Colombia necesita de una política exterior consolidada como doctrina, tanto en temas comerciales como identitarios, ecologistas, humanistas y solidarios.
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Hace unas semanas se vivió la tensión entre los presidentes Donald Trump y Gustavo Petro que administran desde redes sociales y por las razones que cada cual tenga. No hay nada de diplomacia en ello. Sólo la excremental excusa de que es la forma de no ser censurados en medios masivos o hacer ‘democracia directa’. Además, la puesta en escena de una junta de ministros en vivo del gobierno colombiano, por honesta que sea en su libertad de pensar y hablar, dio a la oposición material para ahondar fracturas y alianzas de cara a las próximas elecciones en Colombia para el periodo 2026 – 2030; lo que pone en riesgo la continuidad del proyecto y la posibilidad de acuñar una saludable política exterior, hasta ahora inexistente. Pasados unos días, me animo a expresar de nuevo, algunos puntos contextuales que dan sentido a la construcción de una doctrina política exterior para Colombia.
Colombia: ¿Una soberanía limitada?
Si. Una soberanía limitada, o nula, al igual que casi la totalidad de los países de la región. Claro, cuando aceptan una imposición, sólo basta con decir que es cooperación entre iguales. Esto no es una novedad.
La soberanía limitada se formaliza en el imaginario de las élites nacionales colombianas a inicio del siglo XX bajo la denominación, respice polum (Mirar hacia el norte, a la estrella polar) que es una alocución latina, espetada por Marco Fidel Suárez cuando era canciller hacia 1914. Esto con el fin de señalar la política exterior, particularmente enfocada en los Estados Unidos, luego de la Guerra de los Mil días y la separación de Panamá, con indemnización de 25 millones de dólares.
Desde entonces, las élites colombianas no solo temen sus retaliaciones, sino que han naturalizado su abyección como un estilo de vida, una ideología de servidumbre. Siempre será mejor Miami que La Habana. Ejemplo de temor de las retaliaciones, se aprecia en la reciente tensión vivida entre los presidentes de Colombia y EE. UU. por cuenta de la repatriación de los nacionales a Colombia en condiciones inhumanas, que escaló a sanciones arancelarias y posibles desconexiones de Colombia del sistema de pagos internacionales SWIFT. De hecho, en una parte del emotivo comunicado del presidente Petro, publicado en la red “X” señala, -no parece una casualidad- que: Colombia ahora deja de mirar el norte, mira al mundo…
Todos los gobiernos, expresión de élites de vieja y nueva data, emergidas del narcotráfico y el pillaje en el Estado, se han plegado a los Estados Unidos. Las condiciones arancelarias que pudo imponer este país a Colombia son previsibles y llegarán, como presión al gobierno que intenta hallar un candidato para las elecciones presidenciales de 2026 – 2030. La animadversión de Gustavo Petro y Donald Trump no es reciente y el neo monroísmo se encuentra en plena avanzada, no sólo desde el gobierno Trump, sobre el continente. Los gobiernos de Ecuador, Perú, Argentina, Paraguay y otros de Centroamérica, se encuentran cooptados desde antes. Ya se apreció el itinerario de Marco Rubio por Mesoamérica y el Caribe, intimidando a los presidentes de Panamá, José Raúl Mulino, quien señaló, el 3 de febrero pasado: El memorándum de entendimiento del año 2017 sobre la Ruta de la Seda (‘Belt and Road Iniciative’) no será renovado por mi Gobierno. También al gobierno de República Dominicana que incauta un avión venezolano sin más.
La guerra interna colombiana que encontró de nuevo una frustración en los intentos de la administración Petro de su programa ‘Paz Total’, y el posible ascenso de la ultraderecha en el periodo 2026 – 2030, recrudecerán la afirmación que es tendencia en la subregión: la ultra derechización. Es por eso fundamental consolidar o dejar las bases de una forma de relacionamiento de Colombia a partir de una política exterior decidida y en la cual se efectúe tanto una pedagogía como presión sobre las élites internas acerca del valor de obrar y decidir en soberanía.
Es en este sentido importante ver el pulso que puede tener la administración Petro con la oposición ultraderechista y centrista y la capacidad de poner un candidato de su seno político en las elecciones presidenciales de 2026. Las discrepancias con su gabinete ministerial y colaboradores cercanos, ha creado una crisis, que sólo se verá si queda subsanada al hacerse las composiciones de toldas partidistas y las alianzas en la campaña electoral. De lo contrario, un arribo de la derecha o la ultraderecha o la centro derecha, reafirmará, continuará el respice polum.
