En el seno de la UE el cansancio es aún más palpable, especialmente en los Estados fronterizos, supuestamente antirrusos como antiguos miembros del extinto Pacto de Varsovia
Pedro Pitarch
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Con la contraofensiva empantanada, más allá del furibundo bombardeo desinformativo que sufrimos, se puede afirmar que la estrategia rusa en la guerra de Ucrania está dando frutos tangibles. Tanto en lo que se refiere a la erosión de las capacidades operativas ucranianas en el teatro, como a la quiebra de voluntades en el tablero internacional. Acercándonos hacia el segundo invierno de guerra, las muestras de hastío son crecientes en algunos de los países donantes, a ambos lados del Atlántico. En EE.UU. l os paquetes de ayudas a Ucrania están siendo revisados, cuando no cancelados, debido a la fuerte presión del partido republicano en la Cámara de Representantes. Pugna política que trasciende a la opinión pública y que, en el umbral del año electoral (2024), supone una peligrosa enmienda a una Casa Blanca titubeante sobre los objetivos buscados por el fabuloso apoyo norteamericano a Kiev.
En el seno de la Unión Europea (UE) el cansancio es aún más palpable, especialmente en los estados fronterizos con Ucrania, supuestamente antirrusos como antiguos miembros del extinto Pacto de Varsovia. Recientemente, el Gobierno polaco ha clausurado su política de entrega de armas a Ucrania y, el pasado sábado, las elecciones generales en Eslovaquia han sido ganadas por el ex primer ministro Fico quien, en su programa, propugnaba cortar el suministro de armas al vecino ucraniano. El escenario geopolítico en el este de Europa está mutando, tanto en su vertiente armamentística concreta como en el formidable significado político de tal alejamiento de Ucrania. Porque, aparte de Rusia y Bielorrusia, de los otros cinco países también fronterizos con Ucrania, Polonia, Eslovaquia y Hungría son reticentes a seguir alimentando el conflicto del lado ucraniano. Solo queda Rumanía (país que, con su apéndice moldavo, probablemente siga la senda de los anteriores) para completar una suerte de cordón sanitario alrededor de Ucrania. No son buenas noticias ni para Ucrania ni para EE. UU., ni para la OTAN ni tampoco para Bruselas (a pesar de la insólita reunión informal de ministros de defensa, el pasado lunes, en Kiev). Quizás, Úrsula Von der Leyen y Josep Borrell ambos colosales paladines del suministro de todo a Ucrania, estén mesándose los cabellos…