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Raphael Machado
June 10, 2024
© Photo: Public domain

Los EE.UU. harán de todo para que los brasileños sigan siendo siervos privilegiados, en vez de uno de los polos en el futuro orden multipolar.

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Escríbenos: info@strategic-culture.su

Hace algunos días estuvo en Brasil, una vez más, la General Laura Richardson del SOUTHCOM, el comando militar de los EE.UU. responsable de las acciones militares estadounidenses en la zona del Atlántico Sur.

Genera cierto asombro inmediato el hecho de que, mientras, por ejemplo, las fuerzas militares brasileñas están categorizadas fundamentalmente según las zonas de defensa interna del país (Amazonas, Este, Noreste, Norte, Oeste, Altiplano, Sudeste y Sur), las fuerzas armadas estadounidenses están dispuestas principalmente no para proteger su propio territorio, sino proyectadas al exterior para el control marítimo del planeta, a partir del control de bases y puntos de estrangulamiento, en obediencia ortodoxa a la doctrina geopolítica del Almirante Alfred Mahan.

La general, que desde la perspectiva latinoamericana es la propia imagen de la unipolaridad occidental, estuvo en Brasil para, además de recibir los habituales “besamanos” de burócratas militares que nunca se cansan de mostrar su servilismo a los EE.UU., conmemorar los 200 años de relaciones diplomáticas entre Brasil y EE.UU.

En primer lugar, pienso no haber sido el único en notar que las relaciones entre ambos países, Brasil y EE.UU., están cada vez más militarizadas. La General Laura Richardson es el burócrata estadounidense que más hemos visto y oído por estas partes. Un mes después de asumir su cargo, en 2021, ya estaba visitando Brasilia, en noviembre. Visitó Brasil de nuevo en julio y septiembre de 2022, luego en mayo de 2023 y nuevamente en mayo de 2024. Si comparamos con las dos visitas del Almirante Craig Faller y la única visita del Almirante Kurt Tidd, tenemos una evidencia empírica de un creciente interés de los EE.UU. por Brasil.

Estas visitas, en general, fueron escenario de diversas declaraciones, pero todas girando en torno a una miríada de temas repetitivos: la “amenaza rusa” y la “amenaza china”, la necesidad de “combatir la desinformación”, la “integración de armas entre EE.UU. y Brasil”, la defensa de las “democracias liberales” contra las “dictaduras”, el carácter “internacional” del Amazonas, etc. Es famosa, en Brasil, una declaración de Laura Richardson, en un evento realizado en los EE.UU. hace algunos años, en la que comenta sobre el carácter estratégico para los EE.UU. (!) de los recursos naturales de América del Sur.

Ahora, esta militarización de nuestras relaciones se expresa también en la avalancha de hardware militar de los EE.UU. que las Fuerzas Armadas brasileñas están siendo presionadas a aceptar. Usamos aquí la palabra “presionadas” con cierta libertad, porque una parte de la burocracia militar brasileña, educada en los EE.UU., parece ávida por aceptar los equipos estadounidenses, incluso cuando hay alternativas superiores en otros países (y cuando la mejor opción sería buscar la autosuficiencia militar mediante la reindustrialización con enfoque bélico). El caso más reciente es el de la posible adquisición de helicópteros Blackhawk, pero en los últimos años también se ha discutido una serie de otras adquisiciones militares de material de los EE.UU. (y también de Israel), de Javelins a Merkavas.

Debería añadirse ahí los ejercicios militares conjuntos, los cuales han sido frecuentes desde la promulgación de un acuerdo de cooperación militar Brasil-EE.UU. en 2015, durante el gobierno de Dilma Rousseff, el cual hizo que la presencia militar estadounidense en Brasil sea una constante.

Todas estas visitas e insinuaciones, dotadas de contornos militares, apuntan a cuáles son las intenciones de los EE.UU. en relación a América del Sur: subvertir, presionar e intimidar a todo y a todos para excluir a China y Rusia de la región, frenar cualquier proyecto soberanista y asegurar el espacio continental para sí. Incluso si necesita recurrir a medios militares (directos o indirectos) para ello.

