Español
Eduardo Vasco
May 18, 2025
© Photo: Public domain

El régimen neoliberal —transición de la democracia parlamentaria hacia el fascismo puro y simple— se ha agotado.

Únete a nosotros en Telegram Twitter  VK .

Escríbenos: info@strategic-culture.su

La situación internacional ha pasado por un drástico cambio cualitativo, en particular desde la elección de Donald Trump en Estados Unidos. El régimen neoliberal —transición de la democracia parlamentaria hacia el fascismo puro y simple— se ha agotado. El capitalismo ya no logra encontrar ninguna vía de escape que le permita un mínimo desarrollo real. La alternativa de la burguesía imperialista, por lo tanto, es el proteccionismo, la industrialización a través del rearme y, finalmente, la guerra mundial. Esta política solo puede implementarse de manera rigurosa y sistemática por la vía fascista. No se trata de una elección, sino del resultado natural del derrumbe del sistema capitalista. En EE.UU. y en importantes países europeos (Italia, Países Bajos, Austria, Hungría, etc.), la extrema derecha ya ha llegado al poder, y en otros (Francia, Alemania, Portugal) es solo cuestión de tiempo.

Está claro que este escenario afecta a Brasil. La burguesía imperialista necesita intensificar la explotación de las semicolonias y, para ello, requiere establecer un control político riguroso sobre ellas. Como escribí en febrero, el ajuste fiscal de finales del año fue la gota que colmó el vaso para toda la burguesía brasileña e internacional. Aquellos sectores que creían tener un control pleno sobre el gobierno de Lula se unieron a los que sabían desde el primer momento que eso no era posible. Se forma así un frente único de las diversas capas de la burguesía por un cambio de régimen en Brasil, por el derrocamiento de Lula y del PT.

La burguesía tiene muchas armas para controlar un gobierno, incluso si este no es su gobierno. Aún durante la campaña electoral, la imposición de alianzas con sectores supuestamente democráticos lleva necesariamente a la incorporación de estos sectores a las estructuras del gobierno electo. La integración de un sector de la izquierda fabricado por entidades imperialistas, que sirven más a estas que a las bases populares. Ya en funciones, la dependencia del Congreso Nacional, al que se le debe entregar buena parte del funcionamiento del gobierno para evitar que deje de operar. El ala de la burguesía representada por la oposición contundente de la extrema derecha. Lógicamente, también los instrumentos económicos tradicionales como la deuda pública, los intereses, el Banco Central “autónomo” (del gobierno, no de los banqueros) y los propios pilares de la economía capitalista.

En este tercer gobierno de Lula, hubo una innovación. En sus primeros días, un sector de la burguesía utilizó al otro el 8 de enero para colocar una bola de hierro en el tobillo del gobierno, obligándolo a cargarla por el resto del mandato, minando sus posibilidades de aplicar una política independiente. Al final, debilitándolo y fortaleciéndose (en todos sus aspectos: legislativo, judicial, policial). La trampa fue tan bien montada que no solo Lula y el PT cayeron en ella, sino toda la izquierda nacional.

Nada de esto fue suficiente para corregir el rumbo del gobierno, desde la perspectiva de la burguesía. La ofensiva que venía gestándose cobró impulso tras la frustración del pequeño paquete de gastos. Esto coincidió con el inicio del segundo y último período del actual mandato, ese en el que las fuerzas políticas se preparan con mayor intensidad para las próximas elecciones. No debemos engañarnos ni por un instante: el escándalo del INSS no trata sobre corrupción o compasión hacia los ancianos. Es solo otra palanca para fortalecer la iniciativa golpista de la burguesía. Nuevamente, comienzan a aparecer encuestas de opinión en las que la popularidad de Lula cae en picada. A través de la propaganda de la oposición, estas encuestas afectan a las bases electorales; por la repercusión en la prensa, afectan sobre todo al residuo de la élite política y económica que aún se identificaba mínimamente con el gobierno, y que ahora se retira gradualmente y a una velocidad creciente, temerosa de quedar excluida del futuro club de los vencedores.

Tal descomposición del gobierno, representada por la salida del PDT y por el sabotaje e inminente desbande de União, Republicanos, PP e incluso PSD y MDB, se ve facilitada por la creciente probabilidad de inviabilidad de una candidatura bolsonarista competitiva. Si se elimina la posibilidad de victoria de la extrema derecha más radical, aquellos que apoyaron puntualmente a Lula en 2022 se liberarán de ese peso en 2026. Pero que no haya ilusiones: la propia Simone Tebet (MDB), ministra de Lula, reveló que será necesario un verdadero ajuste fiscal (no el que hizo Lula) en 2027. Los elogios de Tarcísio de Freitas, en el Banco Safra, a Javier Milei, son sintomáticos: no importa quién sea el candidato de la burguesía y del imperialismo contra Lula, será apoyado para aplicar la misma política exterminadora que el presidente de Argentina viene aplicando en su país, bendecido por el dios mercado. Milei (al igual que Zelensky y Netanyahu) es la prueba de que la preparación del fascismo no es incompatible —por el contrario, corresponde perfectamente— con discursos y propaganda sobre la libertad económica, ya que esa libertad, en todos los países en cuestión, incluido Brasil, es la de la explotación intensiva por parte de las potencias imperialistas en camino hacia el régimen fascista.

