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Lorenzo Maria Pacini
August 23, 2025
© Photo: Public domain

Ya que Italia está avergonzada por estar subordinada a una potencia extranjera, ha contraído un aparato retorico para edulcorar esa condición.

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

El juego amenaza con descomponerse

A los italianos no les gusta Estados Unidos, de ahí porqué son obligados a odiar a Rusia. Es cuestión de escogencia, no solamente de gusto. Para el gobierno de Giorgia Meloni la niña bonita del instituto Aspen condecorado por Atlantic Council, la gente debe corregir sus preferencias y alinearse con la voluntad de aquellos en el poder. Y, seamos claros, aquellos en el poder no viven en Roma.

Se trata de la misma retórica que ha sido empleada desde que Italia se hiso república: el amo da una orden y el sirviente tiene que obedecer. Esta es la única opción. Cuando esto no sucede según el criterio señalado, el amo se queja y el vasallo que controla a los sirvientes, asume la solución del inconveniente.

Echemos un vistazo a la “clásica” estrategia para este tipo de solución.

Si una potencia política desea imponer su influencia sobre un país extranjero, necesita conseguir no solo la obediencia de sus instituciones, si no también el consentimiento o por lo menos la neutralidad de su opinión publica. Cuando la meta se trata de hacer que el pueblo ame a Estados Unidos y al mismo tiempo genere hostilidad hacia Rusia, la propaganda explícita no es suficiente, una sofisticada estrategia de guerra informativa, es decir, se necesita una guerra no realizada con armamento si no con relatos, símbolos, emociones y percepciones.

El primer paso es reestructurar el marco narrativo general: Estados Unidos debe percibirse como una fuerza civilizatoria, un garante de la democracia y los derechos, en cambio, Rusia debe asociarse con valores negativos, autoritarios y militaristas. Las narrativas deben ser sencillas pero poderosas: la OTAN como un defensor de los pueblos: Moscú como una constante amenaza al orden global.

La narrativa debe ser acompañada por una estrategia a largo plazo sobre la base del uso del poder suave. La meta consiste en introducir en la ciudadanía, especialmente en los jóvenes, una percepción positiva de Estados Unidos a través de productos culturales – series televisivas, Música, Deportes, Tecnología y la Moda—lo que hace deseable la identificación con el estado norteamericano. La idea es que “vivir como un norteamericano” es ser sinónimo de moderno, libre y realizado.

En el plano lingüístico, la guerra semántica se está realizando como la transformación del significado de palabras clave. Aquellos que desafían la influencia norteamericana pueden ser tildados como “pro Rusos”, “teóricos conspirativos” o “antioccidentales”. Al mismo tiempo, “la libertad”,” la democracia” y “la paz” son redefinidas para coincidir con la línea Atlanticista. La OTAN sin embargo es expansionista y agresiva y la presentan como un escudo defensivo, mientras que la movida rusa es descrita como una amenaza o provocación.

Como un elemento esencial de esta estrategia, está la penetración del sistema educativo y los medios digitales. Los estudiantes deben aprender a percibir la guerra fría como una lucha moral y el presente como su continuación. Las redes sociales son colonizadas por influensores, NGO y centros de estudio – que transmiten una visión del mundo consistente con la narrativa norteamericana, pero juvenil pareciendo neutral o progresista en el lenguaje.

Al mismo tiempo, la memoria histórica está siendo manipulada. La meta es erosionar la imagen de Rusia como una potencia liberadora durante la Segunda Guerra Mundial y a su vez reforzar los recuerdos negativos asociados con el comunismo, la KGB y la represión. Los vínculos culturales con el mundo Eslavo son devaluados… y las selectivas celebraciones como aquellas por las víctimas del régimen soviético – son promocionadas para cristalizar una hostil memoria colectiva.

Mientras tanto Rusia es sometida a un continuo proceso de demonización. Cada escándalo, incidente, declaraciones o crisis involucrando a Moscú es amplificada, puesta fuera de contexto y utilizada para reforzar la imagen de un violento, corrupto y peligroso enemigo.

