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Eduardo Vasco
June 22, 2024
© Photo: Public domain

“─ Su ideología es la misma que la mía”

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Cuando triunfó la Revolución, Fernando se unió a las milicias revolucionarias a los 16 años. Primero sirvió en una unidad especial de artillería e ingeniería y luego se unió a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. No luchó durante la invasión de Bahía de Cochinos, en Playa Girón, por mercenarios venidos de Miami y apoyados por Estados Unidos. Él y su personal se estaban preparando para un viaje a la Unión Soviética, donde pasó un año. Llegó otro episodio histórico de la Revolución Cubana: la Crisis de Octubre, en 1962, cuando Fernando ya había regresado. Era mecánico de un escuadrón de torpederos y cazasubmarinos en Cienfuegos y, como todos los cubanos, estaba preparado para la guerra nuclear y el ataque estadounidense. Las negociaciones entre la URSS y Estados Unidos (en las que Cuba quedó excluida) condujeron a la distensión y al fin de esa amenaza nuclear.

Aún sufriendo los prejuicios de la vieja sociedad, Emilia fue impedida por su familia de salir de casa para tomar un curso de corte y costura, así como participar directamente en la campaña de alfabetización impulsada por el gobierno en 1961, a pesar de que logró ser asistente de un profesor de alfabetización. Se casó poco después, a los 16 años. Pero se divorció 12 años después y, a los 28, se casó con Gilberto Ferrás Cruz, quien había servido en el Ejército y estaba terminando la universidad. Entonces empezó a liberarse, como lo estaban haciendo todas las mujeres cubanas: se unió a las milicias en los años 1970, estudió biblioteconomía y entró a trabajar en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría, en La Habana, llevando a su pequeño Gilo, un recién nacido. Se unió a la Federación de Mujeres Cubanas a principios de los años 1980.

Después de la Crisis de los Misiles, Fernando sirvió en la Marina, combatiendo las incursiones de los contrarrevolucionarios de Miami, pero también trabajando con la flota pesquera y la flota mercante de cruce. A finales de los años 1980, la Unión Soviética había reducido mucho la cooperación con Cuba y él participó en una nueva misión en ese país que estaba a punto de desaparecer. Los soviéticos habían prometido un préstamo de 500 millones de rublos a Cuba y tardaron en enviarlo. En 1988 recorrió todo el país de los soviets, incluido el sur de Ucrania y las repúblicas bálticas, dondequiera que hubiera un puerto para que los barcos zarparan hacia el Caribe. Finalmente, en Moscú fue enviado a la frontera finlandesa, donde se reunió con el director del departamento de petróleo. Le dijeron que sería bienvenido, pero los burócratas soviéticos lo engañaron.

─ Cuando llegué al edificio, en una ciudad de la región del Mar Báltico, el traductor nos dijo que nos recibiría el director, aunque éste ya estaba recibiendo una visita. Noté que parecía tener pocos amigos y le comenté a mi colega: “eso me huele mal”. Nos hicieron esperar dos horas y luego la secretaria dijo: “lo siento, está con una delegación finlandesa”. Cuando finalmente nos recibieron, fue para informarnos que ya habían hecho negocios con los finlandeses y que no podían ayudarnos.

Fueron las primeras señales de acuerdo entre rusos y estadounidenses, que a partir de 1991 unieron fuerzas por completo en el bloqueo a Cuba. Al regresar a Cuba, el coronel Fernando Suárez Alonso, ya de 50 años y con 30 de servicio en las FAR, estaba al frente del desarrollo de las actividades petroleras en la región de Varadero. La ironía es que, a pesar de trabajar en la zona donde Cuba empezaba a extraer su propio petróleo, el coronel tuvo que ir a trabajar en bicicleta. En ningún lugar del mundo, en ningún momento, nadie imaginaría que un coronel de las fuerzas armadas tuviera que desplazarse a cualquier lugar en bicicleta. Pero en Cuba, donde no había combustible para nada (el propio Fidel Castro se quedó sin gasolina en plena calle), un oficial de la Marina tuvo que pedalear. En su unidad había dos coches disponibles (entre ellos, un Volga GAZ-24 soviético), pero no pudieron utilizarse porque el tanque estaba vacío.