Aunque, en la primera vuelta, los partidos de la burguesía compitan entre sí —al fin y al cabo, algunos sectores aún prefieren a un Eduardo Leite que a un Tarcísio— y utilicen a un Ciro Gomes para restar votos a la izquierda, en una segunda vuelta la tendencia será que se unan para derrotar a Lula, tal como lo declaró Kassab.

El presidente de la República parece estar captando el sentido de toda esta trama y da señales de un posible intento de reacción. En el ámbito interno, no está seguro de ceder aún más posiciones al centrão, al tiempo que esboza medidas económicas “populistas” y “electoreras”, según el lenguaje de la prensa golpista. Pero es especialmente en el ámbito externo donde Lula busca apoyo. Su participación en el Día de la Victoria es el gesto de mayor afrenta al imperialismo en toda la historia de la política exterior brasileña. Ni la negativa de Vargas a enviar soldados a Corea para servir de carne de cañón de EE.UU., ni la condecoración ofrecida por Jânio Quadros a Che Guevara, ni la visita de Jango a la China maoísta se comparan con el valiente y excepcional prestigio dado por Lula a Putin, el demonio pintado por Occidente, responsable del mayor enfrentamiento con el imperialismo desde la Segunda Guerra Mundial. Esta acción de Lula es imperdonable. Si Vargas cayó algunos años después, por obra de “fuerzas ocultas”; si también fueron “fuerzas ocultas” las que llevaron a la renuncia de Jânio Quadros; si esas mismas “fuerzas ocultas” finalmente se revelaron al deponer a Jango; ¿por qué dudaríamos de que el imperialismo quiere derrocar a Lula?

La reacción de la prensa burguesa —la misma que elogia a Milei y viene minando al gobierno, la misma que derribó a todos los presidentes mencionados arriba— ante la “infamia” (en palabras de O Estado de S. Paulo) de Lula habla por sí sola. Esta prensa, y las capas políticas y económicas de la burguesía que representa, está formando un frente único con la extrema derecha —incluida la bolsonarista— en su ofensiva contra el gobierno de Lula. La profundización de la crisis del sistema económico mundial y de la polarización política ha llevado a sectores cada vez mayores de la burguesía a apoyar una solución drástica para las crisis internas de sus respectivos países. En el caso de Brasil, esto pasa por el derrocamiento del gobierno del PT y la ascensión de un gobierno violento y vasallo del capital imperialista. Sin embargo, a medida que la respuesta de la burguesía internacional a la crisis económica neoliberal es la industrialización —aunque sea por la vía armamentista—, esa misma política industrial, paradójicamente, favorecerá la reorganización de los trabajadores y el ascenso de las luchas obreras en los países ricos. La tímida política industrial de Lula ya señala esta tendencia también en Brasil, aunque de forma limitada. Los representantes de la burguesía y del imperialismo en Brasil, sin embargo, ya trabajan para “desacelerar la economía”, pues hay más empleo que en los últimos años y, comparado con el período golpista, la vida de los trabajadores está mejor. El remedio para ese mal, desde el punto de vista de la burguesía (lo que comprueba que ella es un impedimento para el desarrollo de las fuerzas productivas), es una devastación como la que promueve Milei.

Ante este escenario, Lula y el PT, completamente abandonados por la burguesía, tendrán que apoyarse en la clase obrera y en las masas populares para sobrevivir al golpe. Las elecciones de 2026 no se parecerán en nada a las de 2022. Si, en todas las elecciones anteriores, cuando la burguesía vio que Lula podría ganar, se acercó a él y, necesitando su apoyo, Lula y el PT le ofrecieron concesiones, sin la burguesía para apoyarse Lula tendrá que ofrecer concesiones a los trabajadores para garantizar su respaldo. El nivel de las concesiones que ofrezca Lula dependerá de la autoridad que las organizaciones populares tengan ante sus ojos y los de los dirigentes del PT. Autoridad que solo puede existir por el apoyo organizado de las bases trabajadoras. De ahí la necesidad urgente de reorganizar el movimiento obrero, relativamente facilitada por las medidas económicas parciales del actual gobierno.

