La Cumbre de Kazán inaugura una nueva era en las relaciones entre los BRICS y América Ibérica, con amplias posibilidades de desarrollo soberano, pero aún queda mucho trabajo por hacer.
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Brasil, siendo el único país de América Latina actualmente en los BRICS, tras el vergonzoso retroceso de Argentina bajo Javier Milei, ha sido un actor clave en los proyectos e iniciativas de esta plataforma multilateral, representando los intereses de toda la región. No obstante, como sabemos, el impulso ruso-chino para acelerar las actividades del bloque plantea la posibilidad de que nuevos países latinoamericanos se integren a los BRICS, siendo el primer paso para ello la invitación a Bolivia y Cuba como “Estados socios” a partir de la Cumbre de Kazán; con Venezuela siendo excluida, por el momento, debido a sus conflictos diplomáticos con Brasil.
En su papel desempeñado hasta hace poco como “el representante latinoamericano en los BRICS”, Brasil ha tenido como prioridad ampliar las inversiones extranjeras en la región, así como ampliar el acceso a los mercados extranjeros para los productos del continente (buena parte de los cuales pasa por Brasil en sus rutas comerciales). La mayoría de las inversiones del Nuevo Banco de Desarrollo en la región se han centrado, de hecho, únicamente en Brasil; en obras de infraestructura bastante importantes, pero que solo indirectamente y a largo plazo pueden tener repercusiones continentales. Además de una serie de inversiones en infraestructura sanitaria y energética, por ejemplo, el Banco de los BRICS ha realizado algunas inversiones interesantes en la infraestructura de transporte, como el Corredor de Maranhão y el Proyecto de Infraestructura de Transporte de la Región Norte, proyectos locales de mejora de las redes de transporte con el objetivo de facilitar la llegada de bienes a los puertos regionales.
Sin embargo, el potencial que los BRICS tienen en relación con América Ibérica solo puede ser alcanzado, en efecto, con la incorporación de más miembros de la región en la plataforma, para que, con ello, se logre trabajar, con el apoyo del Banco de los BRICS, en proyectos conjuntos de infraestructura, un tema del cual depende la integración sudamericana y en el que nunca se ha logrado avanzar, con pocas excepciones.
Si la geopolítica ha pasado hoy de ser una geopolítica de los Estados-nación a una geopolítica de los bloques continentales y de los Estados-civilización, entonces la falta de una integración sudamericana claramente nos coloca en desventaja frente a otros actores y articulaciones internacionales, como las articulaciones occidentales (OTAN, UE) y otras articulaciones relativamente avanzadas como la Unión Euroasiática, la Unión Africana, la OTSC, etc.
Los esfuerzos desarrollados durante los últimos 20 años, por su parte, se han visto paralizados por una serie de motivos: desde golpes de Estado y revoluciones de colores, pasando por lawfare y la propia incapacidad de algunos gobiernos, además de la crisis económica del precio de las materias primas de 2013-2015, que derrumbó el dinamismo económico de países como Brasil y Venezuela. Específicamente en Brasil, por ejemplo, muchos importantes proyectos de infraestructura – especialmente ferrocarriles y carreteras orientados a la integración de la región amazónica con el resto del país o para la integración entre Brasil y países vecinos – son paralizados por decisiones judiciales debido a las presiones del lobby de la “Agenda Verde”, que obstaculiza el desarrollo soberano de Brasil utilizando argumentos como el de “cambio climático” o por la instrumentalización neoimperialista de los movimientos identitarios indígenas.
No obstante, con la adhesión de Bolivia como Estado socio de los BRICS, es posible comenzar a destrabar los proyectos de infraestructura del continente, comenzando por el eje Brasil-Bolivia, el cual es, de hecho, uno de los más estratégicos del continente. Los proyectos de integración Brasil-Bolivia ya están incluidos, por ejemplo, en el proyecto “Rutas de Integración Sudamericana”, específicamente en el llamado “Cuadrante Rondon”, que aún requiere la construcción de una serie de puentes y carreteras que conecten ambos países, como el Puente de Guajará-Mirim y la carretera que va desde Vila Bela en Mato Grosso hasta Bolivia. Este proyecto de integración dará a Bolivia acceso al Océano Atlántico, y a través de acuerdos con Perú y Chile, dará acceso tanto a Bolivia como a Brasil al Océano Pacífico.