Así, el caso colombiano, con la particularidad ya anotada, expresa una condición de orfandad de una doctrina en política exterior. Esto ha implicado no sólo su falta de soberanía, pese a las controversias con Estados Unidos o con los vecinos Perú, Ecuador, Argentina o El Salvador y su postura ante otros dilemas globales, como lo es la condena al genocidio en Palestina, que llevó a la expulsión del embajador de Israel o la postura nada firme ante el maltrato de turistas colombianos en México y la propia devolución de ciudadanos colombianos desde México en condición de sindicados criminales, señalado por el propio presidente Petro, en entrevista con Telemundo del día 31 de enero de 2025. Además, la falta de un consulado mejor dispuesto en Cuba, así como atención más eficiente a ciudadanos cubanos que desean visitar Colombia, país que siempre ha sido un amigo e incondicional colaborador en los procesos de paz de Colombia, no tiene presentación, pero es parte de los límites que se ponen desde EE. UU. al gobierno colombiano y si es voluntad o desdén del gobierno colombiano, más preocupante.
Por otra parte, es relevante que se tenga clara la adscripción del país a las relaciones internacionales fluctuantes del globalismo y el nacionalismo. A nivel interno, la disputa por el poder entre el progresismo -interprete pálido de las ideas centrales de la izquierda- y el neoliberalismo cada vez más fascista, en efecto es clave y hace imperativa la formulación e implementación de una doctrina de política exterior, por el bien de los connacionales. Se suele decir que la mejor política interior es una sana política exterior. ¿Por qué no intentarlo desde la soberanía?
En términos militares, Colombia es probablemente la joya de la corona para EE. UU., en el sur de América. Además, el negocio del narcotráfico que tiene su mayor demanda en tal país y ha confinado a Colombia a una guerra que pasó de ser ideológica en términos de las contradicciones de la Guerra Fría, a ser un negocio de grupos armados, control de rutas, producción, distribución de narcóticos, así como de migrantes, contrabando y todos los demás negocios derivados de la economía ilegal. El país vive una guerra de baja intensidad desde hace más de setenta años en donde la marginalidad y la pobreza alimentan al conflicto mismo.
Se vive, más ahora con las negociaciones en ciernes entre Rusia y EE. UU., un giro desde la unipolaridad hacia la multipolaridad con tres potencias a la vanguardia: China, Rusia y Estados Unidos. La neutralidad es imposible y sin soberanía aún menos. Todas las naciones del mundo deben plegarse, por voluntad o inercia de las relaciones de poder con sus potencias centrales a las cuales se alinean en calidad de periferia. Como he señalado en otros análisis y conferencias, la soberanía real de Colombia está ligada al declive de Estados Unidos, luego de 2040 así como a la reconfiguración de sus élites internas.
En resumen, una visión de direccionamiento dado a inicios del siglo XX, por el canciller Suárez, bajo la alocución respice polum, se dio en el contexto del fin de la Guerra de los Mil días y la pérdida, independencia o robo del territorio panameño, quien en uso de su soberanía se había sumado a la Gran Colombia en 1821. De ello devino una reparación dada por EE.UU. de 25 millones de dólares de aquella época. Lo que sólo podría ser una anécdota política se volvió la tendencia estructural de una soberanía limitada.
La actual administración de Gustavo Petro ha intentado crear un abanico de oportunidades desde la mitad de su mandato, aunque los éxitos son modestos en este aspecto y tiene mucha presión internacional, así como un círculo de burócratas que limitan la gestión del gobierno a nivel internacional. La neutralidad es imposible, será un imperativo alienarse a un polo por voluntad y soberanía o por inercia de las presiones y dependencias estructurales.
Colombia tomará la presidencia pro tempore de la CELAC, lo que pondrá a prueba el liderazgo y la madurez de la diplomacia colombiana para rearticular este organismo, que ha tendido a cierta paquidermia e intrascendencia.
Colombia frente a BRICS+ y Ruta de la Seda
Curiosamente, los BRICS+ no han encontrado un país en todo el continente americano que se haga socio del grupo con salida al Océano Pacífico.
El neo monroísmo de Donald Trump está dispuesto no sólo a evitar la aproximación de la subregión a China y Rusia, particularmente, sino a retomar de manera definitiva posiciones en el hemisferio Sur. De hecho, en términos políticos el progresismo está palideciendo. La CELAC, por ejemplo, no tuvo consenso ni voluntad para tratar el tema acerca de la entrega en condiciones deplorables, humillantes, de los migrantes ilegales, solicitada por el presidente colombiano Gustavo Petro a Xiomara Castro, presidente pro tempore del organismo.
En la región, gobiernos soberanistas, sólo quedan Cuba, Venezuela, Nicaragua y tal vez México. El resto de los gobiernos, expresión de la segunda ola progresista han girado hacia Estados Unidos y otros nunca fueron progresistas ni soberanistas, como el caso de Chile. Aunque este país es socio desde 2016 de la ASEAN.
