de este riesgo como la administración Biden, pero había llegado por su cuenta a la conclusión de que era necesario pagar ese coste.

En otras palabras, cuando decidió intentar el ataque que llevaría a la decapitación de los dirigentes de Hezbolá, el gobierno de Tel Aviv estaba dispuesto a sacrificar cientos, si no miles, de vidas israelíes.

El 27 de septiembre, fecha del asesinato del secretario general de Hezbolá, Hassan Nasrallah, representó un punto de inflexión en los acontecimientos de 2024. El atentado podría haber fracasado o haber tenido consecuencias nefastas para la población israelí.

En cambio, la temida reacción de Hezbolá fue relativamente contenida, quizá porque parte de su arsenal de misiles había sido destruido por Israel en los días anteriores, pero más probablemente porque lo que quedaba de la dirección del grupo no tenía ganas de llevar a cabo una represalia que inevitablemente habría supuesto no sólo graves daños para Israel, sino también la destrucción total del Líbano.

Según Frederick Kempe, presidente del Atlantic Council (uno de los think tanks más influyentes de Washington), a partir de ese día, la administración Biden dejó de intentar contener la acción israelí, optando en su lugar por aprovechar al máximo el éxito militar que se avecinaba.

Con la ayuda de la mediación estadounidense, Israel obtuvo un ventajoso alto el fuego en el Líbano, que da a la Fuerza Aérea israelí plena libertad de acción en los cielos libaneses.

Mientras Hezbolá se ve obligada a retirarse al norte del río Litani, Israel ha seguido destruyendo zonas residenciales, tierras de cultivo y carreteras en el sur de Líbano (en total violación del acuerdo de alto el fuego y de la Resolución 1701 de la ONU).

El alto el fuego, que no implica el fin de las hostilidades en Gaza, también ha tenido el efecto de dejar a Hamás totalmente aislada en la Franja, en cuya parte norte Israel está llevando a cabo una violenta y sangrienta limpieza étnica.

A lo largo de 2024 se han ido acumulando informes, recopilados por la ONU y organizaciones como Amnistía InternacionalHuman Rights Watch y Médicos Sin Fronteras (por citar sólo las principales), de que lo que Israel está llevando a cabo en Gaza es un auténtico genocidio.

En la vecina Siria, el colapso de Assad se ha visto facilitado por años de conflicto y el duro embargo estadounidense, que han provocado una contracción del PIB del país del 85%. Una vez más, las sanciones secundarias impuestas por Washington demostraron ser un arma perturbadora.

En los días siguientes a la caída del régimen de Damasco, tras haber ocupado una zona tampón adicional en el Golán y haber destruido, con una campaña de más de 500 ataques aéreos, más del 80% del potencial bélico de Siria, el gobierno de Netanyahu se aseguró la supremacía militar sobre la vecina Siria y el control del espacio aéreo sirio, quizá durante años.

Irán, el eslabón débil del frente antioccidental

Esta concatenación de acontecimientos, que nadie preveía hace unos meses, ha reavivado el optimismo en los círculos políticos israelíes, así como en el establishment estadounidense.

Desde las páginas de Foreign Affairs, Amos Yadlin (antiguo general de las Fuerzas Aéreas israelíes) y Avner Golov (antiguo miembro destacado del Consejo de Seguridad Nacional de Israel) han presagiado la posibilidad de crear un nuevo ‘orden israelí’ en Oriente Próximo.

La idea, compartida por varios estrategas y políticos de Washington, es aprovechar la condición de vulnerabilidad sin precedentes de Irán tras el debilitamiento de sus aliados regionales para derrotar de una vez por todas el proyecto iraní en la región.

En realidad, Teherán se encontraría en la encrucijada no de uno, sino de dos ejes. Además de ser el líder del llamado «eje de la resistencia» a nivel regional, Irán formaría parte de lo que algunos en Washington han denominado el «eje de las dictaduras», formado también por China, Rusia y Corea del Norte.

Según esta tesis, la guerra en Ucrania y la guerra en Oriente Próximo serían los puntos de soldadura de estos dos alineamientos. Teherán, que facilita el acceso de los adversarios de Occidente a la región de Oriente Próximo y ha apoyado el esfuerzo bélico ruso en Ucrania mediante el envío de drones, constituiría así un punto de unión clave de ambos ejes.

Aislar a Irán, o incluso derrocar a su gobierno, tendría, según este punto de vista, una importancia estratégica.

Según los dirigentes israelíes, el Estado judío debería perseguir este objetivo en estrecha coordinación con Estados Unidos, así como con socios regionales como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) y países europeos como Gran Bretaña y Alemania.

Una idea que también comparten exponentes del ‘Estado profundo’ estadounidense como el citado Frederick Kempe, que pretenden persuadir a Trump para que aproveche esta oportunidad ‘histórica’, aprovechando además la crisis energética que aqueja a Irán (facilitada por el sabotaje de dos importantes gasoductos locales por parte de Israel el pasado mes de febrero, según el New York Times).

Golpear a Teherán debilitará a Moscú y Pekín

Un paso intermedio podría ser un ataque masivo contra los Houthis en Yemen, aliados de Irán, que siguen atacando a Israel con misiles y drones, y amenazan el tráfico marítimo en el Mar Rojo.

La Fuerza Aérea israelí ya ha atacado numerosos objetivos en Yemen. Una campaña de bombardeos aún más masiva podría tener lugar en cooperación con Estados Unidos y Gran Bretaña.

Aunque hay indicios de que Washington está presionando a Riad y Abu Dhabi para que abandonen las negociaciones de paz con los houthis y reanuden las operaciones bélicas contra ellos.

Pero incluso en Israel hay quienes creen que se debe atacar directamente a Irán.

El plan contra Teherán podría incluir esfuerzos para fomentar la desestabilización interna del país, por ejemplo alentando movimientos populares de protesta; una campaña de «máxima presión» económica, como la que ya impuso Trump durante su primer mandato; y posiblemente bombardeos aéreos destinados a destruir las instalaciones nucleares iraníes, para evitar la posibilidad de que Irán adquiera un arma atómica.

Muchos en Washington están convencidos de que la caída de Assad en Siria fue también una derrota para Moscú, y posiblemente también una señal de un retroceso en el tira y afloja con Rusia.

La creciente devaluación del rublo y algunos indicios de ralentización de la economía rusa indicarían que no es el momento de ceder y aflojar el cerco de las sanciones, según varios estrategas estadounidenses.

Según esta opinión, los trascendentales acontecimientos de estos meses en Oriente Medio podrían preludiar, por tanto, una derrota de Irán, un debilitamiento de Rusia y, en última instancia, un aislamiento de China, el adversario más peligroso de Washington.

Sin duda, Teherán es visto en este momento como el eslabón débil de la alineación antioccidental, y una posible redefinición del equilibrio en Oriente Medio como un posible «cambio de juego» en la lucha mundial por la hegemonía.

Si estas ideas se imponen con la toma de posesión de la administración Trump en enero, cabe esperar una peligrosa escalada de las tensiones en Oriente Medio, un posible fracaso de los esfuerzos de negociación en Ucrania y un mayor deterioro del panorama internacional.

Publicado originalmente por Intelligence for the People.
Traducción: Observatorio de trabajadores en lucha