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Eduardo Vasco
May 29, 2024
© Photo: Public domain

El bloqueo estadounidense impide a Cuba importar los materiales necesarios para imprimir libros.

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“Cuando te enfrentes a circunstancias complicadas o adversidades, nunca entres en pánico ni te dejes dominar por el miedo”, se lee en la revista que José Daniel, de 11 años, sostiene en sus manos. Escrito por el reverendo Chris Oyakhilome, presidente de Love World Inc., la publicación Rapsodia de Realidades, de septiembre de 2021, ya ha sido distribuida “en 242 naciones y territorios, y en más de 3.000 idiomas y dialectos”.

El niño asiste a la Iglesia Evangélica con su familia en La Habana. A su lado, en la fila del restaurante estatal Al Prado y Neptuno, su hermano, Samuel David, habla con su padre, Hanry. Mientras que a José Daniel le gusta el béisbol, Samuel David juega al fútbol en el equipo del Cerro, habiendo sido dos veces campeón provincial sub-13. Quiere seguir los pasos de su padre, quien alcanzó el tercer puesto en el campeonato nacional en 1998 con el equipo Habana Vieja. Lateral derecho, su gran ídolo fue el brasileño Cafu. Pero tuvo que retirarse anticipadamente debido a una lesión. Hoy es entrenador provincial del equipo de su iglesia.

Según Hanry, hay muchos evangélicos en Cuba. En el centro de La Habana también funcionan normalmente iglesias católicas y lugares para ceremonias africanas. También hay una mezquita y una iglesia ortodoxa rusa. José Daniel deja su timidez a un lado y entrega tres ejemplares de la revista a otras personas en la fila antes de entrar al restaurante. La gente mira al niño con asombro. Son las primeras hojas de papel que ven en mucho tiempo.

Una empleada de una consulta de oftalmología busca desesperadamente una tienda que venda libretas para usar en su trabajo. No hay. Simplemente no hay papelerías. Tampoco hay un solo estante lleno de libros en las librerías habaneras. Al contrario: muchos están completamente vacíos. Los empleados extendieron los libros en la mayoría de los estantes para que pareciera que llenaban el vacío.

En la librería Alma Mater, un empleado dice que los establecimientos ya no reciben libros porque simplemente ya no se imprimen.

─ Si te fijas, verás que hay libros amarillentos ─ dice.

La mayor editorial de Cuba, Casa Editora Abril, vinculada a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), publicó 100 títulos en 2021 y sólo 42 en 2022 (una reducción del 58%).

─ Hace un año, nuestra editorial sólo tenía seis mil pesos cubanos en efectivo (el equivalente a 33 dólares) ─, dice su director, Adonis Subit Lamí. ─ Estuvo a punto de romperse.

Abril también publica seis revistas dirigidas a niños y jóvenes. Estuvieron tres años sin poder imprimirse y ahora lo están nuevamente. Sin embargo, esto requiere 403 toneladas de papel al año y el editor sólo puede obtener 100 toneladas para publicar las revistas. La producción de papel en Cuba hoy es prácticamente inexistente. En 2016, el Anuario de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) indicó que se habían producido 31.300 toneladas de papel y productos derivados. Esto representa apenas el 9,5% de lo que el país produjo en 1989, cuando los efectos del bloqueo aún estaban mitigados por la existencia de la Unión Soviética y sus socios de Europa del Este. Con el colapso de otros estados obreros, Cuba quedó aislada.

Encargada de cubrir toda la demanda del país y sustituir importaciones, la Empresa de Productos Sanitarios (Prosa), ubicada en la provincia de Matanzas, adolece de falta de materias primas y escasez de papel higiénico. Produce servilletas, toallas de papel y papel higiénico entre sus principales productos, pero en 2022 fabricó sólo 16 millones de rollos de papel sanitario, muy por debajo de lo previsto. Falta financiación para importar materias primas, lo que provoca fallos en el flujo de producción e incluso paralizaciones. Sin producción, los salarios de más de 200 trabajadores de la fábrica también se ven afectados. “Estamos casi paralizados”, dice un trabajador al reportaje del diario Granma.

Falta papel en los policlínicos, que son unidades de atención de emergencia y están repartidos por todos los barrios. Falta papel en los restaurantes, tanto estatales como privados. Muchos no proporcionan servilletas de papel, sólo de tela, y los que sí proporcionan papel sólo ofrecen una hoja pequeña y nada más. Leydis, camarera del Café Taberna, un restaurante estatal en el centro de La Habana, dice que antes de la pandemia de Covid-19 esta situación estaba bajo control, pero ahora no hay ni papel higiénico en el baño. Algunas personas que regresan de Cuba recomiendan a sus amigos que van allí que lleven consigo un rollo de papel higiénico.