Y, de hecho, siempre que vemos a Laura Richardson por aquí recibimos sermones de ella, como si fuéramos niños traviesos que necesitan ser educados. En esta visita fue un sermón sobre cómo nuestras relaciones con China no son realmente ventajosas y cómo ventajosas realmente han sido las relaciones con los EE.UU.

Esto, claramente, no tiene el menor sentido. La propia Laura Richardson explica los motivos para ello. Ella deja claro el hecho de que nuestras relaciones serían ideológicas, de Brasil y EE.UU. como democracias liberales. Lo que implica una promesa oculta de intervención en caso de que Brasil pretendiese abandonar el modelo liberal de democracia. A China, obviamente, no le importa cuál es nuestro sistema político, forma de gobierno o ideología hegemónica. No hay exigencias políticas o culturales chinas en sus relaciones con nosotros: tan solo honestidad en el diálogo y precio justo en los intercambios – y es este, precisamente, el camino de la multipolaridad.

Además, nuestras relaciones con los EE.UU. han estado pautadas por la Doctrina Monroe, lo cual es relevante mencionar precisamente porque ella también cumplió 200 años a finales del año pasado.

La Doctrina Monroe fue casi siempre interpretada de manera equivocada en Brasil, especialmente por nuestras élites y liderazgos. En Brasil, se compró de manera mucho más ingenua que en la mayoría de los otros países de las Américas la noción de que los EE.UU. estaban interesados en promover un panamericanismo igualitario contra el imperialismo europeo.

Del siglo XIX a la primera mitad del siglo XX, las posiciones mayoritarias en cuanto a la Doctrina Monroe pendieron en nuestro país entre el idealismo de un cosmopolitismo americano fraternal y la pretensa astucia de los que creían necesario alinearse con los EE.UU. como hegemón hemisférico para que Brasil fuera su socio privilegiado – es la geopolítica del perro que espera sentado cerca de la cabecera de la mesa para roer huesos. Esta noción de un “oportunismo” que nos permitiría crecer a la sombra de los EE.UU., además, era un tema común de la burocracia militar del período de la dictadura – dictadura ella misma implantada con el beneplácito de los EE.UU.

De manera general, persiste una leyenda de que la Doctrina Monroe era buena al principio, pero se desvirtuó después. Una leyenda que no se sostiene mínimamente en el análisis histórico.

Menos de 10 años después de la declaración de la Doctrina Monroe, por ejemplo, los EE.UU. atacaban las Islas Malvinas y secuestraban a sus habitantes. Poco después estaban apoderándose de Texas y California, luego invadirían Nicaragua, Uruguay, Panamá y Colombia, todo esto en menos de 50 años después de la declaración de la Doctrina Monroe.

Ella siempre fue pensada, vean, como la atribución de las Américas como un todo como zona de influencia de los EE.UU. – bajo su hegemonía – y nada más. Es por eso que, al mismo tiempo que los libertadores de América invitaron a los EE.UU. al Congreso Anfictiónico, el primer proyecto civilizacional continental de la región, Simón Bolívar, ya desconfiado, dijo: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a infestar a América de miserias en nombre de la libertad”.

Varias otras figuras de relevancia percibieron lo mismo, algunas incluso antes del Destino Manifiesto, otras después, como José Martí. En Brasil fueron pocos, especialmente en el siglo XIX.

Así han sido nuestras relaciones con EE.UU., relaciones de idiotas útiles que se creen muy listos. La alianza necesaria de Vargas con los EE.UU. resultó en su caída y, luego, en su suicidio – en un movimiento que marca la cooptación generalizada de nuestras Fuerzas Armadas por el atlantismo.

Situación de la cual no hemos podido salir hasta hoy.

Esa es la verdad detrás de la visita de Laura Richardson a Brasil. Los EE.UU. harán de todo para impedir que cumplamos nuestro destino, y sigamos siendo lo que hemos sido a lo largo de la mayor parte de nuestra historia libres, siervos privilegiados, en vez de uno de los polos en el futuro orden multipolar.