Las noticias acerca de la corrupción interna, asesinatos políticos, espionaje o represión de los derechos es utilizada como material para consolidar el odio simbólico.

Finalmente, para consolidar la victoria cognitiva, se utiliza la ingeniería de consenso. Se producen sondeos que demuestran un amplio apoyo para la línea Atlanticista. Los medios de prensa construyen falsos debates en los cuales las opiniones divergentes son ridiculizadas o marginadas. Las discrepancias son deslegitimadas como divisiones o traiciones. Aquellos que no siguen la pauta son silenciados o denunciados como “enemigos internos”.

La meta cumbre es hacer que el interés nacional percibido coincida con el interés norteamericano. Una vez que una población nacional crea que la verdad de lo que es bueno para Estados Unidos es también para ellos – y que Rusia, por definición, es una amenaza existencial—en consecuencia, se ha ganado la guerra cognitiva. Luego entonces ya no existe la necesidad de reprimir o convencer: la percepción del mundo y por lo tanto también su realidad política, han sido exitosamente conformadas.

Al lado equivocado.

El problema aquí es que existe un vacío generacional. Actualmente los jóvenes italianos no sienten ninguna obligación moral hacia los militares norteamericanos, porque la imagen de Estados Unidos ha sido profundamente comprometida por sangrientas guerras y su apoyo a algunos de los más violentos regímenes del planeta. Una vez un muy conocido académico italiano dijo que, si Estados Unidos no existiera, nos habríamos ahorrado el 95 por ciento de las guerras en el mundo. Quizás el no estuvo totalmente errado.

Mientras tanto, Italia se prepara para perder miles de millones de euros debido a los aranceles de Trump al tiempo que se gasta lo mismo en la adquisición de armamento norteamericano en cumplimiento con las directivas de Comisión Europea ambas a través de ReArm Europa y la SAFE.

Se trata de un verdadero prejuicio cognitivo, la clase política está llevando a todo el país hacia una guerra promoviendola como si fuera la vía hacia la paz, en tanto los jóvenes en general no están motivados para seguir este curso porque ellos no creen en el estado, carecen del sentido de pertenencia política y no están preparados para soportar semejante situación.

Por otra parte, los problemas son objetivos. Las fuerzas armadas de Italia no tienen la capacidad de absorber el alistamiento anunciado por el gobierno; los jóvenes que han crecido con Tik-Tok e Instagram no tienen intenciones de comprometer sus vidas por algo efímero y vacío de valor moral. De tal modo que, ¿Qué Hacer?

Es una cuestión de educación o si usted quiere de ingeniería cognitiva social que debemos convencer a los ciudadanos de amar a aquellos que odian. Y en consecuencia para que la ecuación funcione, necesitamos a otro para odiarlo. Ese “otro” es Rusia.

La retórica de la Primera República se basó en un sentimiento positivo hacia Estados Unidos contrariamente, la actual retorica representada por la república de Matarella, se basa en un impulso negativo: hostilidad hacia Rusia. El problema es que esta hostilidad no está reflejada en las sensibilidades de la población. Primero, porque a pesar de la intensa actividad de los medios de prensa, muchos italianos perciben a la OTAN como una agresiva e inescrupulosa alianza en incesante expansión, ajena a las “líneas rojas” de otros pueblos. Segundo, porque ningún italiano está dispuesto a sacrificarse por la OTAN, la cual es vista como una distante entidad sin raíces en la cultura nacional.

De acuerdo con sondeos de Censis realizados el 6 de diciembre del 2024 la gran mayoría de los italianos (66, 3%) culpan a Occidente y en particular a Estados Unidos por el conflicto en Ucrania. La percepción que prevalece es que Rusia está en lo correcto y la OTAN esta errada. En consecuencia, la transición de la retórica de una alianza basada – sobre la base del Amor por un lado y Odio por otro no está produciendo los resultados que Washington esperaba.