Para los trabajadores, Lula vuelve a ser un instrumento de lucha. Considerando las condiciones expuestas arriba, la candidatura de Lula sirve a los intereses de la clase obrera, en la medida en que deberá ser, necesariamente, una base de lucha contra la burguesía y el imperialismo. De este modo, será un error imperdonable si las direcciones de los trabajadores cambian esta reorganización orientada hacia la lucha por una alianza electoral con el centrão supuestamente antibolsonarista (STF incluido), porque esa alianza ya demostró que no es verdadera, y ahora los trabajadores están en una posición más ventajosa, objetiva y subjetivamente, dada la experiencia acumulada en los últimos años, a pesar de los errores persistentes. La burguesía, como siempre, intentará capturar este movimiento para impedir que se desarrolle de manera independiente, y las organizaciones obreras y populares no pueden, de ningún modo, volver a caer en ese canto de sirena.

Esta movilización debe comenzar desde ya, porque la crisis política del país se profundiza a un ritmo acelerado. En los próximos meses, la burguesía estará atenta a si la tendencia de movilización popular en torno a la candidatura de Lula puede amenazar con llevarlo a la reelección, ante el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores (con la descomposición del régimen y las reacciones en el sentido de desacelerar la economía, es decir, atacar los derechos y la calidad de vida del pueblo) y el choque creciente del PT con el imperialismo. Si esta tendencia se confirma, la burguesía podría intentar otra salida, desesperada. Si el golpe electoral resulta muy arriesgado y con pocas posibilidades de éxito, la alternativa será un golpe preventivo. De hecho, escándalos artificiales como los del INSS no sirven solo para minar las posibilidades de reelección de Lula, sino también para medir la probabilidad del avance de tales crisis hacia un juicio político (impeachment). Por último, dada esta situación hipotética, de gran probabilidad de victoria de Lula, no se puede descartar la repetición de una táctica utilizada (aunque sin éxito) por el imperialismo en las elecciones pasadas en EE.UU.: el intento de asesinato.

Las organizaciones de los trabajadores deben cerrar filas en un frente único bajo la dirección del proletariado, la única manera de enfrentar de forma contundente, efectiva y victoriosa la guerra que la burguesía y el imperialismo están abriendo contra las masas populares. Este movimiento debe ser totalmente independiente de la burguesía para aprovechar la necesidad que Lula tendrá de aliarse con las masas y arrancar el máximo de concesiones, cosa que el movimiento popular no hizo en 2002, 2006 ni en 2022. Exigiendo la ruptura del PT con sus “aliados” saboteadores, las masas trabajadoras y sus organizaciones deben presentar un programa mínimo de forma clara, comenzando por la reversión de todas las medidas tomadas en el período golpista, pasando por la reestatización de todas las empresas privatizadas por el shock neoliberal de los años 90 y terminando con nuevas medidas, que no solo compensen los daños causados, sino que avancen en la construcción de un verdadero gobierno de los trabajadores del campo y la ciudad, de aquellos que producen todas las riquezas de nuestro país y que anhelan disfrutar de esas riquezas que les son robadas todos los días.

Lula (y la izquierda brasileña) en la encrucijada

El régimen neoliberal —transición de la democracia parlamentaria hacia el fascismo puro y simple— se ha agotado.

Únete a nosotros en Telegram Twitter  VK .

Escríbenos: info@strategic-culture.su

La situación internacional ha pasado por un drástico cambio cualitativo, en particular desde la elección de Donald Trump en Estados Unidos. El régimen neoliberal —transición de la democracia parlamentaria hacia el fascismo puro y simple— se ha agotado. El capitalismo ya no logra encontrar ninguna vía de escape que le permita un mínimo desarrollo real. La alternativa de la burguesía imperialista, por lo tanto, es el proteccionismo, la industrialización a través del rearme y, finalmente, la guerra mundial. Esta política solo puede implementarse de manera rigurosa y sistemática por la vía fascista. No se trata de una elección, sino del resultado natural del derrumbe del sistema capitalista. En EE.UU. y en importantes países europeos (Italia, Países Bajos, Austria, Hungría, etc.), la extrema derecha ya ha llegado al poder, y en otros (Francia, Alemania, Portugal) es solo cuestión de tiempo.

Está claro que este escenario afecta a Brasil. La burguesía imperialista necesita intensificar la explotación de las semicolonias y, para ello, requiere establecer un control político riguroso sobre ellas. Como escribí en febrero, el ajuste fiscal de finales del año fue la gota que colmó el vaso para toda la burguesía brasileña e internacional. Aquellos sectores que creían tener un control pleno sobre el gobierno de Lula se unieron a los que sabían desde el primer momento que eso no era posible. Se forma así un frente único de las diversas capas de la burguesía por un cambio de régimen en Brasil, por el derrocamiento de Lula y del PT.