Incluso los periódicos tenían una circulación reducida. No se ve vender ningún tipo de periódico en las calles, ni siquiera Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.

─ Soy un fanático de las noticias y hace un año que no leo el periódico─ dice Osiel Balmaseda Cancio, un hombre de 68 años. Dice que Granma tenía 24 páginas, ahora tiene ocho. Y su formato era estándar, hoy es un tabloide (mucho más pequeño). ─ Esto es parte del bloqueo.

Por algún milagro, un turista que se encuentra en las inmediaciones del Museo de la Revolución o del Museo Nacional de Bellas Artes puede recibir la edición del Granma del día anterior de manos de un vendedor ambulante que logró hacerse con algunos ejemplares, Dios sabe cómo. Y a un precio muy superior al peso anunciado en la portada.

─ Hay más libros en las librerías usadas, porque son libros antiguos. Las librerías, como en todo el mundo, venden libros nuevos y, como en Cuba casi no se editan más libros, están vacías – dice Arelys Peña, propietaria de una librería de segunda mano en la calle Obispo, en el centro de La Habana. ─ El bloqueo estadounidense impide a Cuba importar los materiales necesarios para imprimir libros.

Tanto es así que la Editora Abril necesita recurrir a impresoras y equipos de agencias gubernamentales para imprimir los pocos títulos que aún le quedan. También hay que solicitar donaciones de equipos usados a amigos fuera de la isla. Recientemente llegó una donación de un matrimonio suizo solidario con Cuba y otra máquina será recogida en República Dominicana. Abril tiene potencial para producir hasta 300 títulos por año, pero actualmente no puede imprimirlos. Hoy, 100 títulos hacen cola porque no pueden imprimirse.

─ Lo que se imprime tiene una calidad muy dudosa ─ reconoce Lamí. Un número de 2023 de la revista infantil Zunzun parece más bien una reliquia de los años 60, en términos de calidad del papel.

La tasa de alfabetización en Cuba es del 100%. En 1958, cuando aún no había sido derrocada la dictadura de Fulgencio Batista, el 23,6% de los mayores de 10 años eran analfabetos: un millón de analfabetos. Una de las primeras grandes campañas del gobierno revolucionario fue la lucha contra el analfabetismo, llevando a estudiantes y profesores recién graduados a los rincones más recónditos del país. En 1961, el éxito fue tal que Cuba ya era un territorio libre de analfabetismo, hazaña nunca lograda hasta la fecha por países mucho más ricos económicamente y con una cultura más antigua, como Brasil, India, Irán y Egipto.

Para un pueblo culto que ha producido autores de la talla de José Martí, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier, perder el acceso a libros, periódicos y revistas (incluidas las científicas) es una verdadera tortura, un ataque a su riqueza cultural. Más aún cuando un libro en Cuba puede costar siete veces menos que un vaso de jugo de mango.

¿Qué hay detrás de la escasez de papel en Cuba?

El bloqueo estadounidense impide a Cuba importar los materiales necesarios para imprimir libros.

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“Cuando te enfrentes a circunstancias complicadas o adversidades, nunca entres en pánico ni te dejes dominar por el miedo”, se lee en la revista que José Daniel, de 11 años, sostiene en sus manos. Escrito por el reverendo Chris Oyakhilome, presidente de Love World Inc., la publicación Rapsodia de Realidades, de septiembre de 2021, ya ha sido distribuida “en 242 naciones y territorios, y en más de 3.000 idiomas y dialectos”.

El niño asiste a la Iglesia Evangélica con su familia en La Habana. A su lado, en la fila del restaurante estatal Al Prado y Neptuno, su hermano, Samuel David, habla con su padre, Hanry. Mientras que a José Daniel le gusta el béisbol, Samuel David juega al fútbol en el equipo del Cerro, habiendo sido dos veces campeón provincial sub-13. Quiere seguir los pasos de su padre, quien alcanzó el tercer puesto en el campeonato nacional en 1998 con el equipo Habana Vieja. Lateral derecho, su gran ídolo fue el brasileño Cafu. Pero tuvo que retirarse anticipadamente debido a una lesión. Hoy es entrenador provincial del equipo de su iglesia.

