Por Miguel Eduardo Cárdenas Rivera [1]
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El presente estudio parte de la necesidad de entender la crisis humanitaria como expresión del colapso del capitalismo [2] Para ello aborda ciertos mitos y creencias ?que conllevan a la inconsistencia y vulnerabilidad ideológica?, para configurar una desconexión entre el común y el pensamiento ‘crítico’ de los intelectuales. En la indagación se encontraron cuatro grandes leyendas: el mito del yo, el mito del Estado y la creencia en el derecho, el mito del sujeto revolucionario, el mito de la justicia, –se puede adicionar– en quinto lugar el mito de la izquierda y la derecha [3].
Veamos:
El mito del yo
Sea lo primero reconocerlo que bien explica el neurocientífico Rodolfo Llinás en su libro El cerebro y el mito del yo (2008): “Los seres humanos no tenemos cerebro. Somos nuestro cerebro. Cuando le cortan la cabeza a alguien, no lo decapitan, sino que lo decorporan. Porque es en este prodigioso órgano donde somos, donde se genera nuestra autoconciencia, el «yo» de cada uno. Por tanto, lo que llamamos «yo» no es separable del cerebro. Si dijéramos «el cerebro me engaña», la implicación sería que mi cerebro y yo somos dos cosas diferentes. Mi tesis central es que el «yo» es un estado funcional del cerebro y nada más, ni nada menos. El «yo» no es diferente del cerebro. Ni tampoco la mente. Son unos de tantos productos de la actividad cerebral, a partir de la cual tenemos posibilidades ilimitadas de hacer realidad nuestros sueños”.
El mito del Estado y la creencia en el derecho
En segundo lugar se encuentra una creencia profundamente arraigada que impide la acción revolucionaria, es el problema que ocasiona el mito del Estado. La democracia liberal reconoce derechos constitucionales que se refrendan mediante elecciones cada cuatro años que dejan inactivo al pueblo trabajador, lo paralizan en materia política sobre la idea que hay un día cada cuatro años en el que es posible “cambiar el rumbo”, y así de tumbo en tumbo…
Un punto central del pensamiento político actual es el reclamo por una estatalidad inexistente en América Latina y la consecuente imposibilidad del pacto social como eje central del liberalismo que sustenta el dominio ideológico del poder burgués. En Colombia como en América Latina, el Estado burgués no logró consolidar su función institucional para ejercer el monopolio de la recaudación fiscal y de la coacción física legítima, los dos monopolios clásicos cuya reivindicación está asociada con el poder estatal. El Estado en América Latina no logró obligar a sus ciudadanos pudientes a pagar consecuentemente los impuestos adeudados. A pesar de que las tasas impositivas directas son relativamente bajas si se hace una comparación internacional, no obstante, los ricos consiguen siempre sustraer una parte de su ingreso a la recaudación fiscal mediante transferencias a bancos europeos o norteamericanos. Las autoridades estatales se convierten frecuentemente, a posteriori, en cómplices de esta forma de evasión fiscal al prometer condonaciones impositivas a aquellos que estén dispuestos a repatriar el dinero evadido.
El monopolio de la coacción física no está en mejores condiciones. Ahora como antes, no todos los grupos sociales han abandonado las armas; la justicia por mano propia es un fenómeno muy extendido y un gobierno que no puede dejar satisfechos a sus ciudadanos tiene que contar con que éstos se rebelen de manera más o menos violenta contra los órganos y las instituciones estatales.
Desde el punto de vista estructural, la debilidad del Estado se presenta como la incapacidad de garantizar un orden pacífico vinculante para todos y brindar las prestaciones elementales; esto significa, una fragilidad que se relaciona con la posibilidad de convivir por un lado y con la organización y protección social, por el otro. Dos situaciones estrechamente relacionadas entre sí y cuya endeble presencia se explica en la incapacidad estatal de hacer cumplir las leyes y los decretos y no solo promulgarlos. Es en el ámbito legal donde más claramente se manifiesta que en muchos Estados latinoamericanos la institucionalidad no logró superar la debilidad estatal en dos aspectos complementarios: por un lado, el Estado no ha podido imponerse ?con regularidad? en los aspectos centrales de la soberanía (monopolio de la recaudación impositiva y de la fuerza) frente a los grupos de la sociedad.
