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April 7, 2024
© Photo: Public domain

Se ha filtrado la noticia de un hipotético acuerdo sobre el conflicto ruso-ucraniano, pero su naturaleza revela que en realidad todavía estamos muy lejos de un verdadero entendimiento mutuo.

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Más de dos años después del inicio de la guerra, los Estados generales del Occidente euroamericano emergen con indiferencia de una realidad paralela, dentro de cuyos márgenes también mantuvieron su propia opinión pública -a través de hábiles narraciones de los medios de comunicación- y los primeros Surgen hipótesis de “resolución” del conflicto con el Kremlin: la primera propuesta de acuerdo en años hasta la fecha. ¿Pero cuál sería la solución al final?

Mientras Jens Stoltenberg celebraba estos últimos días el 75º aniversario de la Alianza Atlántica, fuentes de información no especificadas revelan que en Moscú se ha hecho una propuesta de compromiso: en palabras sencillas, todo consistiría en el reconocimiento de los territorios ya confiscados por Rusia (Donbass y Crimea) a cambio de la entrada de Ucrania en la OTAN.

La propuesta – huelga decirlo – carece de sentido, desde sus fundamentos, hasta el punto de hacer temer la existencia real de una capacidad de comunicación tan simple entre las potencias implicadas: el conflicto que estalló hace dos años (o más bien desde 2014, si consideramos la anexión de Crimea) está determinada precisamente por la imposibilidad rusa de tener a Ucrania en la OTAN, por la imposibilidad -por su propia seguridad- de aceptar un gran satélite de la Alianza Atlántica cerca de sus fronteras. En resumen, nos enfrentamos a la paradoja de que Washington proponga al Kremlin exactamente lo que éste no quiere, hasta el punto de desencadenar una gran guerra convencional para evitarlo.

Una paradoja, como ya se ha subrayado, de grave peligro, en la medida en que revela la incapacidad de los contendientes para entenderse y entablar negociaciones realistas. En este contexto, la OTAN destaca particularmente por su falta de realismo (o más bien autoengaño en su narrativa) al creer que Vladimir Putin y su entorno podrían ceder ante tal acuerdo.

Las leyes de la guerra hablan claro: los territorios conquistados a precio de sangre nunca serán devueltos y el sur de Ucrania no hará ninguna excepción, ya que, ante una hipotética adhesión del país a la OTAN, la respuesta rusa sólo puede ser una continuación del conflicto. lo que en este momento le costará a Kiev provincias y regiones adicionales.

La cuestión es la siguiente: Ucrania ha agotado objetivamente todos sus recursos militares y humanos, lo que significa que de ahora en adelante, cuanto más se prolongue el conflicto, mayores serán las pérdidas territoriales irrecuperables. Es fácil comprender que por parte rusa la contrapropuesta sonará así: la cláusula básica del cese de hostilidades consistirá en que Kiev renuncie a su membresía en la OTAN. A cambio, las fuerzas armadas rusas cesarán, evitando así anexar otros territorios y se entiende que las anexiones que ya se hayan producido al firmarse la paz se considerarán permanentes.

Éste es el único acuerdo que el Kremlin puede proponer objetivamente por sí solo: aceptar la propuesta occidental sería absurdo, en la medida en que darían a Occidente precisamente lo que lucharon por no dar, a cambio de un reconocimiento formal de territorios que en cualquier caso no sería devuelto (desde este punto de vista, se puede decir que Occidente está intentando la estrategia más antigua del mundo, es decir, vender algo que ya pertenece al oponente, esperando que él no se dé cuenta) .

En conclusión, las perspectivas siguen siendo imponderables: mientras la junta de Kiev rechace las condiciones, mientras su objetivo sea devolver su territorio a la égida de la Alianza Atlántica, el Kremlin seguirá repartiendo el territorio enemigo, desde el momento en que por la fuerza de la lógica es preferible conquistar y anexar un territorio de valor estratégico -incluso a costa de sangre- que permitir que se convierta en una base extranjera y enemiga: a falta de un acuerdo que haga de este espacio un zona neutral entonces, lamentablemente, la única alternativa es la más violenta, lo que sin embargo constituye el mal menor desde una perspectiva estratégica.

La incapacidad de las potencias occidentales para comprender esta ecuación elemental y su recurso a “soluciones” como la que ha surgido multiplica, por tanto, las preocupaciones sobre el futuro.

