En resumen, pues, tenemos una infoguerra que se mueve en relación con las guerras emprendidas y en su apoyo, no sólo transmitiendo propaganda -incluso la más descaradamente falsa-, sino también tratando de reorientar a la opinión pública en función de los acontecimientos cambiantes en los campos de batalla (y, por tanto, en función de las necesidades cambiantes del Occidente colectivo), cambiando bruscamente la narrativa.
Enrico TOMASELLI
Escríbenos: info@strategic-culture.su
En el contexto de la Gran Guerra Global en la que nos encontramos inmersos -y que sin duda marcará las décadas venideras-, podemos ver que se están librando al menos tres guerras: la guerra europea, la guerra de Oriente Medio y la guerra de la información. Las dos primeras pretenden conseguir resultados políticos mediante el uso de las armas, la tercera mediante el condicionamiento de la opinión pública mundial (y, por tanto, de los gobiernos).
Pero no se trata de tres guerras separadas; al contrario, están estrechamente entrelazadas entre sí, y de muchas maneras. Ya hemos mencionado la relación entre ambas guerras en un artículo anterior [1].Los movimientos tácticos y las maniobras estratégicas de la guerra de la información tienen en cuenta lo que ocurre en los campos de batalla, intentan darle sentido enmarcándolo en una lectura particular, bien para confundir (y/o movilizar) a la opinión pública, bien como parte de verdaderas operaciones psicológicas destinadas a desorientar al enemigo, o a proteger al bando que las lleva a cabo.
Si se tiene presente esta premisa, se puede intentar descifrar el significado de muchos movimientos tácticos recientes en esta guerra de la información. Y ya su intensificación, tanto en cantidad y calidad como en contenido, sugiere claramente que las guerras bélicas se encuentran en una fase crítica, que requiere intervenciones narrativas fuera de los campos de batalla.
En concreto, examinaremos tanto declaraciones oficiales, como la del Secretario de Defensa estadounidense Lloyd Austin, como una serie de indiscreciones y análisis periodísticos, en referencia tanto al conflicto ruso-ucraniano como al israelí-palestino. Por ejemplo, es muy interesante observar lo que dijo Austin sobre ambos conflictos. Según el Secretario, Estados Unidos no permitirá que Putin y Hamás ganen; y lo hará porque es «el país más poderoso de la Tierra» [2].
Esta declaración, que pone al mismo nivel tanto a Ucrania como a Israel, pero sobre todo a Putin (Rusia) y a Hamás, llega en realidad en un momento muy crítico para ambas partes.
En cuanto al conflicto de Ucrania, mientras Austin declara la capacidad de EEUU para «dirigir recursos a múltiples teatros», de hecho se está librando una batalla parlamentaria en el Congreso porque los recursos para Kiev se han agotado [3], y la mayoría republicana de la Cámara de Representantes es muy reacia a votar a favor de nueva financiación. Pero sobre todo -como atestigua la inversión de la narrativa occidental- la guerra va exactamente en dirección contraria. El Washington Post, notoriamente bien conectado con el Pentágono y los servicios estadounidenses, dedicó incluso un extenso análisis, dividido en dos partes y confiado a toda la redacción, a examinar las causas del fracaso de la famosa contraofensiva ucraniana del verano pasado [4], pero básicamente a hacer sonar el de profundis de las ilusiones ucranianas de victoria. Artículos del mismo tono aparecieron en varios periódicos internacionales, el más reciente Der Spiegel [5].
Aunque el Secretario de Defensa proclama la voluntad estadounidense de no dejar que ganen los enemigos de Occidente, la realidad es muy distinta, y él lo sabe muy bien. Esta realidad es que la guerra en Ucrania está perdida, y ahora el juego pasa a ser más bien cómo salir de ella salvando la cara (y el prestigio). Para EE.UU. hoy esta es la prioridad, empaquetar una narrativa lo suficientemente creíble como para que la derrota sea prescindible como empate. Por supuesto, el problema no es la opinión pública estadounidense, que además apenas sabe dónde está Ucrania, sino la credibilidad internacional de EEUU como gran potencia, y por tanto de su capacidad para defender a los países amigos y golpear a los enemigos. Un problema que requiere urgentemente una respuesta (preferiblemente antes de las elecciones presidenciales estadounidenses…); a pesar de que la guerra reporta beneficios económicos a los Estados, de hecho, cuanto más dure, más probable será que la victoria rusa sea rotundamente evidente. Lo cual debe evitarse como la peste.