Según Hanry, hay muchos evangélicos en Cuba. En el centro de La Habana también funcionan normalmente iglesias católicas y lugares para ceremonias africanas. También hay una mezquita y una iglesia ortodoxa rusa. José Daniel deja su timidez a un lado y entrega tres ejemplares de la revista a otras personas en la fila antes de entrar al restaurante. La gente mira al niño con asombro. Son las primeras hojas de papel que ven en mucho tiempo.

Una empleada de una consulta de oftalmología busca desesperadamente una tienda que venda libretas para usar en su trabajo. No hay. Simplemente no hay papelerías. Tampoco hay un solo estante lleno de libros en las librerías habaneras. Al contrario: muchos están completamente vacíos. Los empleados extendieron los libros en la mayoría de los estantes para que pareciera que llenaban el vacío.

En la librería Alma Mater, un empleado dice que los establecimientos ya no reciben libros porque simplemente ya no se imprimen.

─ Si te fijas, verás que hay libros amarillentos ─ dice.

La mayor editorial de Cuba, Casa Editora Abril, vinculada a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), publicó 100 títulos en 2021 y sólo 42 en 2022 (una reducción del 58%).

─ Hace un año, nuestra editorial sólo tenía seis mil pesos cubanos en efectivo (el equivalente a 33 dólares) ─, dice su director, Adonis Subit Lamí. ─ Estuvo a punto de romperse.

Abril también publica seis revistas dirigidas a niños y jóvenes. Estuvieron tres años sin poder imprimirse y ahora lo están nuevamente. Sin embargo, esto requiere 403 toneladas de papel al año y el editor sólo puede obtener 100 toneladas para publicar las revistas. La producción de papel en Cuba hoy es prácticamente inexistente. En 2016, el Anuario de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) indicó que se habían producido 31.300 toneladas de papel y productos derivados. Esto representa apenas el 9,5% de lo que el país produjo en 1989, cuando los efectos del bloqueo aún estaban mitigados por la existencia de la Unión Soviética y sus socios de Europa del Este. Con el colapso de otros estados obreros, Cuba quedó aislada.

Encargada de cubrir toda la demanda del país y sustituir importaciones, la Empresa de Productos Sanitarios (Prosa), ubicada en la provincia de Matanzas, adolece de falta de materias primas y escasez de papel higiénico. Produce servilletas, toallas de papel y papel higiénico entre sus principales productos, pero en 2022 fabricó sólo 16 millones de rollos de papel sanitario, muy por debajo de lo previsto. Falta financiación para importar materias primas, lo que provoca fallos en el flujo de producción e incluso paralizaciones. Sin producción, los salarios de más de 200 trabajadores de la fábrica también se ven afectados. “Estamos casi paralizados”, dice un trabajador al reportaje del diario Granma.

Falta papel en los policlínicos, que son unidades de atención de emergencia y están repartidos por todos los barrios. Falta papel en los restaurantes, tanto estatales como privados. Muchos no proporcionan servilletas de papel, sólo de tela, y los que sí proporcionan papel sólo ofrecen una hoja pequeña y nada más. Leydis, camarera del Café Taberna, un restaurante estatal en el centro de La Habana, dice que antes de la pandemia de Covid-19 esta situación estaba bajo control, pero ahora no hay ni papel higiénico en el baño. Algunas personas que regresan de Cuba recomiendan a sus amigos que van allí que lleven consigo un rollo de papel higiénico.

Incluso los periódicos tenían una circulación reducida. No se ve vender ningún tipo de periódico en las calles, ni siquiera Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.

─ Soy un fanático de las noticias y hace un año que no leo el periódico─ dice Osiel Balmaseda Cancio, un hombre de 68 años. Dice que Granma tenía 24 páginas, ahora tiene ocho. Y su formato era estándar, hoy es un tabloide (mucho más pequeño). ─ Esto es parte del bloqueo.

Por algún milagro, un turista que se encuentra en las inmediaciones del Museo de la Revolución o del Museo Nacional de Bellas Artes puede recibir la edición del Granma del día anterior de manos de un vendedor ambulante que logró hacerse con algunos ejemplares, Dios sabe cómo. Y a un precio muy superior al peso anunciado en la portada.

─ Hay más libros en las librerías usadas, porque son libros antiguos. Las librerías, como en todo el mundo, venden libros nuevos y, como en Cuba casi no se editan más libros, están vacías – dice Arelys Peña, propietaria de una librería de segunda mano en la calle Obispo, en el centro de La Habana. ─ El bloqueo estadounidense impide a Cuba importar los materiales necesarios para imprimir libros.

