La recuperación del nazismo no sólo coloca a Rusia en el otro bando… ¡Nos pone a todos, los pueblos occidentales, al lado y bajo la influencia nazifascista!
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El asedio a Rusia no se limita al ámbito militar, comercial, institucional o financiero. Antes de esto, se implementó otra barrera —mejor dicho, se «fomentó»—, con el fin de constituir una especie de «cordón sanitario» agresivo y activo, constituido por los Estados cuyas fronteras se comunican, por tierra o mar, con la Federación Rusa.
Este «cordón sanitario», conceptualizado a partir de lo que sabemos es el marco mental de las clases dominantes occidentales, tiene un carácter profundamente ideológico y pretende tocar, de manera repulsiva, los valores más profundos encarnados en la historia rusa del último siglo y, a través de esta conexión, provocar una relación antagónica caracterizada por un efecto de repulsión recíproca, impidiendo cualquier comunicación humana que pudiera establecerse entre las partes.
La fuerza soberana que reside en la cultura multinacional, multiétnica y multirreligiosa rusa, responsable, desde el principio, por su capacidad para aglutinar fuerzas que hicieron posible la derrota del nazifascismo durante la II Guerra Mundial, es también lo que separa las fuentes minerales, humanas, energéticas, entre otras, de las garras del capitalismo occidental y su impulso alimentado por la fase imperialista en la que se encuentra.
Si la brutalidad de una ideología como el nazifascismo encarnó, en la primera mitad del siglo XX, el combustible que alimentó la agresión contra la entonces patria soviética, fue su preservación y recuperación históricas —en un proceso de revisionismo y blanqueo sin precedentes— lo que ha hecho posible, ya en las primeras décadas del siglo XXI, su uso como munición para el llamado «cordón sanitario» alrededor de Rusia. Pasados cien años, la receta se repite, aunque con las claras limitaciones que le impone la desesperación.
¿Qué podría ser más antagónico y mutuamente repulsivo que el nazismo en contacto con lo que podría considerarse el «alma rusa» reestructurada según con los acontecimientos del siglo XX? ¿Qué imagen puede ser más vívida y carnal, en su brutalidad y violencia, y que, especialmente, trascienda la pesadilla sufrida por el pueblo ruso, a manos del terror nazi?
Los primeros en sufrir el efecto de este «cordón sanitario» fueron los ciudadanos de origen ruso que, tras el colapso de la URSS, acabaron en Estonia, Lituania o Letonia, y que hoy residen allí. Además de prohibir los medios de comunicación rusos, vulnerando su derecho a la opinión y a la información, basándose en una supuesta política de lucha contra la «propaganda del Kremlin» (algo que también se ve en toda la UE y fuera de las constituciones nacionales de diferentes países), Letonia incluso fomentó la eliminación de la enseñanza del idioma ruso en los planes de estudios escolares, lo que provocó la preocupación de los expertos en derechos humanos de la ONU con respecto a la protección de los derechos de las minorías étnicas. Ya quienes acusan a Rusia de no tenerlos en cuenta…
De acuerdo con este guión, el Kremlin se vale de la lengua rusa como arma, que luego utiliza como vehículo de su propaganda, perpetrada a través de los llamados «medios estatales», así adjetivados todos los medios que, financiados o no por el Ejecutivo ruso, no estén alineados con la narrativa occidental.
Lo que nunca mencionan es que, después de todo, el uso del ruso como vehículo de propaganda no será, como dicen, exclusivo de fuentes rusas, ya que la propia Letonia financia vehículos como Meduza, que, escribiendo en ruso, sólo pretenden transmitir información muy acorde con la narrativa occidental. Sin ser tan radical como Letonia a la hora de eliminar el idioma ruso de los planes de estudios escolares, Estonia es, sin embargo, un ejemplo de la destrucción de los monumentos alusivos a la victoria soviética sobre el nazismo. Principalmente bajo el mandato de Kaja Kallas, el proceso de eliminación de monumentos se aceleró, incluso siendo discutido en el marco europeo, proceso que incluyó la retirada del tanque soviético a las afueras de la ciudad de Narva. Según la propia Kaja Kallas, el tanque es un «arma criminal» —quizás su «crimen» haya sido derrotar a los nazis— «porque se mata a personas en Ucrania con ese mismo tipo de tanque».