Hoy, el principal obstáculo para una solución aceptable para Washington parece ser el pobre Zelensky. Aclamado y dormido en los laureles durante casi dos años, convencido por los propios angloamericanos de no negociar con los rusos cuando aún era posible (y como ahora se ha confirmado universalmente), ahora es prisionero del personaje que le han construido -así como de sus adicciones…- y, por tanto, incapaz como es de cambiar su papel en la obra a la velocidad exigida por el director, se encuentra ineluctablemente condenado a la destitución.
No es sorprendente que, una vez más, sea la amistosa prensa internacional la que se encargue de deshacerse de él. Los rumores sobre el descenso de su índice de aprobación nacional, así como los relativos a su rivalidad con el comandante de las Fuerzas Armadas Zaluzhny [6] (en este momento su sucesor más acreditado), están ya casi al nivel del cotilleo. Sólo que el asunto es muy serio.
Aunque no faltan pretendientes al trono -además de Zaluzhny, sin duda el ex asesor de Zelensky, Arestovych, y tal vez el ex presidente Poroshenko y el jefe de los servicios Budanov-, en este momento el jefe de las fuerzas armadas parece estar en la pole position. Lo que probablemente le está frenando es una cierta desconfianza por parte estadounidense, nacida precisamente durante la contraofensiva, cuando de hecho el ejército ucraniano no siguió las indicaciones tácticas sugeridas por los mandos de la OTAN; una decisión tomada por el propio Zaluzhny, y de la que (según el Pentágono) dependió el posterior fracaso. Además, hace poco, durante la visita de Austin a Kiev, el general hizo unas exigencias desorbitadas (17 millones de cartuchos y 400.000 millones de dólares), que generaron no poca perplejidad en Washington. No sólo no se dispondría de tal cantidad de munición de artillería ni siquiera recogiéndola en todo el mundo (cosa que Zaluzhny no puede ignorar), por no hablar de miles de millones…, sino que tal exigencia parece indicar la voluntad de continuar la guerra durante mucho más tiempo, en lugar de conducir al país hacia las negociaciones.
Y aquí es donde entra en juego el último artículo de Seymour Hersh. Según el conocido periodista de investigación estadounidense, de hecho está en marcha una negociación secreta entre ucranianos y rusos, dirigida por Zaluzhny para los primeros y por el comandante en jefe ruso Gerasimov para los segundos. Según los informes de Hersh [7], que se refiere a lo que le revelaron fuentes militares estadounidenses, la base de las negociaciones sería, por un lado, la cesión a Rusia de todos los territorios conquistados y, por otro, la entrada de Ucrania en la OTAN, con el compromiso de no albergar en su territorio armas y/o tropas de otros países.
Como es evidente, esta noticia -tal como se ha comunicado- parece muy poco creíble.
En primer lugar, no se entiende por qué Estados Unidos tendría interés en revelar una negociación de este tipo, si realmente se estuviera llevando a cabo, cuando está claro que hacerla pública supondría exacerbar las tensiones entre Zaluzhny y Zelensky y, sobre todo, minar sus posibilidades de éxito.
Pero, sobre todo, lo que lo hace poco creíble son los supuestos términos del acuerdo, por no mencionar el hecho de que una negociación de este nivel, que implica decisiones fundamentales, ciertamente no podría ser dirigida por Gerasimov, que como mucho estaría cualificado para discutir un alto el fuego temporal. En cualquier caso, es sencillamente impensable que Rusia acepte un intercambio en el que toma lo que ya tiene, y que nadie puede pensar de forma realista en quitarle, y cede en el punto mismo en el que empezó la guerra, a saber, la adhesión de Kiev a la OTAN.
Por mucho que sea posible que los dirigentes político-militares occidentales estén presos en su propio esquema mental, según el cual la ausencia de cambios territoriales sustanciales implica un punto muerto (mientras que los rusos persiguen en cambio la destrucción del ejército ucraniano, no la conquista de territorio), y por tanto puedan creer que se encuentran en una situación de equilibrio, de la que ambas partes tienen interés en salir, creer que Moscú puede aceptar una Ucrania en la OTAN está realmente fuera de la realidad.