Para Emilia, ese momento fue aún más difícil. Se convirtió en madre soltera en 1993 y, ante la escasez de alimentos, tuvo que hacer magia para inventar nuevos platos. Así como hacía papas rellenas, también creaba yuca rellena, cocinando, amasando y haciendo bolas de yuca. También preparó filete de plátano. Como casi no había grasa en los mercados, cuyos estantes se habían quedado vacíos y los productos que aparecían eran casi tan caros como ahora, compró trozos de cerdo, separó el tocino y lo salaó. A la hora de cocinar cogería el trozo de tocino para aprovechar su grasa. Entonces abrió un pequeño restaurante, ya que ya no podía trabajar como costurera (una tradición familiar), porque no había tela, ni hilo, ni aguja, nada. Después de diez años en el restaurante, pudo regresar a su oficio favorito cuando se convirtió en sastre por cuenta propia, especializándose en la confección de las famosas guayaberas, camisas tradicionales en Cuba. Aunque oficialmente el período especial había terminado, la vida seguía siendo muy dura: como no había lino para producir guayaberas, utilizaba algodón crudo. Como ni siquiera había botones, los artesanos hacían botones de madera. Y Emilia se ganó a sus clientes llevando su creatividad de la cocina a la sastrería.

En los años siguientes, el oficial de la Marina realizó misiones de apoyo en la vida civil y se retiró en 2010, a la edad de 67 años. También sufre de falta de medicación: necesita clopidogrel, un anticoagulante, y hace dos meses que no recibe enalapril. Su geriatra le recomendó que le hiciera un ecocardiograma, pero le costó encontrar un lugar que tuviera el equipo. Al tener problemas de sordera, tuvo que utilizar un audífono chino improvisado, enviado por gente solidaria de fuera de Cuba, porque el suyo, producido en Cuba, se había roto y el país no podía fabricar más por falta de materia prima. Después de un año, Cuba finalmente volvió a producir los dispositivos y Fernando fue llamado al médico para recibir uno nuevo por un valor simbólico de alrededor de 50 centavos de dólar.

Con Emilia pasa lo mismo: fue operada de un cáncer de útero en 2011 y la radioterapia tardó más de lo debido porque había un solo equipo para todas las pacientes. Después de eso, tuvo una infección urinaria que no desaparecía porque no había nitrofurantoína, un antibiótico común, que sólo llegó gracias a donaciones de amigos fuera de Cuba. Hasta el día de hoy, necesita tomar el antibiótico y sigue teniendo dificultades para encontrarlo. Además, estuvo un año sin tomar anticoagulante, que recién ahora vuelve a aparecer en el país, y tampoco puede medir la diabetes porque no hay tira reactiva ni biosensor para el glucómetro -este aparato se fabrica en Cuba, pero el país está impedido de adquirir las materias primas para fabricar los componentes. Emilia sigue teniendo que hacer magia en la cocina. A falta de leche, para el desayuno prepara una especie de gachas de arroz con canela, hinojo y nuez moscada, las licúa en una batidora y las mezcla con leche, de esta forma ahorra leche. O bien, prepara una crema de arroz en una licuadora y mézclala con yogur de soja. Después del desayuno, se dirige con su marido a la Casa de los Abuelos Célia Sánchez Manduley, una de las tantas que hay en La Habana. Allí comen las otras comidas, incluido bocadillos, y pueden divertirse y leer en la biblioteca con las más de 20 personas mayores que la frecuentan.

Es uno de los barrios más pobres de La Habana, muy cerca de la casa donde creció Fernando. Regresó hace unos 20 años, cuando fue enviado a ocupar cargos en el Estado Mayor y en una compañía militar de la capital, para quedarse con sus padres, ya que llevaba 22 años prestando servicios en otras ciudades. Dejó una casa en Cienfuegos, donde tenía todas las comodidades. Su madre y su padre murieron poco después y su esposa murió de Covid-19 en el año 2020. Pero no se quedó solo. Conoció a Emilia en la Casa de los Abuelos y cuando hizo pública su relación, escribió un comunicado oficial leído a sus amigos de la Casa, explicando los motivos por los que tomaron esa decisión. El bloqueo ha afectado a la fiesta de bodas porque es casi imposible encontrar dulces a la venta en La Habana. Emilia no podría casarse oficialmente, de lo contrario perdería la pensión que recibe. En cualquier caso, la fiesta se llevó a cabo el 28 de diciembre de 2021. Ante tantas necesidades, no fue una ambición material la que hizo que el coronel de la Marina y la costurera se enamoraran con más de 70 años.