La burguesía tiene muchas armas para controlar un gobierno, incluso si este no es su gobierno. Aún durante la campaña electoral, la imposición de alianzas con sectores supuestamente democráticos lleva necesariamente a la incorporación de estos sectores a las estructuras del gobierno electo. La integración de un sector de la izquierda fabricado por entidades imperialistas, que sirven más a estas que a las bases populares. Ya en funciones, la dependencia del Congreso Nacional, al que se le debe entregar buena parte del funcionamiento del gobierno para evitar que deje de operar. El ala de la burguesía representada por la oposición contundente de la extrema derecha. Lógicamente, también los instrumentos económicos tradicionales como la deuda pública, los intereses, el Banco Central “autónomo” (del gobierno, no de los banqueros) y los propios pilares de la economía capitalista.

En este tercer gobierno de Lula, hubo una innovación. En sus primeros días, un sector de la burguesía utilizó al otro el 8 de enero para colocar una bola de hierro en el tobillo del gobierno, obligándolo a cargarla por el resto del mandato, minando sus posibilidades de aplicar una política independiente. Al final, debilitándolo y fortaleciéndose (en todos sus aspectos: legislativo, judicial, policial). La trampa fue tan bien montada que no solo Lula y el PT cayeron en ella, sino toda la izquierda nacional.

Nada de esto fue suficiente para corregir el rumbo del gobierno, desde la perspectiva de la burguesía. La ofensiva que venía gestándose cobró impulso tras la frustración del pequeño paquete de gastos. Esto coincidió con el inicio del segundo y último período del actual mandato, ese en el que las fuerzas políticas se preparan con mayor intensidad para las próximas elecciones. No debemos engañarnos ni por un instante: el escándalo del INSS no trata sobre corrupción o compasión hacia los ancianos. Es solo otra palanca para fortalecer la iniciativa golpista de la burguesía. Nuevamente, comienzan a aparecer encuestas de opinión en las que la popularidad de Lula cae en picada. A través de la propaganda de la oposición, estas encuestas afectan a las bases electorales; por la repercusión en la prensa, afectan sobre todo al residuo de la élite política y económica que aún se identificaba mínimamente con el gobierno, y que ahora se retira gradualmente y a una velocidad creciente, temerosa de quedar excluida del futuro club de los vencedores.

Tal descomposición del gobierno, representada por la salida del PDT y por el sabotaje e inminente desbande de União, Republicanos, PP e incluso PSD y MDB, se ve facilitada por la creciente probabilidad de inviabilidad de una candidatura bolsonarista competitiva. Si se elimina la posibilidad de victoria de la extrema derecha más radical, aquellos que apoyaron puntualmente a Lula en 2022 se liberarán de ese peso en 2026. Pero que no haya ilusiones: la propia Simone Tebet (MDB), ministra de Lula, reveló que será necesario un verdadero ajuste fiscal (no el que hizo Lula) en 2027. Los elogios de Tarcísio de Freitas, en el Banco Safra, a Javier Milei, son sintomáticos: no importa quién sea el candidato de la burguesía y del imperialismo contra Lula, será apoyado para aplicar la misma política exterminadora que el presidente de Argentina viene aplicando en su país, bendecido por el dios mercado. Milei (al igual que Zelensky y Netanyahu) es la prueba de que la preparación del fascismo no es incompatible —por el contrario, corresponde perfectamente— con discursos y propaganda sobre la libertad económica, ya que esa libertad, en todos los países en cuestión, incluido Brasil, es la de la explotación intensiva por parte de las potencias imperialistas en camino hacia el régimen fascista.

Aunque, en la primera vuelta, los partidos de la burguesía compitan entre sí —al fin y al cabo, algunos sectores aún prefieren a un Eduardo Leite que a un Tarcísio— y utilicen a un Ciro Gomes para restar votos a la izquierda, en una segunda vuelta la tendencia será que se unan para derrotar a Lula, tal como lo declaró Kassab.

