Los líderes europeos y los halcones estadounidenses sabotean el enésimo plan de Trump, Zelensky intenta salir del atolladero del escándalo de corrupción, los rusos están listos para una solución militar
Roberto IANNUZZI
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Las últimas semanas han sido muy duras para el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky.
Obligado a ponerse a la defensiva por los graves episodios de corrupción relacionados con la empresa estatal Energoatom y por una coincidente campaña de presión europea para que rebajara la edad mínima de alistamiento, ha visto cómo le caía encima la gota que colmaba el vaso: el enésimo plan de paz promovido por el presidente estadounidense Donald Trump.
Si las presiones europeas apuntan a ampliar la base de reclutamiento del ejército ucraniano con el objetivo de contrarrestar el avance ruso y, por lo tanto, prolongar sustancialmente el conflicto (Kiev no tiene ninguna esperanza de revertir su suerte), el nuevo plan de Trump aparentemente pretende poner fin a las hostilidades mediante concesiones igualmente difíciles de digerir para Zelensky.
Así pues, se ha puesto en marcha un mecanismo ya visto en los últimos meses: ante la propuesta de la Casa Blanca, Kiev ha expresado sus dudas, los aliados europeos y los halcones estadounidenses han acudido en ayuda del Gobierno ucraniano elaborando “contrapropuestas”, Trump ha afirmado que el plan no era inmodificable, abriendo así el camino a una formulación acordada con Kiev.
El resultado será probablemente un plan aceptable para Ucrania y sus socios europeos, pero totalmente inaceptable para Moscú.
El ultimátum del 27 de noviembre impuesto inicialmente por Trump a Zelensky para que aceptara el plan, so pena de suspender la ayuda militar y de inteligencia, se ha desvanecido entretanto.
Una Casa Blanca sin poder real de negociación
Al repasar la breve historia de los esfuerzos negociadores de la administración Trump, nos damos cuenta de que estos han ido perdiendo credibilidad con el paso de los meses, y que el último plan ‘de 28 puntos’ probablemente haya nacido muerto.
Desde su llegada a la Casa Blanca, Trump ha pasado en varias ocasiones de posiciones abiertas hacia Moscú a actitudes intransigentes destinadas esencialmente a complacer a los halcones estadounidenses y europeos.
A finales de octubre, impuso sanciones contra las dos principales compañías petroleras rusas, Rosneft y Lukoil, tras renunciar a una segunda reunión con el presidente ruso Vladimir Putin en Budapest, que habría seguido a la celebrada en verano en Alaska.
El último plan de paz de 28 puntos parece ser, una vez más, fruto de las necesidades improvisadas del presidente estadounidense, dictadas por las dificultades de la política interna, a las que se suma la creciente conciencia de que Ucrania podría estar al borde de un colapso militar.
Si Trump quiere desentenderse del conflicto, evitando que Ucrania se convierta en su Afganistán, debe hacerlo ahora. Por lo tanto, es mejor un acuerdo desfavorable para Kiev, que sin embargo permita limitar los daños, que un colapso total del país.
Una consideración que, por otra parte, también deberían compartir Kiev y Bruselas, pero en más de tres años de conflicto se ha visto que rara vez las decisiones occidentales han estado dictadas por reflexiones lógicas.
Un plan evanescente
De este razonamiento de Trump, en cualquier caso, surgió la necesidad de formular un plan que pudiera resultar aceptable para Moscú. Pero el plan de 28 puntos quizá no lo era desde el principio, y probablemente fue saboteado desde el principio.
Sus puntos clave preveían el reconocimiento internacional ‘de facto’ de la soberanía rusa sobre Crimea y el Donbás en su totalidad.
Kiev (aunque exenta de dicho reconocimiento) habría tenido que retirarse de las partes del Donbás aún no conquistadas por los rusos. Esas zonas se habrían convertido en una zona tampón desmilitarizada perteneciente a Rusia.
El plan también preveía el congelamiento de la línea del frente en las provincias de Jersón y Zaporizhia, la renuncia definitiva de Ucrania a adherirse a la OTAN y de los países de la Alianza a desplegar tropas en suelo ucraniano.
Imponía un límite máximo de 600 000 hombres a las fuerzas armadas ucranianas, la convocatoria de elecciones en un plazo de 100 días a partir de la firma del acuerdo y una amnistía de guerra.