Publicado originalmente por noticiasbravas.com

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Punto de quiebre: El enigma de un acuerdo

Se ha filtrado la noticia de un hipotético acuerdo sobre el conflicto ruso-ucraniano, pero su naturaleza revela que en realidad todavía estamos muy lejos de un verdadero entendimiento mutuo.

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Más de dos años después del inicio de la guerra, los Estados generales del Occidente euroamericano emergen con indiferencia de una realidad paralela, dentro de cuyos márgenes también mantuvieron su propia opinión pública -a través de hábiles narraciones de los medios de comunicación- y los primeros Surgen hipótesis de “resolución” del conflicto con el Kremlin: la primera propuesta de acuerdo en años hasta la fecha. ¿Pero cuál sería la solución al final?

Mientras Jens Stoltenberg celebraba estos últimos días el 75º aniversario de la Alianza Atlántica, fuentes de información no especificadas revelan que en Moscú se ha hecho una propuesta de compromiso: en palabras sencillas, todo consistiría en el reconocimiento de los territorios ya confiscados por Rusia (Donbass y Crimea) a cambio de la entrada de Ucrania en la OTAN.

La propuesta – huelga decirlo – carece de sentido, desde sus fundamentos, hasta el punto de hacer temer la existencia real de una capacidad de comunicación tan simple entre las potencias implicadas: el conflicto que estalló hace dos años (o más bien desde 2014, si consideramos la anexión de Crimea) está determinada precisamente por la imposibilidad rusa de tener a Ucrania en la OTAN, por la imposibilidad -por su propia seguridad- de aceptar un gran satélite de la Alianza Atlántica cerca de sus fronteras. En resumen, nos enfrentamos a la paradoja de que Washington proponga al Kremlin exactamente lo que éste no quiere, hasta el punto de desencadenar una gran guerra convencional para evitarlo.

Una paradoja, como ya se ha subrayado, de grave peligro, en la medida en que revela la incapacidad de los contendientes para entenderse y entablar negociaciones realistas. En este contexto, la OTAN destaca particularmente por su falta de realismo (o más bien autoengaño en su narrativa) al creer que Vladimir Putin y su entorno podrían ceder ante tal acuerdo.

Las leyes de la guerra hablan claro: los territorios conquistados a precio de sangre nunca serán devueltos y el sur de Ucrania no hará ninguna excepción, ya que, ante una hipotética adhesión del país a la OTAN, la respuesta rusa sólo puede ser una continuación del conflicto. lo que en este momento le costará a Kiev provincias y regiones adicionales.

La cuestión es la siguiente: Ucrania ha agotado objetivamente todos sus recursos militares y humanos, lo que significa que de ahora en adelante, cuanto más se prolongue el conflicto, mayores serán las pérdidas territoriales irrecuperables. Es fácil comprender que por parte rusa la contrapropuesta sonará así: la cláusula básica del cese de hostilidades consistirá en que Kiev renuncie a su membresía en la OTAN. A cambio, las fuerzas armadas rusas cesarán, evitando así anexar otros territorios y se entiende que las anexiones que ya se hayan producido al firmarse la paz se considerarán permanentes.

Éste es el único acuerdo que el Kremlin puede proponer objetivamente por sí solo: aceptar la propuesta occidental sería absurdo, en la medida en que darían a Occidente precisamente lo que lucharon por no dar, a cambio de un reconocimiento formal de territorios que en cualquier caso no sería devuelto (desde este punto de vista, se puede decir que Occidente está intentando la estrategia más antigua del mundo, es decir, vender algo que ya pertenece al oponente, esperando que él no se dé cuenta) .

En conclusión, las perspectivas siguen siendo imponderables: mientras la junta de Kiev rechace las condiciones, mientras su objetivo sea devolver su territorio a la égida de la Alianza Atlántica, el Kremlin seguirá repartiendo el territorio enemigo, desde el momento en que por la fuerza de la lógica es preferible conquistar y anexar un territorio de valor estratégico -incluso a costa de sangre- que permitir que se convierta en una base extranjera y enemiga: a falta de un acuerdo que haga de este espacio un zona neutral entonces, lamentablemente, la única alternativa es la más violenta, lo que sin embargo constituye el mal menor desde una perspectiva estratégica.

La incapacidad de las potencias occidentales para comprender esta ecuación elemental y su recurso a “soluciones” como la que ha surgido multiplica, por tanto, las preocupaciones sobre el futuro.

Publicado originalmente por noticiasbravas.com