El mito de la subjetividad para la acción colectiva versus la conciencia de la ‘clase para sí’
Develar este tercer mito es decisivo para profundizar en la reflexión histórica más reciente. Levantamientos populares y rebeliones sociales precipitaron la caída de gobiernos, cuestionaron mecanismos institucionales y arrinconaron a modelos económicos, parecieron marcar el camino de la resistencia y lucha popular a inicios del siglo XXI; así aconteció en el Ecuador en el 2000 y 2001, con amplias movilizaciones de diversos sectores y una destacada presencia del movimiento indígena, así se produce en 2002 en Argentina con los denominados “Cacerolazos”, acontecimientos similares hubieron en Costa Rica, México, Brasil. Son irrupciones populares que rompen los moldes establecidos de participación social y política, ensayando propuestas como “Congresos del Pueblo” o “Parlamentos Populares” (Ecuador, 1999 y 2000) o las “Asambleas Poblacionales” (Argentina, 2002) que implicarían cuestionamientos a las estructuras de poder. La poderosa ‘explosión social’, un levantamiento con modalidades de asambleísmo popular e insurgencia urbana (llamada ‘primera línea’) en Colombia entre 2021 y 2022. A su vez, en el marco de estas rebeliones parecieran desarrollarse nuevos procesos de concientización y organicidad masiva, pero que aún aparecen limitados para alcanzar a superar hegemonías impuestas. Esta dinámica fracasó como resultado del colapso del progresismo y el desvarío de las izquierdas no sólo en América Latina sino en el resto del planeta. Consúltese al respecto el libro de Alejandro Teitelbaum, cuya versión académica fue adoptada como material de estudio por el Grupo de Investigación Primo Levi y finalmente publicada en 2017 por Editorial La Carreta, conseguible en http://catalogo.uptc.edu.co/cgi-olib/ [4]
Surgen varias preguntas cuya solución exige un análisis cuidadoso. Seguramente habrá quién al dar su opinión apoyado en una especulación, se apoye en un discurso o jerga esotérica de ‘izquierda’. El primer paso para el análisis es mirar que pasó exactamente en un país como Ecuador antes de ver lo de Argentina, lo de Uruguay, también en Chile, Bolivia en particular en Venezuela y Brasil, y por supuesto Colombia. ¿Estamos hablando del mismo caso? Luego ¿cuáles fueron los logros y los fracasos de la experiencia ecuatoriana? ¿Qué entendemos por movimiento popular, quién está detrás, y cuántos? ¿Cómo es el background ideológico de los integrantes, si es acaso necesario? ¿Existen aspiraciones políticas serias, fundamentadas, y viables o un simple entusiasmo revoltoso? ¿no se corre el riesgo de la manipulación de partidos de izquierda y derecha, populistas y nacionalistas con panfletos y discursos desactualizados y caducos?
La transformación de una realidad no es tarea de un solo actor, por más fuerte, inteligente y creativo y visionario que sea. Ni solos los actores políticos y sociales, ni solos los intelectuales pueden llevar a buen término esa transformación. Es un trabajo colectivo. Y no sólo en el accionar, también en los análisis de esta realidad, y en las decisiones sobre los rumbos y énfasis del movimiento de transformación.
Los actores tradicionales se han quedado rezagados en su concepción del ‘movimiento de masas’ entendida como la única fuerza en capacidad de ‘transformar la realidad’, esto es, como sujeto revolucionario. Tanto los ‘partidos políticos’ como los ‘movimientos sociales’ son en verdad expresión de la necesidad de una dirección del movimiento. La experiencia muestra que el movimiento tiene la capacidad de ejercer per se su propia dirección y definir su forma de organización. Cuando la dirección se ejerce ‘desde afuera’ se encuentra el germen de una burocracia estatal que al momento de “asumir el poder” se convierte en una oligarquía en su sentido de “gobierno de pocos”. Esta implosión viene a limitar la idea de emancipación y de libertad.