Rusia habría obtenido una progresiva derogación de las sanciones, un proceso de reincorporación al G8 y una ampliación de la cooperación económica con Estados Unidos, en particular en los sectores de la energía, la extracción minera en el Ártico y la inteligencia artificial.
Ucrania habría tenido acceso a financiación para la reconstrucción, al mercado de la UE, a 100 000 millones de activos rusos congelados en bancos europeos y habría recibido garantías de seguridad por parte de Estados Unidos, quizás basadas en el artículo 5 de la OTAN.
Sin embargo, el texto del plan parecía ambiguo en muchos aspectos, dejando numerosos detalles para ‘discusiones posteriores’ y sin estar redactado de forma totalmente completa. Misteriosamente, se filtró a la prensa estadounidense el 20 de noviembre.
Teorías, especulaciones e ilogicidades
Este plan habría sido redactado por el enviado de Trump, Steve Witkoff, junto con Kirill Dmitriev, director general del fondo soberano ruso, y filtrado por este último, según una teoría tan difundida como extraña basada en un tuit “accidental” de Witkoff, posteriormente eliminado, en el que el enviado estadounidense afirmaba: “Debe de habérselo dado K”.
La “K” se referiría a Kirill, quien curiosamente habría revelado el texto para confirmar la aceptación rusa de este último. La prensa occidental ha acogido el plan como un ‘dictado ruso’, pero, si se analiza detenidamente, varios puntos no permiten inclinarse por una tesis de este tipo.
En particular, parece extraño que Moscú haya aceptado un límite máximo de 600 000 hombres para el ejército ucraniano (de los cuales 150 000 son soldados regulares), cuando en las negociaciones de Estambul de 2022 había pedido un límite máximo de 80 000 soldados.
Tanto más cuanto que, en esas mismas negociaciones, Kiev se había declarado dispuesta a aceptar un ejército de 250 000 hombres (también en este caso inferior al límite propuesto por el plan Trump).
Tampoco es obvio que, llegados a este punto de la guerra, Moscú renuncie sin pestañear a ciudades importantes como Jersón y Zaporizhia que, según la Constitución rusa enmendada en 2022, forman parte del territorio de la Federación.
Kupyansk, importante nudo ferroviario que ahora está prácticamente en manos rusas se encuentra en la óblast de Járkov, por lo tanto fuera del Donbás. Cabe preguntarse si los rusos estarían dispuestos a renunciar a ella después de haber sacrificado tantos hombres para conquistarla.
Y aún hay más. No es obvio que los rusos acepten una zona desmilitarizada dentro del Donbás, que Moscú considera territorio ruso.
Además, según el plan, Crimea y Donbás son reconocidos como territorio ruso ‘de facto’, no ‘de jure’. Por lo tanto, en concreto, no se trata de una concesión por parte de Occidente, sino más bien de una constatación.
La cuestión de las “causas profundas” del conflicto, tan importante para los rusos, en primer lugar, la expansión sin freno de la OTAN, se pospone para un debate posterior.
Así concebido, el plan de Trump, incluso antes de las enmiendas derivadas de las contrapropuestas ucranianas y europeas, se asemeja más a una congelación del conflicto que a su resolución definitiva. Exactamente el resultado que los rusos siempre han rechazado.
La reacción de Moscú
A esto hay que añadir que Dmitriev no es el enviado oficial de Moscú, sino más bien una figura secundaria para el Kremlin, que como mucho se utiliza para contactos no oficiales.
Filtrar un plan en fase de definición a través de una figura secundaria no es el estilo negociador de Rusia, que siempre ha preferido la discreción y los canales reservados a la “diplomacia mediática”.
De hecho, Moscú se distanció inmediatamente del plan. La portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Maria Zakharova, declaró que
existen canales oficiales conocidos en Estados Unidos para resolver cuestiones relevantes, debatirlas y llevar a cabo negociaciones. Estos canales deben utilizarse por todos los medios. El Ministerio de Asuntos Exteriores no ha recibido ninguna información por parte estadounidense en este contexto.
Por su parte, el portavoz de Putin, Dmitry Peskov, afirmó que
Moscú y Washington no están trabajando en ninguna nueva iniciativa relativa a la resolución de Ucrania, además de los acuerdos alcanzados por el presidente ruso Vladimir Putin y el líder estadounidense Donald Trump en Alaska.