Tanto es así que la Editora Abril necesita recurrir a impresoras y equipos de agencias gubernamentales para imprimir los pocos títulos que aún le quedan. También hay que solicitar donaciones de equipos usados a amigos fuera de la isla. Recientemente llegó una donación de un matrimonio suizo solidario con Cuba y otra máquina será recogida en República Dominicana. Abril tiene potencial para producir hasta 300 títulos por año, pero actualmente no puede imprimirlos. Hoy, 100 títulos hacen cola porque no pueden imprimirse.

─ Lo que se imprime tiene una calidad muy dudosa ─ reconoce Lamí. Un número de 2023 de la revista infantil Zunzun parece más bien una reliquia de los años 60, en términos de calidad del papel.

La tasa de alfabetización en Cuba es del 100%. En 1958, cuando aún no había sido derrocada la dictadura de Fulgencio Batista, el 23,6% de los mayores de 10 años eran analfabetos: un millón de analfabetos. Una de las primeras grandes campañas del gobierno revolucionario fue la lucha contra el analfabetismo, llevando a estudiantes y profesores recién graduados a los rincones más recónditos del país. En 1961, el éxito fue tal que Cuba ya era un territorio libre de analfabetismo, hazaña nunca lograda hasta la fecha por países mucho más ricos económicamente y con una cultura más antigua, como Brasil, India, Irán y Egipto.

Para un pueblo culto que ha producido autores de la talla de José Martí, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier, perder el acceso a libros, periódicos y revistas (incluidas las científicas) es una verdadera tortura, un ataque a su riqueza cultural. Más aún cuando un libro en Cuba puede costar siete veces menos que un vaso de jugo de mango.

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“Cuando te enfrentes a circunstancias complicadas o adversidades, nunca entres en pánico ni te dejes dominar por el miedo”, se lee en la revista que José Daniel, de 11 años, sostiene en sus manos. Escrito por el reverendo Chris Oyakhilome, presidente de Love World Inc., la publicación Rapsodia de Realidades, de septiembre de 2021, ya ha sido distribuida “en 242 naciones y territorios, y en más de 3.000 idiomas y dialectos”.

El niño asiste a la Iglesia Evangélica con su familia en La Habana. A su lado, en la fila del restaurante estatal Al Prado y Neptuno, su hermano, Samuel David, habla con su padre, Hanry. Mientras que a José Daniel le gusta el béisbol, Samuel David juega al fútbol en el equipo del Cerro, habiendo sido dos veces campeón provincial sub-13. Quiere seguir los pasos de su padre, quien alcanzó el tercer puesto en el campeonato nacional en 1998 con el equipo Habana Vieja. Lateral derecho, su gran ídolo fue el brasileño Cafu. Pero tuvo que retirarse anticipadamente debido a una lesión. Hoy es entrenador provincial del equipo de su iglesia.

Según Hanry, hay muchos evangélicos en Cuba. En el centro de La Habana también funcionan normalmente iglesias católicas y lugares para ceremonias africanas. También hay una mezquita y una iglesia ortodoxa rusa. José Daniel deja su timidez a un lado y entrega tres ejemplares de la revista a otras personas en la fila antes de entrar al restaurante. La gente mira al niño con asombro. Son las primeras hojas de papel que ven en mucho tiempo.

Una empleada de una consulta de oftalmología busca desesperadamente una tienda que venda libretas para usar en su trabajo. No hay. Simplemente no hay papelerías. Tampoco hay un solo estante lleno de libros en las librerías habaneras. Al contrario: muchos están completamente vacíos. Los empleados extendieron los libros en la mayoría de los estantes para que pareciera que llenaban el vacío.

En la librería Alma Mater, un empleado dice que los establecimientos ya no reciben libros porque simplemente ya no se imprimen.

─ Si te fijas, verás que hay libros amarillentos ─ dice.

La mayor editorial de Cuba, Casa Editora Abril, vinculada a la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), publicó 100 títulos en 2021 y sólo 42 en 2022 (una reducción del 58%).

─ Hace un año, nuestra editorial sólo tenía seis mil pesos cubanos en efectivo (el equivalente a 33 dólares) ─, dice su director, Adonis Subit Lamí. ─ Estuvo a punto de romperse.

Abril también publica seis revistas dirigidas a niños y jóvenes. Estuvieron tres años sin poder imprimirse y ahora lo están nuevamente. Sin embargo, esto requiere 403 toneladas de papel al año y el editor sólo puede obtener 100 toneladas para publicar las revistas. La producción de papel en Cuba hoy es prácticamente inexistente. En 2016, el Anuario de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) indicó que se habían producido 31.300 toneladas de papel y productos derivados. Esto representa apenas el 9,5% de lo que el país produjo en 1989, cuando los efectos del bloqueo aún estaban mitigados por la existencia de la Unión Soviética y sus socios de Europa del Este. Con el colapso de otros estados obreros, Cuba quedó aislada.