La opción emancipadora se edifica sobre la base del desprendimiento de la idea de ‘Estado’. La coyuntura por la que transita la humanidad evidencia que la corrupción es consustancial al Estado. Su forma institucional característica: el presidencialismo y el centralismo, son los ejes del ejercicio oligárquico del poder que se mantiene y reproduce merced al control que ejerce el ejecutivo sobre órganos parlamentarios irredimibles que no obstante poseen la capacidad de producir las leyes. En la realidad tanto la rama legislativa como la judicial son la prolongación del ejecutivo: la idea de la división y el equilibrio de poderes como base de la democracia liberal no es más que una entelequia.
La revolución burguesa no fue una revolución democrática ni la revolución proletaria logró sus propósitos emancipadores. El establecimiento muestra su incapacidad para dar curso a reformas integrales que den forma a una nueva institucionalidad basada en la autonomía territorial, la participación democrática y el gobierno popular en las regiones que hoy conforman nuestros países.
Estamos presos de un sistema electoral en el que pocos participan y quienes lo hacen para formar sus propias ‘mayorías’ están motivados por una promesa o una contraprestación personal propia del sistema clientelista. La vía armada al estar desarticulada del movimiento de masas (en particular de la vida urbana donde se genera la riqueza y se controla la información y el presupuesto público) no tiene posibilidad alguna de producir un cambio estratégico en la correlación de fuerzas. La combinación de las formas de lucha se ha convertido en una táctica improcedente y superflua.
De lo que se trata entonces es de desplegar los esfuerzos necesarios para romper con la concepción de Estado y reivindicar un concepto de lo público no estatal que posibilite el acceso a los servicios públicos y sociales sin que su accesibilidad dependa de la capacidad adquisitiva. Debemos pasar a un tipo de relaciones de producción que posibilite superar la relación dineraria y tener la posibilidad de una vida decente sin que medie la posesión de dinero. Por el solo hecho de tener la condición humana los derechos deben realizarse, no por concesión o dádiva del Estado, sino como forma de organización social, de la vida en comunidad.
¿Qué perspectivas políticas se estarían abriendo con la ampliación del espectro de participación social, dado que a los actores tradicionales se sumarían ahora otros nuevos y muy variados?
Avanzar en la democracia, pasar de la democracia formal a la real, de la representativa a la participativa, de la descentralización a medias a la regionalización, del presidencialismo al parlamentarismo, del estado-nación a la autonomía regional, en otras palabras: de las repúblicas oligárquicas a las repúblicas democráticas. En los municipios irrumpir para ganar el control del presupuesto público y sacar a los corruptos para avanzar en el mejoramiento de la administración pública. Luchar por tener elecciones realmente limpias y competitivas y no al servicio de los partidos tradicionales o ad-portas de serlo o con vocación de serlo. Evitar la desregulación del mundo del trabajo y ganar una iniciativa en el control y manejo de las empresas y de las instituciones.
El método del trabajo político busca aplicar formas de coordinación y de cooperación horizontal, discute en ‘rondas circulares’ en que todos hablan pero nadie habla más de la cuenta, y sin tarimas para los caudillos; cuestiona la efectividad de los paros para firmar acuerdos que luego se incumplen al no plantearse la construcción de un poder alterno; canaliza la energía social más bien hacia otras formas propias de organización económica, social, política, educativa, cultural y de gestión tecnológica y científica, y no se detiene en tantas explicaciones para obviar la falta de claridad de las “masas”, procura construir la “voluntad general”, mermar el discurso, evitar la palabrería y el protagonismo fatuo.
¿Cuáles los aportes y limitaciones de los proyectos históricos, así como de las nuevas alternativas?
Pensadores revolucionarios de la talla de Toni Negri con su condición humana falible, sus obvias limitaciones y naturales errores, explica que el movimiento mismo ya no tiene la capacidad de reconocer procesos reales de recomposición política y social. La militancia significa capacidad de investigación, de reconstrucción de los hilos en el interior de los movimientos. Ese movimiento de militantes debe recomponerse en el acontecimiento; sin acontecimiento, sin capacidad de decisión en el acontecimiento, todo lo demás corre el riesgo de resultar permanentemente inútil o quizás, si no inútil, desde luego ineficaz. “Hoy estamos en una situación en la que la vida ha ido condenadamente más allá de la disposición de las relaciones de fuerza. Desgraciadamente, ya no se trata de ‘constitución formal/constitución material’, tal y como estábamos acostumbrados a considerarlo en los términos del derecho público alemán del siglo XIX: hoy nos vemos frente a fenómenos nuevos que podemos definir como imperiales (que no tienen nada que ver con el viejo imperialismo) y que no sólo consisten en la globalización geográfica de los procesos de explotación, sino en la compenetración total, biopolítica precisamente, de la vida, lo político, el trabajo, el afecto, de la singularidad de lo común. Hoy los procesos de subjetivación sólo pueden aferrarse dentro de esta intensidad”.