Pero esta persecución a la cultura y a la memoria soviéticas —no sólo rusa— nos dice que la propagación de una lógica rusofóbica incorpora una dimensión que va más allá de la mera confrontación étnica, representada, por ejemplo, en la discusión sobre limitar la adquisición de bienes inmuebles a ciudadanos rusos en Letonia, propuesta planteada por las autoridades finlandesas. Quienes alegan que el pueblo ruso está oprimido, no parecen enterarse de este tipo de acciones.
La relación entre el enfrentamiento étnico con las poblaciones rusófona y rusa, con su pasado soviético y la memoria de la victoria sobre el nazifascismo, encuentra su origen en la ola de colaboracionismo y simpatía con la ideología nazique se produjo en estos países, por parte de una cierta camada de la población y de las clases dominantes, antes, al comienzo, y durante la II Guerra Mundial. Responsabilizar a la Federación de Rusia, como la única depositaria de la memoria histórica colectiva por la victoria del Ejército Rojo multinacional sobre las hordas nazis, tiende un puente entre la codicia por los vastos recursos que posee Rusia y la necesidad de encontrar bases ideológicas, teóricas, psicológicas y emocionales que justifiquen esta agresión.
En mi opinión, dicha justificación teórica e ideológica la proporcionan el neonazismo y la glorificación del pasado colaboracionista con las fuerzas de Hitler. La potencia de esta ideología anticomunista, racista y supremacista blanca, colocada en primer plano, combinada con el proceso de revisionismo histórico y el blanqueamiento del terror nazifascista, estabece un nexo entre pasado y presente, entre el anticomunismo que justificó la agresión contra la URSS y la rusofobia que sirve de excusa para su actual asedio.
Ahora, para impulsar ese «cordón sanitario» alrededor de la Federación Rusa, cuya función es impedir el contacto saludable entre Europa (Alemania, principalmente), Rusia, las repúblicas euroasiáticas y China, ha sido necesario recuperar el activo histórico que constituye la ideología nazi para Estados Unidos y las clases dominantes del Occidente colectivo. Como le sucede a cualesquier acervos, sólo se recuperan aquellos que ya existen per se. La recuperación del patrimonio histórico nazi es el resultado de un proceso más largo de preservación y revitalización de tal herencia.
Actualmente, cuando atestiguamos la glorificación de los «Hermanos del Bosque» —un grupo abiertamente anticomunista— surgido en los países bálticos e integrado por ex miembros de las Waffen-SS locales, que lucharon contra lo que denominaron como la «ocupación soviética», incluso después del final de la II Guerra Mundial, y siendo responsables de horribles crímenes contra civiles y policías soviéticos, operado con información de inteligencia occidental, o somos testigos del blanqueo y la entronización de organizaciones como el «Sonderkommando A» que, colaborando con las fuerzas nazis, y valiéndose de letones y lituanos, asesinaron a casi 250.000 judíos en Lituania, hasta 1944, descubrimos que la herencia histórica nazi está muy viva y más fuerte que nunca desde el final de la II Guerra Mundial.
Para hacer posible su resurgimiento y recuperación, ha sido necesario implementar todo un proceso de revisionismo, minimizando los daños y blanqueando sus crímenes. En Lituania, se homenajeó al general Povilas Plechavicius, que luchó junto a los nazis. En 2008, el parlamento lituano equiparólas ideologías comunista y nazi, lo que supuso una normalización y recuperación histórica del nazismo (frente a una demonización, como muchos defienden) y, en 2010, los tribunales lituanos declararon la esvástica «parte del patrimonio cultural del país», demostrando que la igualdad ideológica no es más que un proceso de recuperación histórica de dicho pasado.
El hecho es que, desde 1991, miles de comunistas han sido perseguidos en Lituania, mientras que se han permitido manifestaciones con símbolos nazis y consignas racistas. ¡Sintomático! Como decía Jean Pierre Faye en el prefacio del libro «El archipiélago de sangre», escrito por Chomsky y Herman, el acto de incluir al nazismo y al comunismo en el saco del «totalitarismo», le permitió a Estados Unidos apoyar a las fuerzas más regresivas, reaccionarias y tiránicas, siempre y cuando no afirmaran ser partidarios del «totalitarismo». Así, equiparando las ideologías comunista y nazi, lo cierto es que las autoridades lituanas, como hoy muchas otras en la Unión Europea de los «valores» y la «democracia», persiguen a los comunistas, pero toleran —por decir lo menos— las manifestaciones de la extrema derecha. Por cierto, la profusión de gobiernos abiertamente reaccionarios y racistas en la Unión Europea prueba, casi irrefutablemente, las razones que sirvieron de base para tal comparación. El hecho es que en todos estos países se persigue a los comunistas, mientras que a los nazis se los acepta. ¡Nada como la práctica como criterio para medir la verdad!