Fuentes rusas también han señalado que, a pesar de los ‘acuerdos’ que los estadounidenses dicen haber alcanzado, la Administración Trump se ha negado hasta ahora a sancionar cualquier forma de normalización entre los servicios diplomáticos de ambos países, a devolver las propiedades diplomáticas rusas en territorio estadounidense, a restablecer los vuelos directos entre Rusia y Estados Unidos o a aceptar la propuesta rusa de prorrogar el tratado START sobre la reducción de armas estratégicas.
Luchas internas en el bando occidental
A la luz de estos hechos, cobra interés otra hipótesis que se ha formulado en relación con la revelación del plan de 28 puntos, según la cual la ‘K’ del tuit borrado de Witkoff no se refería a Kirill Dmitriev, sino al enviado especial de Trump para Ucrania, Keith Kellogg.
Coincidiendo precisamente con la publicación del plan en la prensa, Kellogg anunció que dejará el cargo en enero. Dentro de la administración Trump, siempre se le ha considerado una de las figuras más cercanas a Kiev.
Al mismo tiempo, Kellogg ha tenido a menudo relaciones tensas con Witkoff. Si fue él quien reveló el plan, lo hizo para sabotearlo mediante una divulgación prematura, una especie de regalo de despedida.
La difusión del plan suscitó la inmediata perplejidad del Gobierno ucraniano, la movilización de los líderes europeos y la reacción muy crítica de los halcones antirrusos del Congreso de los Estados Unidos.
Todo ello llevó a Trump a declarar que su oferta no era ‘definitiva’, abriendo así una negociación con Kiev y sus aliados para introducir posibles modificaciones en el plan, lo que probablemente lo haría aún más inaceptable para Moscú.
Pero el enfrentamiento, dentro de la Administración y fuera de ella, fue más allá. Se produjo otro duelo entre el vicepresidente JD Vance y el secretario de Estado Marco Rubio.
Fue el primero en llamar por teléfono a Zelensky para exponerle los puntos del plan y, a continuación, envió a Kiev a su viejo amigo y secretario del Ejército, Dan Driscoll, para advertir al presidente ucraniano de que Washington no podía satisfacer sus peticiones en materia de suministros militares y que el frente corría el riesgo de colapsar.
Rubio, por su parte, llamó por teléfono a varios senadores estadounidenses calificando el plan de “lista de deseos” rusa. Luego dio marcha atrás, escribiendo en X (Twitter) que había sido redactado por la administración estadounidense con aportaciones rusas y ucranianas.
Pero en los días siguientes, Rubio hizo todo lo posible por modificar el plan aceptando las contrapropuestas europeas y ucranianas.
Posteriormente, Bloomberg reveló las transcripciones de dos llamadas telefónicas, una entre Witkoff y el asesor de Putin, Yury Ushakov, y otra entre este último y Dmitriev.
En la primera, Witkoff sugería que Putin llamara a Trump para proponerle un plan de paz basado en el modelo presentado por el presidente estadounidense para Gaza. La segunda daba a entender que el plan de 28 puntos había sido influenciado directamente por Moscú (Dmitriev calificó la llamada telefónica de «falsificación»).
Igualmente, interesante es que, poco antes de que Bloomberg publicara sus revelaciones, el SVR (el servicio secreto extranjero de Moscú) había advertido que Gran Bretaña tenía la intención de comprometer los esfuerzos diplomáticos de Trump con acciones destinadas a desacreditarlo.
No hay que olvidar el papel protagonista que desempeñó la inteligencia británica en el llamado Russiagate, orquestado junto con la CIA, el FBI y parte del entorno de Hillary Clinton.
El propio diario británico The Guardian, tras barajar otras hipótesis extravagantes, admitió que los responsables más plausibles de la ‘filtración’ de las dos llamadas telefónicas a Bloomberg son los servicios de inteligencia estadounidenses (CIA o NSA), o los de algún país europeo “horrorizado por las posiciones prorrusas de Witkoff”.
El objetivo evidente de la nueva revelación era, por tanto, desacreditar a Witkoff y al plan de la Casa Blanca.
Este episodio también permite comprender lo duro que es el enfrentamiento tanto dentro del establishment estadounidense y de la propia administración, como entre las dos orillas del Atlántico.
Los europeos a favor de la continuación del conflicto
Junto con Berlín y París, Londres formuló un plan alternativo al de la Casa Blanca, que no pedía a Kiev que se retirara del Donbás, no excluía la adhesión de Ucrania a la OTAN (afirmando únicamente que no hay unanimidad en la Alianza sobre su entrada), elevaba a 800 000 el límite máximo de soldados en el ejército ucraniano en tiempo de paz, preveía la cesión de la central nuclear de Zaporizhzhia, controlada por los rusos, a la Agencia Internacional de Energía Atómica (que habría dividido a partes iguales el suministro de electricidad entre Kiev y Moscú), y destinaba la totalidad de los activos rusos congelados a la reconstrucción de Ucrania.