El presidente de la República parece estar captando el sentido de toda esta trama y da señales de un posible intento de reacción. En el ámbito interno, no está seguro de ceder aún más posiciones al centrão, al tiempo que esboza medidas económicas “populistas” y “electoreras”, según el lenguaje de la prensa golpista. Pero es especialmente en el ámbito externo donde Lula busca apoyo. Su participación en el Día de la Victoria es el gesto de mayor afrenta al imperialismo en toda la historia de la política exterior brasileña. Ni la negativa de Vargas a enviar soldados a Corea para servir de carne de cañón de EE.UU., ni la condecoración ofrecida por Jânio Quadros a Che Guevara, ni la visita de Jango a la China maoísta se comparan con el valiente y excepcional prestigio dado por Lula a Putin, el demonio pintado por Occidente, responsable del mayor enfrentamiento con el imperialismo desde la Segunda Guerra Mundial. Esta acción de Lula es imperdonable. Si Vargas cayó algunos años después, por obra de “fuerzas ocultas”; si también fueron “fuerzas ocultas” las que llevaron a la renuncia de Jânio Quadros; si esas mismas “fuerzas ocultas” finalmente se revelaron al deponer a Jango; ¿por qué dudaríamos de que el imperialismo quiere derrocar a Lula?

La reacción de la prensa burguesa —la misma que elogia a Milei y viene minando al gobierno, la misma que derribó a todos los presidentes mencionados arriba— ante la “infamia” (en palabras de O Estado de S. Paulo) de Lula habla por sí sola. Esta prensa, y las capas políticas y económicas de la burguesía que representa, está formando un frente único con la extrema derecha —incluida la bolsonarista— en su ofensiva contra el gobierno de Lula. La profundización de la crisis del sistema económico mundial y de la polarización política ha llevado a sectores cada vez mayores de la burguesía a apoyar una solución drástica para las crisis internas de sus respectivos países. En el caso de Brasil, esto pasa por el derrocamiento del gobierno del PT y la ascensión de un gobierno violento y vasallo del capital imperialista. Sin embargo, a medida que la respuesta de la burguesía internacional a la crisis económica neoliberal es la industrialización —aunque sea por la vía armamentista—, esa misma política industrial, paradójicamente, favorecerá la reorganización de los trabajadores y el ascenso de las luchas obreras en los países ricos. La tímida política industrial de Lula ya señala esta tendencia también en Brasil, aunque de forma limitada. Los representantes de la burguesía y del imperialismo en Brasil, sin embargo, ya trabajan para “desacelerar la economía”, pues hay más empleo que en los últimos años y, comparado con el período golpista, la vida de los trabajadores está mejor. El remedio para ese mal, desde el punto de vista de la burguesía (lo que comprueba que ella es un impedimento para el desarrollo de las fuerzas productivas), es una devastación como la que promueve Milei.

Ante este escenario, Lula y el PT, completamente abandonados por la burguesía, tendrán que apoyarse en la clase obrera y en las masas populares para sobrevivir al golpe. Las elecciones de 2026 no se parecerán en nada a las de 2022. Si, en todas las elecciones anteriores, cuando la burguesía vio que Lula podría ganar, se acercó a él y, necesitando su apoyo, Lula y el PT le ofrecieron concesiones, sin la burguesía para apoyarse Lula tendrá que ofrecer concesiones a los trabajadores para garantizar su respaldo. El nivel de las concesiones que ofrezca Lula dependerá de la autoridad que las organizaciones populares tengan ante sus ojos y los de los dirigentes del PT. Autoridad que solo puede existir por el apoyo organizado de las bases trabajadoras. De ahí la necesidad urgente de reorganizar el movimiento obrero, relativamente facilitada por las medidas económicas parciales del actual gobierno.

Para los trabajadores, Lula vuelve a ser un instrumento de lucha. Considerando las condiciones expuestas arriba, la candidatura de Lula sirve a los intereses de la clase obrera, en la medida en que deberá ser, necesariamente, una base de lucha contra la burguesía y el imperialismo. De este modo, será un error imperdonable si las direcciones de los trabajadores cambian esta reorganización orientada hacia la lucha por una alianza electoral con el centrão supuestamente antibolsonarista (STF incluido), porque esa alianza ya demostró que no es verdadera, y ahora los trabajadores están en una posición más ventajosa, objetiva y subjetivamente, dada la experiencia acumulada en los últimos años, a pesar de los errores persistentes. La burguesía, como siempre, intentará capturar este movimiento para impedir que se desarrolle de manera independiente, y las organizaciones obreras y populares no pueden, de ningún modo, volver a caer en ese canto de sirena.

Esta movilización debe comenzar desde ya, porque la crisis política del país se profundiza a un ritmo acelerado. En los próximos meses, la burguesía estará atenta a si la tendencia de movilización popular en torno a la candidatura de Lula puede amenazar con llevarlo a la reelección, ante el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores (con la descomposición del régimen y las reacciones en el sentido de desacelerar la economía, es decir, atacar los derechos y la calidad de vida del pueblo) y el choque creciente del PT con el imperialismo. Si esta tendencia se confirma, la burguesía podría intentar otra salida, desesperada. Si el golpe electoral resulta muy arriesgado y con pocas posibilidades de éxito, la alternativa será un golpe preventivo. De hecho, escándalos artificiales como los del INSS no sirven solo para minar las posibilidades de reelección de Lula, sino también para medir la probabilidad del avance de tales crisis hacia un juicio político (impeachment). Por último, dada esta situación hipotética, de gran probabilidad de victoria de Lula, no se puede descartar la repetición de una táctica utilizada (aunque sin éxito) por el imperialismo en las elecciones pasadas en EE.UU.: el intento de asesinato.