De ello se deduce que la revelación filtrada a Hersh es, en el mejor de los casos, un ballon d’essai; mucho más probablemente, una operación de operaciones psicológicas. El propósito es obviamente enviar un mensaje, en primer lugar al propio Zelensky: cuidado, es hora de negociar, si no lo haces tú conseguiremos a otro que lo haga. En segundo lugar, el mensaje es para el propio Zaluzhny: podemos pasarte el cetro, pero con la condición de que completes una negociación como nuestro intermediario. Porque, obviamente, los términos de un acuerdo tienen que contar con la aprobación de EEUU. Y finalmente, en el trasfondo, está el mensaje universal, dirigido al público occidental, que dice: la guerra está llegando a su fin, obligaremos a Rusia a aceptar nuestros términos, aunque sacrifiquemos algo.
Y, por supuesto, esto es independiente de si realmente puede haber o no conversaciones confidenciales entre los dos mandos militares.
En el otro frente de guerra, Palestina, y a pesar de muchas apariencias, las cosas no son muy diferentes.
Es evidente que se está produciendo una enorme tragedia humanitaria, mayor que la ucraniana ciertamente no por las cifras (la guerra europea cuenta más de 400.000 muertos sólo en el bando ucraniano), sino por la voluntad manifiesta de exterminio, y porque se dirige intencionadamente contra la población civil. Pero el intento de genocidio de la población palestina de Gaza es ante todo una gigantesca operación de ocultación. Y lo que debe ocultar es el doble fracaso israelí, tanto el del 7 de octubre como el de toda la operación militar de represalia.
El verdadero problema planteado a Israel por la Operación Inundación de al-Aqsa es, de hecho, bastante similar al planteado a EEUU por la evolución del conflicto en Ucrania. Es decir, ha socavado el poder de disuasión del Estado judío.
Al observar los acontecimientos del 7 de octubre, es imposible no darse cuenta de cómo subvirtieron la agenda internacional y, sobre todo, de cómo golpearon a Tel Aviv en su talón de Aquiles. Para Israel, un país con una población de menos de diez millones de habitantes (no todos ellos judíos, por cierto), que se encuentra rodeado en profundidad por cientos de millones de árabes y musulmanes, la capacidad de contrarrestar cualquier hostilidad por parte de sus enemigos -y de hacerlo con eficacia y rapidez- es crucial para su supervivencia. Socavar su capacidad de respuesta militar, y su capacidad de prevención de inteligencia, es socavar los cimientos sobre los que el Estado judío ha construido sus relaciones con sus vecinos.
Frente a esto, incluso el aplazamiento, al menos sine die, de la aplicación de los Acuerdos de Abraham, así como el prepotente retorno de la cuestión palestina al centro del debate mundial, eclipsando en 24 horas el conflicto ruso-ucraniano, parecen logros menores.
Haber demostrado que Tsahal puede ser cogido por sorpresa y vencido, que los míticos (o mejor dicho, mitificados) servicios secretos israelíes no son tan eficaces, es el verdadero golpe mortal para Israel. Y es precisamente esta herida la que hay que curar lo antes posible, con vistas a la futura seguridad del Estado.
El ataque de la Resistencia palestina, por tanto, gana inmediatamente grandes puntos a su favor. ¿Y cuál es el resultado de la contraofensiva israelí, dos meses después? Sin duda, un apogeo absoluto de la política de limpieza étnica, que, por otra parte, Israel lleva persiguiendo sin descanso desde 1948, pero nada más. Las relaciones con los países amigos, desde Estados Unidos hasta los países árabes y musulmanes con los que mantiene habitualmente relaciones fructíferas (Jordania, Egipto, Arabia Saudí, Turquía…) al menos se han enfriado. La condena y el aislamiento internacionales, aunque moderados, son generalizados. El coste económico de la guerra es elevado, mucho más de lo previsible. La hostilidad activa del frente árabe ha aumentado (a la Resistencia palestina y a Hezbolá se han unido las milicias chiíes iraquíes y las milicias yemeníes). La carrera política de décadas de Netanyahu, ya tambaleante, ha llegado claramente a su fin.