¿En este heterogéneo y complejo escenario, cuáles serían los retos y roles de los ‘partidos de izquierda’ y de los movimientos sociales tradicionales?
En las distintas provincias y regiones del país se impulsan actividades encaminadas a propiciar un proceso que permita a Colombia convertirse en una república regional unitaria a través de un amplio y profundo proceso de reflexión y acción popular que no se ha intentado hasta ahora.
La Constitución de 1991 no pasó de ser sino un buen borrador de una buena Constitución y se ha quedado corta frente a una dinámica histórica marcada por el conflicto interno. El texto de la carta política del 91 ha quedado inerme frente a los retos de transformación del régimen político y económico vigente que genera corrupción y concentración. Hoy por hoy los derechos sociales no se han hecho efectivos. Mientras no se produzcan estos cambios por vía de la participación democrática no se superará el ilusionismo constitucional.
La búsqueda de condiciones sociales como base material para el avance de un eventual proceso de paz requiere la elaboración de una política de empleo que tenga en cuenta las modificaciones estructurales que requiere el modelo económico de apertura indiscriminada en cuanto a la necesidad de dar paso a una apertura gradual y selectiva y “hacia fuera”, reorientar el papel de la banca central, dar paso a la banca de fomento y al control de las tasas de interés, y el impulso a la democratización de la propiedad agraria y a la reforma urbana.
Sigue en pie la búsqueda de reformas políticas que sobre la base de la descentralización y la regionalización permitan el mejoramiento de las condiciones de vida de la población como sustento para el impulso del proceso de paz. La agenda incluye temas como la política social, la erradicación de cultivos ilícitos, la reforma agraria, la ley de ordenamiento territorial.
No ha sido bienaventurado el criterio de fortalecer la capacidad de gestión política-administrativa de los entes territoriales y de reordenar el territorio sobre un nuevo esquema político-administrativo que responda a los cambios sufridos en la realidad económica y social resultado de las transformaciones de los últimos 50 años marcadas por la urbanización, la internacionalización, la desagrarización, la desindustrialización, la tercerización y la financiarización, que acompañan en su conjunto la profundización de la crisis nacional y la conflictiva relación campo-ciudad.
Por todo lo anterior es necesaria una reconfiguración de Colombia como una nación en las que las regiones adquieran personería jurídica y logren una coordinación institucional que se constituya en la base para el desarrollo social y político en ejercicio de la autonomía y la identidad cultural propia de nuestras regiones.
¿Reconocemos que estaríamos en un nuevo auge de las luchas sociales en América Latina, que parecería desbordan cualquier predicción o análisis, cuáles serían las particularidades de éste en comparación con otros momentos similares del pasado?
La globalización -o más bien las globalizaciones en curso- parecen dejar atrás la posibilidad de un sistema social fuerte y vigoroso que coadyuve al desarrollo nacional que se sustente a su vez en una estructura económica que garantice un empleo remunerado, estable y productivo. El enfoque socialdemócrata (o más bien de socialismo liberal) ha sido rebasado en su aplicabilidad por la nueva realidad global pues como lo aclara Boaventura De Sousa Santos, “la exclusión social es un eufemismo para designar los efectos predatorios de la globalización económica neoliberal”, y “el capitalismo inflige un daño sistemático a la mayor parte de las poblaciones del mundo, así como a la naturaleza y al medio ambiente. Sólo una oposición unificada al capitalismo global puede reducir, si no eliminar, tal daño”.
