Al neoliberalismo les es imperativo «asesinar» a la figura del maestro para perfeccionar su dominio y llegar hasta el alumno.
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Se ha hablado mucho de la crisis en Occidente y, especialmente, en la Unión Europea. El discurso se ha centrado principalmente en la crisis energética, militar, social o migratoria. Sin embargo, estas crisis son el resultado de un mal mucho más profundo, que representa, sobre todo, la victoria de la ignorancia sobre el conocimiento, de lo individual sobre lo colectivo, de lo económico sobre lo social.
Al contrario de lo que muchos puedan pensar, es en los propios países occidentales donde más se ha intensificado el pillaje neoliberal, operado por las oligarquías occidentales. Incluso podemos decir que este saqueo aumenta a medida que disminuye el de los pueblos de la mayoría global.
Pero, desafortunadamente para quienes viven allí, esta dicotomía va más allá: cuanto más alerta están los pueblos de la mayoría global, a la naturaleza depredadora de la oligarquía occidental, menos conscientes son de las razones por las que empeoran sus condiciones de vida. Los occidentales van a contracorriente de los pueblos de la mayoría global, en todos los sentidos. A medida que estos últimos adquieren conciencia de sí mismos, los primeros se vuelven cada vez más inconscientes de su ser, alienados como están de sus raíces, culturas, familias, comunidades…
Un vector fundamental para la producción de esta inconsciencia, plasmada en la creciente incapacidad crítica y analítica por parte de las poblaciones occidentales, ha sido, precisamente, en el ámbito educativo. La degradación de los sistemas de educación pública no sólo constituye una de las características más repugnantes de los sistemas que sucumben al reaccionarismo y al revisionismo histórico y científico, sino que también constituye el motor de este proceso retrógrado.
Por ende, a los más atentos no ha sorprendido que un estudio del EDULOG, un think tank de la Fundación Belmiro de Azevedo (uno de los principales multimillonarios portugueses, ya fallecido, incluido en la lista Forbes-500), haya eliminado, entre muchas otras, la siguiente conclusión: «La crisis de escasez de docentes se está volviendo sistémica en todas las economías de la OCDE».
Según el informe, una de las razones para tal desgracia, entre otras de este tipo, se debe a «la degradación de la imagen y el estatus de los docentes; el escaso atractivo de los salarios y las condiciones laborales; la falta de perspectivas de progreso y evolución en la carrera profesional».
Dicha investigación me trajo a la memoria (un hecho criminal en Occidente) que, allá por 2002, durante el gobierno de «su eminencia», el Dr. Durão Barroso, ex Primer Ministro de Portugal, ex Presidente de la Comisión Europea y hombre de confianza de Golden Sachs, que se había intensificado un proceso de reducción salarial en el sector educativo, disfrazado de «sistema de evaluación», y que, valiéndose de la introducción del sistema de medición de su calidad, acabó menguando el salario de los docentes y, principalmente, obstruyendo su ascenso profesional.
Me pregunto por qué el profesor David Justino, entonces Ministro de Educación, no tuvo en cuenta lo que le dijeron los sindicatos de docentes de la CGTP-IN (la mayor central sindical de Portugal), que advertían sobre las perjudiciales consecuencias que su ataque tendría para las escuelas públicas, el magisterio y los estudiantes. Vean cuánto nos habríamos ahorrado con estudios y políticas desastrosas.
Si fuéramos ingenuos y creyéramos que, en su momento, David Justino no habría podido predecir estas cosas, pero la ingenuidad que no tenemos es proporcional a la falta de coraje de quien entonces perjudicó a los profesores portugueses y, pasados veintidós años, realiza un estudio donde infiere que las políticas que entonces defendía han sido absolutamente erróneas.
Los argumentos que hoy respaldan este informe, fueron, en su momento, utilizados contra el gobierno de Durão Barroso, al que estaba integrado David Justino. Resulta ridículo pensar que, hoy, la Unión Europea de Úrsula Von Der Leyen invite a sindicatos y empresarios europeos a celebrar un «Pacto Europeo por el Diálogo Social», cuando, constantemente, desestiman todas las propuestas y argumentos, empíricos, científicos o de otro tipo, que contradigan sus planes de guerra, concentración de riqueza, supresión de soberanías y, con ellas, de las libertades nacionales.