Y lo que es quizás más importante, la crisis desencadenada por los acontecimientos del 7 de octubre podría incluso, a medio plazo, poner en tela de juicio todo el proyecto político del sionismo. Con la represalia llevada a cabo por las fuerzas armadas israelíes, de hecho, Tel Aviv se ha llevado a sí misma hasta el límite extremo practicable, en su diseño de limpieza étnica; es bastante evidente que más allá de ese umbral no le sería posible ir, ni ahora ni en el futuro. Y si ni siquiera esto ha permitido perseguir el sueño mesiánico del Gran Israel, ni ha servido para derrotar definitivamente la resistencia del pueblo palestino (y no sólo la armada), parece claro que el sueño es irrealizable, que la batalla demográfica contra las poblaciones árabes autóctonas está perdida.
Por tanto, el balance de la tormenta desatada el día de Simchat Tora es totalmente negativo para Israel.
Y, evidentemente, también en el plano estrictamente militar. Dos meses después del ataque, las IDF pueden afirmar que han matado a mil combatientes palestinos, casi todos ellos durante el propio ataque, y a unos cuantos mandos intermedios. Esto se compara con una capacidad estimada de 40.000 hombres en armas entre los diversos grupos de la Resistencia. Frente a casi el mismo número de soldados caídos y/o encarcelados, incluidos oficiales superiores, y miles de heridos -y más de 2000 desertores/renegados… Frente a una capacidad defensiva y ofensiva sin cambios- continúan los ataques masivos con cohetes contra ciudades israelíes, incluida Tel Aviv. Ante la rotunda constatación de que la mayoría de las bajas civiles de aquel 7 de octubre fueron causadas por las FDI, en cumplimiento de la terrible Directiva Aníbal [8].
Y ahora, mientras el alto mando israelí declara a los medios de comunicación que las operaciones terrestres en el norte están a punto de terminar y que la guerra continuará en el sur, la batalla continúa en el norte y, en un solo día, siete graduados y oficiales de las FDI permanecen sobre el terreno (oficialmente).
Para Israel, incluso más que para Estados Unidos, el poder militar lo es todo. Es la capacidad, especialmente mediante la disuasión, de defender la existencia misma del Estado. Por eso resulta crucial restaurarlo. Restaurar, es decir, la credibilidad de la amenaza. Algo que debe comenzar necesariamente desde el mismo momento en que se resquebraja.
Éste es el sentido de la advertencia (de nuevo) de Lloyd Austin, cuando afirma que Israel se encamina hacia una «derrota estratégica». Porque «en este tipo de combate, el centro de gravedad es la población civil. Y si los empujas a los brazos del enemigo, estás sustituyendo una victoria táctica por una derrota estratégica». Evidentemente, los israelíes -que llevan casi ochenta años luchando contra los palestinos- no necesitan que nadie les recuerde estos conceptos banales; lo que Austin quiere decir es: si no eres capaz de lograr al menos un éxito táctico contra la Resistencia armada, ésta no sólo es inútil, sino incluso contraproducente.
Y aquí, una vez más, entra en juego la guerra de información. La primera fase del conflicto estuvo dominada por la propaganda al estilo de Bucha (niños decapitados, mujeres violadas…); sirvió de tapadera para lanzar la feroz represalia, pero obviamente no duró más que unos días. Entonces empezó a filtrarse la verdad (los helicópteros Apache disparando misiles a los niños de la rave que huían, los tanques disparando a las casas, el bombardeo del cuartel de Eretz…), lo que puso al descubierto una capa más de debilidad en las IDF, más allá de la falta de preparación, el pánico, el caos. Se ha roto la caja de Pandora, y en este momento lo único que queda es al menos intentar remendar los pedazos. Y como los hechos no se pueden borrar, hay que anular su interpretación. Así comienza, como dice Baudrillard, «el psicodrama visual de la información».