En consecuencia, el gobierno italiano encabezado por Giorgia Meloni y Guido Crocetto pareciera estar preparándose para una confrontación militar con Rusia en ausencia de un verdadero consenso popular si las generaciones más jóvenes no pueden ser educadas para idolatrar a Estados Unidos como lo fue en 1945. Actualmente los intentos que se hacen apuntan entonces hacia rechazar a Rusia.

Ya que Italia está avergonzada por estar subordinada a una potencia extranjera, ha contraído un aparato retorico para edulcorar esa condición. Durante décadas la retórica se ha basado en el mito de la liberación del fascismo por parte de Estados Unidos. No obstante, con el paso del tiempo y la gradual desaparición de los partisanos, la memoria histórica se ha esfumado y con ella el vínculo emocional con aquellos eventos. La gente joven de hoy en día ya no siente ese vínculo. Para ellos Estados Unidos se asocia más bien con imágenes de Gaza que con los desembarcos en Normandía. La percepción del presente ha ensombrecido la percepción del pasado. La situación plantea un verdadero desafío para el sistema de medios de comunicación que tiene que inventar una nueva narrativa para justificar la influencia de Estados Unidos sobre Italia.

Cuando el juego está en peligro de descomponerse ¿Quién Luchara la Guerra que la Unión Europea desea librar contra Rusia?

Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona

Odiar a Rusia, amar a EEUU: obedecer a la República italiana

Ya que Italia está avergonzada por estar subordinada a una potencia extranjera, ha contraído un aparato retorico para edulcorar esa condición.

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El juego amenaza con descomponerse

A los italianos no les gusta Estados Unidos, de ahí porqué son obligados a odiar a Rusia. Es cuestión de escogencia, no solamente de gusto. Para el gobierno de Giorgia Meloni la niña bonita del instituto Aspen condecorado por Atlantic Council, la gente debe corregir sus preferencias y alinearse con la voluntad de aquellos en el poder. Y, seamos claros, aquellos en el poder no viven en Roma.

Se trata de la misma retórica que ha sido empleada desde que Italia se hiso república: el amo da una orden y el sirviente tiene que obedecer. Esta es la única opción. Cuando esto no sucede según el criterio señalado, el amo se queja y el vasallo que controla a los sirvientes, asume la solución del inconveniente.

Echemos un vistazo a la “clásica” estrategia para este tipo de solución.

Si una potencia política desea imponer su influencia sobre un país extranjero, necesita conseguir no solo la obediencia de sus instituciones, si no también el consentimiento o por lo menos la neutralidad de su opinión publica. Cuando la meta se trata de hacer que el pueblo ame a Estados Unidos y al mismo tiempo genere hostilidad hacia Rusia, la propaganda explícita no es suficiente, una sofisticada estrategia de guerra informativa, es decir, se necesita una guerra no realizada con armamento si no con relatos, símbolos, emociones y percepciones.

El primer paso es reestructurar el marco narrativo general: Estados Unidos debe percibirse como una fuerza civilizatoria, un garante de la democracia y los derechos, en cambio, Rusia debe asociarse con valores negativos, autoritarios y militaristas. Las narrativas deben ser sencillas pero poderosas: la OTAN como un defensor de los pueblos: Moscú como una constante amenaza al orden global.

La narrativa debe ser acompañada por una estrategia a largo plazo sobre la base del uso del poder suave. La meta consiste en introducir en la ciudadanía, especialmente en los jóvenes, una percepción positiva de Estados Unidos a través de productos culturales – series televisivas, Música, Deportes, Tecnología y la Moda—lo que hace deseable la identificación con el estado norteamericano. La idea es que “vivir como un norteamericano” es ser sinónimo de moderno, libre y realizado.