Actualmente, en este espacio de integración potencial, que corresponde precisamente al Heartland Sudamericano de nuestra geopolítica, ya estamos ante el principal territorio agrícola de América Ibérica, donde ya hay también una amplia circulación de hierro, acero, soja, gas natural, urea, cloruro de potasio y carbón.
Aunque los proyectos ya se discuten en el ámbito de la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, la realidad es que el Banco de los BRICS ya tiene un amplio historial de financiamiento de obras de infraestructura vinculadas a la “Nueva Ruta de la Seda”, por lo que no existe contradicción entre este proyecto, la integración autóctona de América del Sur y las asociaciones hechas en el marco de los BRICS. Al contrario, todas estas perspectivas se complementan.
A pesar de que nuestra posición ya es conocida, lamentablemente Venezuela no está siendo integrada, en este momento, como Estado socio de los BRICS. El veto brasileño hizo imposible esta evolución de las relaciones BRICS-Venezuela, ya que todos los pasos dados por los BRICS deben tomarse por consenso. La causa del veto es la tensión diplomática derivada de un no reconocimiento de la elección de Nicolás Maduro, en un contexto en el cual Brasil ha actuado como “guardián de la democracia” a pedido de los EE.UU., bajo la creencia de que la pacificación en las Américas depende de un entendimiento entre Venezuela y EE.UU. basado en el reconocimiento del gobierno (cualquiera) de Caracas.
Geopolíticamente, esta es una postura que, a largo plazo, puede acabar perjudicando al propio Brasil. En primer lugar, al alejarse de Venezuela, Brasil deja de tener cualquier papel en la disputa de influencia en el continente iberoamericano que se da entre los EE.UU. (y, en menor medida, Francia y Reino Unido) y las potencias contrahegemónicas Rusia y China. Si en el pasado, Brasil podía actuar como representante de todos los países de la región, hoy América del Sur está más fracturada que nunca, y nadie más ve a Brasil realmente como su intermediario al tratar con el resto del mundo o como su representante.
Además, ante la penetración y consolidación de la influencia de los EE.UU. en Ecuador, Colombia, Perú y Argentina, principalmente, y considerando la ubicación geográfica de Venezuela en el Rimland septentrional de América del Sur y en la costa sur del Caribe, la ausencia de Venezuela en los BRICS retrasa la necesaria integración Brasil-Venezuela, la cual es una condición necesaria para frenar el proyecto hegemonista de los EE.UU. en la región. Si a esto se le suma el eje Brasil-Bolivia, se forma un triángulo geopolítico apto (si sus vértices actúan en coordinación) para expulsar a los EE.UU. del continente.
Cuando se toma en cuenta, además, el carácter estratégico de la Amazonía y la codicia internacional por ella, la necesidad de un acercamiento Brasil-Venezuela y de una actuación coordinada con el apoyo financiero y logístico de los BRICS se vuelve aún más evidente. No obstante, por el momento, nada de esto se concretará.
En cuanto a Cuba, también invitada a convertirse en Estado socio de los BRICS, la decisión posee un claro elemento de desafío a las pretensiones de los EE.UU. de aislar, humillar y destruir al país. Es una declaración de principios por parte de los BRICS, otorgando un carácter más claramente contrahegemónico a la plataforma. En un sentido estratégico, el grado de desafío es elevado en la medida en que se integra (parcialmente) a los BRICS un país que se encuentra en el corazón del Caribe, a las puertas de los EE.UU., poniendo en duda la idea fundamental de la talasocracia estadounidense del Caribe como “Mare Nostrum”. La intencionalidad del desafío se confirma por las alusiones anteriores a una reactivación de la presencia militar rusa en Cuba, que acompañaron una visita militar realizada en julio de este año.
Tan significativo como el aspecto geopolítico es el aspecto económico, en la medida en que son los mecanismos económico-financieros desarrollados por los BRICS —específicamente el mecanismo alternativo de pagos internacionales y la moneda comercial multilateral— los más aptos para eliminar los perjuicios generados por las amplias sanciones impuestas por los EE.UU. a la isla. Considerando, además, los recientes apagones que afectan al país, el Banco de los BRICS puede desempeñar un papel central en el desarrollo de la autosuficiencia energética de Cuba.
En resumen, la Cumbre de Kazán inaugura una nueva era en las relaciones entre los BRICS y América Ibérica, con amplias posibilidades de desarrollo soberano, pero aún queda mucho trabajo por hacer.