─ Su ideología es la misma que la mía.

Desde Cuba con amor

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Cuando triunfó la Revolución, Fernando se unió a las milicias revolucionarias a los 16 años. Primero sirvió en una unidad especial de artillería e ingeniería y luego se unió a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. No luchó durante la invasión de Bahía de Cochinos, en Playa Girón, por mercenarios venidos de Miami y apoyados por Estados Unidos. Él y su personal se estaban preparando para un viaje a la Unión Soviética, donde pasó un año. Llegó otro episodio histórico de la Revolución Cubana: la Crisis de Octubre, en 1962, cuando Fernando ya había regresado. Era mecánico de un escuadrón de torpederos y cazasubmarinos en Cienfuegos y, como todos los cubanos, estaba preparado para la guerra nuclear y el ataque estadounidense. Las negociaciones entre la URSS y Estados Unidos (en las que Cuba quedó excluida) condujeron a la distensión y al fin de esa amenaza nuclear.

Aún sufriendo los prejuicios de la vieja sociedad, Emilia fue impedida por su familia de salir de casa para tomar un curso de corte y costura, así como participar directamente en la campaña de alfabetización impulsada por el gobierno en 1961, a pesar de que logró ser asistente de un profesor de alfabetización. Se casó poco después, a los 16 años. Pero se divorció 12 años después y, a los 28, se casó con Gilberto Ferrás Cruz, quien había servido en el Ejército y estaba terminando la universidad. Entonces empezó a liberarse, como lo estaban haciendo todas las mujeres cubanas: se unió a las milicias en los años 1970, estudió biblioteconomía y entró a trabajar en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría, en La Habana, llevando a su pequeño Gilo, un recién nacido. Se unió a la Federación de Mujeres Cubanas a principios de los años 1980.

Después de la Crisis de los Misiles, Fernando sirvió en la Marina, combatiendo las incursiones de los contrarrevolucionarios de Miami, pero también trabajando con la flota pesquera y la flota mercante de cruce. A finales de los años 1980, la Unión Soviética había reducido mucho la cooperación con Cuba y él participó en una nueva misión en ese país que estaba a punto de desaparecer. Los soviéticos habían prometido un préstamo de 500 millones de rublos a Cuba y tardaron en enviarlo. En 1988 recorrió todo el país de los soviets, incluido el sur de Ucrania y las repúblicas bálticas, dondequiera que hubiera un puerto para que los barcos zarparan hacia el Caribe. Finalmente, en Moscú fue enviado a la frontera finlandesa, donde se reunió con el director del departamento de petróleo. Le dijeron que sería bienvenido, pero los burócratas soviéticos lo engañaron.

─ Cuando llegué al edificio, en una ciudad de la región del Mar Báltico, el traductor nos dijo que nos recibiría el director, aunque éste ya estaba recibiendo una visita. Noté que parecía tener pocos amigos y le comenté a mi colega: “eso me huele mal”. Nos hicieron esperar dos horas y luego la secretaria dijo: “lo siento, está con una delegación finlandesa”. Cuando finalmente nos recibieron, fue para informarnos que ya habían hecho negocios con los finlandeses y que no podían ayudarnos.

Fueron las primeras señales de acuerdo entre rusos y estadounidenses, que a partir de 1991 unieron fuerzas por completo en el bloqueo a Cuba. Al regresar a Cuba, el coronel Fernando Suárez Alonso, ya de 50 años y con 30 de servicio en las FAR, estaba al frente del desarrollo de las actividades petroleras en la región de Varadero. La ironía es que, a pesar de trabajar en la zona donde Cuba empezaba a extraer su propio petróleo, el coronel tuvo que ir a trabajar en bicicleta. En ningún lugar del mundo, en ningún momento, nadie imaginaría que un coronel de las fuerzas armadas tuviera que desplazarse a cualquier lugar en bicicleta. Pero en Cuba, donde no había combustible para nada (el propio Fidel Castro se quedó sin gasolina en plena calle), un oficial de la Marina tuvo que pedalear. En su unidad había dos coches disponibles (entre ellos, un Volga GAZ-24 soviético), pero no pudieron utilizarse porque el tanque estaba vacío.