Encargada de cubrir toda la demanda del país y sustituir importaciones, la Empresa de Productos Sanitarios (Prosa), ubicada en la provincia de Matanzas, adolece de falta de materias primas y escasez de papel higiénico. Produce servilletas, toallas de papel y papel higiénico entre sus principales productos, pero en 2022 fabricó sólo 16 millones de rollos de papel sanitario, muy por debajo de lo previsto. Falta financiación para importar materias primas, lo que provoca fallos en el flujo de producción e incluso paralizaciones. Sin producción, los salarios de más de 200 trabajadores de la fábrica también se ven afectados. “Estamos casi paralizados”, dice un trabajador al reportaje del diario Granma.

Falta papel en los policlínicos, que son unidades de atención de emergencia y están repartidos por todos los barrios. Falta papel en los restaurantes, tanto estatales como privados. Muchos no proporcionan servilletas de papel, sólo de tela, y los que sí proporcionan papel sólo ofrecen una hoja pequeña y nada más. Leydis, camarera del Café Taberna, un restaurante estatal en el centro de La Habana, dice que antes de la pandemia de Covid-19 esta situación estaba bajo control, pero ahora no hay ni papel higiénico en el baño. Algunas personas que regresan de Cuba recomiendan a sus amigos que van allí que lleven consigo un rollo de papel higiénico.

Incluso los periódicos tenían una circulación reducida. No se ve vender ningún tipo de periódico en las calles, ni siquiera Granma, órgano oficial del Partido Comunista de Cuba.

─ Soy un fanático de las noticias y hace un año que no leo el periódico─ dice Osiel Balmaseda Cancio, un hombre de 68 años. Dice que Granma tenía 24 páginas, ahora tiene ocho. Y su formato era estándar, hoy es un tabloide (mucho más pequeño). ─ Esto es parte del bloqueo.

Por algún milagro, un turista que se encuentra en las inmediaciones del Museo de la Revolución o del Museo Nacional de Bellas Artes puede recibir la edición del Granma del día anterior de manos de un vendedor ambulante que logró hacerse con algunos ejemplares, Dios sabe cómo. Y a un precio muy superior al peso anunciado en la portada.

─ Hay más libros en las librerías usadas, porque son libros antiguos. Las librerías, como en todo el mundo, venden libros nuevos y, como en Cuba casi no se editan más libros, están vacías – dice Arelys Peña, propietaria de una librería de segunda mano en la calle Obispo, en el centro de La Habana. ─ El bloqueo estadounidense impide a Cuba importar los materiales necesarios para imprimir libros.

Tanto es así que la Editora Abril necesita recurrir a impresoras y equipos de agencias gubernamentales para imprimir los pocos títulos que aún le quedan. También hay que solicitar donaciones de equipos usados a amigos fuera de la isla. Recientemente llegó una donación de un matrimonio suizo solidario con Cuba y otra máquina será recogida en República Dominicana. Abril tiene potencial para producir hasta 300 títulos por año, pero actualmente no puede imprimirlos. Hoy, 100 títulos hacen cola porque no pueden imprimirse.

─ Lo que se imprime tiene una calidad muy dudosa ─ reconoce Lamí. Un número de 2023 de la revista infantil Zunzun parece más bien una reliquia de los años 60, en términos de calidad del papel.

La tasa de alfabetización en Cuba es del 100%. En 1958, cuando aún no había sido derrocada la dictadura de Fulgencio Batista, el 23,6% de los mayores de 10 años eran analfabetos: un millón de analfabetos. Una de las primeras grandes campañas del gobierno revolucionario fue la lucha contra el analfabetismo, llevando a estudiantes y profesores recién graduados a los rincones más recónditos del país. En 1961, el éxito fue tal que Cuba ya era un territorio libre de analfabetismo, hazaña nunca lograda hasta la fecha por países mucho más ricos económicamente y con una cultura más antigua, como Brasil, India, Irán y Egipto.

Para un pueblo culto que ha producido autores de la talla de José Martí, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier, perder el acceso a libros, periódicos y revistas (incluidas las científicas) es una verdadera tortura, un ataque a su riqueza cultural. Más aún cuando un libro en Cuba puede costar siete veces menos que un vaso de jugo de mango.

The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

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