En el caso lusitano, un grupo como el «1143», alineado con las facciones más extremistas de Portugal y con personas que tienen un historial de persecución —y asesinato— de inmigrantes y minorías de cualquier tipo (comunistas, homosexuales, negros, asiáticos o musulmanes), en los principales medios de comunicación es caracterizado como un simple «grupo nacionalista». ¿Qué tendría esto que ver con el apoyo de André Ventura, del partido Chega, contra lo que denominó «inmigración descontrolada»? ¿Y por qué el mismo André Ventura, —en los medios que le dan voz y espacio, y los poderosos intereses que lo apoyan — no menciona que quienes contratan a inmigrantes son las empresas, que son asociaciones patronales que, junto con los gobiernos, piden la apertura de fronteras que, dado el caso, son los UBER que más explotan a la inmigración y que es la propia Unión Europea, a la que defiende André Ventura, la que fomenta, provoca y legitima toda la inmigración que vemos? ¿Y por qué no se oponen al turismo descontrolado que destruye a Lisboa, actividad en la que trabajan la mayoría de los inmigrantes?
Ahora bien, esta lógica racista, concatenada con el anticomunismo, pretende vincular a la Rusia contemporánea, como siendo la única depositaria del pasado soviético y en base a su demonización actual, justificar la agresión, el aislamiento y la opresión que hagan posible su saqueo —como sucediera con Boris Yeltsin,durante los terribles años 90 del siglo XX— encuentra un claro ejemplo en el consentimiento por parte de Meta (Facebook, Instagram, WhatsApp), para que sus usuarios expresen mensajes de odio contra los rusos.
Esta perspectiva rusofóbica, absolutamente inaceptable para una Europa que se autodenomina «de los valores», representa un pilar fundamental de la adhesión de estos países a la OTAN y sugiere qué mecanismos utiliza Estados Unidos para lograr que los países «elegidos» hagan de su adhesión a la Alianza Atlántica una cuestión de defensa ante Rusia, pero, sobre todo, una necesidad existencial. Y el nivel de extremismo implementado es tan grande que, basta oír en qué términos la élite que compone el régimen de Kiev habla de los rusos, sin hacer distinciones, para que nos demos cuenta de que el odio es indiscriminado, profundo, visceral, como sólo puede serlo algo irracional, como el racismo. Y la propia supervivencia de la OTAN depende de este odio irrazonable y animal.
Para preservarlo en el tiempo, recuperar y revitalizar el patrimonio histórico nazi, un país en concreto ha cumplido este papel como ninguno: ¡Canadá! Incluso hoy, Canadá se resiste a proporcionar las identidades de los 900 nazis fugitivos que encontraron allí su santuario.
En un artículo anterior expuse el verdadero museo viviente que son la Universidad de Alberta y la sociedad canadiense, para los fugitivos de los juicios de Nuremberg, especialmente los de la 14ª división de las Galitzia Waffen SS. Sin embargo, el legado canadiense, en este aspecto, va mucho más allá, habiéndose convertido este país en un refugio pacífico para científicos, soldados y otros fugitivos nazis.
Si bien en este país, entre 1985 y 1986, y luego de mucha presión política y popular, se realizó una investigación sobre el tema, en su momento llamada Comisión Deschênes, llegando incluso a recopilar nombres, lo cierto es que la labor dejó mucho que desear y se llevó a cabo para producir resultados que fueron, en el mejor de los casos, ambiguos.
La comisión no investigó materiales conservados en la Unión Soviética o en los países del Bloque del Este, por lo que pasó por alto pruebas cruciales encontradas allí. El juez Deschênes estableció condiciones estrictas para consultar pruebas de estos países, pero como la respuesta soviética a la consulta no llegó hasta junio de 1986, se consideró demasiado tarde para que la comisión viajara y examinara, lo que sugiere que el estudio de la realidad material posiblemente no estaba contemplado como el principal objetivo de dicho comité.