Para Emilia, ese momento fue aún más difícil. Se convirtió en madre soltera en 1993 y, ante la escasez de alimentos, tuvo que hacer magia para inventar nuevos platos. Así como hacía papas rellenas, también creaba yuca rellena, cocinando, amasando y haciendo bolas de yuca. También preparó filete de plátano. Como casi no había grasa en los mercados, cuyos estantes se habían quedado vacíos y los productos que aparecían eran casi tan caros como ahora, compró trozos de cerdo, separó el tocino y lo salaó. A la hora de cocinar cogería el trozo de tocino para aprovechar su grasa. Entonces abrió un pequeño restaurante, ya que ya no podía trabajar como costurera (una tradición familiar), porque no había tela, ni hilo, ni aguja, nada. Después de diez años en el restaurante, pudo regresar a su oficio favorito cuando se convirtió en sastre por cuenta propia, especializándose en la confección de las famosas guayaberas, camisas tradicionales en Cuba. Aunque oficialmente el período especial había terminado, la vida seguía siendo muy dura: como no había lino para producir guayaberas, utilizaba algodón crudo. Como ni siquiera había botones, los artesanos hacían botones de madera. Y Emilia se ganó a sus clientes llevando su creatividad de la cocina a la sastrería.

En los años siguientes, el oficial de la Marina realizó misiones de apoyo en la vida civil y se retiró en 2010, a la edad de 67 años. También sufre de falta de medicación: necesita clopidogrel, un anticoagulante, y hace dos meses que no recibe enalapril. Su geriatra le recomendó que le hiciera un ecocardiograma, pero le costó encontrar un lugar que tuviera el equipo. Al tener problemas de sordera, tuvo que utilizar un audífono chino improvisado, enviado por gente solidaria de fuera de Cuba, porque el suyo, producido en Cuba, se había roto y el país no podía fabricar más por falta de materia prima. Después de un año, Cuba finalmente volvió a producir los dispositivos y Fernando fue llamado al médico para recibir uno nuevo por un valor simbólico de alrededor de 50 centavos de dólar.

Con Emilia pasa lo mismo: fue operada de un cáncer de útero en 2011 y la radioterapia tardó más de lo debido porque había un solo equipo para todas las pacientes. Después de eso, tuvo una infección urinaria que no desaparecía porque no había nitrofurantoína, un antibiótico común, que sólo llegó gracias a donaciones de amigos fuera de Cuba. Hasta el día de hoy, necesita tomar el antibiótico y sigue teniendo dificultades para encontrarlo. Además, estuvo un año sin tomar anticoagulante, que recién ahora vuelve a aparecer en el país, y tampoco puede medir la diabetes porque no hay tira reactiva ni biosensor para el glucómetro -este aparato se fabrica en Cuba, pero el país está impedido de adquirir las materias primas para fabricar los componentes. Emilia sigue teniendo que hacer magia en la cocina. A falta de leche, para el desayuno prepara una especie de gachas de arroz con canela, hinojo y nuez moscada, las licúa en una batidora y las mezcla con leche, de esta forma ahorra leche. O bien, prepara una crema de arroz en una licuadora y mézclala con yogur de soja. Después del desayuno, se dirige con su marido a la Casa de los Abuelos Célia Sánchez Manduley, una de las tantas que hay en La Habana. Allí comen las otras comidas, incluido bocadillos, y pueden divertirse y leer en la biblioteca con las más de 20 personas mayores que la frecuentan.

Es uno de los barrios más pobres de La Habana, muy cerca de la casa donde creció Fernando. Regresó hace unos 20 años, cuando fue enviado a ocupar cargos en el Estado Mayor y en una compañía militar de la capital, para quedarse con sus padres, ya que llevaba 22 años prestando servicios en otras ciudades. Dejó una casa en Cienfuegos, donde tenía todas las comodidades. Su madre y su padre murieron poco después y su esposa murió de Covid-19 en el año 2020. Pero no se quedó solo. Conoció a Emilia en la Casa de los Abuelos y cuando hizo pública su relación, escribió un comunicado oficial leído a sus amigos de la Casa, explicando los motivos por los que tomaron esa decisión. El bloqueo ha afectado a la fiesta de bodas porque es casi imposible encontrar dulces a la venta en La Habana. Emilia no podría casarse oficialmente, de lo contrario perdería la pensión que recibe. En cualquier caso, la fiesta se llevó a cabo el 28 de diciembre de 2021. Ante tantas necesidades, no fue una ambición material la que hizo que el coronel de la Marina y la costurera se enamoraran con más de 70 años.