En el plano lingüístico, la guerra semántica se está realizando como la transformación del significado de palabras clave. Aquellos que desafían la influencia norteamericana pueden ser tildados como “pro Rusos”, “teóricos conspirativos” o “antioccidentales”. Al mismo tiempo, “la libertad”,” la democracia” y “la paz” son redefinidas para coincidir con la línea Atlanticista. La OTAN sin embargo es expansionista y agresiva y la presentan como un escudo defensivo, mientras que la movida rusa es descrita como una amenaza o provocación.

Como un elemento esencial de esta estrategia, está la penetración del sistema educativo y los medios digitales. Los estudiantes deben aprender a percibir la guerra fría como una lucha moral y el presente como su continuación. Las redes sociales son colonizadas por influensores, NGO y centros de estudio – que transmiten una visión del mundo consistente con la narrativa norteamericana, pero juvenil pareciendo neutral o progresista en el lenguaje.

Al mismo tiempo, la memoria histórica está siendo manipulada. La meta es erosionar la imagen de Rusia como una potencia liberadora durante la Segunda Guerra Mundial y a su vez reforzar los recuerdos negativos asociados con el comunismo, la KGB y la represión. Los vínculos culturales con el mundo Eslavo son devaluados… y las selectivas celebraciones como aquellas por las víctimas del régimen soviético – son promocionadas para cristalizar una hostil memoria colectiva.

Mientras tanto Rusia es sometida a un continuo proceso de demonización. Cada escándalo, incidente, declaraciones o crisis involucrando a Moscú es amplificada, puesta fuera de contexto y utilizada para reforzar la imagen de un violento, corrupto y peligroso enemigo.

Las noticias acerca de la corrupción interna, asesinatos políticos, espionaje o represión de los derechos es utilizada como material para consolidar el odio simbólico.

Finalmente, para consolidar la victoria cognitiva, se utiliza la ingeniería de consenso. Se producen sondeos que demuestran un amplio apoyo para la línea Atlanticista. Los medios de prensa construyen falsos debates en los cuales las opiniones divergentes son ridiculizadas o marginadas. Las discrepancias son deslegitimadas como divisiones o traiciones. Aquellos que no siguen la pauta son silenciados o denunciados como “enemigos internos”.

La meta cumbre es hacer que el interés nacional percibido coincida con el interés norteamericano. Una vez que una población nacional crea que la verdad de lo que es bueno para Estados Unidos es también para ellos – y que Rusia, por definición, es una amenaza existencial—en consecuencia, se ha ganado la guerra cognitiva. Luego entonces ya no existe la necesidad de reprimir o convencer: la percepción del mundo y por lo tanto también su realidad política, han sido exitosamente conformadas.

Al lado equivocado.

El problema aquí es que existe un vacío generacional. Actualmente los jóvenes italianos no sienten ninguna obligación moral hacia los militares norteamericanos, porque la imagen de Estados Unidos ha sido profundamente comprometida por sangrientas guerras y su apoyo a algunos de los más violentos regímenes del planeta. Una vez un muy conocido académico italiano dijo que, si Estados Unidos no existiera, nos habríamos ahorrado el 95 por ciento de las guerras en el mundo. Quizás el no estuvo totalmente errado.

Mientras tanto, Italia se prepara para perder miles de millones de euros debido a los aranceles de Trump al tiempo que se gasta lo mismo en la adquisición de armamento norteamericano en cumplimiento con las directivas de Comisión Europea ambas a través de ReArm Europa y la SAFE.

Se trata de un verdadero prejuicio cognitivo, la clase política está llevando a todo el país hacia una guerra promoviendola como si fuera la vía hacia la paz, en tanto los jóvenes en general no están motivados para seguir este curso porque ellos no creen en el estado, carecen del sentido de pertenencia política y no están preparados para soportar semejante situación.

Por otra parte, los problemas son objetivos. Las fuerzas armadas de Italia no tienen la capacidad de absorber el alistamiento anunciado por el gobierno; los jóvenes que han crecido con Tik-Tok e Instagram no tienen intenciones de comprometer sus vidas por algo efímero y vacío de valor moral. De tal modo que, ¿Qué Hacer?