Como lo demuestra la historia, el resultado de tan intenso «diálogo social», entre los sindicatos de la educación y los sucesivos gobiernos, consistió en el «ascenso» del secretario general de la FENPROF (Federación Nacional de Profesores), Mário Nogueira, al de enemigo público número uno, uno de los desafectos favoritos de la oligarquía dominante. Cada vez que se alertó que la destrucción del estatus de los docentes resultaría en la destrucción de las escuelas públicas, el ejército de comentaristas y periodistas a sueldo lo acusó de «corporativismo» y de preocuparse sólo por los docentes. Nos recuerda a EEUU cuando acusan a otros de hacer, o querer hacer todo lo que ellos ya han hecho, quieren seguir haciéndolo, y quieren ser los únicos capaces de hacerlo. El oportunismo excepcionalista constituye una de las expresiones más odiosas del supremacismo neoliberal norteamericano.
Hoy, tan preocupada por las «capacidades», a Ursula Von Der Leyen incluso se olvida que forma parte de la organización que integró la maldita Troika gubernamental (FMI, BCE y UE), tras la crisis de 2008, introducida en Portugal de la mano de un gobierno del Partido Socialista (sólo de nombre, puesto que es un partido social liberal) seguida a todo vapor por un gobierno del Partido Socialdemócrata (sólo de nombre, por tratarse de un neoliberal puro y duro), en coalición con el Partido Centro Socialdemócrata (sólo de nombre, puesto que es el partido de la oligarquía más reaccionaria y nostálgica del fascismo), quienes prometieron «ir más allá de la Troika», produciendo una especie de shock neoliberal al estilo chileno o argentino. Todo ello con el visto bueno de Durão Barroso, entonces presidente de la Comisión Europea.
Fue durante este período que se produjo una abrupta desinversión en el gasto público en educación. Decir que este escenario sigue el modelo de lo que ocurrió en EEUU y Reino Unido sería redundante. Sería ignorar qué factores políticos causaron tal situación y de dónde fueron importados.
Pero si hay algo que este estudio, como todos los expedientes de este tipo nunca hacen, es establecer la conexión entre estos desastrosos resultados, en términos de políticas públicas, y las teorías económicas que Occidente exporta y quiere imponerle al mundo a través del FMI, el Banco Mundial y el BCE. No es de extrañar que muchos consideren lo ocurrido en Kazán la semana pasada como un acontecimiento histórico. Después de todo, si hay algo común a todos estos países es el intento de afirmar su soberanía económica, política y social, rechazando el «paraíso» liberal (o neoliberal) idealizado por Fukuyama.
Por las razones expuestas, observar las conclusiones de este estudio es como sufrir un déjà-vu, y revivir en una mínima fracción temporal todas las horas, días y años de acalorados combates políticos, por parte de todos los que —como yo— se opusieron (y se oponen) con vehemencia al neoliberalismo, al consenso de Washington y a la charlatanería que, disfrazada de discurso tecnocrático, supuestamente pragmático, pero despojada de cientificidad, no pretende más que desviar enormes cantidades de recursos —producidos por los trabajadores— a la oligarquía dominante, con resultados perjudiciales para la propia normalidad democrática, hoy amenazada por el regreso del fascismo y el nazismo.
Entonces en 2015, señala el informe, un grupo de investigadores (Padhy et al., 2015) concluyó que la probabilidad de elegir una profesión «aumenta con la percepción de que sea una carrera agradable, en un buen ambiente laboral, con colegas que colaboran y con quienes se establecen buenas relaciones profesionales, y que exista la garantía de un empleo con contratos de larga duración».
Además, «más recientemente, un amplio estudio realizado en varios países (BCG, 2023) identificó las características más valoradas en un puesto de trabajo: empleo estable, con buen equilibrio entre vida personal y laboral; un horario de trabajo fijo que no se extienda a los fines de semana; un salario compatible con las cualificaciones y la posibilidad de desarrollo profesional; con oportunidad para negociar condiciones adaptadas a la situación individual, incluida la adecuación de horarios de trabajo, períodos de vacaciones y planes jubilatorios».
Ante tales conclusiones no podemos evitar algo de humor: ¿quién hubiera pensado que la gente, los trabajadores, quieren estabilidad, salarios adecuados, jornadas fijas y no demasiado largas, progresión profesional y capacidad de negociación, vacaciones y buenos planes de jubilación? Me pregunto cuántos estudios se necesitan, cuántos miles de millones de euros habrá que gastar, cuántos think tank de multimillonarios habrá que fundar para llegar a tal «brillante» conclusión. Ya se refiera a los docentes o a todos los trabajadores en general.
Cabe preguntarse dónde encajan las políticas de desregulación del mercado laboral, destrucción de la negociación colectiva, respaldo al trabajo precario y a la jornada laboral flexible. ¿Dónde encajan entonces las propuestas para «contener los costos del trabajo» y «promover la movilidad laboral», que morbosa y repetidamente leemos en los compendios normativos de la UE, la Reserva Federal, el BCE o el FMI?
