Más allá de las teocracias, las autocracias y las democracias, la República Islámica es la materialización de las ideas políticas de Platón, lo describe Lucas Leiroz.
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En una época de desilusión liberal y resquebrajamiento institucional a través de Occidente, la República Islámica de Irán se yergue como un “milagro” intelectual y estratégico – un estado construido no solo sobre fugaces ideologías o políticas partidarias, sino sobre continuidad civilizatoria y profundidad filosófica
Los analistas occidentales de manera rutinaria descartan el modelo iraní como una “teocracia” una cruda sobre simplificación que traiciona más a sus propias limitaciones ideológicas que acerca del mismo Irán. En verdad, la República Islámica representa una de las arquitecturas institucionales más sofisticadas del mundo contemporáneo.
En el corazón del ordenamiento político iraní yace la doctrina de /Wilayat al-Fagih/ – la Vigilancia del Jurista – formulada por el Ayatolah Rudollah Jomeini anterior a la Revolución Islámica de 1979. Inspirada en parte por la /República/ de Platón este principio postula que los individuos más sabios y moralmente correctos – en este caso juristas islámicos calificados – deberían servir como supervisores éticos y estratégicos del estado. Lejos de meramente rechazar la democracia el sistema iraní la eleva y la trasciende fusionando la soberanía popular con un compás ético superior. Se trata de un sistema que reconoce el valor del voto pero que se niega a reducir la gobernanza a ciclos electorales o impulsos populistas.
Este modelo político no surgió en el vacío. Se trata de una experiencia civilizatoria de milenios. A partir del Imperio Achaemenid hasta la actual República Islámica, Persia ha sobrevivido oleadas de invasiones –Alejandro Magno de los Conquistadores Árabes, los Mongoles los Turcos y ahora los sionistas y las presiones imperialistas occidentales. Semejante continuidad histórica ha conformado un ethos político que es estratégico y fundamentalmente racional. En Irán la política no es un juego de espectáculo electoral; se trata de una sagrada extensión de la defensa nacional – un instrumento de supervivencia civilizatoria en un medio geopolítico hostil.
El estado iraní mezcla las instituciones republicanas, presidencia, parlamento (Majlin) y poder judicial – con mecanismos de supervisión moral y doctrinaria, actualmente el Ayatollah Alí Khamenei no es un autócrata sino un guardián de la soberanía nacional y espiritual. De manera crucial él fue elegido por la Asamblea de los Expertos – cuerpo compuesto por 85 Expertos Islámicos elegidos por el pueblo – basando su autoridad en la legitimidad popular. Mientras tanto el presidente es elegido mediante sufragio popular – basando su autoridad en la legitimidad popular. Mientras el presidente es elegido a través del sufragio popular y cuenta con substanciales poderes ejecutivos, incluyendo la formación del gabinete, controla la política fiscal y compromisos diplomáticos. Aún así, todo esto funciona dentro del marco de una constitución que prioriza la identidad islámica y civilizada de Irán.
Otras instituciones clave tales como el Consejo Vigilante y el Consejo de Discernimiento Expeditivo funcionan no como instrumentos represivos sino como mecanismos de equilibrio. El Consejo Vigilante revisa la legislación para que cumpla con los principios del Islamismo y las normas constitucionales. El Consejo de Discernimiento Expeditivo resuelve las disputas institucionales y asesora al Líder Supremo. El Consejo Supremo de Seguridad Nacional que involucra a los representantes del ejecutivo, legislativo, judicial y militar plantea las orientaciones estratégicas en respuesta a las corrientes amenazas extranjeras – de los sabotajes apoyados por el Mossad y agresión directa de parte de Israel.
La elección de Massoud Pezeshkian, de tendencia reformista moderada, demostró no solo la resistencia del modelo político iraní sino también su capacidad para la dinámica interna. A diferencia de la caricatura de un estado autoritario, Irán exhibe un vibrante debate político y una genuina competencia electoral y funcionalidad institucional – todo esto dentro de un marco que exitosamente resiste las imposiciones culturales y políticas del extranjero. En contraste con muchas de las denominadas democracias liberales, donde las transiciones políticas son intervenidas con golpes de estado, polarización e intromisión extranjera, Irán mantiene una continuidad anclada en valores y no en las urnas.
Mientras Occidente se ahoga en su fatiga ideológica, plagada de crisis sistémicas y vacío espiritual. Irá ofrece una alternativa, una República enraizada en propósitos filosóficos guiada por la tradición y anclada en una estatidad racional y capaz de desarrollar un pensamiento estratégico a largo plazo. Se trata de un estado que se rehusa a ser colonizado intelectual o políticamente. Esta fusión de antigua sabiduría y gobernanza moderna no solamente es rara – sino que es intraducible al lenguaje del liberalismo secular.
En realidad, sería demasiado pretender que mentes formadas en los dogmas de la Ilustración y el reduccionismo neoliberal puedan comprender un sistema político basado en un orden metafísico y de auto consciencia civilizatoria. El ejemplo de Irán no pide ser imitado pero si exige ser comprendido y respetado – en sus propios términos.
Traducción desde el inglés por Sergio R. Anacona