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Cuando triunfó la Revolución, Fernando se unió a las milicias revolucionarias a los 16 años. Primero sirvió en una unidad especial de artillería e ingeniería y luego se unió a las Fuerzas Armadas Revolucionarias. No luchó durante la invasión de Bahía de Cochinos, en Playa Girón, por mercenarios venidos de Miami y apoyados por Estados Unidos. Él y su personal se estaban preparando para un viaje a la Unión Soviética, donde pasó un año. Llegó otro episodio histórico de la Revolución Cubana: la Crisis de Octubre, en 1962, cuando Fernando ya había regresado. Era mecánico de un escuadrón de torpederos y cazasubmarinos en Cienfuegos y, como todos los cubanos, estaba preparado para la guerra nuclear y el ataque estadounidense. Las negociaciones entre la URSS y Estados Unidos (en las que Cuba quedó excluida) condujeron a la distensión y al fin de esa amenaza nuclear.

Aún sufriendo los prejuicios de la vieja sociedad, Emilia fue impedida por su familia de salir de casa para tomar un curso de corte y costura, así como participar directamente en la campaña de alfabetización impulsada por el gobierno en 1961, a pesar de que logró ser asistente de un profesor de alfabetización. Se casó poco después, a los 16 años. Pero se divorció 12 años después y, a los 28, se casó con Gilberto Ferrás Cruz, quien había servido en el Ejército y estaba terminando la universidad. Entonces empezó a liberarse, como lo estaban haciendo todas las mujeres cubanas: se unió a las milicias en los años 1970, estudió biblioteconomía y entró a trabajar en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echevarría, en La Habana, llevando a su pequeño Gilo, un recién nacido. Se unió a la Federación de Mujeres Cubanas a principios de los años 1980.

Después de la Crisis de los Misiles, Fernando sirvió en la Marina, combatiendo las incursiones de los contrarrevolucionarios de Miami, pero también trabajando con la flota pesquera y la flota mercante de cruce. A finales de los años 1980, la Unión Soviética había reducido mucho la cooperación con Cuba y él participó en una nueva misión en ese país que estaba a punto de desaparecer. Los soviéticos habían prometido un préstamo de 500 millones de rublos a Cuba y tardaron en enviarlo. En 1988 recorrió todo el país de los soviets, incluido el sur de Ucrania y las repúblicas bálticas, dondequiera que hubiera un puerto para que los barcos zarparan hacia el Caribe. Finalmente, en Moscú fue enviado a la frontera finlandesa, donde se reunió con el director del departamento de petróleo. Le dijeron que sería bienvenido, pero los burócratas soviéticos lo engañaron.

─ Cuando llegué al edificio, en una ciudad de la región del Mar Báltico, el traductor nos dijo que nos recibiría el director, aunque éste ya estaba recibiendo una visita. Noté que parecía tener pocos amigos y le comenté a mi colega: “eso me huele mal”. Nos hicieron esperar dos horas y luego la secretaria dijo: “lo siento, está con una delegación finlandesa”. Cuando finalmente nos recibieron, fue para informarnos que ya habían hecho negocios con los finlandeses y que no podían ayudarnos.

Fueron las primeras señales de acuerdo entre rusos y estadounidenses, que a partir de 1991 unieron fuerzas por completo en el bloqueo a Cuba. Al regresar a Cuba, el coronel Fernando Suárez Alonso, ya de 50 años y con 30 de servicio en las FAR, estaba al frente del desarrollo de las actividades petroleras en la región de Varadero. La ironía es que, a pesar de trabajar en la zona donde Cuba empezaba a extraer su propio petróleo, el coronel tuvo que ir a trabajar en bicicleta. En ningún lugar del mundo, en ningún momento, nadie imaginaría que un coronel de las fuerzas armadas tuviera que desplazarse a cualquier lugar en bicicleta. Pero en Cuba, donde no había combustible para nada (el propio Fidel Castro se quedó sin gasolina en plena calle), un oficial de la Marina tuvo que pedalear. En su unidad había dos coches disponibles (entre ellos, un Volga GAZ-24 soviético), pero no pudieron utilizarse porque el tanque estaba vacío.