En una era en la que Occidente y, particularmente, Europa, lucha contra graves problemas laborales, una población que envejece y una carrera por los recursos humanos, sólo para reducir salarios; en un momento en el que se desarrollan instrumentos como la Inteligencia Artificial y es posible producir en mayor cantidad, con mejor calidad, en mucho menos tiempo y consumiendo aún menos recursos; en esta época, en la que tanto se habla de la cuarta revolución industrial, la automatización y la digitalización, pocos, muy pocos, sostienen que toda esta innovación, este aumento brutal de la productividad, a los que se suman los subsidios estatales y las desgravaciones fiscales para la oligarquía dominante, pero se cercenan los servicios públicos; todos estos factores resultantes, en sí mismos frutos del trabajo, debieran reproducirse en pos de la mejora de las condiciones de existencia de quienes le dieron vida a tales recursos.
En cambio, las mismas voces que silencian la conferencia de Kazán, que ocultan la debacle del régimen de Kiev, que nos dicen que la Federación Rusa y ese «malvado» Vladímir Putin quieren conquistar toda Europa; las mismas voces que silencian, consienten y son cómplices del genocidio palestino; son las mismas voces que, a pesar de toda la evidencia empírica y científica, siguen considerando que la solución pasa por intensificar aún más las medidas que repetidamente han fallado.
Sin embargo, hay que elogiar que el estudio EDULOG al menos diga que los gobiernos deberían evitar hacer lo que han hecho en todos los ámbitos: «Reducir (y desregular) las calificaciones de los docentes; ampliar su horario laboral; aumentar el número de alumnos por clase».
Mientras que, a los docentes (podría serlo para cualquier otro profesional) los estudios científicos señalan que no se le debe «rebajar» sus cualificaciones de acceso, la Unión Europea, ávida por granjearse mano de obra inmigrante y, aún más ansiosa por ahorrar en integración y cualificación, adopta, en lugar de una agenda de cualificaciones, para la valorización de las profesiones o del trabajo, una «Agenda de Competencias». No creáis que sea algo desdeñable o una mera coincidencia. El objetivo es muy claro. De consuno, se trata de flexibilizar y desregular las cualificaciones y profesiones.
Para eximir a los sistemas nacionales de cualificaciones de la necesidad de invertir en procesos de educación y formación más estructurados y duraderos, pero con una mayor amplitud de conocimientos y capacidades, que resistan durante más tiempo a la obsolescencia y a la desactualización, permitiendo una mayor gama de opciones profesionales, la UE promueve la atomización del sistema de cualificaciones, con vistas a reducir la inversión en la formación estructural de las personas, promoviendo una lógica de formación reducida o en muy poco tiempo, pero sin el apoyo de competencias clave esenciales para el desarrollo personal, social y profesional (alfabetización, aritmética, pensamiento crítico, habilidades digitales…).
Nuevamente, se importan de EEUU cosas como las «microcredenciales», intentando reproducir en el espacio europeo todas las taras educativas y formativas que se observan en la matriz imperial.
Casualmente, el propio estudio EDULOG es el que nos dice que EEUU y Reino Unido no sólo ya sufren gravemente el problema de la falta de docentes, sino que tampoco son capaces de resolverlo.
Cuando recuerdo los años 80-90 y el papel que desempeñaron mis profesores en mi vida, jamás podré olvidar que los docentes fueron un pilar fundamental de nuestro desarrollo individual y social. Nos era absolutamente inconcebible, a mí o a cualquier otro compañero, hablar mal de un profesor de forma gratuita.
La crisis del sistema educativo occidental es, sobre todo, el reflejo de una profunda crisis moral y ética. Las brillantes pero banales conclusiones a las que llega este informe —éste y muchos otros— pecan por morosas y, sobre todo, anacrónicas. La experiencia histórica, el conocimiento científico y los instrumentos analíticos permitieron, tanto en 1989 (año en que se celebró el Consenso de Washington), como hoy, comprobar cuán equivocadas eran aquellas propuestas políticas. No faltaron advertencias, críticas y análisis fundamentados sobre las intenciones reales y las falacias creadas para distorsionar la realidad y justificar el movimiento ilusorio. Todos fueron y son ninguneados, cuando no perseguidos y condenados al ostracismo.
En el mejor de los casos, hacen lo que hace este estudio: nunca relacionan las causas y sus conclusiones con la experiencia política. Hacerlo, dicen, sería «ideologizar»; no hacerlo, es «pragmatismo». Y así se justifican y blanquean las candidaturas y las elecciones, aunque sean precarias y democráticamente poco representativas, de todos los que defienden el error y —lo que es más grave aún— su continuidad y profundización.