200 años de relaciones Brasil-EE.UU.: Bicentenario de intervenciones y tentativas de subversión

Los EE.UU. harán de todo para que los brasileños sigan siendo siervos privilegiados, en vez de uno de los polos en el futuro orden multipolar.

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Hace algunos días estuvo en Brasil, una vez más, la General Laura Richardson del SOUTHCOM, el comando militar de los EE.UU. responsable de las acciones militares estadounidenses en la zona del Atlántico Sur.

Genera cierto asombro inmediato el hecho de que, mientras, por ejemplo, las fuerzas militares brasileñas están categorizadas fundamentalmente según las zonas de defensa interna del país (Amazonas, Este, Noreste, Norte, Oeste, Altiplano, Sudeste y Sur), las fuerzas armadas estadounidenses están dispuestas principalmente no para proteger su propio territorio, sino proyectadas al exterior para el control marítimo del planeta, a partir del control de bases y puntos de estrangulamiento, en obediencia ortodoxa a la doctrina geopolítica del Almirante Alfred Mahan.

La general, que desde la perspectiva latinoamericana es la propia imagen de la unipolaridad occidental, estuvo en Brasil para, además de recibir los habituales “besamanos” de burócratas militares que nunca se cansan de mostrar su servilismo a los EE.UU., conmemorar los 200 años de relaciones diplomáticas entre Brasil y EE.UU.

En primer lugar, pienso no haber sido el único en notar que las relaciones entre ambos países, Brasil y EE.UU., están cada vez más militarizadas. La General Laura Richardson es el burócrata estadounidense que más hemos visto y oído por estas partes. Un mes después de asumir su cargo, en 2021, ya estaba visitando Brasilia, en noviembre. Visitó Brasil de nuevo en julio y septiembre de 2022, luego en mayo de 2023 y nuevamente en mayo de 2024. Si comparamos con las dos visitas del Almirante Craig Faller y la única visita del Almirante Kurt Tidd, tenemos una evidencia empírica de un creciente interés de los EE.UU. por Brasil.

Estas visitas, en general, fueron escenario de diversas declaraciones, pero todas girando en torno a una miríada de temas repetitivos: la “amenaza rusa” y la “amenaza china”, la necesidad de “combatir la desinformación”, la “integración de armas entre EE.UU. y Brasil”, la defensa de las “democracias liberales” contra las “dictaduras”, el carácter “internacional” del Amazonas, etc. Es famosa, en Brasil, una declaración de Laura Richardson, en un evento realizado en los EE.UU. hace algunos años, en la que comenta sobre el carácter estratégico para los EE.UU. (!) de los recursos naturales de América del Sur.

Ahora, esta militarización de nuestras relaciones se expresa también en la avalancha de hardware militar de los EE.UU. que las Fuerzas Armadas brasileñas están siendo presionadas a aceptar. Usamos aquí la palabra “presionadas” con cierta libertad, porque una parte de la burocracia militar brasileña, educada en los EE.UU., parece ávida por aceptar los equipos estadounidenses, incluso cuando hay alternativas superiores en otros países (y cuando la mejor opción sería buscar la autosuficiencia militar mediante la reindustrialización con enfoque bélico). El caso más reciente es el de la posible adquisición de helicópteros Blackhawk, pero en los últimos años también se ha discutido una serie de otras adquisiciones militares de material de los EE.UU. (y también de Israel), de Javelins a Merkavas.

Debería añadirse ahí los ejercicios militares conjuntos, los cuales han sido frecuentes desde la promulgación de un acuerdo de cooperación militar Brasil-EE.UU. en 2015, durante el gobierno de Dilma Rousseff, el cual hizo que la presencia militar estadounidense en Brasil sea una constante.

Todas estas visitas e insinuaciones, dotadas de contornos militares, apuntan a cuáles son las intenciones de los EE.UU. en relación a América del Sur: subvertir, presionar e intimidar a todo y a todos para excluir a China y Rusia de la región, frenar cualquier proyecto soberanista y asegurar el espacio continental para sí. Incluso si necesita recurrir a medios militares (directos o indirectos) para ello.