Si no puedes negar la realidad -el ataque de la Resistencia Palestina pilló a las IDF con los pantalones bajados y las desbordó-, puedes darle la vuelta. La nueva narrativa dice que sí, que ocurrió, pero debido a la imperfección humana, aunque el sistema había funcionado muy bien. Empieza con algo pequeño, había habido informes de cierta actividad sospechosa, pero no se habían tomado en serio. Luego se filtró la noticia de que un departamento de mujeres, encargado de revisar las grabaciones de videovigilancia, había señalado a su vez movimientos extraños al otro lado de la frontera, pero (un poco de sexismo no viene mal) el mando no les había hecho caso [9]. Por último, en un crescendo rossiniano, llega la prensa estadounidense [10] afirmando que, de hecho, los servicios israelíes conocían el plan de atentado en detalle desde hacía un año, pero lo habían descartado por ser demasiado ambicioso. De hecho, se nos dice que el conocimiento del plan era tan exhaustivo, que era (cuando todo estaba dicho y hecho) perfectamente superponible al que se puso en práctica el 7 de octubre. En todos y cada uno de sus detalles.
Luego nos dejamos llevar por la excitación, y -por último- cae la bomba final: ¡no sólo lo sabía todo el mundo, en el gobierno, en los servicios y en el ejército, sino que incluso hay quien -sabiéndolo- se aprovechó de ello para hacer una bonita especulación financiera! De hecho, ¡fue el propio Hamás [11] quien lo hizo!
Según Haaretz, en efecto, misteriosos individuos hicieron apuestas masivas contra Israel en los mercados de Tel Aviv y Wall Street, unos días antes del atentado, ganando miles de millones.
Huelga decir que todo este alboroto [12] cumple perfectamente la función de provocar una gran confusión; por tanto, vale la pena intentar aclararlo, para entender mejor.
En el estado actual de las cosas, no disponemos de elementos que nos permitan afirmar con certeza que se trata de información-verdad, o de información falsa, o incluso de otra operación psicológica. Sin embargo, podemos examinar el asunto lógicamente.
Mientras tanto, despejemos el campo de las cosas menos creíbles, como la historia de la Resistencia organizando simulacros de ataque ante los ojos de los israelíes, y además en presencia de uno de los máximos dirigentes de Hamás. Intentemos más bien separar el grano de la paja, a la luz de la razón.
Es posible que algunas de las fases preparatorias del atentado, que sin duda fueron muy largas y laboriosas, se filtraran de algún modo y hasta cierto punto.
Es posible que, a la luz del panorama general, cualquier señal anómala que procediera de la vigilancia de Gaza fuera subestimada y/o insuficientemente conectada.
Si ésta fuera la hipótesis más fiable, es difícil creer que hubiera llegado a las más altas esferas políticas y militares, por lo que el flujo de noticias se habría detenido en un nivel medio-bajo. En ese caso, esto ya habría conducido a la destitución de los responsables.
Pero si, como afirma el NYT, los dirigentes israelíes tenían conocimiento detallado del plan palestino, incluso un año antes, hay muchas cosas que no cuadran.
En primer lugar, significaría que la vigilancia y el espionaje israelíes son tan minuciosos y profundos -y ciertamente de distintas fuentes- que han penetrado profundamente en la estructura militar de la Resistencia. Si el Shin Bet, el Mossad y los demás servicios tenían tal capacidad, parece bastante increíble que a) no prepararan, al menos como medida de precaución, un plan para hacer frente a la eventualidad, b) no fueran alertados, por sus propias fuentes, cuando el plan entró en fase operativa, y c) que la Resistencia, a pesar de tenerlo todo preparado, esperara siquiera un año para poner en marcha la operación -a pesar del riesgo creciente de que algo se filtrara.
Pero, sobre todo, lo que deja francamente en duda es otra consideración.
¿Cómo es posible que, con semejante capacidad de inteligencia, como para conocer un plan secreto con enorme antelación y precisión, no sea luego capaz -y esto es bastante evidente- de conocer siquiera un resumen de la estructura operativa de la resistencia en la Franja de Gaza? Y estamos hablando de la red de túneles, la ubicación de las brigadas de combate, los almacenes de armas y alimentos, las baterías de lanzamiento de misiles, los puestos de mando… Si hay algo que la Operación Espada de Hierro (el ataque terrestre contra la Franja) demuestra con absoluta certeza, es que las IDF no tienen ni idea de nada de esto.
Los pocos túneles descubiertos, las pocas armas encontradas, las pocas plataformas de lanzamiento alcanzadas, son fruto de la casualidad, o consecuencia de tiroteos con las brigadas resistentes. La misma narrativa propagandística tantea, primero identificando a los comandos bajo los hospitales de la ciudad de Gaza, ahora afirmando que han sido trasladados a Khan Younis.
