Es la actual Rusia la poseedora de los valores y de la cultura occidental, desde una síntesis euroasiática.
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Tristes guerras
si no es amor la empresa.
Tristes, tristes.
Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Tristes hombres
si no mueren de amores.
Tristes, tristes.
(‘Tristes Guerras’ 1941 – Miguel Hernández)
Quien diga hoy en día, 2025, que no hay guerra mundial, o es un sádico insaciable de tragedia y que sólo aprecia tal evento en el marco de la guerra nuclear o es ciego a las señales claras de conflicto y dolor, por ejemplo: las migraciones inéditas en cantidad, calidad y organización, el narcotráfico como concepción de poder y colusión con el Estado, las formas sofisticadas de delincuencia transnacional, la transferencia de tropas de diversas nacionalidades bajo la insignia de contratistas, mercenarios, voluntarios o como desee llamárseles a tales movilizaciones a Ucrania, Siria, África central, Sahel, Palestina y la reapertura de bases permanentes estadounidenses en Perú, Ecuador y próximamente Argentina, así como la reactivación de Colombia como plataforma de guerra en las próximas y cruciales elecciones para 2026 – 2030.
Volviendo sobre los combatientes, si hasta el año del fin de la Gran Guerra Europea 1914 – 1945, marcada con el agotamiento del nazismo -pero no de su muerte completa- las afiliaciones se daban como componentes nacionales vasallos o potentes, ahora las mismas entidades se mueven desde el no compromiso del mercenarismo, aunque es indudable el soporte tecnológico y la nueva era de guerras híbridas con base en I.A. desplegado por naciones potentes.
La cantidad de mercenarios luchando por OTAN – USA en Ucrania, se estima en más de 15 mil de al menos 100 países diferentes. Rusia confirmó en abril de 2024 que cerca de 3500 mercenarios luchan del lado ucraniano. Entre ellos es interesante, pero no extraña, la alta tasa de mercenarios colombianos, más de 300, que salen de uno de los conflictos más largos del mundo y que ha profesionalizado militarmente a guerrilleros, paramilitares y militares que hoy va a vender sus habilidades al régimen nazi, y no se llamen a engaños. También están ideologizados en contra del ‘demonio ruso’, cuando no soviético. Algunos han luchado del lado ruso.
Además, la PMC Wagner, de origen ruso, apoyó un segmento del ejército ruso en el conflicto en Ucrania entre 2022 y 2023 y se mantiene desplegado como soporte a gobiernos con iniciativas soberanistas en África, de donde Francia ha sido expulsado casi por completo. En Palestina hay sionistas y nazis voluntarios de diversos países que se han sumado al ejército israelí. Esto debido además a que Israel no es un Estado sino una colección de ciudadanías dispuesta por británicos y estadounidenses en 1948, con base en la idea de etnia o religión bajo la ficción de una tierra prometida. En África hay varias Compañías Militares Privadas PMC activas; Blackwater (EE. UU.) y que ahora se conoce como Academi. También están DynCorp International (EE. UU.), G4S (Reino Unido) y Aegis Defence Services (Reino Unido). Muchas consisten, sobre todo para el caso de Ucrania, en soldados activos en sus tropas nacionales y que son dados de baja para pasar al régimen mercenario. Todo esto está suficientemente documentado.
Las tensiones económicas e ideológicas, los choques de bloques, las disputas por el poder en una guerra intra élite desde una concepción leninista de contradicciones no antagónicas, que explican la situación de guerra mundial tendiendo a una guerra total y nuclear, ya lo abordé en dos análisis completos en seis artículos entre 2021 y 2024 que puede ver aquí y aquí.
Lo que me insta a escribir esta reflexión no es si hay o no guerra mundial. La hay. El punto es cómo se presenta la misma a la opinión general; por ejemplo en términos de qué hará la ‘malvada’ Rusia con las líneas rojas y si se enredará en una aventura nuclear; lo que por ahora se encuentra superado con la llegada del ICBM Oreshnik, misil de capacidad aniquiladora, un termidor no necesariamente nuclear aunque el diario New York Times se niega a reconocer su impacto, pero documentaciones creíbles de Nikolái Sorokin señalan su letalidad aquí al evaluar los daños potenciales en Yuzhmash, donde se usó Oreshnik. El atraso tecnológico militar del denominado occidente colectivo sólo puede llevar la guerra al umbral nuclear en toda regla; salvo un salto cualitativo de sus investigaciones, si las tiene, como plusvalías extraordinarias militares y que fueran capaces de competir con la plataforma tecnológica rusa de vanguardia y en desarrollo constante.