Y, de hecho, siempre que vemos a Laura Richardson por aquí recibimos sermones de ella, como si fuéramos niños traviesos que necesitan ser educados. En esta visita fue un sermón sobre cómo nuestras relaciones con China no son realmente ventajosas y cómo ventajosas realmente han sido las relaciones con los EE.UU.

Esto, claramente, no tiene el menor sentido. La propia Laura Richardson explica los motivos para ello. Ella deja claro el hecho de que nuestras relaciones serían ideológicas, de Brasil y EE.UU. como democracias liberales. Lo que implica una promesa oculta de intervención en caso de que Brasil pretendiese abandonar el modelo liberal de democracia. A China, obviamente, no le importa cuál es nuestro sistema político, forma de gobierno o ideología hegemónica. No hay exigencias políticas o culturales chinas en sus relaciones con nosotros: tan solo honestidad en el diálogo y precio justo en los intercambios – y es este, precisamente, el camino de la multipolaridad.

Además, nuestras relaciones con los EE.UU. han estado pautadas por la Doctrina Monroe, lo cual es relevante mencionar precisamente porque ella también cumplió 200 años a finales del año pasado.

La Doctrina Monroe fue casi siempre interpretada de manera equivocada en Brasil, especialmente por nuestras élites y liderazgos. En Brasil, se compró de manera mucho más ingenua que en la mayoría de los otros países de las Américas la noción de que los EE.UU. estaban interesados en promover un panamericanismo igualitario contra el imperialismo europeo.

Del siglo XIX a la primera mitad del siglo XX, las posiciones mayoritarias en cuanto a la Doctrina Monroe pendieron en nuestro país entre el idealismo de un cosmopolitismo americano fraternal y la pretensa astucia de los que creían necesario alinearse con los EE.UU. como hegemón hemisférico para que Brasil fuera su socio privilegiado – es la geopolítica del perro que espera sentado cerca de la cabecera de la mesa para roer huesos. Esta noción de un “oportunismo” que nos permitiría crecer a la sombra de los EE.UU., además, era un tema común de la burocracia militar del período de la dictadura – dictadura ella misma implantada con el beneplácito de los EE.UU.

De manera general, persiste una leyenda de que la Doctrina Monroe era buena al principio, pero se desvirtuó después. Una leyenda que no se sostiene mínimamente en el análisis histórico.

Menos de 10 años después de la declaración de la Doctrina Monroe, por ejemplo, los EE.UU. atacaban las Islas Malvinas y secuestraban a sus habitantes. Poco después estaban apoderándose de Texas y California, luego invadirían Nicaragua, Uruguay, Panamá y Colombia, todo esto en menos de 50 años después de la declaración de la Doctrina Monroe.

Ella siempre fue pensada, vean, como la atribución de las Américas como un todo como zona de influencia de los EE.UU. – bajo su hegemonía – y nada más. Es por eso que, al mismo tiempo que los libertadores de América invitaron a los EE.UU. al Congreso Anfictiónico, el primer proyecto civilizacional continental de la región, Simón Bolívar, ya desconfiado, dijo: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a infestar a América de miserias en nombre de la libertad”.

Varias otras figuras de relevancia percibieron lo mismo, algunas incluso antes del Destino Manifiesto, otras después, como José Martí. En Brasil fueron pocos, especialmente en el siglo XIX.

Así han sido nuestras relaciones con EE.UU., relaciones de idiotas útiles que se creen muy listos. La alianza necesaria de Vargas con los EE.UU. resultó en su caída y, luego, en su suicidio – en un movimiento que marca la cooptación generalizada de nuestras Fuerzas Armadas por el atlantismo.

Situación de la cual no hemos podido salir hasta hoy.

Esa es la verdad detrás de la visita de Laura Richardson a Brasil. Los EE.UU. harán de todo para impedir que cumplamos nuestro destino, y sigamos siendo lo que hemos sido a lo largo de la mayor parte de nuestra historia libres, siervos privilegiados, en vez de uno de los polos en el futuro orden multipolar.