Es demasiado evidente que si Israel hubiera tenido realmente esta capacidad de penetrar en los secretos militares de la Resistencia, la operación que se está llevando a cabo ahora dentro de la Franja tendría un desarrollo y un resultado totalmente diferentes.
Pensemos trivialmente -pero no tan trivialmente- en la matanza de combatientes palestinos reivindicada por las FDI (y, por cierto, obsérvese que no hay combatientes capturados en Gaza…); el Estado Mayor israelí, reconociendo como válidas las cifras proporcionadas por el Ministerio de Sanidad palestino, relativas a las bajas en la Franja, afirma haber matado a 5.000 combatientes, y que dos civiles muertos por cada combatiente abatido «no está mal». Pero hay más de 16.000 muertos en los bombardeos, de los cuales más de 7.000 son niños y casi 5.000 son mujeres; se deduce entonces que el número de hombres adultos muertos es de unos 4.000. Así pues, una de dos: o bien, según las IDF, las mujeres y los niños son también combatientes palestinos, o bien cada hombre muerto es un militante armado de la Resistencia (y aún faltan 1.000…). Todo esto indicaría entonces una precisión sobrehumana en lo que es un bombardeo indiscriminado. La verdad es que los combatientes muertos, desde el 7 de octubre hasta hoy, son unos mil, y casi todos cayeron durante la operación de ataque. Exactamente igual de mil son las bajas de las FDI.
La lógica y el sentido común, por tanto, llevan a la conclusión de que la publicada por el NYT es una operación psicológica, llevada a cabo entre Washington y Tel Aviv. Cuyo propósito -o más bien cuyos propósitos- pueden ser variados, algunos incluso indescifrables por el momento. Ciertamente, uno bien podría ser un intento de remendar los pedazos de la credibilidad y el poder de disuasión de Israel. En lugar de un aparato militar y de inteligencia que no esté preparado en absoluto para un ataque, mejor un aparato eficaz que falle por negligencia humana. Y, por supuesto, también es posible que sirva para presionar al ala más extremista del poder político-militar israelí.
Y esto no excluye los elementos de hecho sobre los que se apoyan las operaciones psicológicas. Aquí me vienen a la mente las profecías de Nostradamus, que famosamente parecen corresponderse con determinados acontecimientos, pero sólo a posteriori, y sólo mediante una lectura forzada de las propias profecías.
Otro capítulo es el de la especulación financiera en la bolsa israelí (y en Wall Street). En la práctica, según un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Nueva York y de la Universidad de Columbia, se afirmaba que algunos operadores habían obtenido información sobre el atentado del 7 de octubre contra Hamás antes de que se produjera, y que por ello habían realizado operaciones en corto en las bolsas estadounidense e israelí esperando que los precios de las acciones cayeran tras el atentado. En realidad, se trataba de un gran engaño, o más bien de un error flagrante de los autores de la investigación. Como aclaró más tarde el jefe de negociación de la Bolsa de Tel Aviv, Yaniv Pagot, simplemente habían supuesto que las acciones cotizaban en shekels y no en agorot, estimando así un beneficio de 3.200 millones, cuando en la práctica el beneficio fue sólo de 32 millones [13]. En resumen, otro ballon d’essai. Además, es bastante improbable que los servicios israelíes (que ciertamente vigilan su propio mercado financiero) no se hubieran dado cuenta.
Sin embargo, todo desemboca en el desconcertante alboroto, instalándose en la memoria de la opinión pública, contribuyendo a su desorientación.
Aunque, a la luz de todo lo que ya se ha examinado, no debería ser necesario, finalmente examinaremos rápidamente la hipótesis más conspirativa, a saber, que los dirigentes israelíes conocían el atentado y lo dejaron que ocurriera para tener un pretexto suficiente para desencadenar la represalia genocida que le siguió, y que sería el objetivo último de toda esta maniobra de ocultación.
Dado que toda la historia de Israel nos dice que, básicamente, nunca se ha preocupado demasiado por tenerlo, para hacer lo que consideraba necesario [14], basta con hacer un somero balance de los pros y los contras para comprender la inconsistencia de esta hipótesis.