La equidad no puede codificarse como un sistema de reglas. En efecto, se produce una desintegración de la regla y de su conversión/aplicación en ley. En la sociedad posliberal el debilitamiento del Estado de bienestar se acompaña de un declive en el sentido de la norma y de la fuerza de la ley en su rol de regular/cohesionar; el fortalecimiento de una modalidad de Estado corporativo y el ataque a lo público y a la ley positiva; el retroceso de la legalidad, pero también de la formalidad como instrumento de equidad y solidaridad. Este es el punto clave de la formalidad en la ley con relación a las ideas de igualdad y solidaridad.
Son los atributos del orden legal amenazados por las tendencias históricas y las oportunidades y peligros que acompañan su subversión. Algunos autores critican el peligro de alcanzar la solidaridad por medio de un sistema de derechos. La solidaridad no se resuelve por vía formal, se requiere un acto efectivo supra jurídico (de contenido ético), en el plano del comportamiento económico-social consistente en ceder los intereses propios en beneficio de un tercero con una determinada intencionalidad social.
Crítica al concepto de justicia
Tal como lo vislumbra con su sapiencia Mijail Bakunin: “El socialismo, poniendo en lugar de la justicia política, jurídica y divina, la justicia humana; reemplazando el patriotismo por la solidaridad universal de los hombres, y la competencia económica por la organización internacional de una sociedad fundada en el trabajo, será el único que podrá acabar con estas manifestaciones brutales de la animalidad humana, con la guerra”.
Como recién se explicó desde un punto de vista estructural, la crisis del Estado se presenta como la incapacidad de garantizar un orden pacífico vinculante y brindar las prestaciones elementales, esto es, una fragilidad que se relaciona con la convivencia por un lado y con la organización y seguridad social, por otro. Se trata de dos componentes relacionados entre sí y cuya difusa presencia tiene como trasfondo la incapacidad estatal de hacer cumplir las leyes y no solo promulgarlas. En efecto, es en el ámbito legal en el que con más claridad se manifiesta que en los Estados suramericanos la estatalidad nunca ha sido realizada: las constituciones cuya letra y espíritu se infringe en forma permanente, pasando por las leyes con frecuentes deficiencias técnicas, contempladas por los ciudadanos en principio con desconfianza y aplicadas por las autoridades administrativas de manera selectiva y arbitraria, hasta los jueces y tribunales, no siempre accesibles para el ciudadano corriente y considerados corruptos en general. La aplicación del derecho en América Latina es un amplio campo que permite observar todas las formas de desviación imaginables de lo que merecería el nombre de Estado de derecho y de la remota posibilidad de poner en práctica el contrato social.
Aquí cabe la pregunta sobre la relación del Derecho con la Justicia. Socialmente se ha llegado a tratar estas dos palabras como sinónimos. Puede que tal uso provenga de una herencia iusnaturalista, o de un positivismo ideológico extremo. Sin embargo, tal uso resulta, cínico. Para muchos la única justicia posible es la que se le acredita al Derecho moderno liberal. ¿Pero qué justicia ha obtenido el Derecho distinta a una burda concepción de está que trata a los desiguales como iguales (igualdad formal), haciendo permanecer intacto el statu quo?
A grandes rasgos y de manera concreta, la concepción por la que aquí se propugna consiste en que la Justicia solo puede ser alcanzada mediante una verdadera justicia social. Verdadera no en un sentido absoluto, sino en el sentido que tiene que ser universal–transnacional, válida para todo ser humano—, en la cual todo hombre y mujer tengan la posibilidad de vivir dignamente.
No es necesario abundar en las razones (y sentimientos) por las cuales se defiende un concepto de justicia específico, pues no se está proponiendo una nueva teoría de la justicia. En resumen, se puede pensar con respecto a la justicia que, como punto medular, a todo ser humano se le debe reconocer una calidad de vida superior a la mínima supervivencia. No basta con solo asegurar la vida. Se opta en esta ponencia por una concepción que está radicalmente en contra de las propuestas neoliberales y liberales que consideran que los problemas de justicia en el mundo tienen como causa que falta más liberalismo.
Los estudios parecen deducir que el verdadero problema de la irrealización o inaplicación de los derechos políticos, económicos, sociales, culturales y ambientales se centra en el mundo económico y político, más que en el jurídico, de forma que la eficacia real de esos derechos debe estar en una base material y estructura económica que permita la solidaridad, y se desprenda de mediciones apoyadas en la eficiencia y la maximización.