Pero, ¿qué significa que haya o no escalada a la aniquilación total o mayoritaria de la vida y la capacidad productiva y regenerativa del planeta? Si hay una guerra nuclear, las evaluaciones acerca del porvenir en ese momento, se salen de nuestros cálculos actuales, pero puedo especular que habrá una recomposición no sólo general del poder en el planeta sino una inflexión total sobre la sociedad que quedase y el orden tal cual los conocemos. No será solo una transición. Será el salto de una coyuntura a otra, pero abrupta, inhóspita, desconocida, agresiva y voluble.
El malestar en la incultura
En 1930, Sigmund Freud escribió El malestar en la cultura. Se enfoca en tal obra en compendiar sus trabajos sobre análisis social, en tanto psicología de masas. ¿Para qué la religión? o lo que denomina -tomando prestado de un amigo- como ‘sentimiento oceánico’, se pregunta. Entendido este sentimiento como una sensación de plenitud eterna, que puede ser transversal -y válido- a cualquier tipo de credo basado en el mito del religare. Se plantea en este texto la lucha entre vida y muerte, entre el erotismo, la pulsión y la cultura; entablando como proporcionalidad inversa que, a mayor cultura, más inhibición de la pulsión sexual y agresiva, del deseo, del placer. En tal sentido, la cultura al desarrollarse se vuelve negativa, se vuelve un malestar, en tanto la cultura como potencialidad de la razón, -al menos instrumental occidental- reprime a la felicidad y todo lo que ella en sí quiere concretar desde el deseo: impulso sexual, violencia, acción del poder sobre otros, muerte y decadencia.
Se pregunta Freud:
¿qué fines y propósitos de vida expresan los hombres en su propia conducta?; ¿qué esperan de la vida?, ¿qué pretenden alcanzar en ella? Es difícil equivocar la respuesta: aspiran a la felicidad, quieren llegar a ser felices, no quieren dejar de serlo. Esta aspiración tiene dos fases: un fin positivo y otro negativo; por un lado, evitar el dolor y el displacer; por el otro, experimentar intensas sensaciones placenteras. En sentido estricto, el término «felicidad» sólo se aplica al segundo fin. De acuerdo con esta dualidad del objetivo perseguido, la actividad humana se despliega en dos sentidos, según trate de alcanzar -prevaleciente o exclusivamente- uno u otro de aquellos fines.
Podríamos preguntarnos si en el momento actual, de esa gran franja del planeta vinculada al desarrollo de la calidad de vida, del Estado de bienestar -ahora más de malestar- y por ende de la población y las sociedades que aceptaron el patrón de desarrollo capitalista por fuerza o deseo, sus aspiraciones de lo que implica ser feliz, ¿en verdad han inhibido el placer o la agresividad? Podríamos rastrear en dónde se encuentran las naciones que han efectuado los desmanes a la cultura y a la propia religión en tanto ‘sentimiento oceánico’.
Entonces, podríamos apreciar que contrario a la potencia de la cultura o las culturas, éstas se han sacrificado en la barbarie. El saqueo y destrucción de Palmira en Siria, de lo persa desde hace una década, por parte del fundamentalismo islámico creado por Estados Unidos y reconocido por la propia Hilary Clinton, la aniquilación en Libia, desde 2011, la heredera memorial del puerto de Alejandría, llevada a la era de las cavernas en nombre de los derechos humanos y todo lo demás. Los países que cancelan la cultura de otros, como de todo el acervo literario y musical ruso en Europa, los mismos que promueven la desviación o la ficción woke. Los que alientan una supuesta libertad de la infancia a definir su género e incluso a ser intervenidos quirúrgicamente por el Estado, para apoyar tal delirio. ¿Dónde están los grupos que señalan la pedofilia como una preferencia sexual? En Europa y EE.UU. ¿En dónde están los países que aprueban la eutanasia para quienes no pueden pagar su casa, comida ni salud? En Canadá. Allí conozco a quien dolorosamente se encuentra haciendo esa gestión. Las representaciones teatrales de los JJ.OO. de Francia 2024 dispuestas como provocación si no satánica, de total mal gusto, así como las obras de año nuevo de Ucrania celebrando la muerte de los rusos e invitando a su asesinato y marchando el 1ro de enero con símbolos nazis en honor a Estefan Bandera. ¿Quiénes son los que recitan la frase ‘hasta el último ucraniano’? Ingleses, franceses, alemanes, españoles, italianos y estadounidenses.