Las organizaciones de los trabajadores deben cerrar filas en un frente único bajo la dirección del proletariado, la única manera de enfrentar de forma contundente, efectiva y victoriosa la guerra que la burguesía y el imperialismo están abriendo contra las masas populares. Este movimiento debe ser totalmente independiente de la burguesía para aprovechar la necesidad que Lula tendrá de aliarse con las masas y arrancar el máximo de concesiones, cosa que el movimiento popular no hizo en 2002, 2006 ni en 2022. Exigiendo la ruptura del PT con sus “aliados” saboteadores, las masas trabajadoras y sus organizaciones deben presentar un programa mínimo de forma clara, comenzando por la reversión de todas las medidas tomadas en el período golpista, pasando por la reestatización de todas las empresas privatizadas por el shock neoliberal de los años 90 y terminando con nuevas medidas, que no solo compensen los daños causados, sino que avancen en la construcción de un verdadero gobierno de los trabajadores del campo y la ciudad, de aquellos que producen todas las riquezas de nuestro país y que anhelan disfrutar de esas riquezas que les son robadas todos los días.

El régimen neoliberal —transición de la democracia parlamentaria hacia el fascismo puro y simple— se ha agotado.

Únete a nosotros en Telegram Twitter  VK .

Escríbenos: info@strategic-culture.su

La situación internacional ha pasado por un drástico cambio cualitativo, en particular desde la elección de Donald Trump en Estados Unidos. El régimen neoliberal —transición de la democracia parlamentaria hacia el fascismo puro y simple— se ha agotado. El capitalismo ya no logra encontrar ninguna vía de escape que le permita un mínimo desarrollo real. La alternativa de la burguesía imperialista, por lo tanto, es el proteccionismo, la industrialización a través del rearme y, finalmente, la guerra mundial. Esta política solo puede implementarse de manera rigurosa y sistemática por la vía fascista. No se trata de una elección, sino del resultado natural del derrumbe del sistema capitalista. En EE.UU. y en importantes países europeos (Italia, Países Bajos, Austria, Hungría, etc.), la extrema derecha ya ha llegado al poder, y en otros (Francia, Alemania, Portugal) es solo cuestión de tiempo.

Está claro que este escenario afecta a Brasil. La burguesía imperialista necesita intensificar la explotación de las semicolonias y, para ello, requiere establecer un control político riguroso sobre ellas. Como escribí en febrero, el ajuste fiscal de finales del año fue la gota que colmó el vaso para toda la burguesía brasileña e internacional. Aquellos sectores que creían tener un control pleno sobre el gobierno de Lula se unieron a los que sabían desde el primer momento que eso no era posible. Se forma así un frente único de las diversas capas de la burguesía por un cambio de régimen en Brasil, por el derrocamiento de Lula y del PT.

La burguesía tiene muchas armas para controlar un gobierno, incluso si este no es su gobierno. Aún durante la campaña electoral, la imposición de alianzas con sectores supuestamente democráticos lleva necesariamente a la incorporación de estos sectores a las estructuras del gobierno electo. La integración de un sector de la izquierda fabricado por entidades imperialistas, que sirven más a estas que a las bases populares. Ya en funciones, la dependencia del Congreso Nacional, al que se le debe entregar buena parte del funcionamiento del gobierno para evitar que deje de operar. El ala de la burguesía representada por la oposición contundente de la extrema derecha. Lógicamente, también los instrumentos económicos tradicionales como la deuda pública, los intereses, el Banco Central “autónomo” (del gobierno, no de los banqueros) y los propios pilares de la economía capitalista.

En este tercer gobierno de Lula, hubo una innovación. En sus primeros días, un sector de la burguesía utilizó al otro el 8 de enero para colocar una bola de hierro en el tobillo del gobierno, obligándolo a cargarla por el resto del mandato, minando sus posibilidades de aplicar una política independiente. Al final, debilitándolo y fortaleciéndose (en todos sus aspectos: legislativo, judicial, policial). La trampa fue tan bien montada que no solo Lula y el PT cayeron en ella, sino toda la izquierda nacional.

