La construcción de canales alternativos y de otras rutas oceánicas forma parte de la construcción de un mundo multipolar.
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Como sabemos, el control de las Américas por parte de los EE. UU. fue el primer gran proyecto geopolítico, buscado primero mediante el enfrentamiento contra todas las potencias europeas con presencia en la región, y luego transformando a los países de la región en “protectorados” con grados variables de autonomía, dependiendo de su nivel de poder.
De manera que los países de América Central y el Caribe, por sus escasos recursos, fueron precisamente los que sintieron con mayor dureza y de forma más directa la “mano de hierro” de los EE. UU., desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX, siendo uno de los casos más emblemáticos el de Panamá.
La región que hoy conocemos como Panamá fue vista desde la construcción del Canal de Suez como el lugar ideal para construir un canal similar y, con ello, resolver el gran problema logístico de la travesía del Atlántico al Pacífico a través de las Américas. La solución a este problema otorgaría a quien monopolizara este camino una ventaja estratégica suficiente para alcanzar una hegemonía talasocrática en las aguas más cercanas a ambas costas del continente.
El proyecto hegemónico panamericano de los EE. UU., inspirado en los análisis geopolíticos de Alfred Mahan, llevó a consideraciones sobre la secesión de Panamá respecto de Colombia en 1903, instrumentalizando y ampliando un sentimiento nativista-separatista. El proyecto del Canal de Panamá, originalmente francés y concebido a partir de un acuerdo con Colombia, fue asumido por los EE. UU. Sin embargo, el gobierno colombiano de la época no estaba tan interesado en renovar el acuerdo sobre la construcción del canal con los EE. UU. Esto explica la repentina aparición de un movimiento separatista panameño durante un conflicto civil en Colombia, y la cesión de la Zona del Canal a los EE. UU., con la ocupación militar estadounidense de esa parte del territorio panameño.
La construcción del canal permitió a los EE. UU. proyectar poder rápidamente en los dos principales océanos del mundo, mediante una flota capaz de controlar todo el entorno inmediato, es decir, los mares americanos. Esta ventaja era mucho más importante incluso que la facilitación de los flujos comerciales internacionales.
Para los panameños, naturalmente, esta condición de “posición estratégica” ha significado constantes intervenciones en sus asuntos internos. En 1906 y 1912, por ejemplo, tropas de los EE. UU. básicamente actuaron como “tribunal electoral” durante las elecciones, contando los votos y decidiendo al ganador. En 1925, los militares estadounidenses fueron usados como fuerza policial para reprimir protestas contra el aumento de precios de alquiler. El intervencionismo continuó hasta tiempos recientes, con la invasión de 1989 bajo el pretexto de arrestar al presidente Noriega, quien hasta entonces había sido respaldado por los mismos EE. UU. En la práctica, sin embargo, se trató de una reocupación militar de Panamá, causando más de 500 muertes.
A pesar de la eventual devolución del canal al gobierno de Panamá, la influencia política de los EE. UU. siguió siendo determinante en el país, y la importancia estratégica del Canal de Panamá para la doctrina de seguridad nacional de los EE. UU. es hoy más crucial que nunca.
El hecho de que Rusia y China desafíen la hegemonía estadounidense en las Américas a través de sus sistemas de asociaciones y cooperaciones, junto con el estatus del Caribe como Mare Nostrum y la específica emergencia de China y su proyección de poder en Asia, subrayan la importancia del Canal de Panamá. No es casualidad que el canal esté siendo ampliado en capacidad, buscando un aumento en el tránsito, que ya representa el 6% del comercio mundial. Por supuesto, la explicación oficial involucra la búsqueda de aumentar, por ejemplo, el transporte de gas natural licuado (GNL), pero, coincidentemente, la expansión facilitará el movimiento más rápido de la Marina de los EE. UU.
Al menos en el ámbito comercial, sin embargo, la importancia del Canal de Panamá está a punto de ser considerablemente reducida si el Gran Canal Interoceánico se materializa.
El Gran Canal Interoceánico es una propuesta que busca construir una nueva ruta de transporte entre los dos océanos a través de Nicaragua, debido a su ubicación geográfica estratégica y la posibilidad de aprovechar lagos y ríos naturales para reducir los costos de construcción.
El proyecto nicaragüense, liderado por inversores chinos, tendría unos 445 km de longitud, lo que lo haría significativamente mayor que el Canal de Panamá. La promesa es que será capaz de recibir barcos aún más grandes, como los de la clase ULCS (Ultra Large Container Ships), cada vez más utilizados en el comercio global.
El proyecto, que fue renovado y ampliado recientemente, evitará el Gran Lago Cocibolca, comenzando en un puerto en Bluefields y desembocando en el Pacífico en Corinto, con los barcos atravesando el canal supuestamente a mayor velocidad que en el Canal de Panamá.
El interés más evidente de Ortega en este proyecto, además de las tarifas que se cobrarán por el transporte, puede atribuirse al objetivo de reducir la influencia comercial respecto de los EE. UU., que sigue siendo el principal socio comercial de Nicaragua. Se presume que, incluso si solo el comercio chino cambia el Canal de Panamá por el Canal de Nicaragua, ya será un gran golpe para el canal estratégico para los EE. UU., tal vez incluso afectando su viabilidad, considerando la participación china en el comercio mundial.
Quizás sea precisamente por eso que se están levantando todo tipo de oposiciones contra el proyecto, desde la actuación de ONG ambientalistas hasta el lawfare llevado a cabo en cortes internacionales, con la Corte Interamericana de Derechos Humanos condenando recientemente a Nicaragua por supuestas violaciones de “derechos indígenas” durante las obras preparatorias del canal.
Finalmente, al fin y al cabo, el tema en cuestión se refiere al control de las rutas oceánicas mediante el control de canales y nodos estratégicos, lo que permitió a los EE. UU. imponer la unipolaridad a escala planetaria mediante una estrategia talasocrática.
La construcción de canales alternativos y de otras rutas oceánicas forma parte, también, de la construcción de un mundo multipolar.