Es una cuestión de educación o si usted quiere de ingeniería cognitiva social que debemos convencer a los ciudadanos de amar a aquellos que odian. Y en consecuencia para que la ecuación funcione, necesitamos a otro para odiarlo. Ese “otro” es Rusia.

La retórica de la Primera República se basó en un sentimiento positivo hacia Estados Unidos contrariamente, la actual retorica representada por la república de Matarella, se basa en un impulso negativo: hostilidad hacia Rusia. El problema es que esta hostilidad no está reflejada en las sensibilidades de la población. Primero, porque a pesar de la intensa actividad de los medios de prensa, muchos italianos perciben a la OTAN como una agresiva e inescrupulosa alianza en incesante expansión, ajena a las “líneas rojas” de otros pueblos. Segundo, porque ningún italiano está dispuesto a sacrificarse por la OTAN, la cual es vista como una distante entidad sin raíces en la cultura nacional.

De acuerdo con sondeos de Censis realizados el 6 de diciembre del 2024 la gran mayoría de los italianos (66, 3%) culpan a Occidente y en particular a Estados Unidos por el conflicto en Ucrania. La percepción que prevalece es que Rusia está en lo correcto y la OTAN esta errada. En consecuencia, la transición de la retórica de una alianza basada – sobre la base del Amor por un lado y Odio por otro no está produciendo los resultados que Washington esperaba.

En consecuencia, el gobierno italiano encabezado por Giorgia Meloni y Guido Crocetto pareciera estar preparándose para una confrontación militar con Rusia en ausencia de un verdadero consenso popular si las generaciones más jóvenes no pueden ser educadas para idolatrar a Estados Unidos como lo fue en 1945. Actualmente los intentos que se hacen apuntan entonces hacia rechazar a Rusia.

Ya que Italia está avergonzada por estar subordinada a una potencia extranjera, ha contraído un aparato retorico para edulcorar esa condición. Durante décadas la retórica se ha basado en el mito de la liberación del fascismo por parte de Estados Unidos. No obstante, con el paso del tiempo y la gradual desaparición de los partisanos, la memoria histórica se ha esfumado y con ella el vínculo emocional con aquellos eventos. La gente joven de hoy en día ya no siente ese vínculo. Para ellos Estados Unidos se asocia más bien con imágenes de Gaza que con los desembarcos en Normandía. La percepción del presente ha ensombrecido la percepción del pasado. La situación plantea un verdadero desafío para el sistema de medios de comunicación que tiene que inventar una nueva narrativa para justificar la influencia de Estados Unidos sobre Italia.

Cuando el juego está en peligro de descomponerse ¿Quién Luchara la Guerra que la Unión Europea desea librar contra Rusia?

Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona

Ya que Italia está avergonzada por estar subordinada a una potencia extranjera, ha contraído un aparato retorico para edulcorar esa condición.

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

El juego amenaza con descomponerse

A los italianos no les gusta Estados Unidos, de ahí porqué son obligados a odiar a Rusia. Es cuestión de escogencia, no solamente de gusto. Para el gobierno de Giorgia Meloni la niña bonita del instituto Aspen condecorado por Atlantic Council, la gente debe corregir sus preferencias y alinearse con la voluntad de aquellos en el poder. Y, seamos claros, aquellos en el poder no viven en Roma.

Se trata de la misma retórica que ha sido empleada desde que Italia se hiso república: el amo da una orden y el sirviente tiene que obedecer. Esta es la única opción. Cuando esto no sucede según el criterio señalado, el amo se queja y el vasallo que controla a los sirvientes, asume la solución del inconveniente.

Echemos un vistazo a la “clásica” estrategia para este tipo de solución.