Nada de esto fue suficiente para corregir el rumbo del gobierno, desde la perspectiva de la burguesía. La ofensiva que venía gestándose cobró impulso tras la frustración del pequeño paquete de gastos. Esto coincidió con el inicio del segundo y último período del actual mandato, ese en el que las fuerzas políticas se preparan con mayor intensidad para las próximas elecciones. No debemos engañarnos ni por un instante: el escándalo del INSS no trata sobre corrupción o compasión hacia los ancianos. Es solo otra palanca para fortalecer la iniciativa golpista de la burguesía. Nuevamente, comienzan a aparecer encuestas de opinión en las que la popularidad de Lula cae en picada. A través de la propaganda de la oposición, estas encuestas afectan a las bases electorales; por la repercusión en la prensa, afectan sobre todo al residuo de la élite política y económica que aún se identificaba mínimamente con el gobierno, y que ahora se retira gradualmente y a una velocidad creciente, temerosa de quedar excluida del futuro club de los vencedores.

Tal descomposición del gobierno, representada por la salida del PDT y por el sabotaje e inminente desbande de União, Republicanos, PP e incluso PSD y MDB, se ve facilitada por la creciente probabilidad de inviabilidad de una candidatura bolsonarista competitiva. Si se elimina la posibilidad de victoria de la extrema derecha más radical, aquellos que apoyaron puntualmente a Lula en 2022 se liberarán de ese peso en 2026. Pero que no haya ilusiones: la propia Simone Tebet (MDB), ministra de Lula, reveló que será necesario un verdadero ajuste fiscal (no el que hizo Lula) en 2027. Los elogios de Tarcísio de Freitas, en el Banco Safra, a Javier Milei, son sintomáticos: no importa quién sea el candidato de la burguesía y del imperialismo contra Lula, será apoyado para aplicar la misma política exterminadora que el presidente de Argentina viene aplicando en su país, bendecido por el dios mercado. Milei (al igual que Zelensky y Netanyahu) es la prueba de que la preparación del fascismo no es incompatible —por el contrario, corresponde perfectamente— con discursos y propaganda sobre la libertad económica, ya que esa libertad, en todos los países en cuestión, incluido Brasil, es la de la explotación intensiva por parte de las potencias imperialistas en camino hacia el régimen fascista.

Aunque, en la primera vuelta, los partidos de la burguesía compitan entre sí —al fin y al cabo, algunos sectores aún prefieren a un Eduardo Leite que a un Tarcísio— y utilicen a un Ciro Gomes para restar votos a la izquierda, en una segunda vuelta la tendencia será que se unan para derrotar a Lula, tal como lo declaró Kassab.

El presidente de la República parece estar captando el sentido de toda esta trama y da señales de un posible intento de reacción. En el ámbito interno, no está seguro de ceder aún más posiciones al centrão, al tiempo que esboza medidas económicas “populistas” y “electoreras”, según el lenguaje de la prensa golpista. Pero es especialmente en el ámbito externo donde Lula busca apoyo. Su participación en el Día de la Victoria es el gesto de mayor afrenta al imperialismo en toda la historia de la política exterior brasileña. Ni la negativa de Vargas a enviar soldados a Corea para servir de carne de cañón de EE.UU., ni la condecoración ofrecida por Jânio Quadros a Che Guevara, ni la visita de Jango a la China maoísta se comparan con el valiente y excepcional prestigio dado por Lula a Putin, el demonio pintado por Occidente, responsable del mayor enfrentamiento con el imperialismo desde la Segunda Guerra Mundial. Esta acción de Lula es imperdonable. Si Vargas cayó algunos años después, por obra de “fuerzas ocultas”; si también fueron “fuerzas ocultas” las que llevaron a la renuncia de Jânio Quadros; si esas mismas “fuerzas ocultas” finalmente se revelaron al deponer a Jango; ¿por qué dudaríamos de que el imperialismo quiere derrocar a Lula?

La reacción de la prensa burguesa —la misma que elogia a Milei y viene minando al gobierno, la misma que derribó a todos los presidentes mencionados arriba— ante la “infamia” (en palabras de O Estado de S. Paulo) de Lula habla por sí sola. Esta prensa, y las capas políticas y económicas de la burguesía que representa, está formando un frente único con la extrema derecha —incluida la bolsonarista— en su ofensiva contra el gobierno de Lula. La profundización de la crisis del sistema económico mundial y de la polarización política ha llevado a sectores cada vez mayores de la burguesía a apoyar una solución drástica para las crisis internas de sus respectivos países. En el caso de Brasil, esto pasa por el derrocamiento del gobierno del PT y la ascensión de un gobierno violento y vasallo del capital imperialista. Sin embargo, a medida que la respuesta de la burguesía internacional a la crisis económica neoliberal es la industrialización —aunque sea por la vía armamentista—, esa misma política industrial, paradójicamente, favorecerá la reorganización de los trabajadores y el ascenso de las luchas obreras en los países ricos. La tímida política industrial de Lula ya señala esta tendencia también en Brasil, aunque de forma limitada. Los representantes de la burguesía y del imperialismo en Brasil, sin embargo, ya trabajan para “desacelerar la economía”, pues hay más empleo que en los últimos años y, comparado con el período golpista, la vida de los trabajadores está mejor. El remedio para ese mal, desde el punto de vista de la burguesía (lo que comprueba que ella es un impedimento para el desarrollo de las fuerzas productivas), es una devastación como la que promueve Milei.