Así, el problema, sin duda, no es solo de falta de recursos o de escasez, sino de distribución. La especial vinculación entre los derechos económicos y sociales —y las necesidades básicas, pone de relieve que sólo una política económica que provea criterios equitativos de distribución de bienes sociales puede aportar elementos suficientes para fundamentar de manera consistente derechos que garanticen la prosecución de un plan de vida y la interacción con otros.
Apostando en la guerra de intereses por la supremacía del bienestar social y la equidad, la realización de los derechos plantea el reto por la desmercantilización de los seres humanos, su libertad real e igualdad material, lo que se podría concretar en las condiciones para el ejercicio pleno de la ciudadanía que, rechazando la concepción liberal de derechos excluyentes, apuesta por los derechos de integración o inserción.
La pobreza e iniquidad en la distribución de los ingresos constituyen el elemento estructural por el cual —con suma dificultad— se puede esperar cambios significativos orientados a la materialización verdadera de los derechos, ni siquiera en su núcleo básico, toda vez que se continúa pensando en el desarrollo económico como un fin en sí mismo. Bajo esta visión, la lucha contra la pobreza y la iniquidad en el acceso y distribución de los recursos no sólo habla de un aspecto disfuncional del mercado capitalista, sino que enfrenta a un problema de justicia y ética, desde el cual la pobreza debe ser considerada un mal en sí misma, dado que “quienes la padecen carecen de lo indispensable para ejercer el más mínimo grado de autonomía y de capacidad para llevar a cabo planes de vida”.
La debacle en el modelo económico neoliberal plantea a los revolucionarios las posibilidades de ruptura para un futuro diferente; la perversidad del modelo económico neoliberal se convierte en el escenario justo para idear y apostar por una alternativa radical y humanista.
Colofón
La crisis es un problema cuya solución requiere un nivel elevado de dedicación y de concentración para lograr comprender la realidad, penetrar en la lectura objetiva del entorno, evitar la confusión y los prejuicios que obnubilan e impiden la conciencia revolucionaria en la inútil búsqueda de mitos, ídolos y leyendas.Por eso los revolucionarios deberían escribir sus memorias, convertirlas en monólogos, hacer videos, controvertir y dejar claro su pensamiento ante la fracasada revolución.
El principal tema que interesa a muchos como proyecto colectivo de investigación-acción es por qué hemos sido derrotados y el papel jugado por los “marxismos” en esa derrota [5]
[1] Miguel Eduardo Cárdenas Rivera, analista político y activista social. Una versión anterior fue presentada de manera virtual como ponencia ante el XII Congreso Internacional de Derechos Humanos, organizado por la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, realizado en Tunja (Boyacá) y Aguazul (Casanare) entre el 14 y el 17 de noviembre de 2023.
[2] El capitalismo no solo esclaviza, sino que crea falsas necesidades para sustentar la explotación. El capitalismo busca todos los medios posibles para evitar la revolución. Para escudriñar tan crucial tema es preciso dedicar tiempo de estudio al texto Las crisis del capitalismo con introducción de Daniel Bensaïd, publicado en 2009 por Ediciones sequitur de Madrid, allí Marx explica lo siguiente: “En el sistema capitalista, el proceso de acumulación del capital puede llevar a una sobreproducción. Este proceso de sobreproducción es la base inmanente de los fenómenos propios de las crisis. La medida de esta sobreproducción la da el propio capital, es decir, la acumulación sin límite del capital constante y el desmedido instinto de enriquecimiento y capitalización de los capitalistas; no la da, en modo alguno, el consumo, de por sí limitado, ya que la mayoría de la población, formada por la población obrera, sólo puede aumentar su consumo dentro de límites muy estrechos; y además, a medida que se desarrolla el capitalismo, la demanda de trabajo disminuye en términos relativos, aunque aumente en términos absolutos”, p. 49.