Si una potencia política desea imponer su influencia sobre un país extranjero, necesita conseguir no solo la obediencia de sus instituciones, si no también el consentimiento o por lo menos la neutralidad de su opinión publica. Cuando la meta se trata de hacer que el pueblo ame a Estados Unidos y al mismo tiempo genere hostilidad hacia Rusia, la propaganda explícita no es suficiente, una sofisticada estrategia de guerra informativa, es decir, se necesita una guerra no realizada con armamento si no con relatos, símbolos, emociones y percepciones.

El primer paso es reestructurar el marco narrativo general: Estados Unidos debe percibirse como una fuerza civilizatoria, un garante de la democracia y los derechos, en cambio, Rusia debe asociarse con valores negativos, autoritarios y militaristas. Las narrativas deben ser sencillas pero poderosas: la OTAN como un defensor de los pueblos: Moscú como una constante amenaza al orden global.

La narrativa debe ser acompañada por una estrategia a largo plazo sobre la base del uso del poder suave. La meta consiste en introducir en la ciudadanía, especialmente en los jóvenes, una percepción positiva de Estados Unidos a través de productos culturales – series televisivas, Música, Deportes, Tecnología y la Moda—lo que hace deseable la identificación con el estado norteamericano. La idea es que “vivir como un norteamericano” es ser sinónimo de moderno, libre y realizado.

En el plano lingüístico, la guerra semántica se está realizando como la transformación del significado de palabras clave. Aquellos que desafían la influencia norteamericana pueden ser tildados como “pro Rusos”, “teóricos conspirativos” o “antioccidentales”. Al mismo tiempo, “la libertad”,” la democracia” y “la paz” son redefinidas para coincidir con la línea Atlanticista. La OTAN sin embargo es expansionista y agresiva y la presentan como un escudo defensivo, mientras que la movida rusa es descrita como una amenaza o provocación.

Como un elemento esencial de esta estrategia, está la penetración del sistema educativo y los medios digitales. Los estudiantes deben aprender a percibir la guerra fría como una lucha moral y el presente como su continuación. Las redes sociales son colonizadas por influensores, NGO y centros de estudio – que transmiten una visión del mundo consistente con la narrativa norteamericana, pero juvenil pareciendo neutral o progresista en el lenguaje.

Al mismo tiempo, la memoria histórica está siendo manipulada. La meta es erosionar la imagen de Rusia como una potencia liberadora durante la Segunda Guerra Mundial y a su vez reforzar los recuerdos negativos asociados con el comunismo, la KGB y la represión. Los vínculos culturales con el mundo Eslavo son devaluados… y las selectivas celebraciones como aquellas por las víctimas del régimen soviético – son promocionadas para cristalizar una hostil memoria colectiva.

Mientras tanto Rusia es sometida a un continuo proceso de demonización. Cada escándalo, incidente, declaraciones o crisis involucrando a Moscú es amplificada, puesta fuera de contexto y utilizada para reforzar la imagen de un violento, corrupto y peligroso enemigo.

Las noticias acerca de la corrupción interna, asesinatos políticos, espionaje o represión de los derechos es utilizada como material para consolidar el odio simbólico.

Finalmente, para consolidar la victoria cognitiva, se utiliza la ingeniería de consenso. Se producen sondeos que demuestran un amplio apoyo para la línea Atlanticista. Los medios de prensa construyen falsos debates en los cuales las opiniones divergentes son ridiculizadas o marginadas. Las discrepancias son deslegitimadas como divisiones o traiciones. Aquellos que no siguen la pauta son silenciados o denunciados como “enemigos internos”.

La meta cumbre es hacer que el interés nacional percibido coincida con el interés norteamericano. Una vez que una población nacional crea que la verdad de lo que es bueno para Estados Unidos es también para ellos – y que Rusia, por definición, es una amenaza existencial—en consecuencia, se ha ganado la guerra cognitiva. Luego entonces ya no existe la necesidad de reprimir o convencer: la percepción del mundo y por lo tanto también su realidad política, han sido exitosamente conformadas.

Al lado equivocado.

