El nuevo intento de golpe de Estado contra el gobierno bolivariano de Venezuela no es, en realidad, nada nuevo.
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El nuevo intento de golpe de Estado contra el gobierno bolivariano de Venezuela no es, en realidad, nada nuevo. Desde 2002 ha habido numerosos ataques golpistas contra Hugo Chávez y Nicolás Maduro, particularmente después de que la derecha perdió las elecciones.
Los opositores que intentan derrocar a Maduro acusándolo de cometer fraude electoral son los mismos de siempre (literalmente). En particular María Corina Machado. Esta señora es conocida desde hace más de 20 años, no tanto por los venezolanos como por los servicios de inteligencia estadounidenses. De hecho, fue una de las figuras políticas más destacadas fabricadas por la CIA en sus cursos de “formación de liderazgo” en Yale, al igual que el ruso Alexei Navalny.
Estos cursos de capacitación en liderazgo no son más que una fachada muy mal disimulada de una escuela para que agentes directos del gobierno estadounidense, provenientes de todo el mundo, regresen a sus países y produzcan cambios de régimen, revoluciones de color o como quieran llamar los golpes de Estado.
Al recibir su diploma de agente de la CIA, María Corina fundó una ONG llamada Súmate, sustentada con grandes cantidades de dinero enviadas por fundaciones vinculadas al gobierno de Estados Unidos, particularmente la NED. Además, mantuvo reuniones en la embajada estadounidense y en la propia Casa Blanca, nada menos que con el entonces presidente George W. Bush.
Durante dos décadas se ha utilizado entrenamiento, dinero y orientación para organizar golpes de Estado, sabotajes y apoyo a intervenciones militares extranjeras contra su propio país. Acusa al gobierno venezolano de ser una dictadura antidemocrática por no poder postularse para presidente, pero es lo suficientemente libre como para imponer como candidato a un títere como Edmundo González Urrutia y controlar toda su campaña política, incluido el período postelectoral, es decir, la desestabilización actual del golpe.
El hecho de que un agente extranjero probado por A+B como ella no se esté pudriendo en la cárcel es la evidencia más clara de que el gobierno venezolano es cualquier cosa menos una dictadura. De hecho, no tiene por qué ser una dictadura para encarcelar a un político que recibe formación, dinero e instrucciones de una potencia extranjera para derrocar al gobierno de su propio país y entregar su petróleo a las empresas de esa potencia. Hipócritamente, EE.UU., que financia a cientos de Marías Corinas Machado en todo el mundo, tiene en sus cárceles a numerosos presos acusados de trabajar para Rusia, China, Cuba u otros países víctimas precisamente de este tipo de maquinaciones norteamericanas.
Corina y sus seguidores reciben gran atención por parte de los grandes medios privados de Venezuela y del mundo. Pero ningún material sobre ella menciona esta relación promiscua con Estados Unidos. Precisamente porque esos mismos medios de comunicación también tienen relaciones promiscuas con el gobierno o representantes del régimen estadounidense.
Por eso ella y su ala opositora son retratadas como luchadoras por la democracia y los derechos humanos, luchadoras por la libertad contra la tiranía, además de personas de excelente carácter.
Pero la historia de María Corina y otros opositores es la de alentar la violencia, el odio a los chavistas (es decir, a cualquiera que no sea blanco y rubio), la destrucción de todas las organizaciones populares que apoyan a Maduro y la entrega de las riquezas de Venezuela a las empresas americanas.
Hay dos diferencias principales entre el actual intento de golpe y los anteriores. El primero es de carácter interno. El chavismo resultó muy perjudicado por la guerra económica y el continuo (pero derrotado) golpe de Estado de 2013 a 2019. El bloqueo económico, los boicots y sabotajes externos que sufrió el país, la caída inducida de los precios del petróleo, las sanciones que afectaron al sistema de salud y provocó la muerte de innumerables personas en los hospitales y, finalmente, la casi invasión sufrida en 2019 fue un golpe durísimo para el gobierno.
A su vez, una situación de crisis económica y desestabilización política como ésta favoreció a los sectores del chavismo que siempre habían permanecido en la sombra, los parásitos que aprovecharon los logros de la revolución bolivariana para ganar capital político y que encontraron la gran oportunidad de aprovechar sobre trozos de poder con el caos instalado en el país. No hablo, por supuesto, del presidente Maduro, sino de políticos que se han sumado al Gran Polo Patriótico desde las elecciones de 1998 hasta hoy, con una política aparentemente progresista y nacionalista, pero de derecha y burgueses, representantes de sectores de la burguesía y la burocracia estatal y partidaria tradicional, ajenos al movimiento de la clase obrera y de los campesinos pobres.
Estos sectores oportunistas ganaron fuerza gracias al desgaste del gobierno, que tuvo que librar una batalla ignominiosa contra el imperialismo estadounidense en la última década. Se apoderaron del aparato partidario de las organizaciones que eran el GPP (hoy Gran Polo Patriótico Simón Bolívar) y de instituciones y empresas del Estado. Son la quinta columna que las masas populares que apoyan al presidente Maduro deben combatir duramente y purgar del gobierno. Es gracias a esta capa parasitaria que el chavismo ha perdido algo de apoyo popular, expresado en la caída del número de votos emitidos por un millón de electores en cada una de las tres últimas elecciones presidenciales.
La otra gran diferencia es de naturaleza externa. El hecho de que Colombia y Brasil tengan gobiernos de izquierda aliados con Maduro da una impresión errónea de la correlación de fuerzas continental. Tanto es así que ningún gobierno amigo del chavismo salió a defenderlo contundentemente. La votación que tuvo lugar en la OEA no tuvo manifestaciones en contra de la propuesta imperialista de aumentar la presión sobre el gobierno ante el “fraude” electoral. Los gobiernos de derecha votaron a favor de la propuesta, otros estuvieron ausentes y Brasil, Colombia, Bolivia y Honduras, junto con siete países del Caribe, se abstuvieron. Esto fue suficiente para detener el golpe de la OEA, pero demuestra, junto con las declaraciones públicas extremadamente tímidas, que ni siquiera los aliados de Venezuela quieren participar en esta lucha.
¿Pero por qué? Porque todos están sintiendo la presión de la escalada golpista, patrocinada por Estados Unidos, que comenzó con la elección manipulada de Javier Milei en Argentina y continuó con la igualmente manipulada elección de Daniel Noboa en Ecuador y la reelección (sobre esto no se dice nada) también farsa de Nayib Bukele en El Salvador. Bolivia acaba de sufrir un susto con un putsch apresurado, señal de que se está preparando un golpe de estado. Gustavo Petro también sabe que hay intenciones golpistas en su contra. Puede que Lula también lo sepa, pero está tardando mucho en actuar, mientras mantiene eternas ilusiones con sus supuestos aliados internos.
El destino inmediato de Venezuela –la caída del gobierno o la derrota del golpe– será decisivo para la correlación de fuerzas en el continente. Si María Corina Machado sale victoriosa, facilitará enormemente la extensión de los tentáculos de la CIA para abarcar a Brasil, Colombia y Bolivia.