Entonces, a casi cien años de un malestar en la cultura, digamos ‘optimista’ o muy racional y consecuente con el espíritu europeo, donde la pulsión se veía limitada o contenida en la exquisites de la expansión civilizacional, estética, científica, participativa, proclive a la ampliación de bienes y servicios estatales, etc., estamos ante un malestar de la incultura. Un malestar donde triunfó la pulsión, la sinrazón, se afirmó el Yo, se potenció el individualismo, el egoísmo, la acción racional del sujeto; del universalismo se retrocedió hacia el nacionalismo, tanto en formas soberanistas como fascistas. Las redes digitales construyeron nuevas formas de militancias carentes de cuerpos y de dolores de esos cuerpos al supuestamente hacerse como activistas. Las marchas ya no impactan al establecimiento. Las comparsas culturales en contra del genocidio israelí son apenas una nota al pie. La condena ante la ONU, o desde las cortes internacionales no importan, nada es vinculante. Las sociedades y el mundo andan en un sálvese quien pueda global. Aun las potencias viven este salvarse a sí mismas. O, ¿qué otra cosa es ‘Make American Great Again’, MAGA? El salvarse a sí, estadounidense.
El costo del capitalismo ha sido la negación de algunos de sus principios fundacionales y la exacerbación de otros, los egoístas. La única forma de avanzar y reacomodarse en su incesante acumulación de capital, el poder para lo que implica ser felices, fue, como la serpiente Uroboros que se devora a sí misma, creyendo que se renueva o renace, regresar sobre las pulsiones, hacerlas latentes, legítimas y superiores. El derecho de odiar, de aniquilar, de intimidar se decantó paso a paso, en el llamado ‘orden basado en reglas’ que es la ley del capitalismo más avanzado, fascista, totalitario y decadente: el estadounidense. Como suele decirse, si antes se hablaba de socialismo o barbarie, ahora no se tiene en el imaginario nada que pueda reemplazar al capitalismo, que es barbaridad e incultura.
Hay un programa español llamado ‘todo es geopolítica’. Se nombra a sí mismo con una mentira. No todo es geopolítica, es lo más delicado de explicar y lo más relevante. Este no es el espacio para eso. Pero, ¿cómo comprender esta actual transición provocada por las fuerzas históricas que movilizaron la incultura como palanca para la última fase del capitalismo que es el fascismo planetario? ¿los deseos de felicidad son los mismos de hace cien años? ¿Logró el capitalismo vencer la solidaridad, al vencer a la URSS, al obligar a China a plegar sus concepciones comunistas al desarrollismo de tipo capitalista?
La llamada ‘Solución final’, derivada de la conferencia del 20 de enero de 1942, plan secreto para organizar la muerte metódica de las etnias minoritarias y consideradas inferiores, ‘indeseables’ ante la Alemania aria, blanca, expresa la decadencia de la cultura en apariencia más avanzada y culta de la primera mitad del siglo XX. Una solución que se permitió toda la piedad, el hedonismo y el goce para sí y todo lo contrario y cruel para lo no alemán, blanco y temeroso de un tipo de Dios.
Anótese así, que la incultura no la expongo como la ausencia de cultura sino como la negación de sí misma, de los valores y sistemas de creencias derivados de un proceso histórico determinado. Una cultura frente a otra, no puede catalogarse inculta, sólo diferente. En este caso lo inculto es una negación de principio, particularmente occidental.