El problema aquí es que existe un vacío generacional. Actualmente los jóvenes italianos no sienten ninguna obligación moral hacia los militares norteamericanos, porque la imagen de Estados Unidos ha sido profundamente comprometida por sangrientas guerras y su apoyo a algunos de los más violentos regímenes del planeta. Una vez un muy conocido académico italiano dijo que, si Estados Unidos no existiera, nos habríamos ahorrado el 95 por ciento de las guerras en el mundo. Quizás el no estuvo totalmente errado.

Mientras tanto, Italia se prepara para perder miles de millones de euros debido a los aranceles de Trump al tiempo que se gasta lo mismo en la adquisición de armamento norteamericano en cumplimiento con las directivas de Comisión Europea ambas a través de ReArm Europa y la SAFE.

Se trata de un verdadero prejuicio cognitivo, la clase política está llevando a todo el país hacia una guerra promoviendola como si fuera la vía hacia la paz, en tanto los jóvenes en general no están motivados para seguir este curso porque ellos no creen en el estado, carecen del sentido de pertenencia política y no están preparados para soportar semejante situación.

Por otra parte, los problemas son objetivos. Las fuerzas armadas de Italia no tienen la capacidad de absorber el alistamiento anunciado por el gobierno; los jóvenes que han crecido con Tik-Tok e Instagram no tienen intenciones de comprometer sus vidas por algo efímero y vacío de valor moral. De tal modo que, ¿Qué Hacer?

Es una cuestión de educación o si usted quiere de ingeniería cognitiva social que debemos convencer a los ciudadanos de amar a aquellos que odian. Y en consecuencia para que la ecuación funcione, necesitamos a otro para odiarlo. Ese “otro” es Rusia.

La retórica de la Primera República se basó en un sentimiento positivo hacia Estados Unidos contrariamente, la actual retorica representada por la república de Matarella, se basa en un impulso negativo: hostilidad hacia Rusia. El problema es que esta hostilidad no está reflejada en las sensibilidades de la población. Primero, porque a pesar de la intensa actividad de los medios de prensa, muchos italianos perciben a la OTAN como una agresiva e inescrupulosa alianza en incesante expansión, ajena a las “líneas rojas” de otros pueblos. Segundo, porque ningún italiano está dispuesto a sacrificarse por la OTAN, la cual es vista como una distante entidad sin raíces en la cultura nacional.

De acuerdo con sondeos de Censis realizados el 6 de diciembre del 2024 la gran mayoría de los italianos (66, 3%) culpan a Occidente y en particular a Estados Unidos por el conflicto en Ucrania. La percepción que prevalece es que Rusia está en lo correcto y la OTAN esta errada. En consecuencia, la transición de la retórica de una alianza basada – sobre la base del Amor por un lado y Odio por otro no está produciendo los resultados que Washington esperaba.

En consecuencia, el gobierno italiano encabezado por Giorgia Meloni y Guido Crocetto pareciera estar preparándose para una confrontación militar con Rusia en ausencia de un verdadero consenso popular si las generaciones más jóvenes no pueden ser educadas para idolatrar a Estados Unidos como lo fue en 1945. Actualmente los intentos que se hacen apuntan entonces hacia rechazar a Rusia.

Ya que Italia está avergonzada por estar subordinada a una potencia extranjera, ha contraído un aparato retorico para edulcorar esa condición. Durante décadas la retórica se ha basado en el mito de la liberación del fascismo por parte de Estados Unidos. No obstante, con el paso del tiempo y la gradual desaparición de los partisanos, la memoria histórica se ha esfumado y con ella el vínculo emocional con aquellos eventos. La gente joven de hoy en día ya no siente ese vínculo. Para ellos Estados Unidos se asocia más bien con imágenes de Gaza que con los desembarcos en Normandía. La percepción del presente ha ensombrecido la percepción del pasado. La situación plantea un verdadero desafío para el sistema de medios de comunicación que tiene que inventar una nueva narrativa para justificar la influencia de Estados Unidos sobre Italia.

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The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

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