¿Cómo no emocionarse al recordar que, en este país, 27 millones de vidas fueron sacrificadas por la invasión nazi?
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Estuve en Volgogrado el 21 de abril de 2022. No había movimiento en las calles, a pesar de que ya era hora de que todos estuvieran apresurados camino al trabajo. Después de dar un paseo junto al río Volga, crucé la ciudad, pasando por una estatua de Lenin en el centro, hasta llegar a la colina donde se erige el templo más hermoso dedicado al heroísmo y a la exaltación de la vida en todo el mundo: Mamáyev Kurgán.
Hice el recorrido inverso al tradicional y comencé por el final: la cima de la colina. Es casi surreal lo que tengo ante mis ojos: un coloso de 85 metros de altura, que fue la estatua más alta del mundo durante casi un cuarto de siglo. “La Madre Patria”, o “¡La Patria te llama!”, es una representación de Niké, la diosa griega de la Victoria, visible desde casi cualquier punto de Volgogrado. La ciudad pasó a la historia cuando aún llevaba otro nombre y, en el clímax de la Gran Guerra Patria, fue escenario de la batalla más sangrienta y épica de todos los tiempos: la Batalla de Stalingrado. De julio de 1942 al 2 de febrero de 1943, cuando fue liberada, en Stalingrado se vivieron escenas épicas, especialmente a partir de noviembre, con la contraofensiva del Ejército Rojo. Entre los escombros, los soldados soviéticos, ya sin fusiles, usaban cuchillos o incluso sus propios puños para golpear a los alemanes. Una salvajada heroica que les confiere el estatus de mártires, de semidioses. De hijos de Niké. Hijos de la Victoria.
Antes incluso de llegar a los pies de la estatua, uno nota su propia insignificancia como individuo. Parece la mismísima diosa, en su magnanimidad, inspirada por los mártires que aquí dieron su vida por la patria. ¡No! ¡Por la humanidad!
Su espada, erguida como si tocara el cielo, uniendo a aquellos hombres con los dioses, mide 33 metros. La sostiene su brazo derecho, mientras el izquierdo se extiende hacia el otro lado, hacia donde también gira el rostro de la diosa, de la madre, de la patria: valiente, impávido, llamando a sus hijos al martirio, como Dios llamó a Cristo para redimir a la humanidad de sus pecados. El viento pega su túnica al cuerpo. Descalza, con el pie izquierdo adelantado, lidera la marcha para liberar a su pueblo de la barbarie nazi. ¡Emilia! La mayor maravilla que jamás haya visto y que mis manos nunca podrán tocar.
Desde sus pies, se divisa toda la ciudad, el Volga al frente. Desciendo la colina y, a lo largo del camino, veo las lápidas de muchos héroes de aquella guerra sobre el césped. Son 35.000 soldados no identificados cuyos cuerpos descansan en esta colina sagrada. Una escultura de unos diez metros de altura cierra esta etapa del complejo: una madre sosteniendo el cuerpo de su hijo en brazos —como María con Jesús después de la Pasión—, cuya vida ofreció a la patria por la liberación de Stalingrado.
Entramos en la enorme sala donde se encuentra la Llama Eterna al Soldado Desconocido, una pira de unos ocho metros sostenida por una mano, en el centro de la cúpula, custodiada por soldados completamente inmóviles. El suelo es de mármore y las paredes, bronceadas, están cubiertas con tapices donde están inscritos los nombres de cada uno del millón de soldados y oficiales que cayeron defendiendo la ciudad. En el techo de la cúpula, medallas de condecoración de los héroes y una cinta de San Jorge alrededor. Bajamos por la rampa, rodeando la cúpula por dentro. Al fondo, un canto sereno de estilo religioso confirma a los visitantes que están en un verdadero lugar sagrado, más sagrado que cualquier templo.
¿Cómo no emocionarse al recordar que, en este país, 27 millones de vidas fueron sacrificadas por la invasión nazi? Niños, mujeres, ancianos, familias enteras. Confieso que lloré. La eliminación de generaciones. Un genocidio que reduce el Holocausto a un juego de niños. Pero, ¿por qué no se habla de este genocidio? Porque, mientras el Holocausto sirve como cortina de humo para ocultar que la Segunda Guerra fue una guerra interimperialista —y que, por tanto, EE.UU. y Gran Bretaña también son criminales, al igual que los crímenes del Estado de Israel—, Rusia es el país del comunismo, y el imperialismo jamás podría señalar a los comunistas como víctimas, mucho menos como sus víctimas. Más aún: Rusia siempre ha sido un objetivo a conquistar, y por eso no puede ser retratada como víctima, sino como agresora, siempre que sea posible. Aquello fue un sufrimiento inimaginable y una historia de superación verdaderamente legendaria. No tengo la menor duda: si hay un pueblo en el mundo que ansía la paz, es el ruso. Un pueblo maltratado y castigado por negarse a someterse a los peores delincuentes que jamás hayan existido. Todos los rusos llevan aún hoy las cicatrices de aquel gran trauma en su corazón.
Salgo purificado de la cúpula y veo, justo debajo, a unos escalones, la Plaza de los Héroes, donde hay seis estatuas que representan a los distintos grupos de hombres que lucharon en aquella guerra. Los escalones siguientes están protegidos por paredes que, en realidad, son un mosaico esculpido en los restos de edificios bombardeados por los alemanes: soldados lanzando granadas, sosteniendo banderas y espadas, marchando con sus fusiles. Al final, la estatua de un soldado con el torso desnudo, valiente como la Patria, mirando al horizonte con un fusil en una mano y una granada en la otra, listo para dar su vida en aquella batalla. En los últimos escalones del complejo (en realidad, los primeros, allá abajo), la inscripción:
¡ЗА НАШУ СОВЕТСКУЮ РОДИНУ! СССР!
(¡Por nuestra patria soviética! ¡URSS!)
Y luego más figuras y placas en homenaje a cada ciudad héroe de la Unión Soviética. Son 200 escalones en total, que representan los 200 días de la Batalla de Stalingrado.