Décadas de pruebas estadounidenses —de opción múltiple— en las que se le dice al estudiante qué pensar, en lugar de hacerle pensar por sí mismo, de burocratización y mercantilización de la enseñanza, de ataque a las escuelas públicas y de destrucción del estatus individual y colectivo del docente, fueron los vehículos utilizados por el neoliberalismo para lograr lo que el fascismo hizo con el analfabetismo: convencer al pueblo de que sus intereses eran, en realidad, los intereses de la oligarquía que los oprime.
Para lograrlo, se eliminó de los programas de enseñanza el desarrollo y uso de un instrumento cognitivo esencial para cualquier ser humano: el análisis dialéctico, es decir, la capacidad de analizar la realidad en movimiento y como parte de un proceso histórico. Al hacer esto, lograron presentar una versión unívoca y unificadora de la historia, la versión liberal. La historia había llegado a su fin y era importante transmitir este hecho, haciéndonos creer que otra realidad no sólo era imposible, sino que ni siquiera era deseable. Para ello, se demonizaron todas las experiencias que le eran indeseables y peligrosas a la oligarquía. Hoy, cuando vemos el fenómeno BRICS, EEUU lo presenta como una especie de «unión de autocracias». Es un halago, un cumplido dicho por miedo, el temor de quedarse rezagados.
En este mundo neoliberal, para llegar a la cima lo fundamental es saber operar, pero no pensar. Stoltenberg no pudo responder a la pregunta de cuántas invasiones había llevado a cabo China en los últimos 40 años, ni cuántas bases tenía en el extranjero. El Ministro de Defensa de Portugal, Nuno Melo, desconocía lo que significaban las siglas OTAN, denominándola Tratado «Atlético» del Norte; Von Der Leyen ha creído que Rusia le quita los semiconductores a las lavadoras…
En un mundo donde la oligarquía gobernante considera que el conocimiento es perjudicial y peligroso, no sorprende que haya escasez de profesores. No es de extrañar que su imagen haya sido degradada y destruida, alejando a los jóvenes de esta profesión.
No sorprende que Occidente sea el mundo del populismo, de las fake news, de la post-verdad, de las revoluciones de color, de las victorias electorales impugnadas, de los golpes judiciales y de la alternancia sin cambios. En este marco, el docente se convierte en un personaje, no sólo redundante, sino no deseado. El maestro de escuela pública, que planifica y organiza a sus alumnos en clases, que transmite, piensa y hace pensar, es persona non grata.
En un sistema que promueve el individualismo y el narcisismo, en el que los héroes son aquellos que se enriquecen a expensas de multimillonarios contratos públicos, el profesor constituye, a pesar de todas las limitaciones, un vínculo social inestimable, todavía representativo de nuestra conexión social, y puede otorgarnos cohesión y un sentido de unidad.
En este sentido, la destrucción de su imagen, de su estatus, es una consecuencia inevitable de la aceleración e intensificación del proceso neoliberal, un sistema que vive precisamente del aislamiento, la soledad y la desconexión social. El maestro, como vínculo entre los seres de una comunidad, está aplastado por un sistema que sueña con vernos aprender solos, conectados a una pantalla y comunicándonos sólo el tiempo estrictamente necesario y sin conexión emocional real.
Como todo fascismo, también el neoliberalismo odia lo comunitario, a nuestro ser social y colectivo, a la civilización que constituye la existencia colectiva. «En 2018, más de la mitad de los países de la UE acusaban una escasez significativa de profesores». La violencia y el sentimiento de desintegración social que vemos en Occidente tienen mucho que ver con esta aniquilación del estatus del docente.
No es posible vivir en una sociedad civilizada, que valore el conocimiento y la sabiduría y, al mismo tiempo, promueva el neoliberalismo, el imperialismo y la hegemonía. Su supervivencia depende de la destrucción del sistema educativo público y de sus componentes fundamentales: la clase, el grupo, la escuela y el vínculo que conecta todo ello, el maestro.
Por ende, al neoliberalismo les es imperativo «asesinar» a la figura del maestro, para perfeccionar su dominio y llegar hasta el alumno. ¡Esto es lo que se esconde detrás de la destrucción de las escuelas públicas! A fin de cuentas, basta presentarlo como una consecuencia ineludible, prometer actuar y dejar que todo siga como está. «Democráticamente» inmóvil, en constante degradación hasta su colapso final.
Con la destrucción del maestro, el Occidente neoliberal destruye algo aún más importante: ¡nuestra propia conciencia individual y colectiva!
El individualismo extremo consiste en la más absoluta inconsciencia.