Manuel CASTELLS
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Que Kazán sea un nuevo Yalta le gustaría a Putin, pero no es así. El 4 de febrero de 1945 se encontraron en Yalta Stalin, Roosevelt y Churchill, prefigurando los vencedores de la Segunda Guerra Mundial que reharían el orden internacional basado en su poder militar, tecnológico y económico. De aquella reunión resultó la creación de las Naciones Unidas y el nuevo sistema financiero y monetario internacional que dominó el mundo hasta época reciente, así como la división en bloques que llevaría a la guerra fría.
La reunión en Kazán el pasado 22 de octubre es muy distinta pero igualmente ambiciosa. Se trata de pasar de un orden global unipolar o bipolar a un orden multilateral en el que el G-7 no sea el polo dominante. Los Brics representan el 35% del PIB mundial y el 45% de la población, en contraste con el 30% del PIB y menos del 10% de población del G-7, cuya importancia relativa no ha dejado de disminuir en el siglo XXI. En Kazán, además de los Brics originales (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), participaron los líderes de 24 países, algunos como miembros (Irán, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos) junto con otros asociados, incluyendo países tan significativos como Turquía, Indonesia y Nigeria. Contando con la presencia de António Guterres, el secretario general de la ONU.
Se trata claramente de un desafío al llamado Occidente. El principal proyecto inmediato perfilado en la reunión ha sido impulsar la construcción de un nuevo orden económico internacional, poniendo en cuestión la dominación del dólar como moneda de reserva global y de la red SWIFT de transacciones interbancarias. Para ello, a propuesta de Rusia, se ha creado una “bolsa del grano” que permita la transacción global de productos agrícolas, con un sistema de pagos en monedas nacionales respaldadas por sus reservas agrícolas o de materias primas.
Asimismo, se han puesto las bases para un mecanismo de pagos del comercio internacional en las monedas nacionales. Si ese mecanismo llegara a existir, dificultaría los boicots y embargos aplicados a países por parte de Estados Unidos y sus aliados. Estaríamos ante la diversificación de los sistemas de transacción internacional. La multilateralidad podría luego extenderse a intercambios de tecnología o incluso llegar a fragmentar internet.
Es decir, se crearían universos paralelos que se comunicarían parcialmente en términos menos asimétricos que los actuales. Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europea perderían la ventaja financiera que conlleva el poder endeudarse o efectuar pagos en su propia moneda.
La repercusión de estas nuevas redes de colaboración tendría inmediatas consecuencias geopolíticas. Por ejemplo, en la presión sobre Ucrania para negociar paz por territorio, o sobre Israel para disuadirlo de un ataque masivo contra Irán e incluso para limitar bombardeos indiscriminados. Sin embargo, no sería volver a la política de bloques, porque la red anclada en los Brics es muy diversa e incluye intereses y valores contradictorios.
Lo que es común a estos países es el rechazo a plegarse al bloque occidental, expresado militarmente en la OTAN y económicamente en el Fondo Monetario Internacional y en el Banco de Pagos Internacionales. Habrá negociaciones diferentes según temas y alineamientos coyunturales. Incluso, dentro de la Unión Europea algunos países ganarían autonomía con respecto a los imperativos de la Alianza Atlántica. Las Naciones Unidas podrían integrar la nueva multipolaridad. Pero esto pondría en cuestión el poder de veto en el Consejo de Seguridad heredado de otra época.
El paso del viejo orden al nuevo orden podría ser caótico por un tiempo, pero el sistema internacional que surgiera de este proceso estaría más acorde con la realidad de un mundo diverso en términos étnicos, culturales y políticos, en el que tendremos que aprender a convivir para evitar la autodestrucción de nuestra especie.
Publicado originalmente por lavanguardia.com