En términos generales, no es posible ni deseable pensar que solo la geopolítica va reconstruir el mundo, mediante pactos de fuerza o conveniencia. Los juicios de Nuremberg, pese a la traición que implicaron al perdonar soterradamente a nazis y sionistas implicados en la barbarie contra la URSS y las minorías étnicas de la región, entregaron balances valiosos como los dados por Hannah Arendt en su célebre escrito “Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal”. En esta obra entre otras cosas Arendt entiende que la idea no era juzgar a Eichmann en tanto hombre, sino que se pretendía juzgar al nazismo y a éste en tanto decadencia humana, al juzgar a Eichmann. En Nuremberg, se pasó de la ley a la venganza. Además de salvar a varios nazis expertos en ciencia balística y otras como la nuclear, tal episodio marca un malestar en la incultura, porque no puede ser algo emanado de la cultura tales omisiones.
Entonces, Nuremberg enseña el calado de los balances que se hicieron luego de una tragedia que cobró más de 100 millones de muertos entre 1914 y 1945. Lo que se ha hecho a nivel general es remasterizar las instituciones, como la Comunidad de las Naciones, decantada en Naciones Unidas. O acentuar a la democracia occidental como la manifestación perfecta del consenso y el disenso.
De esta forma a lo que se arriesga la humanidad en cada rincón que sea capaz de comprender o tenga la posibilidad de informarse correctamente, es decir, que pueda y desee contrastar fuentes, es a cometer de nuevo el mismo error de la posguerra ya señalada.
Si no hay guerra nuclear, ¿qué haremos con la trágica experiencia dada durante la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI? Lo que ocurre en Siria, donde se ha colocado en el poder a un criminal de guerra y a todo un estamento ideológico que se considera contrario a los ‘valores’ occidentales y que elimina minorías étnicas y religiosas, expresa el punto de inflexión, la incultura. Palestina es aún peor y hay más ejemplos. ¿Qué haremos? ¿Quiénes son o seremos los reformadores? Algo clave de Guerra y Paz de Tolstoi, es que reconfigura el papel de los protagonistas en la cotidianidad que se duele de la guerra y dice: Basta con ahondar en cada acontecimiento histórico -es decir, en la actuación de toda la masa humana que participa en él- para convencerse de que la voluntad de los héroes, lejos de dirigir las acciones de la masa, es casi siempre dirigida.
Pero, en la sociedad actual, es difícil encausar esta energía. La multitud es eso: una masa informe, deforme, desconectada, voluble y regida en su corazón por los anti valores de la incultura detallados al inicio.
El significado de la guerra o la paz, hoy en día, está atravesado por la capacidad de las naciones de obtener felicidad en términos hedonistas, placeres y crueldades extremas a expensas de otros. ¿Cuánto se ha logrado en las cacareadas cumbres climáticas COP, donde mercaderes venden bonos ecológicos para que quienes los compren reciban exenciones en otras industrias que posean, como la militar? Todo a expensas de otros. La cultura dominante se ha transmutado en incultura dominante, en carencia de sí misma. Esto no es un sermón moral. Es una invitación a la reflexión sobre el punto de inflexión en el que estamos y que de nada valdrá la pena que no haya guerra nuclear total, si es para continuar en una paz mediocre o en una guerra mundial balcanizada. Si es para continuar en los valores de una cultura que ahora se niega a sí misma y se hace inculta.
¿Se aprendió quizá en cien años desde el texto de Freud, que la paz no es un estado del alma, del ser o de la búsqueda legitima de felicidad, sino la guerra que podemos hacer, el placer del que nos podemos dotar también desde la indiferencia? Si esta es la lección luego de cien años, no se ha aprendido nada y la humanidad volverá a estar frente a nuevos riesgos de tipo nuclear o viral o climático, etc. ¿Qué hará la humanidad de esa época? Qué hará usted hoy. ¿Será carne de una triste guerra?
Adenda
En el siglo XVIII, Catalina la Grande de Rusia fue mecenas de Diderot, D’Alembert y Voltaire, figuras insignes de la Ilustración. Aunque la misma Catalina, como monarca luego rechazó los efectos prácticos de tales ideas, al ver la toma de la Bastilla, en julio de 1789, mostró honesta y vibrante recepción de las ideas europeas que luego se volvieron realidad en la Revolución bolchevique de inicios del siglo XX. Es la actual Rusia la poseedora de los valores y de la cultura occidental, desde una síntesis euroasiática. ¿Logrará Rusia y el nuevo mundo multipolar -BRICS+- poner de pie lo que anda de cabeza? No hay que temer la incertidumbre. “El que viva, lo sabrá”.