Los EE.UU. harán de todo para que los brasileños sigan siendo siervos privilegiados, en vez de uno de los polos en el futuro orden multipolar.

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Hace algunos días estuvo en Brasil, una vez más, la General Laura Richardson del SOUTHCOM, el comando militar de los EE.UU. responsable de las acciones militares estadounidenses en la zona del Atlántico Sur.

Genera cierto asombro inmediato el hecho de que, mientras, por ejemplo, las fuerzas militares brasileñas están categorizadas fundamentalmente según las zonas de defensa interna del país (Amazonas, Este, Noreste, Norte, Oeste, Altiplano, Sudeste y Sur), las fuerzas armadas estadounidenses están dispuestas principalmente no para proteger su propio territorio, sino proyectadas al exterior para el control marítimo del planeta, a partir del control de bases y puntos de estrangulamiento, en obediencia ortodoxa a la doctrina geopolítica del Almirante Alfred Mahan.

La general, que desde la perspectiva latinoamericana es la propia imagen de la unipolaridad occidental, estuvo en Brasil para, además de recibir los habituales “besamanos” de burócratas militares que nunca se cansan de mostrar su servilismo a los EE.UU., conmemorar los 200 años de relaciones diplomáticas entre Brasil y EE.UU.

En primer lugar, pienso no haber sido el único en notar que las relaciones entre ambos países, Brasil y EE.UU., están cada vez más militarizadas. La General Laura Richardson es el burócrata estadounidense que más hemos visto y oído por estas partes. Un mes después de asumir su cargo, en 2021, ya estaba visitando Brasilia, en noviembre. Visitó Brasil de nuevo en julio y septiembre de 2022, luego en mayo de 2023 y nuevamente en mayo de 2024. Si comparamos con las dos visitas del Almirante Craig Faller y la única visita del Almirante Kurt Tidd, tenemos una evidencia empírica de un creciente interés de los EE.UU. por Brasil.

Estas visitas, en general, fueron escenario de diversas declaraciones, pero todas girando en torno a una miríada de temas repetitivos: la “amenaza rusa” y la “amenaza china”, la necesidad de “combatir la desinformación”, la “integración de armas entre EE.UU. y Brasil”, la defensa de las “democracias liberales” contra las “dictaduras”, el carácter “internacional” del Amazonas, etc. Es famosa, en Brasil, una declaración de Laura Richardson, en un evento realizado en los EE.UU. hace algunos años, en la que comenta sobre el carácter estratégico para los EE.UU. (!) de los recursos naturales de América del Sur.

Ahora, esta militarización de nuestras relaciones se expresa también en la avalancha de hardware militar de los EE.UU. que las Fuerzas Armadas brasileñas están siendo presionadas a aceptar. Usamos aquí la palabra “presionadas” con cierta libertad, porque una parte de la burocracia militar brasileña, educada en los EE.UU., parece ávida por aceptar los equipos estadounidenses, incluso cuando hay alternativas superiores en otros países (y cuando la mejor opción sería buscar la autosuficiencia militar mediante la reindustrialización con enfoque bélico). El caso más reciente es el de la posible adquisición de helicópteros Blackhawk, pero en los últimos años también se ha discutido una serie de otras adquisiciones militares de material de los EE.UU. (y también de Israel), de Javelins a Merkavas.

Debería añadirse ahí los ejercicios militares conjuntos, los cuales han sido frecuentes desde la promulgación de un acuerdo de cooperación militar Brasil-EE.UU. en 2015, durante el gobierno de Dilma Rousseff, el cual hizo que la presencia militar estadounidense en Brasil sea una constante.

Todas estas visitas e insinuaciones, dotadas de contornos militares, apuntan a cuáles son las intenciones de los EE.UU. en relación a América del Sur: subvertir, presionar e intimidar a todo y a todos para excluir a China y Rusia de la región, frenar cualquier proyecto soberanista y asegurar el espacio continental para sí. Incluso si necesita recurrir a medios militares (directos o indirectos) para ello.