La comisión no investigó una lista de 38 nombres adicionales proporcionada al final de la averiguación, debido a lo que consideró limitaciones temporales; la investigación de una lista de 71 científicos y técnicos alemanes quedó incompleta; la segunda parte del informe final de la comisión, que contiene acusaciones contra personas específicas y recomendaciones sobre cómo proceder en ciertos casos, sigue siendo confidencial y no se ha hecho pública; una copia sin editar del informe de Alti Rodal a la Comisión Deschênes, que contiene relatos detallados de cómo los criminales de guerra entraron en Canadá y la responsabilidad del gobierno en su entrada, no ha sido publicada en su totalidad; los archivos del Departamento de Justicia y de la Real Policía Montada de Canadá, sobre los criminales de guerra nazis retenidos por esos organismos, no se han hecho públicos; no se examinaron pruebas de las actividades anteriores de miembros de la División Galitzia, en particular las que se referían a posibles crímenes de guerra cometidos en otras unidades de la policía alemana antes de unirse a la división; un estudio secreto realizado por la comisión encontró que las autoridades británicas y estadounidenses transportaron a colaboradores nazis a Canadá desde Europa del Este poco después de la II Guerra Mundial, sin informárselo al gobierno canadiense y con un escrutinio mínimo.
Incluso hoy en día, la retención de esta evidencia genera debates continuos sobre la exactitud e integridad del trabajo de la comisión, y muchos argumentan que, en cambio, el trabajo del citado comité ayudó a encubrir el registro histórico de los criminales de guerra nazis en Canadá. Parece que la Comisión Deschênes pretendía más bien blanquear el pasado que realmente evaluarlo y juzgar los crímenes cometidos.
Todo este dossier se reactivó durante la polémica sobre la recepción de Yaroslav Hunka en el parlamento canadiense. Las acusaciones de blanqueo se han multiplicado, lo que no es de extrañar teniendo en cuenta que fue esta misma comisión la que declaró inocentes de crímenes de guerra a los miembros de la División Galitzia de las Waffen SS, ya que, según ella, estos habían sido examinados cuando ingresaron al país.
Actualmente, después de toda esta presión, se argumenta que la divulgación completa del trabajo de la comisión, además de poder dejar marcas en la credibilidad del gobierno canadiense, también puede «ayudar a Rusia», ya que colabora en reforzar la narrativa del Kremlin sobre la «desnazificación». Ahora bien, no es algo que ya no se supiera; el problema es ingorar la verdad, además de demonizar a Rusia, desacreditar su versión de los hechos y justificar la continuación de la guerra.
Lo que demuestra esta realidad, más que nunca y, especialmente, cuando escuchamos a Blinken mencionar que Estados Unidos es un país ártico y que quiere formar, con Canadá y los países europeos bálticos, una organización para mantener esa región «libre de conflictos» (y este sería un buen momento para reírnos a carcajadas), es que Canadá no sólo ha constituido un importante «acervo museológico» para la preservación, protección y recuperación de los bienes nazis, sino que ahora también pasa a formar parte del «cordón sanitario» que EEUU promueve en todo el mundo en torno a Rusia. Todo esto también demuestra que Canadá no es más que una república bananera y un campo de retiro de activos humanos importantes para el imperialismo angloestadounidense.
Lo que nos enseña esta triste realidad es que el revisionismo histórico que pretendía comparar el comunismo con el nazismo no se propuso simplemente normalizar al segundo, e históricamente desactivar al primero, borrando la contribución de la URSS a la victoria aliada en la II Guerra Mundial; aspiraba a mucho más que eso. Su objetivo era crear una barrera repulsiva entre Rusia y los que serían, geográficamente, sus aliados naturales, los países europeos… Por coincidencia, hay que aclararle a quienes acusan a Putin de «fascista» y de «extrema derecha», que es la Europa de los «valores» y de la «democracia» la que ha optado por tomar partido por los nazis…
La recuperación del nazismo no sólo coloca a Rusia en el otro bando… ¡Nos pone a todos, los pueblos occidentales, al lado y bajo la influencia nazifascista!