En esencia, un plan inaceptable para Moscú, que confirma que los europeos temen más una solución negociada del conflicto que su continuación.
De hecho, la primera pondría de manifiesto el fracaso de toda la narrativa europea, en particular sobre la posibilidad de desangrar lentamente a Rusia mediante una guerra por poder y la imposición de sanciones, o incluso de derrotarla sobre el terreno.
Para evitar que salga a la luz la magnitud del fracaso, los países europeos y los líderes de la UE han llegado incluso a considerar la idea de utilizar los activos rusos congelados para armar a Ucrania, y están ejerciendo una enorme presión sobre Bélgica, donde se encuentran depositados activos de Moscú por valor de 140 000 millones de euros.
El país está tratando de oponerse, porque una operación de este tipo lo expondría a graves riesgos financieros y judiciales, además de desacreditar internacionalmente a todo el sistema financiero europeo.
También han llegado presiones en esta dirección desde el lado estadounidense. Trump ha reprochado en múltiples ocasiones a los europeos que sigan comprando petróleo ruso, mientras que el secretario del Tesoro, Scott Bessent, se ha mofado de los innumerables paquetes europeos de sanciones afirmando que «si haces algo 19 veces, es que has fracasado».
El inútil sacrificio de Ucrania
Mientras tanto, el plan de Trump ha tenido para Zelensky el efecto inesperado de aliviar la presión sobre él originada por el reciente escándalo interno de corrupción. La figura más amenazada en dicho escándalo se había convertido en Andriy Yermak, jefe de la oficina presidencial y eminencia gris del Gobierno de Zelensky.
El presidente ucraniano ha intentado “blindarlo” confirmándolo al frente del equipo negociador ucraniano. Cualquier intento de implicar a Yermak en la investigación anticorrupción, en este delicado momento de redefinición del plan propuesto por la Casa Blanca, supondría un sabotaje de los cruciales esfuerzos negociadores ucranianos (el equivalente a una traición).
Por su parte, el presidente ruso Putin ha dejado clara la posición de Moscú, afirmando que el plan de Trump “no se ha discutido con nosotros en detalle”, probablemente porque “la administración estadounidense no ha sido capaz de asegurarse el consentimiento de la contraparte ucraniana”.
Putin añadió que
Ucrania y sus aliados europeos siguen ilusionándose con la posibilidad de infligir una derrota estratégica a Rusia en el campo de batalla.
Una postura que, según el presidente ruso, “se deriva de la falta de información objetiva sobre la situación actual en el campo de batalla”.
Aclaró que
lo que ocurrió en Kupyansk volverá a ocurrir en otros sectores clave. Quizás no tan rápido como nos gustaría, pero ocurrirá. Y, en general, eso nos parece bien: significa que los objetivos de la ‘operación militar especial se alcanzarán militarmente.
Incluso el Washington Post admite que Ucrania podría encontrarse en una encrucijada. Las fuerzas armadas de Kiev ya no pueden contener la presión rusa en el frente. Los soldados de Moscú avanzan en Zaporizhzhia, y también Pokrovsk, un nudo logístico y ferroviario estratégico en la óblast de Donetsk, está a punto de caer.
Mientras los ucranianos siguen muriendo por miles en el frente, el conflicto agota las arcas de la UE devorando el dinero de los contribuyentes europeos.
Desde la propia Ucrania comienzan a surgir voces que deberían hacer entrar en razón a los líderes del viejo continente y a los halcones estadounidenses.
Luliia Mendel, ex portavoz de Zelensky, escribió en un post en X (Twitter) que posponer un acuerdo sobre Ucrania no hace más que empeorar la situación del país, porque sigue perdiendo hombres, territorio y recursos económicos.
Mendel observó con amargura que
mi país se está desangrando. Muchos, que sin pensarlo se oponen a cualquier acuerdo de paz, creen que están defendiendo a Ucrania. Con todo respeto, esta es la demostración más clara de que no tienen ni idea de lo que está sucediendo en el frente y en el interior del país.
Publicado originalmente por Intelligence for the people.
Traducción: Observatorio de trabajadores en lucha