Los resultados negativos pueden ser, sin duda: la congelación de los Acuerdos de Abraham, las fricciones con Estados Unidos, la vergüenza para los países amigos y la ONU, el creciente aislamiento internacional, el desmoronamiento del poder de disuasión, el crecimiento de los sentimientos hostiles en todo el mundo, la reactivación internacional de la cuestión palestina, el fortalecimiento político-militar del Eje de la Resistencia, el enorme coste económico, la radicalización de los palestinos de Gaza y Cisjordania y las pérdidas humanas y militares. Para limitarnos a las más importantes.
¿Y cuáles serían los resultados positivos? La población palestina de Gaza (más de 2.100.000) se reducirá en un 10%. Y punto. Y todo esto sería urdido por el gobierno de Netanyahu, que pagará el precio con la muerte de su carrera política.
En resumen, pues, tenemos una infoguerra que se mueve en relación con las guerras emprendidas y en su apoyo, no sólo transmitiendo propaganda -incluso la más descaradamente falsa-, sino también tratando de reorientar a la opinión pública en función de los acontecimientos cambiantes en los campos de batalla (y, por tanto, en función de las necesidades cambiantes del Occidente colectivo), cambiando bruscamente la narrativa. Es más, también es el terreno de las verdaderas operaciones de guerra psicológica, llevadas a cabo tanto para reparar los daños causados en las guerras reales como para interactuar con y en éstas.
La característica fundamental de esta tercera guerra es que, a diferencia de las dos primeras, el objetivo principal de cada movimiento, ya sea táctico o estratégico, somos nosotros.
Traduccion: Observatorio de trabajadores
*Enrico Tomaselli es Director de arte del festival Magmart, diseñador gráfico y web, desarrollador web, director de video, experto en nuevos medios, experto en comunicación, políticas culturales, y autor de artículos sobre arte y cultura.
Notas
1 – Ver «Dos guerras», Giubbe Redcoats News
2 – «Y no dejaremos que Hamás o Putin ganen. Y no permitiremos que nuestros enemigos nos dividan o debiliten. Así que, mientras aumentamos el apoyo a Israel, seguimos centrados en Ucrania. Y seguimos siendo plenamente capaces de proyectar poder, cumplir nuestros compromisos y dirigir recursos en múltiples escenarios. Estados Unidos es el país más poderoso de la Tierra», véase «‘A Time for American Leadership’: Remarks by Secretary of Defense Lloyd J. Austin III at the Reagan National Defense Forum (As Delivered)», defence.gov
3 – Jake Sullivan (Consejero de Seguridad Nacional): «cuando se nos acabe el dinero asignado cesaremos los suministros de armas a Kiev, no tenemos cornucopias mágicas». 4
– Véase «Errores de cálculo y divisiones marcaron la planificación ofensiva de EEUU y Ucrania», Washington Post
5 – Véase «Die Ukraine im zweiten Kriegswinter. Kämpfen und leben«, Der Spiegel
6 – Cf, Giubbe Rosse News
7 – Véase «De general a general», substack.com
8 – Se trata de un procedimiento militar establecido en 1986, tras un intercambio de prisioneros (3 soldados israelíes por 1.150 prisioneros palestinos). Esta directiva secreta, emitida para evitar que se repitan situaciones similares, establece básicamente que -si se captura a israelíes, y no hay posibilidad inmediata de liberarlos- el ejército debe matar a todos, secuestradores y captores por igual.
9 – Véase «The Women Soldiers Who Warned of a Pending Hamas Attack – and Were Ignored», Yaniv Kubovich, Haaretz
10 – Véase «The Oct. 7 Warning That Israel Ignored», New York
Times 11 – Véase «Did Hamas Make Millions Betting Against Israeli Shares Before October 7 Massacre?», Ido Baum, Haaretz.
12 – Otras noticias que circulan son la desaparición de las grabaciones de vídeo del 7 de octubre, y un supuesto espía que supuestamente dio información a Hamás sobre bases militares israelíes
13 – Véase «Enormes errores en el estudio estadounidense sobre los vendedores al descubierto de la TASE», Hezi Sternlicht, Globes
14 – Sobre este tema, sugiero la lectura del excelente volumen de Ilan Pappé, «La mayor prisión del mundo», Fazi Editore