Para Emilia, ese momento fue aún más difícil. Se convirtió en madre soltera en 1993 y, ante la escasez de alimentos, tuvo que hacer magia para inventar nuevos platos. Así como hacía papas rellenas, también creaba yuca rellena, cocinando, amasando y haciendo bolas de yuca. También preparó filete de plátano. Como casi no había grasa en los mercados, cuyos estantes se habían quedado vacíos y los productos que aparecían eran casi tan caros como ahora, compró trozos de cerdo, separó el tocino y lo salaó. A la hora de cocinar cogería el trozo de tocino para aprovechar su grasa. Entonces abrió un pequeño restaurante, ya que ya no podía trabajar como costurera (una tradición familiar), porque no había tela, ni hilo, ni aguja, nada. Después de diez años en el restaurante, pudo regresar a su oficio favorito cuando se convirtió en sastre por cuenta propia, especializándose en la confección de las famosas guayaberas, camisas tradicionales en Cuba. Aunque oficialmente el período especial había terminado, la vida seguía siendo muy dura: como no había lino para producir guayaberas, utilizaba algodón crudo. Como ni siquiera había botones, los artesanos hacían botones de madera. Y Emilia se ganó a sus clientes llevando su creatividad de la cocina a la sastrería.

En los años siguientes, el oficial de la Marina realizó misiones de apoyo en la vida civil y se retiró en 2010, a la edad de 67 años. También sufre de falta de medicación: necesita clopidogrel, un anticoagulante, y hace dos meses que no recibe enalapril. Su geriatra le recomendó que le hiciera un ecocardiograma, pero le costó encontrar un lugar que tuviera el equipo. Al tener problemas de sordera, tuvo que utilizar un audífono chino improvisado, enviado por gente solidaria de fuera de Cuba, porque el suyo, producido en Cuba, se había roto y el país no podía fabricar más por falta de materia prima. Después de un año, Cuba finalmente volvió a producir los dispositivos y Fernando fue llamado al médico para recibir uno nuevo por un valor simbólico de alrededor de 50 centavos de dólar.

Con Emilia pasa lo mismo: fue operada de un cáncer de útero en 2011 y la radioterapia tardó más de lo debido porque había un solo equipo para todas las pacientes. Después de eso, tuvo una infección urinaria que no desaparecía porque no había nitrofurantoína, un antibiótico común, que sólo llegó gracias a donaciones de amigos fuera de Cuba. Hasta el día de hoy, necesita tomar el antibiótico y sigue teniendo dificultades para encontrarlo. Además, estuvo un año sin tomar anticoagulante, que recién ahora vuelve a aparecer en el país, y tampoco puede medir la diabetes porque no hay tira reactiva ni biosensor para el glucómetro -este aparato se fabrica en Cuba, pero el país está impedido de adquirir las materias primas para fabricar los componentes. Emilia sigue teniendo que hacer magia en la cocina. A falta de leche, para el desayuno prepara una especie de gachas de arroz con canela, hinojo y nuez moscada, las licúa en una batidora y las mezcla con leche, de esta forma ahorra leche. O bien, prepara una crema de arroz en una licuadora y mézclala con yogur de soja. Después del desayuno, se dirige con su marido a la Casa de los Abuelos Célia Sánchez Manduley, una de las tantas que hay en La Habana. Allí comen las otras comidas, incluido bocadillos, y pueden divertirse y leer en la biblioteca con las más de 20 personas mayores que la frecuentan.

Es uno de los barrios más pobres de La Habana, muy cerca de la casa donde creció Fernando. Regresó hace unos 20 años, cuando fue enviado a ocupar cargos en el Estado Mayor y en una compañía militar de la capital, para quedarse con sus padres, ya que llevaba 22 años prestando servicios en otras ciudades. Dejó una casa en Cienfuegos, donde tenía todas las comodidades. Su madre y su padre murieron poco después y su esposa murió de Covid-19 en el año 2020. Pero no se quedó solo. Conoció a Emilia en la Casa de los Abuelos y cuando hizo pública su relación, escribió un comunicado oficial leído a sus amigos de la Casa, explicando los motivos por los que tomaron esa decisión. El bloqueo ha afectado a la fiesta de bodas porque es casi imposible encontrar dulces a la venta en La Habana. Emilia no podría casarse oficialmente, de lo contrario perdería la pensión que recibe. En cualquier caso, la fiesta se llevó a cabo el 28 de diciembre de 2021. Ante tantas necesidades, no fue una ambición material la que hizo que el coronel de la Marina y la costurera se enamoraran con más de 70 años.

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The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

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