Por su parte en su obra cúspide Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, Marx al enunciar el fenómeno del ‘General Intellect’ (Cuaderno VII), pp.167-168, lo evidencia en los siguientes términos: “El trabajo deja de aparecer como incluido en el proceso de producción, y el hombre se comporta más bien como vigilante y regulador del proceso de producción mismo. (Lo que se refiere a la maquinaria vale igualmente para la combinación de la actividad humana y el desarrollo del intercambio humano.) El trabajador ya no intercala el objeto natural modificado como miembro intermedio entre el objeto y sí mismo, sino que intercala el proceso natural, que él transforma en un proceso industrial, como medio entre sí mismo y la naturaleza inorgánica, de la que él se apodera. El trabajador se presenta junto al proceso de producción, en vez de ser su agente principal. En esta transformación, lo que se presenta como el gran pilar fundamental de la producción y la riqueza ya no es ni el trabajo inmediato que realiza el hombre mismo, ni el tiempo que trabaja, sino la apropiación de su propia fuerza productiva general, su comprensión de la naturaleza y el dominio de la misma mediante su existencia como cuerpo social, en una palabra, el desarrollo del individuo social. El robo de tiempo ajeno de trabajo en el que se basa la riqueza actual aparece como un fundamento miserable frente a este fundamento que se acaba de desarrollar, creado por la gran industria misma. En cuanto el trabajo en forma inmediata ha dejado de ser la gran fuente de la riqueza, el tiempo de trabajo deja de ser y tiene que dejar de ser su medida y, por tanto, el valor de cambio deja de ser la medida del valor de uso. El plustrabajo de la masa ha dejado de ser la condición para el desarrollo de la riqueza general, del mismo modo que el no-trabajo de unos pocos ha dejado de serlo para el desarrollo de los poderes generales de mente humana. Con ello colapsa la producción fundada en el valor de cambio, y el proceso de producción material inmediato deja de tener la forma de la provisionalidad y la oposición. Tendrá lugar el libre desarrollo de las individualidades y, por tanto, no la reducción del tiempo de trabajo necesario para poner plustrabajo, sino la reducción del tiempo de trabajo necesario de la sociedad a un mínimo, que corresponde entonces a la formación artística, científica, etc.; de los individuos a través del tiempo liberado y de los medios creados para todos”.
Al respecto Kohei Saito, miembro del equipo editor de las obras completas de Marx y Engels, la monumental MEGA 2, publicó en 2022 con Bellaterra Edicions su obra La naturaleza contra el capital. El ecosocialismo de Karl Marx, en la que esclarece el siguiente punto: “…según Marx la categoría de «valor», en una sociedad con producción generalizada de mercancías, es una categoría económica que muestra una conexión esencial con las condiciones materiales para la reproducción del metabolismo entre los humanos y la naturaleza. La particularidad del capitalismo es que, debido a los «trabajos privados» y a la «reificación», la producción y reproducción de la sociedad puede proceder solo con la mediación del valor. Los productores privados se relacionan socialmente entre sí solo con la ayuda del valor, para asegurar (¡más o menos!) la existencia de la sociedad”, p. 163.
Para una más completa comprensión puede consultarse el trabajo de María Fernanda Galindo titulado La fractura metabólica entre el ser humano, la tierra y la comunidad en Marx, véase con fruición en.
[3] Al respecto basta acudir a un interesante texto escrito sobre Colombia, izquierda y derecha unidas, en el que se aduce que por la inercia del capital cada gobierno es peor que el anterior, léase http://www.elsalmon.com.co/2022/08/colombia-izquierda-y-derecha-unidas.html
[4] Léase https://www.surysur.net/teitelbaum-el-colapso-del-progresismo-y-el-desvario-de-las-izquierdas/
[5] Al respecto téngase presente el libro Marx y su Concepto del Hombre de Erich Fromm de 1962 https://proletarios.org/books/Fromm-Marx_y_su_concepto_del_hombre.pdf.Mención especial merece para el debido tratamiento de tan crucial temaEl marxismo de Marx de John Lewis de 1973 http://ru.iiec.unam.mx/2294/1/ElMarxismoDeMarx.pdf. Destella como la estrella rutilante en esta constelación de textos de referencia la obra Marx sin mito del acucioso Maximilian Rubel https://traficantes.net/libros/marx-sin-mitoquien sin duda abrió la senda para investigar la obra de Marx sin el culto a la personalidad y contra el dogmatismo propio de la izquierda reaccionaria.