Así, mientras BRICS+ tiene como principio el trato entre iguales, la multipolaridad y el diálogo Inter civilizacional -como señala Boris Martynov- Estados Unidos ejerce una doctrina rígida de garrote y zanahoria, de contención y diálogo vertical, directivo e imperativo, blindando su zona de injerencia lo que impide que el Océano Pacífico sea una salida franca hacia las latitudes donde considera, se encuentran los enemigos de su hegemonía.
Se acaba de anunciar, este pasado 6 de febrero, de una ruta entre China y Colombia, que conecta a la Sociedad Portuaria Regional de Buenaventura (SPRBUN) y la naviera estatal Cosco Shipping, la que moverá 50 mil toneladas de carga por carguero; lo que suma la inauguración del puerto peruano de Chancay. Pero, ¿cuánto podrá durar esta relación en ciernes y dispuesta inteligentemente por China ante posibles cortes de puerto y astilleros en Panamá?
Se dice además que el ingreso de Colombia a la Ruta de la Seda es casi un hecho y que los presidentes de los dos países tienen programada una reunión para su formalización. Esto, por un lado, es consistente con la inversión en infraestructura ferroviaria y de vías terciarias que ha impulsado la presidencia de Gustavo Petro, conectando al interior con el Pacífico y el Caribe. Por otro, hace contener la respiración frente a la ofensiva en el continente del departamento de Estado estadounidense en cabeza de Marco Rubio, como se vio para el caso de Panamá y República Dominicana o las cargas arancelarias a la abyecta Argentina ‘libertaria’ de Milei, al acero y el aluminio y esto como gesto agresivo ante uno de sus más devotos sirvientes.
Se necesita un fortalecimiento de CELAC y un diálogo de la propia subregión para determinar rumbos y acciones; lo que no es fácil con élites abyectas y el embate del neo monroísmo de Donald Trump. Además, si el mundo avanza hacia una arquitectura de diálogo entre regiones, es saludable que al fin Latinoamérica aproveche su unidad histórica e idiomática para actuar en bloque. Se hace igualmente relevante pensar y revisar los factores realistas a nivel geopolítico, militar y de reordenamiento del mundo dentro de una multipolaridad que EE.UU. no acepta y forzará lealtades dentro de la subregión.
He insistido en ello en varios espacios y charlas, en que se desarrolle una doctrina de política exterior que obligue a los próximos gobiernos, indistintamente de las banderas partidistas que ostenten, a una disciplina diplomática soberana y realista que no traicione el interés nacional, que no altere acuerdos pasados sin trámites exhaustivos en el parlamento Y protocolos claros de consulta con la ciudadanía y en donde empresarios y comerciantes se vean también favorecidos. Colombia durante la administración de Juan Manuel Santos, se sumó a la OTAN como ‘aliado principal extra-OTAN’, esto sin una consulta clara y meticulosa con el parlamento o sin aprobación o ratificación de éste. De hecho, con el actual escándalo, sobre lo que todos sabían, de la injerencia de USAID en todo el mundo donde tenga o tuvo oficina, patrocinando golpes de Estado y tendencias de opinión con periodistas y medios pagos, es importante la regulación de las ONG y otras asistencias y cooperaciones que crean dependencias y derivan en chantajes o desestabilizaciones.
Es importante resaltar, como paréntesis, que Estados Unidos está viviendo la fractura de su política exterior decantada en una política de lucha intra clasista y aunque ambigua, también partidista; lo que la lleva a bandazos que la lesionarán a futuro, como es la nueva política de Trump frente a la guerra en Ucrania o la corriente Woke dentro de Estados Unidos -que además fue agenda global de Soros-, o la forma en que los demócratas trataron a sus socios y como lo hace Trump. ¿Acaso se dirige el declive estadounidense a una pérdida de soberanía al perder una sólida política exterior?
En resumen, Colombia sólo puede ofrecer una importante vinculación a los BRICS+ como salida del grupo desde la subregión hacia el Pacífico, si logra la continuidad de su gobierno más soberanista, el de Gustavo Petro, y logra consolidar no sólo una doctrina de política exterior, sino amarrar a la economía colombiana capitaneada por el Estado y las élites empresariales y comerciales y en ESE ORDEN, al punto que ningún otro gobierno pueda interrumpir tales relaciones, como pasó con el Brasil de Bolsonaro, respecto a China, que le fue imposible romper los vínculos creados por los dos gobiernos de Lula y el fragmentado de Dilma Ruself, con el gigante asiático.
Colombia, población, Estado, empresariado, comerciantes, transportistas, tienen una oportunidad otorgada inercialmente por la disposición geográfica del país en el continente y en el marco de la multipolaridad. Pero necesita de una política exterior consolidada como doctrina, tanto en temas comerciales como identitarios, ecologistas, humanistas y solidarios.