Y, de hecho, siempre que vemos a Laura Richardson por aquí recibimos sermones de ella, como si fuéramos niños traviesos que necesitan ser educados. En esta visita fue un sermón sobre cómo nuestras relaciones con China no son realmente ventajosas y cómo ventajosas realmente han sido las relaciones con los EE.UU.

Esto, claramente, no tiene el menor sentido. La propia Laura Richardson explica los motivos para ello. Ella deja claro el hecho de que nuestras relaciones serían ideológicas, de Brasil y EE.UU. como democracias liberales. Lo que implica una promesa oculta de intervención en caso de que Brasil pretendiese abandonar el modelo liberal de democracia. A China, obviamente, no le importa cuál es nuestro sistema político, forma de gobierno o ideología hegemónica. No hay exigencias políticas o culturales chinas en sus relaciones con nosotros: tan solo honestidad en el diálogo y precio justo en los intercambios – y es este, precisamente, el camino de la multipolaridad.

Además, nuestras relaciones con los EE.UU. han estado pautadas por la Doctrina Monroe, lo cual es relevante mencionar precisamente porque ella también cumplió 200 años a finales del año pasado.

La Doctrina Monroe fue casi siempre interpretada de manera equivocada en Brasil, especialmente por nuestras élites y liderazgos. En Brasil, se compró de manera mucho más ingenua que en la mayoría de los otros países de las Américas la noción de que los EE.UU. estaban interesados en promover un panamericanismo igualitario contra el imperialismo europeo.

Del siglo XIX a la primera mitad del siglo XX, las posiciones mayoritarias en cuanto a la Doctrina Monroe pendieron en nuestro país entre el idealismo de un cosmopolitismo americano fraternal y la pretensa astucia de los que creían necesario alinearse con los EE.UU. como hegemón hemisférico para que Brasil fuera su socio privilegiado – es la geopolítica del perro que espera sentado cerca de la cabecera de la mesa para roer huesos. Esta noción de un “oportunismo” que nos permitiría crecer a la sombra de los EE.UU., además, era un tema común de la burocracia militar del período de la dictadura – dictadura ella misma implantada con el beneplácito de los EE.UU.

De manera general, persiste una leyenda de que la Doctrina Monroe era buena al principio, pero se desvirtuó después. Una leyenda que no se sostiene mínimamente en el análisis histórico.

Menos de 10 años después de la declaración de la Doctrina Monroe, por ejemplo, los EE.UU. atacaban las Islas Malvinas y secuestraban a sus habitantes. Poco después estaban apoderándose de Texas y California, luego invadirían Nicaragua, Uruguay, Panamá y Colombia, todo esto en menos de 50 años después de la declaración de la Doctrina Monroe.

Ella siempre fue pensada, vean, como la atribución de las Américas como un todo como zona de influencia de los EE.UU. – bajo su hegemonía – y nada más. Es por eso que, al mismo tiempo que los libertadores de América invitaron a los EE.UU. al Congreso Anfictiónico, el primer proyecto civilizacional continental de la región, Simón Bolívar, ya desconfiado, dijo: “Los Estados Unidos parecen destinados por la Providencia a infestar a América de miserias en nombre de la libertad”.

Varias otras figuras de relevancia percibieron lo mismo, algunas incluso antes del Destino Manifiesto, otras después, como José Martí. En Brasil fueron pocos, especialmente en el siglo XIX.

Así han sido nuestras relaciones con EE.UU., relaciones de idiotas útiles que se creen muy listos. La alianza necesaria de Vargas con los EE.UU. resultó en su caída y, luego, en su suicidio – en un movimiento que marca la cooptación generalizada de nuestras Fuerzas Armadas por el atlantismo.

Situación de la cual no hemos podido salir hasta hoy.

Esa es la verdad detrás de la visita de Laura Richardson a Brasil. Los EE.UU. harán de todo para impedir que cumplamos nuestro destino, y sigamos siendo lo que hemos sido a lo largo de la mayor parte de nuestra historia libres, siervos privilegiados, en vez de uno de los polos en el futuro orden multipolar.

The views of individual contributors do not necessarily represent those of the Strategic Culture Foundation.

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