Ante este escenario, Lula y el PT, completamente abandonados por la burguesía, tendrán que apoyarse en la clase obrera y en las masas populares para sobrevivir al golpe. Las elecciones de 2026 no se parecerán en nada a las de 2022. Si, en todas las elecciones anteriores, cuando la burguesía vio que Lula podría ganar, se acercó a él y, necesitando su apoyo, Lula y el PT le ofrecieron concesiones, sin la burguesía para apoyarse Lula tendrá que ofrecer concesiones a los trabajadores para garantizar su respaldo. El nivel de las concesiones que ofrezca Lula dependerá de la autoridad que las organizaciones populares tengan ante sus ojos y los de los dirigentes del PT. Autoridad que solo puede existir por el apoyo organizado de las bases trabajadoras. De ahí la necesidad urgente de reorganizar el movimiento obrero, relativamente facilitada por las medidas económicas parciales del actual gobierno.

Para los trabajadores, Lula vuelve a ser un instrumento de lucha. Considerando las condiciones expuestas arriba, la candidatura de Lula sirve a los intereses de la clase obrera, en la medida en que deberá ser, necesariamente, una base de lucha contra la burguesía y el imperialismo. De este modo, será un error imperdonable si las direcciones de los trabajadores cambian esta reorganización orientada hacia la lucha por una alianza electoral con el centrão supuestamente antibolsonarista (STF incluido), porque esa alianza ya demostró que no es verdadera, y ahora los trabajadores están en una posición más ventajosa, objetiva y subjetivamente, dada la experiencia acumulada en los últimos años, a pesar de los errores persistentes. La burguesía, como siempre, intentará capturar este movimiento para impedir que se desarrolle de manera independiente, y las organizaciones obreras y populares no pueden, de ningún modo, volver a caer en ese canto de sirena.

Esta movilización debe comenzar desde ya, porque la crisis política del país se profundiza a un ritmo acelerado. En los próximos meses, la burguesía estará atenta a si la tendencia de movilización popular en torno a la candidatura de Lula puede amenazar con llevarlo a la reelección, ante el deterioro de las condiciones de vida de los trabajadores (con la descomposición del régimen y las reacciones en el sentido de desacelerar la economía, es decir, atacar los derechos y la calidad de vida del pueblo) y el choque creciente del PT con el imperialismo. Si esta tendencia se confirma, la burguesía podría intentar otra salida, desesperada. Si el golpe electoral resulta muy arriesgado y con pocas posibilidades de éxito, la alternativa será un golpe preventivo. De hecho, escándalos artificiales como los del INSS no sirven solo para minar las posibilidades de reelección de Lula, sino también para medir la probabilidad del avance de tales crisis hacia un juicio político (impeachment). Por último, dada esta situación hipotética, de gran probabilidad de victoria de Lula, no se puede descartar la repetición de una táctica utilizada (aunque sin éxito) por el imperialismo en las elecciones pasadas en EE.UU.: el intento de asesinato.

Las organizaciones de los trabajadores deben cerrar filas en un frente único bajo la dirección del proletariado, la única manera de enfrentar de forma contundente, efectiva y victoriosa la guerra que la burguesía y el imperialismo están abriendo contra las masas populares. Este movimiento debe ser totalmente independiente de la burguesía para aprovechar la necesidad que Lula tendrá de aliarse con las masas y arrancar el máximo de concesiones, cosa que el movimiento popular no hizo en 2002, 2006 ni en 2022. Exigiendo la ruptura del PT con sus “aliados” saboteadores, las masas trabajadoras y sus organizaciones deben presentar un programa mínimo de forma clara, comenzando por la reversión de todas las medidas tomadas en el período golpista, pasando por la reestatización de todas las empresas privatizadas por el shock neoliberal de los años 90 y terminando con nuevas medidas, que no solo compensen los daños causados, sino que avancen en la construcción de un verdadero gobierno de los trabajadores del campo y la ciudad, de aquellos que producen todas las riquezas de nuestro país y que anhelan disfrutar de esas riquezas que les son robadas todos los días.

The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

See also

The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.